viernes, 29 de mayo de 2020

La política tóxica.



Reconozco que normalmente no suelo ver los debates del Congreso. En parte debido a su previsibilidad y porque se juega tan sucio que, hasta un demócrata, en muchos casos, acaba sonrojándose. Soy consciente, critico que Pedro Sánchez no está mostrando la sensibilidad requerida con las comunidades autonómicas, al menos bajo mi punto de vista. No sé qué pasa, pero, en una situación como esta, debe jugar la buena comunicación, la colaboración y las sinergias para enfrentarse a un problema de alerta nacional, que afecta a todos sin distinción. Para mí, el hecho de ser el jefe o mando máximo ante el conflicto, obliga a establecer estrategias y dinámicas que permitan la confluencia entre todos los integrantes y responsables de la gestión.

Sin embargo, para formar un equipo coherente y establecer una línea de actuación conjunta es necesaria la lealtad y corresponsabilidad de gobiernos del Estado y las comunidades autonómicas, incluyendo una actuación moderadamente responsable para conjugar una oposición dura y real, pero orientada a resolver el problema. Cosa difícilmente conseguible cuando subyace una confrontación que viene del pasado, con una estrategia de acoso y derribo bajo el lema “al enemigo ni agua” como se ha venido viendo desde la caída de Rajoy, caída mediante una moción de censura, tan constitucional como unas generales elecciones. No obstante, también en las elecciones generales posteriores ganó el partido socialista, por lo que se vio abocado a una negociación compleja para poder formar un gobierno de la única manera posible que se le dejaba, al menos ese es mi pensar. Entiendo que cada partido está en el derecho, y la obligación, de establecer su propia política o estrategia en la legislatura, en función del lugar que le toque ocupar. Otra cosa será su cariz y talante, incluso, la expresión de la conducta que lo ubica en el arco parlamentario.

Estamos donde estamos porque venimos de donde venimos. Venimos de un cenagal donde la corrupción sigue oliendo a podrido y los afectados niegan la mayor, pasando la pelota del “y tú más” al otro, como si eso justificara la suya. Aquí no se ha purgado el tiempo suficiente para quedar limpio de culpa. Venimos de un conflicto político en Cataluña que no se ha resuelto y sigue latente. Venimos de un cambio importante en la derecha, antes monolítica y ahora tripartita y compitiendo por el liderazgo. Una derecha europea homologada y otra ultra escindida de lo que ellos llaman “la derechita cobarde” en plan despectivo (curiosa alianza con estos mimbres), además de con Ciudadanos, neoliberal que encaja mejor a la derecha que a la izquierda, con la que no quiere ni hablar. Qué extraño giro, pactó con Sánchez anteriormente, no fraguó el pacto por culpa de otros, y ahora, reniega y se echa en brazos del PP al que dijo no tragar por corrupto.

La derecha, en cierto sentido, obligó al PSOE al único pacto de gobierno que le fue posible tras las segundas elecciones. Podrán decir lo que quieran pero siempre hubo una decisión tomada sobre su voto de investidura, en ningún caso abstenerse para facilitar la formación de un gobierno socialista, aunque este debiera incluir a Podemos en su gobierno y pactar con la izquierda independentista catalana su abstención. Había que acorralarlo, empujarlo a un posible abismo, colocarlo en situación de extremismo para combatirlo mejor, al menos esa es mi impresión a la vista de los hechos. Esa estrategia de confrontación cainita se ha colado en otra dimensión diferente, donde no cabe ni se justifica dado el drama de la pandemia. Aquí, la oposición, debería renunciar a ese tipo de confrontación y pasar de crítica destructiva a crítica constructiva, a ser congruentes y actuar en la línea de algunos de sus dirigentes, como Almeida, Feijoo, incluso, Bonilla. Pero en ningún caso como Ayuso, despreciando a sus colegas en las reuniones de Presidentes con sus tardanzas, tras recibir aviones y hacerse la foto, por poner un ejemplo.

Ayuso, a la que su jefe, Pablo Casado, puso como ejemplo de gestión de la crisis de la pandemia (me trae la memoria cuando Rajoy ejemplarizaba la gestión de Camps en Valencia y otros que luego anduvieron con grandes problemas con la justicia, sin hablar del milagro económico del PP que está en la cárcel), es una bomba de relojería que va a estallar en la cara de Casado y su escudero Egea. Casado fue la apuesta personal de Aznar en el congreso del PP, donde salió elegido como presidente para reemplazar al pasado reciente por otro pasado lejano, que se había ido tras el inicio de la guerra de Irak y las multitudinarias manifestación contra ella por millones de españoles, sazonada por los atentados de Madrid del 11-M. Y cómo no, Casado surgió tras un contestado Rajoy y su espectáculo de fin de ciclo, sentado en una cafetería mientras se cocinaba su moción de censura.

Adiós, dijo Rajoy, allá os apañéis con las intrigas. Y hubo intrigas entre Cospedal, Santamaría y Casado. Ganó Santamaría en la primera vuelta, pero Cospedal, que luego sería defenestrada por su aliado, apoyó a Casado, no sé si por convicción o por dar por saco a Soraya. La conclusión es que Soraya se fue, pasó a mejor vida… en política, pasar a mejor vida consiste en largarse, tras cumplir la etapa activa, a un buen puesto donde se viva mejor y si es con puerta giratoria, mejor que mejor.

Casado puso a los suyos y se dio varios batacazos electorales de marca mayor; generales, municipales, europeas, etc. Difícil resultaba vestir a la mona de seda. Se intentó, pero el fracaso era evidente y alguien tenía que decir: “Lázaron levántate y anda”, y anduvo, mal, pero anduvo tambaleando. Tomó lección, hizo un master, regalado por su jefe, para que siguiera la vieja retahíla del “Márchese señor González”. Desde entonces, a cara de perro, su estrategia está en echar al “impostor” que con malas artes consiguió la Moncloa.

En aquella explosión que detonó Rajoy, con la carga submarina que llevaba adosada (léase corrupción), se resquebrajó el partido y afloró, al desmembrase, un miembro suelto, de su mano derecha, derecha, que cuando se vio libre empezó a llamarles “derechita cobarde”. Y lo fue… no fue capaz de poner los límites entre el miembro amputado y el cuerpo “mater”.  Compitió con su hijo, sin echarlo de casa, y llamó al otro hijo para aunar fuerzas. Los hijos no se hablaban, pero al ser de la misma sangre, se soportaron y bajo el paraguas de papá, vivieron juntos en la casa. Cargaron sus armas con la misma munición y se fueron de caza, intentando que su presa se despeñara en el abismo del extremismo marxista bolivariano, independista, nacionalista, etc. Quisieron traer la derecha al centro, pero era imposible subir el peldaño con aquella carga.

Previamente, tras su nombramiento como presidente del PP, no le dio tiempo a Casado para limpiar la casa antes de las elecciones andaluzas y por un birlibirloque, el que fuera defensor de Soraya, llegó a presidente de la Junta. Trágala, pues. En el reino de Galicia, Feijoo reinaba, sin discusión alguna y siendo para él una amenaza. No despertemos al oso del norte vaya a ser nos coma las entrañas. Quedó Feijoo tranquilo y no dio su batalla.

A ver lo que nos queda, se dijo. Y encontró la cosa chunga. Los otros tres reinos se ganaron por arte de magia. En Castilla León, Murcia y Madrid, tras largas negociaciones, ganaron la batalla diciendo que no era lo que era, pero que sí era, aunque no lo fuera. O sea que se realizó un pacto “antinatura” entre VOX, PP y Cs. considerando que VOX y Cs, al menos en público, no se hablaban; es más, los de Rivera, ya defenestrado, juraban y perjuraban que ellos pactaban con PP y los otros que hicieran lo que les viniera en gana… trágala, pues. Pero en los tres susodichos reinos, se repitió el caso andaluz, donde sólo por obra y gracia de VOX pudieron reinar, lo que indudablemente genera deuda política con el “facedor” del milagro, pues llegar al poder, no habiendo ganado las elecciones, no deja de ser producto de un artificio milagroso, si se clama al público que con VOX no, claro.

¿Y qué pasa después? Cada cual podrá sacar sus propias conclusiones, pero bajo las mías está claro que el PP, malherido, sufre una amputación de su miembro derecho, perdiendo mucha sangres, o sea votos, al que no deja marchar, ofreciéndole ejercer de prótesis, extrema en su derecha, a cambio de asumir parte de sus postulados, evitando aquellos de pudieran rozar la constitucionalidad…

Lo de Ciudadanos fue un drama, pues el alegrón que se llevaron en las primeras elecciones generales, donde tocaron la espalda del PP, idealizando un sorpasso al viejo estilo, les llevó a cometer errores de bulto que traicionaban el espíritu de centro con que fue creado, pues renunciaron a pactar con Sánchez, a quien le podían haber sacado buena tajada y dejaron que cayera en brazos del independentismo, enemigo acérrimo de los “riverianos”. Cosa que debió frustrar a muchos de sus seguidores, tanto que, en las segundas elecciones, se dieron un batacazo tan terrible que causó la muerte política a su líder, pasando de ser tercera fuerza nacional, con espíritu de grandeza representativa, a séptima, caminando viendo las espaldas a los independentistas que circulaban delante. Triste situación que acabó diluida en la pandemia y que sigue esperando a ser resuelta, aunque ya se vislumbran ciertos cambios u orientaciones que puedan garantizar su supervivencia sin ser deglutidos por sus amigos más a la derecha.

Pedro Sánchez, tras su intento, persistiendo hasta última hora en gobernar en solitario, en las generales de la anterior legislatura frustrada, esperando la abstención de la derecha que evitara su pacto con Podemos, sucumbió y se vio forzado a convocar otras elecciones que no cambiaron mucho, dejando, relativamente, la pelota en el alero. La única salida natural que le quedaba a Sánchez, tras la negativa de la derecha a abstenerse, fue pactar a la izquierda, donde, en teoría, debían estar sus votantes ideológicos, con Podemos y con ERC, los indeseables de la derecha y, sorprendentemente, con un PNV que huyó de la quema del PP cuando caía Rajoy.

Resumiendo: Si comparamos las dos últimas elecciones veremos que en la coalición de la derecha ha cambiado el peso específico de cada partido, ahora resulta una coalición donde: VOX = 34.7%; PP = 58.7% y Cs. = 6.6%. Mientras que en la situación anterior los datos eran: Vox = 16.3%; PP = 45% y Cs. = 37,7%. Eso quiere decir que se ha radicalizado más la derecha. La gran pregunta es por qué ha salido tan mal parado Cs. de este cambio. ¿Qué ha hecho mal? Una buena reflexión para su congreso.

Bien, pues de aquellos polvos vienen estos lodos. La derecha está más radicalizada y el PSOE, que pensaba gobernar en solitario, está más amarrado por la izquierda. El asunto está ahora en saber diferenciar la situación previa a la pandemia, donde la problemática era diferente, de esta otra donde, tras la pandemia, las prioridades cambian.

Es aquí donde yo, inocentemente, supongo, solicito que se deje la confrontación irracional y destructiva del contrincante, para asumir la lealtad que requiere el momento, para que el conjunto de los españoles podamos afrontar con éxito, a través de las sinergias resultantes del esfuerzo común, canalizadas hacia la gestión de la crisis, sin excepción ideológica, de raza, religión o lo que fuere, el reto que se nos plantea. Reto que se prolongará con más fuerza a lo económico en cuanto deje de ser objetivo prioritario la resolución de la crisis sanitaria. Ahí, donde ya estamos, se ha de ver qué papel juega el Estado en la defensa y protección de sus ciudadanos, conjugando el proceso económico y productivo con el bienestar de los españoles, mediante una justa y equitativa carga del peso de la crisis.

Mas, me temo, que resultará difícil hacer un buen cesto con estos mimbres, pues la dinámica política ya hace tiempo que dejó de ser política razonable para convertirse en política tóxica.
  

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