Queridos
amigos y lectores, hoy mis neuronas andan revueltas. Yo diría que han
cortocircuitado y han parido una reflexión abstracta sobre la vida, el suicidio
y el más allá, que, con su aspecto divagante, solo pretende cotejar actitudes
vitales según convenga al interesado… Allá cada cual, pues esto forma parte de la
interioridad personal que ampara la singularidad de cada uno. Yo, por si acaso, os pido disculpas por remover en vuestro interior semejante cavilación...
Este es el relato:
No
había atendido adecuadamente a su continente, a su envoltorio y soporte, su
cuerpo estaba marchito, anómalamente servil, ya no podía soportar la actividad
requerida. Hacía aguas por doquier. Su mente, el contenido, se sentía culpable
de ello a la par que defraudada. No había cuidado, agradecidamente, el soporte
de su ser y se debatía entre la culposa incriminación y el insufrible lastre
que significaba su estado actual. La disociación entre cuerpo y mente, entre
continente y contenido, era un hecho insoportable.
El
ritmo de vida tenía que frenarse, sus ímpetus, amores, yantares, viajes y
excesos de excitantes y alegría chocaban con la limitación del vehículo que le
transportaba… choques, accidentes, pinchazos, restricciones, en suma, que lo agobiaban
hasta la indolente inoperancia.
El
vuelo de la vida iba lastrado por el peso apático de un viejo cuerpo donde
anidaba un exceso de juventud incontrolada, de frustrada lozanía, que se
rebelaba contra la realidad de un ciclo vital donde reinaba el deterioro
físico… No, aquello no era soportable. Necesitaba seguir volando libremente sin
ese lastre… ¿Pero cómo conseguirlo?
La
luz iluminó su cara, sus ojos brillaron de alegría, su mente se sintió aliviada,
el precio era alto pero encontraría de nuevo la libertad. Subió quedamente a la
cumbre de la montaña y rescindió el contrato con su cuerpo, saltó al vacío y su
espíritu voló libremente por el aire, mientras caía al suelo su cuerpo deforme
e inerte. Abandonó el continente para volverse etéreo en la libertad del
espíritu puro que no tiene ataduras, se fusionó con el universo, se integró en
su energía y devolvió el cuerpo a la tierra, pues del polvo vino y a él se lo
entregó…
Os
propongo otros dos desenlaces:
Desenlace a)
En
esta dimensión del camino, todo era gozo, omnipotencia, fusión cósmica y… pero
miró hacia abajo y le llamó la atención cuanto había dejado por hacer, cuanto
trabajo inconcluso. Los objetivos de su vida no estaban cubiertos y había
abandonado cobardemente, huyendo, bajo el manto de su hedonismo, de sus
obligaciones, para buscar el goce, la voluptuosidad que inyectaban sus
sentidos, su sensualidad… No supo fusionarse con su cuerpo, con el instrumento
que le fue dado para hacer todo aquello que quedaba por hacer, no lo cuidó y
mimó para mantener la alianza entre el espíritu y la materia de forma eficaz…
Ahora
comprendía que, huyendo de la tragedia de la disociación entre cuerpo y mente,
renunciando a cuidar su continente y pensando en exclusiva en el contenido, había
provocado otra gran tragedia. Tendría que volver para reparar el estropicio,
para pulir su espíritu indómito y fraguarse en la fusión energética que hace
sublime a la materia en conjunción con la energía cósmica universal. La
incógnita era con cual cuerpo y estado le tocaría lidiar a su vuelta.
El
miedo empezó a invadirlo pensando que llegaba con las manos vacías, que podría
ser recriminado y devuelto de nuevo a ese infierno del que había escapado. Su suicidio, en lugar de la liberación de
aquel penoso cuerpo, le podía obligar a volver nuevamente al caos, lo que
significaba “la más cara de las tragedias”.
Desenlace b)
Pero
hete aquí que de golpe descubrió que su cuerpo y él eran una misma cosa. Que si
su cuerpo desaparecía, dejaba de funcionar, todo terminaría y pasaría a formar
parte de la nada. Él era la conjunción del azar con extrañas leyes biológicas
que solo tenían sentido si se daban determinadas reacciones bioquímicas. Que su
pensamiento indómito no era más que procesos bioquímicos consecuentes a
reacciones ante estímulos externos, que desencadenaban una función cognitiva al
amparo de la fantasía, de las frustraciones y de las vivencias que
condicionaban su visión de la vida. Que si su cuerpo moría, todo desaparecería
en la nada…
Entonces
el miedo laceró su mente, más ya no pudo volverse atrás. El vacío atrae,
succiona y lo absorbe todo. Su caída libre solo tenía un final, que es la
muerte, la desaparición. El cuerpo despreciado tomó buena venganza y lo condujo
a la nada, a la inexistencia. El sujeto hedonista que quiso liberarse de las
ataduras del cuerpo, acabó en la nulidad, tomó conciencia de su levedad y grito
desesperadamente en su libre caída aterrorizado por aquella conclusión… Al
final se preguntó: ¿Por qué no cuidé de mi cuerpo para poder disfrutar más de
la vida? Esta es mi gran tragedia, “la más cara de las tragedias”...