Ante todo querría pedirle disculpas por el dislate y
el sadismo que le van a llevar a la muerte. Ya sé que usted no tiene la culpa,
que para algunos es un mero ejercicio de diversión y de salida de sus instintos
más viles, aquellos que solo se colman con la sangre, con el sufrir de un
inocente animal que, sin comerlo ni beberlo, acaba en sus redes. Dentro de su
cobardía se podrán creer muy valientes por retar innecesariamente a un animal,
posiblemente más humano que ellos, a un combate donde un grupo de personas se
alían para vejar y atentar contra la vida ajena. Es una cobardía arropada por
el grupo, por la turba donde se diluye la responsabilidad, donde se pierde la individualidad
para someterse a ese grupo que te lleva a destrozar los principios más
elementales de la vida, de la ética, que deben adornar los actos de los hombres.
Los grupos tiene su peligro si arrastran a la gente a la inconsciencia, a la
sumisión y alienación, a la pérdida de los valores personales para aceptar los
de otros, llevados por al ardor de la masa.
Defender esto con base en la tradición y en la
cultura popular es tan miserable como defender la violencia ejercida desde el
poder. Esta “llamada tradición” es de tiempos medievales, que ya se deberían
haber superado… La tradición se rompe cuando no encaja en la evolución de la
sociedad, los seres humanos evolucionamos y cuando hay gente que frena esa
evolución, que pone palos en las ruedas y reivindica estas animaladas (con
perdón de los animales que no suelen hacer esto en ningún caso) solo cabe
llamarlos trogloditas, anacrónicos y crueles seres que anclan en un pasado sus
instintos más despreciables y abominables. Jueguen al futbol, practiquen algún
deporte para el divertimento y la necesidad de autoafirmación, pero respeten la
vida de los otros seres, pues no tienen ningún derecho sobre ella. Atacar a
otro ser y arrebatarle la vida sin ninguna justificación es un ejercicio que lleva
a preguntarse: ¿dónde empieza y dónde concluye el intento de justificar el
acto? Puede ser un toro, que yo no sé que podrá haber hecho el pobre toro para
merecer esto; puede ser cualquier otro animal, pero, en todo caso, subyace la
necesidad de mostrar el miserable dominio que los seres humanos ostentan sobre el
resto de la creación, incluso sobre sus semejantes. Mal se debió entender el mensaje del Génesis,
cuando Dios creó al hombre el sexto día. Dice así:
Génesis 1:26-31
26 Dijo Dios:
—Hagamos al hombre a nuestra imagen, según
nuestra semejanza. Que domine sobre los peces del mar, las aves del cielo, los
ganados, sobre todos los animales salvajes y todos los reptiles que se mueven
por la tierra.
27 Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de
Dios lo creó; varón y mujer los creó.
28 Y los bendijo Dios, y les dijo:
—Creced, multiplicaos, llenad la tierra y
sometedla; dominad sobre los peces del mar, las aves del cielo y todos los
animales que reptan por la tierra.
29 Y dijo Dios:
—He aquí que os he dado todas las plantas
portadoras de semilla que hay en toda la superficie de la tierra, y todos los
árboles que dan fruto con semilla; esto os servirá de alimento. 30 A
todas las fieras, a todas las aves del cielo y a todos los reptiles de la
tierra, a todo ser vivo, la hierba verde le servirá de alimento. Y así fue.
31 Y vio Dios todo lo que había hecho; y he aquí
que era muy bueno. Hubo tarde y hubo mañana: día sexto.
Aunque uno no crea en estas cosas, hemos de entender
que sí han influido mucho en la cultura de los pueblos y que la propia religión
ha sembrado la semilla de este credo. Y aquí hay dos cuestiones de peso que
merecen aclararse. O Dios es malo y violento hasta con su propia creación, pues
si ha creado al hombre a su imagen y semejanza, debe parecerse a él y aprueba
el sadismo contra los otros animales de la creación; o el hombre, en el
desequilibrio entre bondad y maldad, ha optado por la maldad y ataca y destruye
la creación de Dios, abusando del dominio que le dio sobre el resto de ella
para gestionarla y protegerla permitiendo que crecieran y se multiplicaran
todos los seres.
A mí me da la sensación de que quienes actúan contra
el toro de la Vega o ejercitan cualquier otro acto semejante, quienes muestran
su sadismo y agresividad, llevan una buena dosis de inmadurez en su mente y de
la maldad agresiva y destructora de la propia creación. Necesitan mostrar su
dominio sobre las cosas exhibiendo el poder de quitar la vida, el máximo y
sublime poder que solo le tocaría a Dios mediante el fin de un ciclo vital, en
lugar de protegerla y ayudar y potenciar el desarrollo del conjunto de esa creación.
Claro que llevado a un extremo del desprecio a la
vida, cabe preguntarse si ese mismo acto lo harían con otra vida de “orden
superior”, con un humano desafecto, por ejemplo… y eso, como ya sabemos, sí es
posible, pues se hace y ejercita en otras culturas y en la nuestra en el
pasado. Lapidar a quien no es como nosotros o no cree en lo mismo, a quien infringe
una norma o ley, a quien es un hereje
y/o peca, es como asaetear al toro de la Vega elevado a la enésima potencia. La
masa, el grupo enardecido, es capaz de todo cuando pierde la brida de la
sensatez y se somete al grupo irracional.
El desprecio a la vida ajena, sea o no de un animal,
y el ejercicio de la violencia como forma de divertimento, hace indignas a las personas
que la ejercen. Esa indignidad es reprobable y denunciable hasta conseguir que
el ser humano sea, eso, más humano y ejerza una conciencia más racional,
responsable y respetuosa con el entorno y la vida que lo conforma. Tanto si se
tiene un credo religioso como si no, el ser humano tiene la responsabilidad,
como ser superior, pensante, en tutelar y mantener el desarrollo de su entorno
y el respeto a la vida, como ya he dicho.
Los responsables de dar cobertura legal a ese acto,
son corresponsables de la barbaridad tanto como el que asaetea o lancea al toro,
pues siguen manteniendo el anacronismo de una fiesta medieval que sobrepasa el
desarrollo y evolución de la ética de los pueblos. Ellos, también se enmarcan
en ese anacronismo ideológico y político.