Parece que los cambios necesarios
en nuestro sistema de salud pública no afloran y se sostienen en el tiempo con
las mismas problemáticas. La dicotomía asistencia primaria vs hospitalaria
persiste enfocada no tanto al bien común de la ciudadanía, sino a los intereses
económicos de las multinacionales y el mundo empresarial que pesca en el mar de
la asistencia curativa, más que en el de la preventiva.
He aquí un artículo que publiqué en
1987 en el diario SUR sobre el tema y que se mantiene de rabiosa actualidad,
pues no hemos evolucionado mucho por el camino de la política sanitaria desde
hace casi 36 años. Persiste el interés en el negocio antes que en la propia
salud integral del ciudadano... Transcribo el viejo texto convencido de su
actualidad.
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EL DERECHO A LA SALUD (Publicado
por Diario Sur el 8/8/87, pag. 23 - OPINIÓN)
El derecho a la salud es uno de los
más preciados por el ciudadano, puesto que, consecuentemente, implica el
derecho a la vida. La salud no se puede entender como el mero hecho de la
ausencia de enfermedad, sino que es un concepto mucho más amplio y difícilmente
definible, en cuanto responde más a un estado personal o individual resultante
de la conjunción de tres factores como son el biológico, el psicológico y el
social, que a una definición rígida y aplicable a todo ser humano. Cabría
recordar aquí esa frase tan “manida”, pero tan real de: “No hay enfermedades,
sino enfermos”, pero aplicada al concepto de salud. Por tanto, un individuo se
acercaría más a la salud total, cuanto mejor y más adecuada respuesta emitiera
ante un estímulo dado en cualquiera de los tres factores o áreas a que me he
referido.
De todo lo anterior se desprende
que la política sanitaria debe ser redefinida, en parte, y enfocada hacia la
salud y no hacia la curación exclusivamente, de acuerdo con los objetivos
establecidos por la OMS en Alma-Ata.
Hasta hoy los sistemas sanitarios
se orientaron básicamente hacia la curación con el consiguiente apoyo en
centros y técnicas específicamente curativas, como son los hospitales. Esto ha
hecho que la mayor parte del esfuerzo económico se realice en aras de una mejor
asistencia hospitalaria, quedando relativamente en el olvido el medio
asistencial extrahospitalario.
Si hacemos una incursión
retrospectiva hacia las últimas décadas, comprobaremos mejor la situación
actual y, consecuentemente, podremos realizar un mejor diagnóstico de la misma.
Nuestro país, que entra en la
década de los 40 prácticamente desolado por la guerra y aislado posteriormente
a nivel internacional tras la evolución de la II guerra mundial, encuentra
graves dificultades para su reconstrucción, permitiéndosele subir al tren del
progreso en uno de los últimos vagones a un precio considerable. La dependencia
tecnológica, que se mantiene en nuestros días, es claro reflejo de ello, amén
de otras que no vienen al caso desarrollar.
En estas circunstancias fue
necesario el replanteo y estructuración de un sistema sanitario adecuado. Pero
la respuesta no fue, a mi entender, la idónea. Basándose en la expansividad que
permitían unos ingresos considerable, mediante las cuotas que empresarios y
trabajadores aportaban a la Seguridad Social y en el bajo coste inicial de la
misma, se entró en una espiral difícilmente controlable a largo plazo. Se
construyeron macrohospitales en las grandes ciudades, dejando a un lado a las
comarcas y al medio rural, se dotaron de sofisticados medios, olvidando los
aspectos elementales en la atención extrahospitalaria; se potenció la
superespecialización y se dejó en relativo abandono al médico y practicante de
cabecera o cupo. En resumen, sufrió un gran empuje el medio hospitalario (que
era necesario), y se olvidó el extrahospitalario (donde también lo era). Esto
confirma, en parte, el hecho de que el esfuerzo iba encaminado hacia la
curación y no hacia la prevención y la salud. De todas formas, esta circunstancia
no deja de tener un “tufillo” extraño, en cuanto las multinacionales hacen “su
agosto” (enlácese esto con la dependencia tecnológica a que me refería antes).
Lógicamente los “agostos” económicos para estas empresas (fármacos,
electromedicina, aparataje, materiales varios, etc.) son más sustanciosos con
la curación que con la prevención.
Es en este punto donde, a mi
entender, se demostró una miopía proyectiva. Eran excelentes circunstancias
(había poco hecho) para plantear una filosofía sanitaria enfocada más hacia la
equidad y la salud, que para las superestructuras hospitalarias. Sin embargo,
los grandes presupuestos se dirigen hacia los hospitales y se vacía del
contenido económico necesario el resto de la asistencia. Diría más, incluso a
nivel institucional, no se tuvo la intuición suficiente para dar opción a un
cambio posterior que permitiera planteamientos y reformas consecuentes con la
evolución socio-económica previsible. La situación actual y los pasados
conflictos en el área sanitaria dan fe de ello, en gran medida. El sistema
sanitario ha demostrado ser un gran “monstruo”, difícilmente manejable
(gestionable), en tanto que tiene tentáculos anclados en multitud de intereses,
tanto económicos como socio-profesionales o de filosofía asistencial.
La situación actual se objetiva en
una gran estructura sanitaria, de difícil gestión, con una capacidad
especializada en “respuestas terminales” a la enfermedad con poco potencial
preventivo y de atención primaria, impregnada de intencionalidad curativa, pero
falta de capacitación para promover la salud.
Los nuevos tiempos, que a nivel
sanitario se apoyarían en la conferencia de Alma-Ata, con su lema de “Salud
para todos”, requieren un cambio considerable en la filosofía asistencial. No
se puede negar que en los últimos años hemos vivido un proceso evolutivo sin
precedentes, sobre todo, a nivel tecnológico y de servicios. Pero cabe
preguntarse: ¿Ha servido este para hacer al hombre más libre, más integro, más
dueño de sí mismo? Las respuestas pueden ser varias, pero nunca un sí rotundo,
en todo caso un “sí, pero…”.
La salud se ha visto incrementada,
pero no lo suficiente. Han desaparecido enfermedades y se han controlado otras,
pero han aflorado patologías desconocidas basadas en gran medida en el sistema
de vida. El ciudadano tiene más información, pero no toda la precisa y
necesaria. La enseñanza está más al alcance de la mano, pero no es la adecuada
para “ser”, sino más bien para “estar”. La riqueza se ha incrementado, pero no
está bien repartida. Etc., etc. de “peros…”.
Por tanto, cuestionemos la
situación, critiquémosla y sacaremos conclusiones que nos permitan redefinirla
y estructurar un sistema sanitario integral, adecuado a nuestras necesidades
como ciudadanos de pleno derecho. Pero no caigamos en el error típico de
criticar para que otros hagan… La crítica debe aportar alternativas en las que
nos hemos de implicar. Nadie tiene derecho a exigir que se construya algo a su
gusto si no participa en ello de forma decidida.
En estos días se han celebrado
varios foros de enfermería en nuestra provincia. En ellos se han intentado
analizar los 38 objetivos que se han planteado cumplir los países del área
europea de la OMS y la implicación que enfermería tiene en ellos. Las
conclusiones, que espero sean publicadas en su día, han sido varias. Además de
quedar de manifiesto el entusiasmo de un colectivo de profesionales por aportar
algo para mejorar la salud de sus conciudadanos, yo me atrevería a desprender
dos importantes conclusiones:
1. Educación para la salud.
2. Potenciación de la atención
primaria.
La educación para la salud es un
concepto que engloba una “filosofía de vida”, una actitud, tanto colectiva como
individual, encaminada a dar a conocer al individuo y su medio, aspectos
relacionados con su “funcionamiento” bio-psico-social para hacerle más
conocedor de sí mismo y de forma más integral. Esto hace replantearnos la
enseñanza en las propias escuelas, la utilización más eficaz de los medios de
comunicación en este sentido, la concienciación del ser humano al respecto. Un
ser es más libre en cuanto más autonomía y conocimiento de sí mismo tiene, lo
que le lleva a una mayor independencia. Por otro lado, los técnicos en salud
tenemos un papel de principal importancia en esta educación. Nuestra función educativa,
tanto del individuo sano como enfermo, debe ser asumida y respetada en su
totalidad, para lo cual nuestros propios sistemas de formación deben de
reajustarse y ser enfocados en ese sentido de forma más decidida.
Potenciar la atención primaria
implicaría ir desplazando el eje sobre el que pivota la asistencia, desde el
medio hospitalario al extrahospitalario. Este es un proceso lento, pero debe
ser decidido. Los resultados se plasmarían a medio y largo plazo, asumiéndose
en atención primaria la mayor parte de la resolución de los problemas de salud
y apoyándose en la atención secundaria y terciaria para los casos más
complejos. Al mismo tiempo, cabe suponer que se podría llevar a término un
corrimiento paulatino de los presupuestos económicos con arreglo a la
situación, sin quedar descapitalizado en ningún caso el medio hospitalario.
Es evidente que los centros de
salud, donde se debe realizar la atención primaria, son pocos y están mal
dotados aún. Pero de nada nos servirá rodearnos de estos centros si no les
llenamos de contenido. Se necesitan unos profesionales con un nuevo sentido de
la asistencia, capacitados para ella, enfocada hacia la promoción y prevención
de la salud, además de la curación y rehabilitación. Esto implica la inclusión
de otras profesiones no tan comprometidas, hasta hoy, en la asistencia
sanitaria; me refiero a psicólogos, veterinarios, sociólogos, asistentes
sociales, etc.
No obstante, la creación de un
centro de salud, por sí solo, no puede garantizar la consecución de los
objetivos descritos. Se necesita una cooperación multisectorial, una actitud
más participativa de la población, incluso un incremento de la cooperación
internacional para resolver los problemas comunes. No se puede dejar solos a
los profesionales de la salud, hay que apoyarlos, dotarlos de los medios
adecuados cuando los objetivos son claros. La Administración debe mantener una
política sanitaria consecuente, con miras al futuro, planificando un proceso
metódico que permita el cambio paulatino del sistema. En ello estamos y eso
queremos los profesionales. Esperemos que la Administración dé nuevos impulsos
a la atención primaria, que los frenazos perceptibles sirvan para tomar nuevas
fuerzas y evitar errores, pero en ningún caso que se aborte la reforma del
sistema sanitario.
Antonio Porras Cabrera
(Agosto de 1987)