Dragón hace un comentario en mi post anterior remitiéndonos a la obra de José Ingenieros. Al amparo de esa oferta desarrollo esta otra entrada como colofón a mi ocurrencia nº 14.
El Hombre mediocre es un libro del sociólogo y médico argentino José Ingenieros, publicado en el año 1913. La obra trata sobre la naturaleza del hombre, oponiendo dos tipos de personalidades: la del hombre mediocre y la del idealista, analizando las características morales de cada uno, y las formas y papeles que estos tipos de hombres han adoptado en la historia, la sociedad y la cultura.
Tuvo gran influencia en la juventud latinoamericana de su tiempo y en especial en el movimiento de la Reforma Universitaria iniciado en 1918.
El mediocre.El hombre mediocre es incapaz de usar su imaginación para concebir ideales que le propongan un futuro por el cual luchar. De ahí que se vuelva sumiso a toda rutina, a los prejuicios, a las domesticidades y así se vuelva parte de un rebaño o colectividad, cuyas acciones o motivos no cuestiona, sino que sigue ciegamente. El mediocre es dócil, maleable, ignorante, un ser vegetativo, carente de personalidad, contrario a la perfección, solidario y cómplice de los intereses creados que lo hacen borrego del rebaño social. Vive según las conveniencias y no logra aprender a amar. En su vida acomodaticia se vuelve vil y escéptico, cobarde. Los mediocres no son genios, ni héroes ni santos. Un hombre mediocre no acepta ideas distintas a las que ya ha recibido por tradición (aquí se ve en parte la idea positivista de la época, el hombre como receptor y continuador de la herencia biológica), sin darse cuenta de que justamente las creencias son relativas a quien las cree, pudiendo existir hombres con ideas totalmente contrarias al mismo tiempo. A su vez, el hombre mediocre entra en una lucha contra el idealismo por envidia, intenta opacar desesperadamente toda acción noble, porque sabe que su existencia depende de que el idealista nunca sea reconocido y de que no se ponga por encima de sí. "Cuando la mediocracia encuba pollipavos no tienen atmósfera los aguiluchos".
El idealista.El idealista es un hombre capaz de usar su imaginación para concebir ideales legitimados sólo por la experiencia y se propone seguir quimeras, ideales de perfección muy altos, en los cuales pone su fe, para cambiar el pasado en favor del porvenir; por eso está en continuo proceso de transformación, que se ajusta a las variaciones de la realidad. El idealista contribuye con sus ideales a la evolución social, por ser original y único; se perfila como un ser individualista que no se somete a dogmas morales ni sociales; consiguientemente, los mediocres se le oponen. El idealista es soñador, entusiasta, culto, de personalidad diferente, generoso, indisciplinado contra los dogmáticos. Como un ser afín a lo cualitativo, puede distinguir entre lo mejor y lo peor; no entre el más y el menos, como lo haría el mediocre. Sin los idealistas no habría progreso: su juventud y renovación son constantes. El idealista tiene su propia verdad y no se supedita a la de los otros; no se mueve por criterios acomodaticios, sino según ideales más altos. En cuanto a las circunstancias, su medio, la educación que recibe de otros, las personas que lo tutelan y las cosas que lo rodean, se levanta por encima de ellos: piensa por sí mismo. No busca el éxito, sino la gloria, ya que el éxito es solo momentáneo: tan pronto como llega se va.
La reflexión personal que me provoca es la siguiente:Visto lo visto y leído en nuestras publicaciones blogueras, creo que la mayoría nos encuadraríamos en el hombre y la mujer idealista. Eso me gusta, pues aún sintiéndose mediocre en algunos aspectos de la vida, el proceso evolutivo lo realizamos en huída de la mediocridad, salvo el estancamiento acomodaticio a esa vaguedad ideológica y entreguista que muchos practican.
Existe una masa social mediocre, entregada, nada idealista ni racionalmente crítica, que solo se ocupa de su bienestar egoístamente, que se somete a axiomas y principios tradicionalmente establecidos, nada cuestionables por ser dogmáticos, amparada y sostenida en la seguridad, parsimonia, despreocupación, etc. que le llevan a una vida tranquila y sosegada, sin conflictos por reflexiones inquisitoriales de la mente, que crean cuestionamientos, disquisiciones, controversias e inseguridades. Esta actitud social es un excelente caldo de cultivo para incautarse del poder los espabilados de turno, que mediante el sostenimiento de esa imagen de seguridad y satisfacción de las necesidades básicas y de las tradiciones, bloquean el desarrollo del idealismo, que acompaña a toda evolución, mediante el apoyo sistemático de esa mediocridad entregada.
La maleabilidad de esta masa es manifiesta. Desde un punto de vista sociológico está demostrado que, tocando los puntos y motivaciones adecuados, se puede dirigir esa multitud hacia los fines más disparatados, incluida la guerra. Es más, necesita líderes que les dirijan, que piensen por ellos, que sean capaces de gobernar y encauzar la solución de los problemas sin causarles quebraderos de cabeza. Son sujetos capaces de renunciar a su soberanía y entregársela a dictadorzuelos, o líderes de tres al cuarto, que son menos mediocres que ellos, para evitar pensar y preocuparse de los asuntos de la comunidad. Por tanto, como decía en mi ocurrencia anterior, con el dominio de los medios de comunicación se crea opinión, se consiguen adeptos y se aliena a la gente para obtener su consentimiento y entrega a la causa que defiende el líder.
Lógicamente, al poder establecido tradicionalmente no le interesa crear o potenciar los idealismos, o el idealista, puesto que ello conlleva el cuestionamiento sistemático de lo existente y la búsqueda de alternativas más justa, humanas y coherentes en la solución de los problemas y en la creación de estructuras de gestión más adecuadas a los intereses comunes de la sociedad y, por ende, a debatir el entramado que le sostiene en el poder. Seguirán practicando su adoctrinamiento, basado en los principios elementales que los sustentó siempre, y acusarán a los otros de adoctrinar en otra dirección al ciudadano, negando que ellos lo hagan dado que solo trasmiten lo existente, la tradición.
Pero, claro, el adoctrinamiento es básico en la ciudadanía. Se han de tener unos valores y creencias que lleven a actitudes y conductas que generen una sana convivencia. La convivencia mediante imposición de principios y valores es negativa, puesto que es coercitiva y castrante de la libertad. Entonces, lo lógico es definir esos principios que sean aceptados por todos y respetar las diferencias sin que se impongan creencias excluyentes y descalificadoras, haciendo que el ciudadano los asuma y practique, para el bien de la coexistencia.
¿Se podría llegar a un acuerdo de cuáles son estos valores? En todo caso, serían valores que ayudaran a salir de la mediocridad y llevar al desarrollo del idealismo social con posiciones de compatibilidad y no de enfrentamiento sistemático. Valores de receptividad y respeto, de tolerancia y aceptación de los demás, de rechazo a lo impuesto injustamente, el culto a la diversidad enriquecedora y a la soberanía del sujeto ciudadano sobre el Estado, entendiendo este como el resultado de una alianza de voluntades en lugar de una imposición de las mismas; de unas sinergias constructivas y sumatorias en lugar de la confrontación anuladora de energías y voluntades comunes. Creo que el camino, la calle, es un Estado laico, dónde se respeten las ideas de todos y cada uno, sus creencias y valores, pero que estas sean respetuosas que los principios generales. Que los adoctrinamientos religiosos se hagan en las iglesias, mezquitas, sinagogas o demás, y el adoctrinamiento social se haga en las escuelas, puesto que la escuela es el nexo común que une a todos los niños en el proceso de formación, sean de la religión que sean. La formación en la convivencia social es común mientras las creencias religiosas son personales y cuestiones de fe y no de razonamiento, bajo mi punto de vista.
Por tanto, propongo circular por la calzada, por en medio de la calle, acercándose más a una u otra acera en función de las circunstancias, buscando el solecito en los días de frío y la sombra en el calor, pero siempre por decisión propia y razonada, sin que nadie me obligue a ir por su acera y a comulgar con ruedas de molino. Establezcamos unas normas comunes de circulación para hacer compatible el tránsito por la calle de la vida, respetando la diversidad y los ritmos, pero enfrentándonos a aquellos que circulan en dirección contraria, a los que nos quieren parar u obligar a circular por la acera de sus intereses condicionando nuestra marcha. Al final de la calle está la realización personal, la consecución de los objetivos individuales y colectivos, vayamos juntos y en armonía.
Eso sí, para evitar ser “atropellados”, hagamos la calle peatonal, evitando que el poderoso, con su coche, nos haga subir a una de las aceras y no podamos comunicarnos con los que piensan de forma diferente. Por otro lado, siguiendo con el símil, el poderoso está acostumbrado a circular en vehículo ostentoso del poder, envidiable y causante de admiración. Ese vehículo deja muchos muertos en la cuneta, muchas diferencias e insatisfacciones, muchas injusticias distributivas, mucha insolidaridad... ¿Nos vamos todos andando y cogidos de la mano?
El Hombre mediocre es un libro del sociólogo y médico argentino José Ingenieros, publicado en el año 1913. La obra trata sobre la naturaleza del hombre, oponiendo dos tipos de personalidades: la del hombre mediocre y la del idealista, analizando las características morales de cada uno, y las formas y papeles que estos tipos de hombres han adoptado en la historia, la sociedad y la cultura.
Tuvo gran influencia en la juventud latinoamericana de su tiempo y en especial en el movimiento de la Reforma Universitaria iniciado en 1918.
El mediocre.El hombre mediocre es incapaz de usar su imaginación para concebir ideales que le propongan un futuro por el cual luchar. De ahí que se vuelva sumiso a toda rutina, a los prejuicios, a las domesticidades y así se vuelva parte de un rebaño o colectividad, cuyas acciones o motivos no cuestiona, sino que sigue ciegamente. El mediocre es dócil, maleable, ignorante, un ser vegetativo, carente de personalidad, contrario a la perfección, solidario y cómplice de los intereses creados que lo hacen borrego del rebaño social. Vive según las conveniencias y no logra aprender a amar. En su vida acomodaticia se vuelve vil y escéptico, cobarde. Los mediocres no son genios, ni héroes ni santos. Un hombre mediocre no acepta ideas distintas a las que ya ha recibido por tradición (aquí se ve en parte la idea positivista de la época, el hombre como receptor y continuador de la herencia biológica), sin darse cuenta de que justamente las creencias son relativas a quien las cree, pudiendo existir hombres con ideas totalmente contrarias al mismo tiempo. A su vez, el hombre mediocre entra en una lucha contra el idealismo por envidia, intenta opacar desesperadamente toda acción noble, porque sabe que su existencia depende de que el idealista nunca sea reconocido y de que no se ponga por encima de sí. "Cuando la mediocracia encuba pollipavos no tienen atmósfera los aguiluchos".
El idealista.El idealista es un hombre capaz de usar su imaginación para concebir ideales legitimados sólo por la experiencia y se propone seguir quimeras, ideales de perfección muy altos, en los cuales pone su fe, para cambiar el pasado en favor del porvenir; por eso está en continuo proceso de transformación, que se ajusta a las variaciones de la realidad. El idealista contribuye con sus ideales a la evolución social, por ser original y único; se perfila como un ser individualista que no se somete a dogmas morales ni sociales; consiguientemente, los mediocres se le oponen. El idealista es soñador, entusiasta, culto, de personalidad diferente, generoso, indisciplinado contra los dogmáticos. Como un ser afín a lo cualitativo, puede distinguir entre lo mejor y lo peor; no entre el más y el menos, como lo haría el mediocre. Sin los idealistas no habría progreso: su juventud y renovación son constantes. El idealista tiene su propia verdad y no se supedita a la de los otros; no se mueve por criterios acomodaticios, sino según ideales más altos. En cuanto a las circunstancias, su medio, la educación que recibe de otros, las personas que lo tutelan y las cosas que lo rodean, se levanta por encima de ellos: piensa por sí mismo. No busca el éxito, sino la gloria, ya que el éxito es solo momentáneo: tan pronto como llega se va.
La reflexión personal que me provoca es la siguiente:Visto lo visto y leído en nuestras publicaciones blogueras, creo que la mayoría nos encuadraríamos en el hombre y la mujer idealista. Eso me gusta, pues aún sintiéndose mediocre en algunos aspectos de la vida, el proceso evolutivo lo realizamos en huída de la mediocridad, salvo el estancamiento acomodaticio a esa vaguedad ideológica y entreguista que muchos practican.
Existe una masa social mediocre, entregada, nada idealista ni racionalmente crítica, que solo se ocupa de su bienestar egoístamente, que se somete a axiomas y principios tradicionalmente establecidos, nada cuestionables por ser dogmáticos, amparada y sostenida en la seguridad, parsimonia, despreocupación, etc. que le llevan a una vida tranquila y sosegada, sin conflictos por reflexiones inquisitoriales de la mente, que crean cuestionamientos, disquisiciones, controversias e inseguridades. Esta actitud social es un excelente caldo de cultivo para incautarse del poder los espabilados de turno, que mediante el sostenimiento de esa imagen de seguridad y satisfacción de las necesidades básicas y de las tradiciones, bloquean el desarrollo del idealismo, que acompaña a toda evolución, mediante el apoyo sistemático de esa mediocridad entregada.
La maleabilidad de esta masa es manifiesta. Desde un punto de vista sociológico está demostrado que, tocando los puntos y motivaciones adecuados, se puede dirigir esa multitud hacia los fines más disparatados, incluida la guerra. Es más, necesita líderes que les dirijan, que piensen por ellos, que sean capaces de gobernar y encauzar la solución de los problemas sin causarles quebraderos de cabeza. Son sujetos capaces de renunciar a su soberanía y entregársela a dictadorzuelos, o líderes de tres al cuarto, que son menos mediocres que ellos, para evitar pensar y preocuparse de los asuntos de la comunidad. Por tanto, como decía en mi ocurrencia anterior, con el dominio de los medios de comunicación se crea opinión, se consiguen adeptos y se aliena a la gente para obtener su consentimiento y entrega a la causa que defiende el líder.
Lógicamente, al poder establecido tradicionalmente no le interesa crear o potenciar los idealismos, o el idealista, puesto que ello conlleva el cuestionamiento sistemático de lo existente y la búsqueda de alternativas más justa, humanas y coherentes en la solución de los problemas y en la creación de estructuras de gestión más adecuadas a los intereses comunes de la sociedad y, por ende, a debatir el entramado que le sostiene en el poder. Seguirán practicando su adoctrinamiento, basado en los principios elementales que los sustentó siempre, y acusarán a los otros de adoctrinar en otra dirección al ciudadano, negando que ellos lo hagan dado que solo trasmiten lo existente, la tradición.
Pero, claro, el adoctrinamiento es básico en la ciudadanía. Se han de tener unos valores y creencias que lleven a actitudes y conductas que generen una sana convivencia. La convivencia mediante imposición de principios y valores es negativa, puesto que es coercitiva y castrante de la libertad. Entonces, lo lógico es definir esos principios que sean aceptados por todos y respetar las diferencias sin que se impongan creencias excluyentes y descalificadoras, haciendo que el ciudadano los asuma y practique, para el bien de la coexistencia.
¿Se podría llegar a un acuerdo de cuáles son estos valores? En todo caso, serían valores que ayudaran a salir de la mediocridad y llevar al desarrollo del idealismo social con posiciones de compatibilidad y no de enfrentamiento sistemático. Valores de receptividad y respeto, de tolerancia y aceptación de los demás, de rechazo a lo impuesto injustamente, el culto a la diversidad enriquecedora y a la soberanía del sujeto ciudadano sobre el Estado, entendiendo este como el resultado de una alianza de voluntades en lugar de una imposición de las mismas; de unas sinergias constructivas y sumatorias en lugar de la confrontación anuladora de energías y voluntades comunes. Creo que el camino, la calle, es un Estado laico, dónde se respeten las ideas de todos y cada uno, sus creencias y valores, pero que estas sean respetuosas que los principios generales. Que los adoctrinamientos religiosos se hagan en las iglesias, mezquitas, sinagogas o demás, y el adoctrinamiento social se haga en las escuelas, puesto que la escuela es el nexo común que une a todos los niños en el proceso de formación, sean de la religión que sean. La formación en la convivencia social es común mientras las creencias religiosas son personales y cuestiones de fe y no de razonamiento, bajo mi punto de vista.
Por tanto, propongo circular por la calzada, por en medio de la calle, acercándose más a una u otra acera en función de las circunstancias, buscando el solecito en los días de frío y la sombra en el calor, pero siempre por decisión propia y razonada, sin que nadie me obligue a ir por su acera y a comulgar con ruedas de molino. Establezcamos unas normas comunes de circulación para hacer compatible el tránsito por la calle de la vida, respetando la diversidad y los ritmos, pero enfrentándonos a aquellos que circulan en dirección contraria, a los que nos quieren parar u obligar a circular por la acera de sus intereses condicionando nuestra marcha. Al final de la calle está la realización personal, la consecución de los objetivos individuales y colectivos, vayamos juntos y en armonía.
Eso sí, para evitar ser “atropellados”, hagamos la calle peatonal, evitando que el poderoso, con su coche, nos haga subir a una de las aceras y no podamos comunicarnos con los que piensan de forma diferente. Por otro lado, siguiendo con el símil, el poderoso está acostumbrado a circular en vehículo ostentoso del poder, envidiable y causante de admiración. Ese vehículo deja muchos muertos en la cuneta, muchas diferencias e insatisfacciones, muchas injusticias distributivas, mucha insolidaridad... ¿Nos vamos todos andando y cogidos de la mano?
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