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miércoles, 7 de febrero de 2024

Benito Pérez Galdós y la España del XIX.

 

(Publicado en el nº 13 de la Revista de Pensamiento y Literatura "La Garbía").

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Una de las obras más interesantes que he leído en los últimos tiempos, no solo por su calidad literaria, su clarividente y rica narrativa y su enjundia y dimensión, sino por su magistral, preciso y extenso trato de la temática histórica de la España del siglo XIX es, sin duda, Los Episodios Nacionales de Benito Pérez Galdós, el insigne y nunca bien valorado escritor canario que vivió en una de las etapas más convulsas y trascendentes de nuestra historia.

Hace tiempo, muchos años, había intentado su lectura pero no estaba preparado para ello y acabé aburriéndome como una ostra y dejando el intento. Hay libros u obras literarias que se han de leer cuando la mente está en condiciones de hacerlo. No siempre se puede, pues a veces es necesaria una actitud, una disposición y estado mental y de conocimiento, que permita la absorción de los temas tratados a la par que despierte el interés necesario para hacerlo, además de disponer del tiempo que requiere una lectura tan extensa.

Son 46 novelas de componente histórico, protagonizadas por personajes varios, lógicamente ficticios, que nos llevan de la mano a través de la historia de España del siglo XIX, en concreto desde 1805 a 1880, publicada en un amplio especio temporal, que va de 1873 a 1912. Empieza con la aciaga derrota de Trafalgar y termina con la restauración borbónica a manos de Cánovas del Castillo en la persona de Alfonso XII. En el ínterin se da un repaso a todo lo acontecido entre uno y otro acto.

Salgo de la lectura con cierto malestar, desasosiego y desesperanza en un pueblo que a lo largo de su historia no ha sabido dar salida a sus conflictos, donde la visceralidad y el dogmatismo religioso se impusieron a la razón, manifestándose en continuas luchas fratricidas enarbolando el desprecio a los demás y a la diversidad. Es la historia de la frustración de una nación, cuyos mandos y ostentadores del poder civil, militar y religioso se encargaron de yugular o condicionar cualquier proceso de desarrollo en la línea evolutiva de Europa. Las asonadas militares nos muestran cuán implicado estaba un ejército caduco, muy tocado por las guerras coloniales, que buscaba el ascenso y los honores en el uso de las armas.

Por otro lado, el llamado Siglo de las Luces, vinculado en su esencia con la Ilustración, que fue un movimiento cultural e intelectual europeo “que apostó por la razón y las ciencias como medio de disipar la ignorancia y avanzar en el progreso de la historia y la sociedad”, tuvo su freno en los Pirineos o, al menos, una importante modulación desde la idiosincrasia de nuestra singular sociedad. Con posterioridad, las ideas de la Revolución Francesa, que cambiaron Europa, se neutralizaron por la pérfida invasión napoleónica y por el avivamiento de la llama opositora por parte de un clero y una nobleza que, salvo casos testimoniales, presentía el riesgo de perder sus prebendas e influencia. Todo ello, en ese entorno, llevó a identificar al ilustrado como afrancesado, por lo que, en el ámbito de la contienda, acabó señalado como alevoso.

Este querer evolucionar, por parte de una masa popular y cierta clase intelectual, y el freno a ello impuesto por los poderes anacrónicos dominantes, revirtieron siempre en sangre y muerte, en miseria y confrontación, en incompetencia política y administrativa. La corrupción de los gobiernos, el nepotismo, las cesantías según quien gobernara, las revoluciones de diferente calibre, hicieron de este país un campo de batalla y discordia, donde se perdió la esencia de nación homogénea y próspera, descolgándose del tren del desarrollo industrial, económico y social que circulaba en los países del entorno. Ya no fue solo el veto a la revolución ideológica que llevó a Francia a la República, sino a la propia revolución industrial y mercantil que dinamizaba la economía mundial.

España perdió escandalosamente esa guerra llamada de la Independencia. Franceses e ingleses, incluso portugueses, se cebaron en la destrucción de la poca industria que existía, en las infraestructuras y vías de comunicación, y en todo aquello que ayudara a empobrecer a la que fuera “in illo tempore” la primera potencia mundial. Borrar definitivamente del mapa de las potencias occidentales a un país como España era eliminar competencia e introducirla en un tercer mundo de miseria donde pescar, explotando sus minas y sus riquezas desde el dinero de las potencias extranjeras y la compra de sus personajes influyentes, así como incrementar la influencia en su caduco imperio hasta conseguir arrebatarle sus dominios y adueñarse de las vías comerciales.

La descripción de esta etapa de singular violencia producida por la invasión napoleónica, a lo que los ingleses le llamaron la Guerra Peninsular, tiene, a mi entender, una magnifica narración en la obra de Galdós. Desde la misma batalla de Trafalgar, pasando por el relato de los sitios de Zaragoza y Gerona, donde el dramatismo, la violencia y el sufrimiento humano tiene gran protagonismo, hasta la crónica de la confrontación a campo abierto, ya sea en la batalla de Bailén, Arapiles o de Vitoria, que tan bien describe… No queda fuera de su relato el singular protagonismo gaditano, con su fortaleza inexpugnable amparada por la flota inglesa, que permitió la elaboración de una de las constituciones más innovadoras y liberales dadas en Europa y el mundo, siendo ejemplo para otras venideras en ultramar.

Luego nos vino un rey, Fernando VII, llamado “el Deseado”, que resultó ser un felón impresentable que no dudó en llamar a los cien mil hijos de San Luis (segunda invasión francesa que no se consideró agresión al defender el absolutismo de la monarquía) para imponer su dominación totalitaria y cruel, con una década ominosa, que llevó la ejecución, de forma alevosa, a Riego (El 7 de noviembre de 1823 Rafael de Riego, hundido moral y físicamente, fue arrastrado en un serón hacia el patíbulo situado en la Plaza de la Cebada en Madrid y ejecutado por ahorcamiento y posteriormente decapitado), Torrijos y sus compañeros en las playas de San Andrés en Málaga, y otros muchos militares y políticos que pregonaban la Constitución Liberal de 1812.

A su muerte dejó la herencia de la ingobernabilidad, de la confrontación entre herederos; por un lado su hermano Carlos María Isidro y por otro su infantil hija Isabel, regentada por su esposa María Cristina Borbón Dos Sicilias. El conflicto “legal” se dio entre la ley Sálica (algo descafeinada, pues mientras en la ley sálica establecida en las leyes seculares no podía reinar una mujer, en este otro caso no podían reinar mientras hubiera un varón en la línea directa de sucesión, situación que persiste en la actualidad) y la Pragmática Sanción (que reinstauraba la de 1789 retomando la sucesión tradicional de las Siete Partidas de Alfonso X de Castilla) no suficientemente promulgada y clarificada en 1830, lo que desembocó en una larga y cruel guerra que enfrentó a Carlistas e Isabelinos (Cristinos) por el tema de la sucesión, desarrollada sobre todo en el norte, donde más abundaban los seguidores del carlismo.

 La primera guerra, de las tres que hubo, tuvo su apogeo con Tomás de Zumalacárregui, general de las huestes carlistas muerto a consecuencia de las heridas recibidas en el cerco de Bilbao, mientras su hermano Miguel Antonio ejercía de jurista  liberal, lo que da una idea de hasta qué punto estaban divididas las propias familias. Esta concluyó, según muchas opiniones, en falso, con el Abrazo de Vergara el 31 de agosto de 1839 entre los generales Espartero y Maroto.

Es de resaltar la extrema violencia y ejecuciones sumarias que se practicaron por ambas partes. El general Cabrera, llamado el Tigre del Maestrazgo, fue uno de los más aguerridos y crueles desde su posición inexpugnable de la fortaleza de Morella. Claro que esto se justificaba, entre otras cosas, en que, tras mandar él mismo el fusilamiento de los alcaldes liberales de Torrecilla y Valdealgorfa, sus enemigos, por orden del general Nogueras, con el consentimiento del general Espoz y Mina, a la sazón Capitán General de Cataluña, fusilaron a su madre como represalia, lo que encolerizó sobremanera a Ramón Cabrera y lo hizo despiadado y cruel. Acabó en Londres, casado con una inglesa y, por lo que se dice, sometido a los designios de la esposa… una cosa es la batalla a pecho descubierto en las guerras y otra la batalla soterrada por el dominio doméstico, donde el militar suele claudicar (tómenselo a broma).

Una características de los carlistas, defensores del Trono y el Altar, dispuesto a morir por Dios, por la Patria y el Rey, es decir del absolutismo monárquico y religioso, era que no fusilaban a nadie sin antes tener un cura para poder ofrecer la confesión al condenado y darle la opción de ser perdonados sus pecados, para no condenarle irremisiblemente al infierno. Curiosa idea, pero bajo mi modesta opinión era congruente con su credo, pues podía enjuiciar y arrebatar la vida, pero sin condenar al alma, que era jurisdicción divina y correspondía a Él el juicio de condena o absolución mediante el perdón a través de sus ministros. Vaya forma de pensar y entender estos caballeretes la justicia. La verdad es que pasar del altar a la batalla era cosa bien vista y muchos los curas que tomaron las armas para defender su credo absolutista.

Por otro lado, el movimiento político era vertiginoso y continuos los cambios de gobierno, donde el Presidente del Consejo de Ministros era extraño que duraran más de uno o dos años. Desde 1833 a 1874 con la restauración con Antonio Cánovas, hubo 72 cambios de estos presidentes, repitiendo algunos de ellos en varias ocasiones, como es el caso Narváez, llamado el Espadón de Loja de tendencia moderada, el propio Espartero que era del grupo progresista o Leopoldo O’Donnell catalogado como liberal. O sea, cambios entre unos y otros en función del viento o lo veleta que afectara a la realeza y los movimientos sociales, sobre todo Dª Isabel II que acabó desterrada y dando paso a la Gloriosa, una revolución casi de guante blanco, que acabó buscando un rey que ocupara un trono poco deseado por su conflictividad. El general Prim consiguió que viniera Amadeo de Saboya, en un intento de proclamar la primera monarquía parlamentaria de España, pero en las vísperas de su recepción en Cartagena, asesinaron a Prim y el primer acto real de protocolo que hubo de hacer fue acudir al entierro de su mentor. Tras dos años de reinado se acaba “largando” a su tierra, junto a su papá, que era el rey de Italia, Víctor Manuel II y dando paso a la Primera República, donde, al amparo de la libertad, aparece el movimiento cantonalista con Cartagena como uno de sus principales bastiones.

Luego vendría D. Antonio Cánovas del Castillo, paisano nuestro como malagueño y conservador convencido, que procuró y consiguió la restauración monárquica con la abdicación de Isabel II en su hijo Alfonso, lo que instauró, por el llamado acuerdo del Pardo, una etapa de alternancia política entre su partido y el de Práxedes Sagasta, conservadores y liberales, que se mantuvo hasta 1909, aunque Cánovas fue asesinado en Mondragón en 1897 por el anarquista italiano Michele Angiolillo, inscrito en el establecimiento (balneario de Santa Águeda) como corresponsal del periódico italiano Il Popolo.

En fin, amigos, que si sois gente de lectura a la que le gusta la novela histórica, podéis daros una vuelta interesante por la historia de España, de la mano de D. Benito y su obra. Materia no os faltará en un sinfín de páginas que os llevará meses leerlas (a mí me ha costado más de siete meses concluir su lectura, que empecé con avidez y en las últimas novelas me fue más tedioso). Eso sí, aunque los datos históricos son de mucha fianza, mirad que los personajes no son reales, salvo los históricos reconocidos, vayamos a entender que existieron en verdad sus protagonistas (aunque a algunos se les pueda poner casi nombre y apellidos), pero sacaréis conclusiones muy interesantes que os harán comprender mejor el porqué estamos como estamos y donde andamos, y que esto no se arregla si no se cambian las actitudes, sobre todo de los políticos, la política educativa y la formación de un espíritu democrático y respetuoso que nos lleve a comprender y compartir la vida y las cosas con nuestros conciudadanos en sinergias que pretendan el bien común.

Me quedo las frases finales que le dice Mariclio, la diosa o musa de la historia, a Tito Liviano, el protagonista final en la novela Cánovas, de la quinta serie:

«La paz, hijo mío, es don del cielo, como han dicho muy bien poetas y oradores, cuando significa el reposo de un pueblo que supo robustecer y afianzar su existencia fisiológica y moral, completándola con todos los vínculos y relaciones del vivir colectivo. Pero la paz es un mal si representa la pereza de una raza, y su incapacidad para dar práctica solución a los fundamentales empeños del comer y del pensar. Los tiempos bobos que te anuncié has de verlos desarrollarse en años y lustros de atonía, de lenta parálisis, que os llevará a la consunción y a la muerte.

Los políticos se constituirán en casta, dividiéndose hipócritas en dos bandos igualmente dinásticos e igualmente estériles, sin otro móvil que tejer y destejer la jerga de sus provechos particulares en el telar burocrático. No harán nada fecundo; no crearán una Nación; no remediarán la esterilidad de las estepas castellanas y extremeñas; no suavizarán el malestar de las clases proletarias. Fomentarán la artillería antes que las escuelas, las pompas regias antes que las vías comerciales y los menesteres de la grande y pequeña industria. Y por último, hijo mío, verás si vives que acabarán por poner la enseñanza, la riqueza, el poder civil, y hasta la independencia nacional, en manos de lo que llamáis vuestra Santa Madre Iglesia.

Alarmante es la palabra Revolución. Pero si no inventáis otra menos aterradora, no tendréis más remedio que usarla los que no queráis morir de la honda caquexia que invade el cansado cuerpo de tu Nación. Declaraos revolucionarios, díscolos si os parece mejor esta palabra, contumaces en la rebeldía. En la situación a que llegaréis andando los años, el ideal revolucionario, la actitud indómita si queréis, constituirán el único síntoma de vida. Siga el lenguaje de los bobos llamando paz a lo que en realidad es consunción y acabamiento... Sed constantes en la protesta, sed viriles, románticos, y mientras no venzáis a la muerte, no os ocupéis de Mariclío... Yo, que ya me siento demasiado clásica, me aburro... me duermo...».

Antonio Porras Cabrera

lunes, 27 de febrero de 2023

ESTILO OSCURO, PENSAMIENTO OSCURO

 

ESTILO OSCURO, PENSAMIENTO OSCURO

 

Hoy mi amigo Víctor me trajo a colación un artículo de Azorín titulado: Estilo oscuro, pensamiento oscuro, que reproduzco más adelante. Tal vez habría que considerar que lo importante es lo que se dice y cómo se dice para que se entienda. A veces leemos algo expresado de forma oscura e incomprensible, bien por los términos empleados, por la construcción sintáctica o lo hiperbólico del texto. ¿Esa expresión es hija de un pensamiento oscuro? Claro que habría que considerar la tendencia a elaborar un discurso culto como forma de reafirmación personal o exposición magistral. Pero esos matices, en algunos casos vinculados con el ego, tal vez escapen a lo que Azorín describe como objetivo comunicacional por la claridad, aunque se reafirmarían con ella.

Refiere Azorín aludiendo a Bejarano, que “Las cosas deben colocarse según el orden en que se piensan y darles la debida conexión. Mas la dificultad está… en pensar bien.”

Yo siempre dije que el arte de comunicar está en hablar el idioma del que escucha, o sea en garantizar que el texto del emisor puede y debe ser entendido por el receptor al que va dirigido. Por tanto el recurso a la sencillez ha de ser el eje que vertebre el discurso, aunque la complejidad del pensamiento propio venga determinado por dudas subyacentes o la propia inseguridad en lo expuesto.

En todo caso, dejo el texto de Azorín y cada cual que interprete lo que dice según y cómo lo perciba…

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Todo debe ser sacrificado a la claridad. «Otra  cualquiera  circunstancia  o  condición,  como  la  pureza,  la  medida,  la  elevación  y  la  delicadeza,  debe  ceder  a  la  claridad».  ¿No es esto bastante? Pues para los puristas lo siguiente: «Más vale ser censurado de un gramático que no ser entendido». «Es  verdad  que  toda  afectación  es  vituperable;  pero  sin  temor  se  puede  afectar  ser  claro».  La única afectación excusable será la de la claridad.  «No basta hacerse entender; es necesario aspirar a no poder dejar de ser entendido». Sí, lo supremo es el estilo sobrio y claro. Pero ¿cómo escribir sobrio y claro cuando no se piensa de ese modo? El estilo no es una cosa voluntaria, y ésta es la invalidación y la inutilidad —relativas— de todas las reglas. El estilo es una resultante... fisiológica. «Cuando el estilo  es  oscuro,  hay  motivos  para  creer  que  el  entendimiento  no  es  neto».  Estilo oscuro, pensamiento oscuro.  «Se  dice  claramente  lo  que  se  escribe  claramente  del  mismo  modo,  a  no ser que haya razones para hacerse misterioso». ¡Admirable de exactitud y de penetración! Recomendamos la sencillez y tornamos a recomendarla. ¿Qué es la sencillez en el estilo? He aquí el gran problema.  Vamos a dar una fórmula de la sencillez.  La sencillez, la dificilísima sencillez, es una cuestión de método. Haced lo siguiente y habréis alcanzado de un golpe el gran estilo: colocad una cosa después de otra.  Nada más; esto es todo.  ¿No  habéis  observado  que  el  defecto  de  un  orador  o  de  un  escritor  consiste  en  que  coloca  unas  cosas  dentro de  otras,  por  medio  de  paréntesis,  de  apartados,  de  incisos  y  de  consideraciones  pasajeras e incidentales? Pues bien: lo contrario es colocar las cosas —ideas, sensaciones—, unas después de otras. «Las  cosas  deben  colocarse  —dice  Bejarano—  según  el  orden  en  que  se  piensan  y  darles  la  debida  extensión».  Mas la dificultad está...  en pensar bien.  El estilo no es voluntario. El estilo es una resultante fisiológica.

AZORÍN. Artículo publicado en Un pueblecito. Riofrío de Ávila.

Madrid, Espasa Calpe (Colección Austral, n. º 611, 2ª ed), 1957, pp. 47s.

lunes, 10 de mayo de 2021

JOSÉ MANUEL CABALLERO BONALD.

 

Imagen de Wikipedia


Al recién fallecido escrito Caballero Bonald, le preguntó Juan Cruz en una entrevista publicada en El País, el 11 de abril de 2011: ¿Contra qué escribe? La pregunta se las trae. Yo hubiera preguntado ¿por qué escribe?, lo que implica una motivación intrínseca, un móvil cuasi subconsciente que te instiga a escribir. No es lo mismo escribir a favor o en contra de algo, dependiendo de qué aceptación social tenga ese algo. Escribir a favor es aceptar, escribir en contra es rechazar, pero, si esta escritura se realiza desde una concepción intelectual, implica compromiso y contribución de ideas para clarificar principios y valores culturales y sociales, ya que, al fin y al cabo, ha de ser uno de los compromisos esenciales de todo intelectual, aportando claridad, ética e ideas constructivas desde su privilegiada inteligencia. 

Me dejó intrigado la preguntita y como esta fuera su respuesta: “…mis últimos libros de poesía van contra los sumisos, los obedientes, los gregarios, los hipócritas…”, me pareció un canto a la libertad y autenticidad. Me interesé aún más por su biografía, porque solo con una rica experiencia y cognición puede sostener esa actitud.

Encontré otra pregunta cuya respuesta también me resultó interesante: ¿Para qué le ha servido escribir?, le pregunta Juan Cruz; él responde: “En primer lugar, para justificarme a mí mismo. Escribir me ha recompensado de todo mi pasado, incluso de mi presente”. Aquí hay un importante componente para los que escribimos, que se muestra a través de la trascendencia que pretendemos con nuestros escritos y el autoconocimiento, surgido del histórico análisis de nuestra conciencia y el conflicto interno, que se da entre la propia concepción de la realidad y las vivencias que la conforman en el proceso de socialización.

Siempre pensé que, intelectualmente, puede ser más rico aquel que más vive, pero no por lo que vive sino por cómo soluciona los conflictos y los aprovecha en el entorno que le tocó existir.

Tuvo Caballero Bonald una existencia cargada de vivencias variadas, su relación con Cela y su señora con la consiguiente ruptura final, su experiencia en Colombia, Paris, Madrid, Mallorca, etc., incluida la depresión, su actitud ante el franquismo y su vínculo a su Jerez Natal, aunque sus padres fueran nacidos fuera (su padre era de nacimiento cubano y su madre era francesa), en sus obras persiste el clima y el magnetismo de la marisma que tan bien describe en su novela Ágata ojos de gato.

Es aconsejable, al menos cuando se van los grandes, acercarse y reflexionar sobre su obra para mejor conocer al que nos deja, potenciando la trascendencia de su legado.

D. E. P. Juan Manuel Caballero Bonald

miércoles, 29 de noviembre de 2017

Crimen y castigo. Una reflexión


Esto de releer las obras que de joven se leyeron aporta un verdadero placer, no solo por lo que traiga de recuerdo de aquellos tiempos, sino por lo diferente que resulta la interpretación de una novela leída con 20 o menos años, de lo que ahora se descubre en ella. Durante los últimos tiempos he participado, y sigo en ello, en diferentes clubs o grupos de lectura, de la mano de mi amiga María Jesús Albarracín, en el Ateneo o en el que en estos momentos estamos organizando dentro de las actividades de ASPROJUMA, un libro fórum coordinado por Juan Francisco Romero.

Supongo que a vosotros os pasa algo parecido. Cuando se es joven y no se tiene el bagaje y la trayectoria vivencial que se arrastra en la madurez, las cosas se ven de forma diferente. Al releer una novela ahora descubres cantidad de matices e interpretaciones que antes se pasaron por alto o no llegabas a comprender. El análisis de los personajes, el entramado y sus componendas motivacionales, la génesis de las conductas, la personalidad y la complejidad psicológica de los protagonistas, una mejor y más justa imaginación del contexto y los matices de vestuarios,  y la mayor comprensión de la biografía del autor. En suma una percepción más completa de la obra y de sus mensajes en conjunto.

En esta sesión última de libro fórum, hemos tratado la novela de Fiódor Dostoyevski, Crimen y castigo. Es esa historia alucinante desarrollada en el San Petersburgo del XIX, capital de la Rusia Zarista. Curiosamente coincide con que este agosto visité la ciudad, por lo que, muchos pasajes de la novela, los situaba con mayor precisión en sus calles y plazas. El río Neva y sus canales, la avenida de Nevsky, el palacio Imperial (actual museo Hermitage), la catedral de San Pedro y San Pablo, etc.

Pero yendo a la novela, no deja de ser una historia intrigante, con conductas difícilmente comprensibles, cargada de personajes marcados por la miseria y necesidad para su subsistencia, con una amplia representación de las diferentes personalidades que puebla la ciudad y, sobre todo, el barrio. Los protagonistas: Rodión Raskólnikov, es un estudiante fracasado que subsiste como puede, incluso empeñando sus pertenencias, o mediante el dinero que le remite su madre, Pulkeria,  pensionista y su hermana Dunia con su trabajo; la usurera, Aliona Ivánovna, que se aprovecha de la pobre gente para llenar sus arcas, mientras su hermana, Lizaveta, es una santa mujer; Marmeládov, un exfuncionario alcoholizado y caído en la miseria que arruina a su familia mientras su hija, Sonia, se dedica a la prostitución para ayudar a la familia; el pretendiente de su hermana, Piotr Petróvich Luzhin,  sujeto enigmático, frío y trepa, que significa la salvación económica de la familia pero implica el sacrificio de ella por esa causa y, además, se promete sin contar con su consentimiento hiriendo su orgullo; el perverso Svidrigáilov que representa la maldad y la corrupción cargado siempre de sospechas; el Juez Porfirio que mantiene interesantes debates con Raskólnikov; Razumijin, amigo de Raskólnikov y sobrino del juez Porfirio… y sobre todo Semiónovna Marmeládova, mejor conocida simplemente como Sonia, que es la otra protagonista de la historia sobre la que recaen las desgracias, incluido el ejercicio de la prostitución, y sigue, desde su sumisión, entregándose a los demás, hasta llegar a enamorarse de Raskólnikov y seguirlo a su destierro, ofreciéndole una nueva vida en su compañía; vida que se adivina al final de la novela cuando Rodión toma conciencia de su amor por Sonia y ve la salida a su existencia conflictiva y psicológicamente traumática.

La trama tiene su esencia en la convicción de Rodión de que es lícito el crimen ejecutado por seres superiores, por líderes y mentes privilegiadas, que lo cometerían para salvar a la sociedad de una situación deleznable, de injusticia, o procurarles una mejor vida. Los grandes líderes, los Napoleones, han cometido asesinatos y crímenes bajo el convencimiento de que era un mal menor para conseguir un objetivo superior. Esa idea, descrita por él en un artículo publicado por una revista, parece que cuaja en su mente y, ante la miserable y usurera prestamista, él se siento autorizado para eliminarla y salvar al mundo de una arpía, por lo que decide matarla, tras visitarla en numerosas ocasiones y humillarse ante ella para conseguir empeñar, lo mejor posible, sus prendas, entendiendo que es justo que él le arrebate su dinero.

Lo consigue, y escapa, a duras penas, sin sospecha del crimen, pero antes ha tenido que dar muerte a la hermana de la usurera, que se presenta en la casa, para evitar ser denunciado. Lizaveta es una buena mujer que muere como un efecto colateral indeseable y así lo entiende él, pero eso le hace trastornarse aún más con este hecho. A partir de ese momento entra en una crisis cargada de suspicacias, de elementos autorreferenciales, sospechando que saben que él es el asesino. Por ello decide ocultar lo robado bajo una gran piedra en un solar descampado.

En todo este maremágnum emocional, de crisis existencial y de conflicto interno ético y moral, acaba descolocado, enfermo y trastornado su pensamiento. No es el superhombre que tenga derecho a cometer un crimen, sino el ser normal que ha de gestionar su culpa y, como culposo, requiere reparar el crimen. La llegada de su madre y su hermana, el cuidado y preocupación de su amigo Razumijin, el conflicto con el pretendiente de su hermana, las conversaciones con el juez Porfirio, la aparición del pérfido Svidrigáilov, la muerte de Marmeládov y el contacto con su familia y su hija Sonia, conforman un entramado intrigante que mantiene la atención y la ávida lectura. Resalto su confesión del crimen a Sonia, por la que ya se encuentra atraído, y la siembra del amor mediante el acto de ayuda y entrega de sus ahorros para dar sepultura a su padre, crea un vínculo especial. La confesión a Sonia lleva aparejada la culpa por la muerte de Lizaveta, a la que conoce Sonia y de la que conserva un crucifijo que le entrega a él como un talismán para que le proteja, lo que abre, aún más, la puerta del remordimiento por su asesinato.

Decide entregarse, tras ver como iba a ser condenado un inocente que se inculpa del crimen, y someterse al castigo reparador para purgar su culpa que asume sin paliativos, siendo enviado a Siberia a cumplir 10 años de reclusión y trabajos forzados. Sonia le sigue, pues su madre, tuberculosa, ha muerto y sus hermanos han sido ingresados en orfanatos con un importante donativo del perverso Svidrigáilov, que en un acto final ha dejado su fortuna a los necesitados y se ha suicidado. Mientras, su madre,   Pulkeria,  que piensa que se ha marchado al extranjero, aunque en el fondo sepa la verdad oculta, ha quedado en San Petersburgo junto a su hermana que se casa con su amigo Razumijin.

La bondad de Sonia se evidencia con los presos a los que ayuda escribiendo sus cartas y haciendo de correo en el exterior, lo que lleva, al final, a Rodión, a tener conciencia de su amor por ella y empezar a soñar con un futuro juntos, quedando en el aire, pero sobreentendido, que cuando termine su condena formarán un hogar.

Del autor dijo Friedrich Nietzsche: «Dostoyevski, el único psicólogo, por cierto, del cual se podía aprender algo, es uno de los accidentes más felices de mi vida». Luego, Nietzsche, elaboró su teoría del superhombre que tiene una coincidencia con el planteamiento que manifiesta Rodión Raskólnikov en el artículo que había escrito un tiempo antes del crimen en la revista y al que ya me he referido. También queda manifiesta esa idea cuando Rodión le dice a Sonia: “Y ahora sé, Sonia, que tiene poder sobre las personas quien es más fuerte por su inteligencia y su espíritu. Para la gente, el que se atreve a mucho es el que lleva la razón. El que más cosas menosprecia se convierte en su legislador y el más atrevido es el más escuchado. Así ha ocurrido hasta ahora, y así será siempre. ¡Sólo un ciego no lo vería!”

Yo destacaría como elementos más significativos desde un punto de vista psicológico, la joven personalidad de un soñador que va a estudiar a la universidad con el deseo de triunfo, pero que se ve atrapado  en un mundo de pobreza, miseria y de bajos fondos. Es esa exaltación megalómana que le precede en su proyecto inicial de vida, la que le provoca su idea de superhombre, de la justificación del crimen en función de la bondad resultante, eliminar a la usurera es un acto de justicia social en el mundo ruso prerevolucionario del siglo XIX. Luego, la miseria de su entorno, su incapacidad para ser insensible ante el dolor y sufrimiento ajeno, el afloramiento de su bondad ayudando a la familia de Marmeládov para pagar su entierro, el proceso de razonamiento que establece con el juez Porfirio, la toma de conciencia del mal causado y las diferentes manifestaciones de los otros protagonistas, le hace ver en su subconsciente que él no es un ser superior, sino uno vulgar, que no está exento de culpa ante un crimen y aflora el sujeto culposo, el que entiende la justicia desde la verticalidad donde el pobre hombre que infringe la ley ha de pagar por ello para redimirse, tal como describiría Freud con su segunda tópica y la figura del superyó años más tarde. Tal vez, como ya he dicho antes, una circunstancia incontrolada pueda haberle despertado esa culpa, esa ejecución injusta de Lizaveta que le tira por tierra el planteamiento. Ya no es la usurera la que muere para liberar a la sociedad de esa arpía, sino la buena hermana, la inocente, la bondadosa y trabajadora. Ello le enfrenta al fracaso del superhombre que se pensaba, al fallo de su objetivo y despierta el remordimiento.


De la fase de creerse superhombre, pasa a otra fase de verse como un pobre sujeto que ha cometido un crimen, que ha privado de la vida a Lizaveta y que, para más inri, hay un sujeto inocente que va a pagar su crimen. Quiso escapar de la normalidad, de la sociedad a la que pertenecía, pero surge de su interior la personalidad oculta que le corresponde por su procedencia relativamente humilde y le muestra que su delirio de superhombre no es más que eso, un delirio, y que no podrá vivir en paz bajo la culpa, sometido siempre a la suspicacia y la paranoia de ser perseguido y descubierto por el juez y la policía. Tal vez se dé un fenómeno de reubicación existencial, un proceso de maduración, dejando atrás los delirios juveniles para caer bajo el peso de la realidad social, ética y moral de donde viene. Enamorarse de una chica joven, pobre, que ejerce la prostitución para ayudar a la subsistencia de su familia, le despierta su propia sensibilidad en su entorno de referencia. Ese trastorno existencial, esa búsqueda de su esencia como ser humano, le ha tenido absorto, desconectado de su ambiente familiar y social, abstraído en su pensar y en su lucha interna por identificar y comprender su propia existencia que le permita salir de ese estado confusional. Cosa que consigue cuando un día, tras no venir a verle a la prisión por estar enferma su amiga Sonia, aflora el sentimiento del amor para conducir su pensamiento hacia un proyecto de futuro estable junto a Sonia, ejemplo de bondad y constancia en su dedicación y principios, eso sí, una vez que haya purgado su culpa…



Alienación y librepensamiento

Opinión | Tribuna Por: Antonio Porras Cabrera Publicado en el diario La Opinión de Málaga el día 13 SEPT 2025 7:00 https://www.laopin...