Nota previa:
Tal
vez no sea yo la persona más indicada para hacer este pregón, pero cuando me lo
propuso mi amigo Roberto me lo pensé seriamente, además no me podía negar a su
propuesta como amigo y compañero del mundo de la lírica, junto a Mariángeles
Castillo que también estaba detrás de la propuesta.
Como
escritor era un reto y, si bien no soy religioso ni, lógicamente, practicante,
el bagaje guardado en el baúl de los recuerdos desde mi infancia y tras pasar
por el seminario diocesano, podía ayudarme a salir airoso del envite. No se
trata de un pregón para la iglesia o una cofradía, que causa más respeto, sino
de una peña flamenca donde la saeta tiene su esencia como forma de expresión
artística que plasma el sentir del pueblo andaluz en estas fechas.
Por
tanto, acepté la invitación y de ello surgió este texto que comparto con los
amigos lectores de mi blog. El rasgo principal que puse en el teclado es la
empatía con aquellos que siguen teniendo fe y pasión y, con su espíritu
religioso, viven estas fechas sumergidos y entregados al boato y la pompa que
conforman los desfiles procesionales. Ponerme en su lugar no fue difícil pues,
desde mi infancia, viví las experiencias “semanasanteras” con que, hace más de
medio siglo, celebrábamos estas fechas en los pueblos de España. En fin, este
es el resultado de mi dedicación a tan importante fasto para la mayoría del
pueblo andaluz y español.
Antonio Porras Cabrera
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Buenas
tardes amigos y amigas presentes.
En primer
lugar quiero agradecer a la Peña Enrique Castillo su invitación para dar este
pregón, así como vuestra presencia en un lugar tan emblemático como es este,
donde el cante se hace arte, y en concreto la saeta como expresión del
sentimiento religioso propio de la Semana Santa. Es para mí un gran honor
dirigirme a todos ustedes con un motivo tan señalado como el pregón de la
Semana Santa.
Un pregón,
además de exaltar la grandiosidad y el sentimiento que desborda al ser humano,
en especial al creyente, con la celebración de la Semana Santa, conlleva
también un intento de comprender y compartir, dentro de la fe, el sublime
significado del mayor acto de amor y entrega que puede otorgarse en la vida,
como es ofrecerla para la salvación de las almas de todo ser humano sin
distinción alguna, como fue la muerte de Jesucristo en la cruz.
Dentro de
mi singular visión y mi humilde condición de escritor, venido a pregonero,
querría compartir con todos ustedes estos momentos, para conmemorar la Pasión,
Muerte y Resurrección de Cristo que se viene a plasmar como expresión popular
de los cristianos a través de nuestros desfiles procesionales y demás actos
litúrgicos con los que celebra la iglesia, cada año, el momento sublime y
trascendente del sacrificio de Jesús por los demás. Pero también desde la cultura popular, ya sea
en su expresión religiosa o laica, se vive la Semana Santa con un sentimiento
trascendente, que va más allá de la expresión religiosa.
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Todos y
cada uno de nosotros tenemos en nuestra memoria las primeras impresiones y
recuerdos que nos causaron las vivencias en Semana Santa, en mi caso hace ya
más de medio siglo. Afloran en mi memoria aquellos momentos de mi infancia
donde, por primera vez, tengo conciencia de haber presenciado los desfiles
procesionales. Les pido a ustedes que hagan también ese ejercicio de memoria.
La
impresión, en mi caso, fue de asombro al ver a Jesús crucificado, torturado y
martirizado con sus heridas sangrantes y sujeto a una cruz mediante clavos
lacerantes que le aprisionaban al madero. La corona de espinas, anclada a su
cabeza mediante púas, daba un toque superior de dolor a aquella imagen de un
Cristo entregado al sacrificio. En mi infantil mente no cabía la comprensión de
aquella imagen. Mi tierna inocencia no podía comprender aquella manifestación
de la maldad del ser humano, capaz de sacrificar al Dios que, desde siempre, me
habían mostrado mis mayores.
Aquella visión
absorbió mi pensamiento y, más aún, cuando presencié la procesión del Santo
Sepulcro, con Cristo yacente con una profunda expresión en su rostro que, como
un oxímoron, expresaba a la vez paz y dolor, quedé aún más impresionado. Me
impresionó el silencio, el tambor marcando el paso y, entre susurros, un
rosario con los misterios dolorosos que se oía en la voz de los penitentes,
mayoritariamente mujeres, que acompañaban al féretro con una vela encendida
dando luz al desfile procesional, en muchos casos descalzas.
En los
desfiles procesionales impactaban las imágenes de los hermanos cofrades, de los
nazarenos, de los hombres que portaban el trono con suma reverencia, de los sayones
verdugos de Cristo, de los apóstoles bajo caretas que mostraban la faz de cada
uno de ellos, donde Judas se identificaba por una bolsa con las 30 monedas de
su traición. Cornetas, trompetas y tambores marcaban el paso y enaltecían el
desfile. El espectáculo, dentro de la confusión mental que producía en aquel
niño, ofrecía un magnetismo irresistible donde se conjugaba el miedo, el
asombro y la abducción de las sagradas imágenes de Cristo y la Virgen en sus
diferentes manifestaciones.
Creo que el
impacto inicial me llevó a un mayor acercamiento a la fe y tiempo después
ejercí de monaguillo en mi parroquia y, posteriormente, a sentir la vocación
del sacerdocio y marchar al seminario diocesano con la intención de ejercer ese
ministerio, aunque esa proyección fuera efímera.
Entonces,
desde una perspectiva diferente, viví otro memento de especial significado.
Integrado en los desfiles procesionales de mi pueblo, sentí el espíritu de la
Semana Santa desde otra visión. Los ritos, ceremonias y cultos, tanto de la
Cuaresma como de la propia Semana Santa, ocuparon mi tiempo y fui vislumbrando
el sentido real de la celebración desde la percepción del concienciado
creyente.
Ello
despertaba en mi corazón otro sentimiento o efecto de paz y sosiego, sobre el
que he meditado muchas veces; el propio dolor y sufrimiento vivido por el
Redentor y manifestado en la escenificación de su tránsito hacia el Gólgota
para ser crucificado, era liberador para nosotros.
Su dolor y
sufrir eran para evitar el nuestro, para limpiar nuestras almas del poso que
arrastraban desde el inicio de los tiempos bíblicos. Esa exculpación, cargando
sobre sus hombros con los pecados de toda la humanidad, daba sentido a la plácida
paradoja que conjugaba la dolorosa injusticia de su muerte con el placer de
nuestra salvación.
En mi
memoria subyacen también, por qué no decirlo, aquellos recuerdos gastronómicos
de la Semana Santa. ¿Quién no tiene en su haber evocaciones de sabores propios
de estas fechas? El ayuno y la vigilia nos apartaba del consumo de carne y
nuestras madres y abuelas nos ofrecían dietas especiales a base de potajes,
sopas, bacalao, torrijas, buñuelos y otros postres, que aún hoy se suele añorar
desde la nostalgia de aquel ambiente familiar.
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Dejo atrás las
experiencias infantiles, las remembranzas de un pasado de vivencias, marcadas
por una ideología política y religiosa fusionadas en el nacionalcatolicismo que
marcaba el entorno de la Semana Santa, y que tuvo una especial influencia en
nuestro desarrollo personal, tanto desde el punto de vista religioso como de
valores espirituales y sociales, para referirme al hecho diferencial en la
forma de vivirla.
Antes de
centrarme en las esplendorosas procesiones malagueñas, quiero aludir a cómo,
desde la cultura popular de cada región de nuestra patria, tan rica y diversa, se
manifiestan los sentires de los pueblos según su singularidad.
Me
impresionó sobremanera la procesión de la Soledad del Viernes Santo en Santiago
de Compostela, allá por 1998, que, partiendo de la Iglesia de Santa María
Salomé, recorría sus calles en un silencio absoluto mientras un hermano marcaban
el ritmo mediante golpes de báculo, o cetro, sobre el empedrado suelo de sus
calles y la sonoridad grave, del golpe seco y resonante, de un solitario
tambor.
El silencio
era total, la devoción inundaba el aire y la soledad se vivía por todos los
asistentes como forma de integrarse en el mágico momento del acto procesional. Me
trajo a la memoria nuestra Servita, que procesiona la noche de los viernes
santos con las luces apagadas y en un estricto silencio cargado de recogimiento
y oración, como bien saben ustedes.
El Jueves
Santo, en León, vivimos otra experiencia inolvidable. La procesión de la
Despedida, de la Cofradía del Cristo del Gran Poder, discurría por Calle Ancha,
bajaba desde la catedral a la plaza de Santo Domingo. También ofrecía una magnánima
expresión de fe, donde esplendor y sobriedad se conjugan para dejar patente la
forma de vivir la pasión de Cristo del pueblo leonés. En esta ocasión el
acompañamiento musical era absoluto, inundando el ambiente de la ciudad, con
trompetas, tambores y bandas musicales que acompañaban el desfile procesional.
En todo
caso, estos dos apuntes vienen a reflejar dos ejemplos de la diversidad que, en
nuestro país, nos ofrece la expresión religiosa y la forma en que se vive la
Semana Santa, más sobria en el norte y más expresiva en el sur, donde también,
según la zona, aparecen matices en la expresión del sentir religioso de los
creyentes.
En Málaga,
nuestra ciudad, según la Agrupación de Cofradías de Semana Santa, que nace en
1921 en la desaparecida iglesia de La Merced, contamos, en la actualidad, con
43 cofradías y hermandades, cuyos Hermanos Mayores conforman su junta de
gobierno.
De todas
ellas, y a pesar de que hay otras con varios siglos de actividad, la cofradía
más antigua de Málaga, según algunos autores, es la Archicofradía de la Sangre,
que se fundó en el año 1507, prácticamente 20 años después de la toma de la
ciudad por los Reyes Católicos. El culto a la Preciosísima Sangre de Jesucristo
llega a Málaga de la mano de la Orden de la Merced, que se estableció en la
ciudad en 1499. Hacia la mitad del siglo XVI ya existían seis cofradías de
Pasión, como son: Vera-Cruz, Sangre, Ánimas de Ciegos, El Paso, Monte Calvario
y Soledad; todas ellas vinculadas a conventos.
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Hay dos
elementos significativos que, bajo mi criterio, influyen de forma importante en
el desarrollo cofrade como forma de expresión de la fe católica. Uno es la
necesidad de expresar la religiosidad en una ciudad recién incorporada al reino
de Castilla, tras la conquista del reino nazarí de Granada. En ese momento,
para la unificación religiosa del reino castellano, eran imprescindibles las
expresiones públicas de fe donde quedara patente la supremacía del credo del
nuevo reino. El mensaje incluía una invitación a la conversión al catolicismo
de los ciudadanos malagueños de credo islamista o judío.
Por otro
lado, a partir del Concilio de Trento, celebrado entre los años 1545 y 1563,
cuyos objetivos fueron definir la doctrina católica y disciplinar a sus
miembros condenando la Reforma Protestante, aparece la necesidad de la
expresión del sentido de la fe católica como oposición a la doctrina
luterana. ¿Qué mejor forma de potenciar
esa explícita expresión de religiosidad que mediante la integración en
cofradías y hermandades, haciendo actos públicos de fe? Por ello la Iglesia
impulsa la creación de tallas y su salida a las calles. Mas el principal
objetivo de las cofradías no es sólo procesionar sino también socorrer a sus
hermanos más necesitados y asistirlos a la hora de la muerte, haciendo de las
agrupaciones actores principal a través de sus obras de caridad cristiana.
Hablando de
tallas, permítanme unas palabras sobre el estilo escultórico malagueño, que lo
configurarían una serie de imagineros que trabajaron en Málaga en la segunda
mitad del siglo XVII, teniendo su auge en el XVIII y en el XIX en menor medida.
Hasta la
segunda mitad del XVII, las obras y los modelos escultóricos de los autores
granadinos y sevillanos de la escuela andaluza predominaban en la ciudad. La
llegada del escultor Pedro de Mena a Málaga en el año 1658 originaría una
creciente homogeneización en las obras de los imagineros malacitanos, dando pie
a la aparición del estilo malagueño que continuará en la centuria siguiente con
Fernando Ortiz como máximo exponente, siendo el escultor de mayor importancia
de la ciudad durante el siglo XVIII, en competencia con las escuelas de Sevilla
y Granada.
En todo
caso, como valor añadido a la imaginería malagueña, he de resaltar la
espectacular majestuosidad de los tronos, que llegan a alcanzar hasta 5700 kg.,
en el caso del trono de María Santísima de La Esperanza Coronada, que lo portan
267 hombres de trono.
Este y
otros muchos tronos sorprenden por su impresionante grandiosidad y
magnificencia. Presenciar los desfiles procesionales de Málaga despierta un
conjunto de emociones difícilmente descriptibles conjugando admiración,
estupor, asombro, consternación y éxtasis. Pero para el que no los conoce surge
la sorpresa y, en algún caso, la incomprensión.
Recuerdo
que hace unos años invité a unos amigos norteamericanos católicos, de una
marcada religiosidad, a vivir la experiencia de nuestra Semana Santa. Al
preparar este pregón he pensado pulsar su opinión y pedirles su impresión al
vivir nuestra Semana Santa. Su respuesta ha sido esta.
Expone él:
Para nosotros fue verdaderamente
impactante la magnitud de la expresión de la religiosidad del pueblo
manifestada en múltiples carrozas (se refiere a los tronos) y las bandas de música. Pero la más
impactante fue la procesión silenciosa de la Soledad al final de la noche. Una
experiencia inolvidable. ¡Patrimonio andaluz!
Y ella
comenta:
A mí me encantó. Pienso, al igual
que Frank, que es una hermosa y majestuosa manifestación religiosa cultural
española. Siempre me hace meditar la pomposidad contrastante con la Pasión de
Jesús. Nació pobre en un pesebre y murió
pobre entre ladrones y en una cruz. Todo por amor a la humanidad. Pero entiendo
que es la expresión de la religiosidad popular que por tanto tiempo celebran
los españoles y es tan admirada por todos los que los visitan.
Indudablemente
nuestra Semana Santa, con sus desfiles procesionales, conforma un importante
atractivo turístico, que va más allá del contenido religioso del pueblo
malagueño y del que muestran mis amigos americanos, tal como se desprende de
los trabajos e investigaciones de mi amigo y compañero de la universidad de
Málaga, el profesor Rafael Esteve, que ha estudiado y publicado importante
ensayos sobre ello, dejando claro manifiesto de la importancia que, como
reclamo turístico, tiene para la economía de la ciudad.
Me he
preguntado en más de una ocasión qué atrae a tantos visitantes, qué les motiva
a presenciar nuestros desfiles procesionales: ¿es su religiosidad, el
recogimiento, el espectáculo y su grandiosidad y opulencia, la emoción que
despierta su visión, el ambiente festivo ajeno al ámbito religioso, las
magistrales tallas de imágenes…? La respuesta es compleja y puede que, según el
caso, se den todas ellas creando una atrayente oferta al visitante. Esteve,
yendo algo más allá de lo expuesto, propuso en sus trabajos la creación y
desarrollo de museos de las cofradías para dar a conocer nuestra Semana Santa y
su esplendor. Por suerte hoy tenemos en la ciudad un importante ramillete de museos
de esas cofradías que pueden ser visitados por nacionales y extranjeros para su
mayor difusión y conocimiento entre los interesados.
En este
sentido, existe una gran cultura cofrade por parte de los malagueños y esta
festividad resulta, como ya he dicho, un gran atractivo turístico para los
visitantes. Además, se trata de una de las más grandes de Andalucía y España,
ya que, salvo el sábado donde la procesión va por dentro, más de seis cofradías
recorren las calles de la capital malagueña durante el día.
Sin
embargo, desde el pensamiento religioso de una cultura como la nuestra, tan
influenciada por el sentir devoto y místico del creyente, aflora el sentimiento
piadoso que nos lleva a identificarnos con el sufrir de Cristo y, por ende, con
el prójimo que sufre la injusticia, el dolor, la marginalidad y la pobreza, en
un dramático acto de solidaridad. Es, precisamente, el sufrimiento que se
plasma en la pasión y muerte de Jesucristo, escenificado a través del acto
procesional, lo que nos sensibiliza y despierta esa actitud piadosa cargada de
empatía. Como ya he mencionado, Jesús, mediante su pasión, carga sobre sus
hombres con la culpa del pecado original para liberar al ser humano de esa
culpa y congraciarlo con Dios. Ese misterio, ininteligible para nosotros, en el
que Dios, en su omnipotencia, determina que sea su propio hijo el que asuma ese
sufrir, deja de manifiesto, bajo mi humilde opinión, la malignidad del ser
humano que le somete al martirio en contraposición a la bondad que predica el Redentor.
Así, mediante su sagrada palabra, marca los caminos que nos llevan al bien,
evitando el mal.
Pero el
hombre, haciendo mal uso de la inteligencia, recurre a la maldad, antepone su
egoísmo, su avaricia, por encima de todas las cosas y solo se le ocurre armarse
para ser superior a todos, para imponer por la fuerza su criterio; anteponer
sus negocios y su codicia sin el más mínimo respeto y cariño a la humanidad.
Vivimos tiempos difíciles que lo atestiguan, donde la guerra, el sufrimiento,
la muerte y la rapiña no dejan de sorprendernos cada día. La sagrada tierra
donde nació, vivió y murió crucificado Jesucristo, es hoy un reguero de sangre
y destrucción indiscriminada, donde la Parca procesiona día a día, buscando su
presa entre inocentes de la mano de las poderosas armas más sofisticadas que el
ser humano haya inventado jamás para mejor destruir al enemigo, que no deja de
ser el prójimo al que Cristo predica que debemos amar. Los Caifás y Anás, los
fariseos, se han encarnado en aquellos que siembran la muerte y destrucción.
Dejando
estos terribles hechos, volvemos a nuestra Semana Santa. El penitente, en sus
diversas manifestaciones, se suma al sufrir, empatiza y se acerca a Cristo
mediante al dolor, asumiéndolo, a su vez, como forma de redimirse de sus
propios pecados, de pagar su culpa más allá del necesario arrepentimiento. Otras
veces, el penitente, que camina descalzo, incluso con cadenas, siguiendo los
pasos de Cristo o la Virgen, cumple una promesa que contrajo al pedir favores
de gracia.
La letra de
esta saeta, compuesta en los años 40 por Luis Suárez Rodríguez, es una clara
manifestación de la empatía que genera el sufrimiento de Jesús y de cómo
despierta un infinito sentimiento de piedad en el devoto:
Divino
Padre Jesús,
no te
abraces al madero;
suelta y
déjame la cruz,
porque yo
llevarla quiero,
en vez de
llevarla Tú.
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Por tanto,
la celebración de la Semana Santa y de los desfiles procesionales conlleva esa
empatía, esa manera que tiene el creyente de imbricarse, solidarizarse e
integrarse en ese dolor, en el martirio de Cristo como víctima solidaria y
agradecida por la salvación que Él le otorga con su sacrificio. Para ello vive
todo el proceso a lo largo de la semana, donde se simboliza la gloria y el sufrimiento,
con la entrada triunfal en Jerusalén a lomos del pollino, aclamado por el
pueblo como Salvador, para pasar al suplicio del prendimiento, tortura y
tormento hasta ser crucificado y ejecutado por las fuerzas del mal. Pero no es
derrotado. A los tres días resucita venciendo a la muerte y naciendo a la nueva
era. Para los creyentes, en el hito de su sacrificio, se encuentra la puerta a
una nueva dimensión religiosa, al novedoso credo, yendo más allá del Antiguo Testamento,
con el Nuevo.
Pero la
pasión también conlleva una reflexión de tipo social, ateniéndonos al mundo
hebreo de aquellos tiempos. Jesús es condenado a muerte bajo la influencia de
los que ejercen el poder religioso judío, Caifás y los suyos. Con argucias y sibilinos
razonamientos, abducen la voluntad del pueblo hasta tal punto que exculpan a
Barrabás salvándolo de la crucifixión y condena a Jesús a tal suplicio.
El ladrón y
asesino no les inquieta, lo que les inquieta es aquél que pueda arrebatarles el
poder y sus prebendas. Es duro leer, en los Santos Evangelios, la pregunta de
Pilato: “¿A quién queréis que os suelte, a Barrabás o a Jesús, que se llama
Cristo?” Pero es más penoso oír la respuesta: “¡A Barrabás!” Y eso persiste en
el tiempo…
Es que, en esencia,
lo que se produce con la venida de Cristo es una nueva era, que predica el
Nuevo Testamento, en contraposición al Antiguo. Al Dios recto y severo se suma
el Dios del amor, se pasa de la Ley del Talión a poner la otra mejilla. Cristo
es el rey de un nuevo reino, el del amor, del perdón y la entrega a los demás.
Entrega de la que la Semana Santa es su manifiesto sublime pues es su propia
vida la que inmola en un atroz martirio. Esa disposición y prédica es un
atentado a los privilegios del poder establecido y ellos reaccionan con una
crueldad terrible para defender sus prebendas manipulando al pueblo que es
quien, al final, emite la condena mientras la autoridad se lava las manos. Eso
suena a presente…
En lo
referente a Málaga se procesiona cada día de la semana. Una característica
distintiva de la Semana Santa malagueña es la forma en que se llevan los
tronos, con varales exteriores que requieren la colaboración de cientos de
personas u hombres de trono. Además, en las procesiones participan nazarenos,
músicos, acólitos y cuerpos militares, todos ellos elementos esenciales en el
evento dentro de su singularidad.
Mas la
Semana Santa malagueña suele comenzar una semana antes del Domingo de Ramos,
realizando los primeros traslados. Son pequeñas procesiones, donde portan a las
imágenes en tronos más pequeños y suelen ir acompañados de una banda de música.
Llevan las imágenes sagradas de su templo a la Casa Hermandad, donde la semana
posterior realiza la salida oficial en procesión. Los traslados en Málaga suelen
considerarse como la antesala a la Semana Santa oficial.
Con
respecto a la música, al igual que en el resto de España y especialmente en
Andalucía, en Málaga, la mayoría de las imágenes procesionales están
acompañadas por bandas musicales. La música juega un papel fundamental en la
Semana Santa malagueña, ya que es un componente esencial en las procesiones.
Bandas de música y agrupaciones interpretan marchas procesionales, marchas
fúnebres y saetas, llenando el ambiente con melodías solemnes y emotivas. Estos
acompañamientos musicales realzan la solemnidad y el fervor religioso de las
cofradías y hermandades durante su recorrido por las calles de la ciudad.
Los cristos
suelen contar con la compañía de Bandas de Música, Bandas de Cornetas y Tambores
o Agrupaciones Musicales, mientras que las Vírgenes suelen ser acompañadas por
Bandas de Música o, en algunos casos, por Capillas Musicales. Muchas cofradías
incorporan Bandas de Cornetas y Tambores al inicio del cortejo procesional,
justo detrás de la Cruz Guía.
No
enumeraré las variadas procesiones que se celebran cada día de la Semana,
porque son de todos conocidas, pero sí remarcaré que esos días son de especial
interés para todos los malagueños y para los visitantes, sean o no creyentes.
La ciudad se llena de nazarenos, de damas ataviadas con mantillas y peinetas,
de bandas de música, cornetas y tambores, de cirios y penitentes que se unirán
a la procesión dando esplendor a la misma. Suenan las saetas con sus dolorosas
letras que llegan al corazón, como la saeta de Machado que en sus versos nos
ubica en el real sentido de la esperanza:
¡Oh,
la saeta, el cantar
al
Cristo de los gitanos…
Empieza
para luego exclama:
¡Cantar
de la tierra mía,
que
echa flores
al
Jesús de la agonía…
Y concluir
sembrando la esperanza en un Jesús empoderado que reina sobre las simbólicas
aguas del mal con un:
¡No
puedo cantar, ni quiero
a
ese Jesús del madero,
sino
al que anduvo en el mar!
En
conclusión, la Semana Santa en Málaga se caracteriza por su recorrido
impresionante, que pasa por lugares emblemáticos de la ciudad. La Catedral
desempeña un papel fundamental en las procesiones y las casas hermandad se
convierten en espacios de preparación y encuentro para los cofrades y devotos.
Tanto los
recorridos oficiales, como la Tribuna de los Pobres y los lugares emblemáticos
son testigos importantes de la devoción y tradición en la Semana Santa
malagueña. Año tras año, miles de personas acuden a Málaga para ser parte de
esta celebración religiosa tan especial, que deja una huella imborrable en
todos aquellos que la presencian.
Para
concluir y dado en el lugar que nos encontramos, no sería lógico obviar la
Saeta como forma de expresar sentimientos religiosos en la Semana Santa. Yo
vengo a expresar, con estos versos en sextilla, el significado espiritual que
tiene para mí la saeta:
Es la saeta
un cantar
que entona
el pueblo andaluz,
es su forma
de rezar
a Cristo
que está en la cruz
conjugando
el verbo amar
que nos
envuelve en su luz.
Es un canto
de dolor
que provoca
su pasión
convertida
en un clamor
que el
pueblo con su aflicción
va
entonando con fervor
en acto de
contrición.
Pero dada
que me considero un lego en la materia, recurriré a un antiguo e interesante
libro, publicado en 1929, de Agustín Aguilar y Tejera, titulado SAETAS
POPULARES, recogidas, ordenadas y anotadas, donde expresa el sentir de aquellos
tiempos a través de la saeta.
Dice:
"¿Quién dio el nombre de saetas — escribe un
autor — a esas coplas que el pueblo canta a Cristo viéndole en la agonía?
Ninguna palabra sería más apropiada que ésta para calificar tales estrofas, que
no son sino saetas que van directas al corazón de la muchedumbre, para abrir en
él las hondas heridas de la emoción y de la piedad. Con toda su dulce
ingenuidad, con toda su rústica sencillez, estas coplas son, acaso, el más rico
tesoro que tiene la poesía religiosa en España. El pueblo da a todas sus
expresiones un colorido y una ternura inconfundibles, y nunca podrán los más
altos poetas herir las fibras de nuestro sentimiento con la prontitud que las
canciones volanderas, que van de labio en labio, y de las que no se sabe dónde
nacieron; pero se sabe que ya no han de morir nunca. La saeta es llana, simple,
torpe en las palabras; pero rica en delicadeza y en emoción, porque mana de las
fuentes del sentimiento popular que no se ciegan nunca."(Fin de la cita)
Ahora daré
lectura a algunas letras de las que nos transmite Agustín Aguilar. Como todos
ustedes saben, la estrofa de la saeta está compuesto por 4 o 5 versos
octosílabos, y tiene siempre un significado religioso en el marco de la Pasión.
A la Virgen María:
Eres paloma
de amor,
eres
tórtola inocente,
que
concebiste en tu vientre
a tu Hijo
el Redentor
para
entregarlo a la muerte.
"No
puede cesar mi llanto,
Hijo de mi
corazón,
porque al
verte en el cadalso
se me parte
el corazón
convirtiéndose
en pedazos."
Oración del huerto
Gotas de
sangre sudaba
aquel Jesús
tan divino
que de
rodillas oraba,
y en su
rostro peregrino
la angustia
se dibujaba.
Carceleras.
Cristo de
la Expiración
que sales
en esta tarde,
échales la
bendición
a los
presos de la cárcel,
que te
pedimos perdón.
Tras esta
lectura, a modo de conclusión, quiero leer un soneto de mi creación para
finalizar el acto, con mi agradecimiento por la atención que me han prestado a
pesar de lo que me he extendido en mi pregón.
La amargura
y el sufrir de este dolor
que
conlleva el pecado original
encuentra
con tu muerte su final
y salva del
castigo con tu amor.
Tu entrega de
divino Redentor
que libera
a las almas de este mal
descubre a
nuestros ojos lo esencial
que lleva a
profesar nuestro fervor.
Mis pisadas
recorren tu camino
buscando descubrir
en tu enseñanza
el sendero
que lleve a mi destino
donde reine
el amor y la esperanza
que busco
con mi andar de peregrino
entre
cantos de amor y de alabanza.
Muchas gracias a todos y todas por
vuestra atención y les deseo una Semana Santa cargada de emoción y de saetas.
Málaga, Semana Santa de 2025.