El sistema es perverso |
Hace
bastante tiempo, dos o más años, que vengo sosteniendo que esta crisis es una
guerra de intereses, que la estamos perdiendo. También digo que la política es
un arte que se debe recuperar como medio de gobierno democrático de los
pueblos. O lo que es lo mismo, estamos en tránsito hacia la muerte de la
democracia, herida por la nefasta gestión del mundo político y su sumisión a
los intereses de grupos de poder económico y financiero. El voto ha dejado de
servir a los intereses del votante, si alguna vez sirvió de algo, y el programa
votado se lo pasan por el forro alegando intereses generales y de Estado.
Bien,
pues hoy vengo a dar un repaso a este asunto. Empezaré diciendo que el sistema
es perverso, porque el propio mercado ya lo es, sus intereses económicos rigen
el sistema y eso lleva a una dejación de valores de solidaridad, de respeto; a
un nefasto reparto de riquezas generadas, donde el mercader se lleva la mejor
parte, gestando así la explotación del hombre por el propio hombre. Luego está
el supramercado, que es el mundo financiero, donde se determina si se apoya o
no a un proyecto empresarial y mediante el cual se juega a la bolsa y a las
finanzas especulativas en lugar de la producción de bienes que mejoren la
calidad de vida del ciudadano. Por tanto hay que buscar alternativas viables a
este mercado, obviando las testimoniales que son inviables desde la perspectiva
general y sí sirven para reavivar las dormidas conciencias.
El
mercado, en la actualidad, tiene un poder imparable. Compra y vende mercancías,
mano de obra, maquinaria, etc.. y para colmo, cada vez más, voluntades. Los
valores humanos cayeron en picado cuando se ensalzaron a los “yuppies” y sus
formas agresivas de gestión, ese estilo de triunfo arrollador que dejaba tanta
gente en la cuneta. Eran gente admirada, triunfadores valerosos que conseguían
éxito y prestigio personal sin mirar a qué precio. Se usaba el descrédito del
contrincante, la droga para rendir y estimularse, el chantaje y toda técnica
que hundiera al competidor y enriqueciera a la propia empresa. Juego sucio,
manipulación, inducción al consumo, propaganda subliminal, expertos en
marketing y apoyos cognitivos para seducir al cliente. En suma, deslealtad
humana, maldad y generación de frustración en la misma proporción que éxito del
susodicho.
Lo
malo es que ese perverso mercado es el que manda. Al que se refieren los
políticos cuando hablan de ganar su confianza. O lo que es lo mismo, hacer lo
que ellos quieren para que inviertan su dinero (inciso: creo que debería estar
prohibido superar una cantidad de dinero como propiedad). Podríamos decir que,
sutilmente nos dan las órdenes para que el político de turno actúe según su
conveniencia. Lo malo es que tienen cogido por los cataplines a ese político,
al que le prestan o dan, sagazmente, financiación para sus campañas. La banca y las empresas
dan dinero a los partidos pero no a cambio de nada. Creo sinceramente, que las
bombas que se andan lanzando por esos mundos de guerras tienen mucho que ver
con decisiones políticas que benefician a las empresas de armamento y sus
negocios, tras su aportación a las campañas electorales. Por tanto, mercado es
sinónimo de poder sobre el mundo político actual, manipulación, deslealtad y
chantaje.
El
político no tiene agallas ni es capaz de legislar para yugular ese poder y
someter el mercado a los intereses generales de la ciudadanía, sobre todo al
financiero. Prefiere sostener a la banca corrupta con miles de millones de
euros, antes que proteger al sufrido parado, diciendo que si no hay banca sana
no hay posibilidades de crear puestos de trabajo… Serán cínicos!!! Pues a
nacionalizar la banca o a vigilarla con mayor empeño para evitar esas situaciones,
y si el problema es de pasivo inmobiliario, que a cambio entreguen las
viviendas para que la gente siga hitándolas hasta que se remonte la situación y
se las paguen al Estado. Y si fuera necesario a cambiar la Constitución si la
actual no permite esas cosas. Cuanta razón tenía el visionario Thomas Jefferson
cuando advertía, a principio del siglo XIX, de la malignidad de la banca, que
nos dejaría sin tierra y sin casa, además de empeñados.
Por
otro lado, creo que la salida de esta situación solo es posible, sin
derramamiento de sangre, desde la propia política. Pero cómo hacerlo con un
mundo político tan desacreditado. Si el sistema de mercado ha promovido su
corrupción, la compra de voluntades, la sumisión a sus principios, la creación
de la propia U.E. desde esa perspectiva mercantilista, obviando los intereses
de la ciudadanía desde la orientación humanista.
La
cuestión estriba en recuperar la ética política, y si nunca la hubo habrá que
crearla. Habrá que sembrar esa ética en todos y cada uno de los ciudadanos,
para que sean ellos los que sepan usar su voto sin alienación. Crear esa ética
implica hacer al conjunto de la ciudadanía consciente de la importancia de la
política y de sus derechos y obligaciones, de implicarles en el destino, no
solo del país sino de la propia humanidad, y hacer de cada ciudadano un sujeto
político, capaz de saber y comprender como se ha de gestionar un sistema y del
papel que ha de jugar cada uno, asumiéndolo. El político profesional debería
tener formación, en un amplio sentido, de todo lo relacionado con la gestión de
la cosa pública, para lo que habría que prepararlos mediante una formación
reglada que abarcara esa ética referida,
la economía, sociología, leyes y gestión, etc… Sin embargo se le da más
importancia a enseñar en la escuela pública el misterio de la Santísima
Trinidad, difícilmente masticable, que a aspectos mundanos y reales de la vida
y la convivencia responsable. En resumen, si queremos regenerar la política, además
de lo ya dicho, tenemos que conseguir que el político advenedizo se convierta
en un verdadero valedor del ciudadano, comprometido con su programa, teniendo
mecanismo para que, ante un incumplimiento, la ciudadanía pueda reprobarlo y
degradarlo.
Con
estos ciudadanos y políticos podremos crear otro sistema alternativo desde la
fuerza de los votos y la confianza entre la ciudadanía y la gestión política.
Un nuevo tipo de empresas donde la
propiedad sea compartida entre el dinero y el trabajo, donde los resultados
beneficien a todos y no a unos cuantos, donde los salarios sean adecuados y no
escasos por un lado mientras por otro son desorbitados; un consejo de dirección
donde todos tengan su voz para elegir a los gestores en función de resultados.
O sea, democratizar la empresa desde la implicación del sentido de la propiedad
que debe emanar de todos y cada uno de sus componentes. Este modelo debería
sembrarse, potenciarse como alternativa a la crisis y ser mimado por los
gobiernos para ensayar y conseguir un mejor resultado que lo consolide, a la
par que ir legislando al respecto.
Lo
curioso es que, en la actualidad, es muy habitual escuchar conversaciones de
salón o de barra de bar, donde se pone a parir a los demás y uno se queda como
víctima maltrecha y propiciatoria, cuando no se entra en dislates que provocan
enfrentamientos entre las bases sociales, que son las más perjudicadas por la
crisis. Se critica a los políticos, a la banca y a todos dios, pero nadie se
para a pensar qué se podría hacer para mejorar esto. Si no damos opciones
acabaremos siendo lo de siempre, sujetos guiados por iluminados que nos engañan
como a chinos (los de antes, estos no se suelen engañar tan fácilmente), cuando
no pidiendo un dictador o caudillo que nos guíe a cambio de entregarle nuestra
libertad.
Hay
otro asunto que habría que retomar desde la inteligencia y la flexibilidad que
ello conlleva, me refiero a la prolongación de la actividad laboral, que a la
larga deberá considerarse como imprescindible, pero revolucionando los roles
sociales, la propia ergonomía laboral relacionada con las capacidades puntuales
de los trabajadores. Un sujeto mayor es un pequeño tesoro en conocimientos, por
lo general. Si no sabemos sacarle el máximo provecho sin agobiarlo, desde su
responsable implicación, y hacer que su experiencia sea un libro para los que
vienen detrás estaremos desperdiciando una excelente oportunidad de dignificar
al mayor y sacarle un rendimiento a su conocimiento. La imaginación debería
darle salida para que su actividad final fuera adecuada a sus posibilidades en
esos años de prolongación de su vida laboral.
Si
bien el asunto tiene para rato, lo dejo aquí, de momento, y resumo mi visión
del objetivo: Conseguir un Estado moderno capaz de ser el referente de la
voluntad de la ciudadanía, sin opresión, con propósito de servir al ser humano
en lugar de usarlo como mero elemento productivo, entregándolo al mundo
empresarial y del mercado bajo las condiciones que nos andan exigiendo. El
Estado no puede acabar siendo una mera empresa gestora de servicios en función
de cómo vaya la economía, sino como un garante de los derechos de la ciudadanía
ante las agresiones externas, incluyendo las del propio mercado y el mundo de
las finanzas. Para mí, su función principal sería que todos y cada uno de sus
miembros, los ciudadanos, pudieran desarrollar sus potencialidades, crecer
personal y humanamente hasta sus máximas
posibilidades, satisfaciendo la cobertura de sus necesidades básicas, su
formación y salud para compartir de forma solidaria los recursos que se fueran
generando. Entonces me pregunto: ¿Somos sus protegidos o sus empleados? Dejo la
reflexión aquí…