El enamoramiento es una fase de
delirio donde solo se ven las flores, donde la belleza y el esplendor mostrado
por el otro arrebatan, pasionalmente, al enamorado hasta sentirse abducido por
esa percepción. Es la florida primavera del enamoramiento. Ciertamente, en esa fase,
dado el interés por seducir a la otra parte, se suele poner sobre la mesa todo
lo bueno que se lleva dentro: esplendoroso colorido, suaves pétalos perfumados
de bonanza, promesas de sabrosos frutos del mañana y un hábitat maravilloso
centrado en el huerto del amor, hasta conseguir cautivarlo… evitando o
escondiendo lo “menos bueno”, lo negativo.
He usado la palabra “cautivarlo” y lo
he hecho a conciencia, porque en ese proceso cabe la idea de hacerlo, o
hacerla, mío o mía; es decir, atraer a la otra parte hasta la entrega total,
hasta conseguir que sea mi cautiva. Mas hay una cuestión de fondo interesante,
si se entregan los dos, o solo uno de ellos es el abducido. Si solo se entrega
uno, está perdido, el dominio del amo se impondrá o, al menos, lo intentará. Si
son los dos, cabe afrontar el futuro con una mayor equidad, en condiciones de
igualdad para “negociar” amorosamente los cambios que vayan surgiendo en la
evolución de la pareja.
En todo caso, esa situación inicial
de mutuo enamoramiento, es un buen punto de partida para elaborar una buena relación
basada en el amor, que surge, únicamente, cuando aflora, tras conocer lo
negativo y la realidad del otro. Erich Fromm en su libro El Arte de Amar dice: “Cuando estamos enamorados nos parece que nuestra
pareja es perfecta y la persona más maravillosa del mundo. Esa es la diferencia
entre enamoramiento y el amor… Empezamos a amar cuando dejamos de estar enamorados.”
Pero, ¿cómo logramos que el
enamoramiento al diluirse lo hago consolidando el amor? En el afrontamiento de
esa realidad desconocida, que poco a poco se va mostrando, podemos encontrar la
clave. Cuando las flores se marchitan, cuando el follaje deja al descubierto la
desnudez del tronco y de las ramas que sustentaron su esplendor antaño, cuando
la belleza seductora y su oferta pasional y placentera se mitigan, si no amamos
la planta, si no conocemos sus raíces y sus esencias ocultas, su fortaleza y proyección
de cara al futuro, la arrojaremos a la basura y compraremos otra en florida
primavera. Necesitamos, pues, un tránsito para, al dejar de ver esa belleza, al
desaparecer los ornamentos que cubrían la estructura, podamos percibir la fortaleza
y solidez de la planta, del árbol del que nos enamoramos.
Esa primavera del enamoramiento es
el tiempo que tenemos, es el regalo que se nos otorga, para consolidar una
relación amorosa mediante una posición y actitud abierta para comprender, no
solo la realidad presente, sino asumir los procesos de cambio que vayan
surgiendo en el día a día. No cabe aquello de: “Tú ya no eres el o la que eras”,
estúpida frase que solo pretende mantener un estado inicial insostenible ante los
procesos evolutivos del ser humano y su entorno. La cuestión, para sostener y
sembrar el amor perenne, si ello es posible, estriba en crecer juntos, en
ayudarse entrambos para caminar unidos y sin dependencias o imposiciones, en ir
modificando y comprendiendo el propio concepto del amor, pasando de la belleza
de las flores y las hojas a la asunción de las raíces, que son los valores personales
y humanos que anidan en cada uno, dejando lo efímero para abrazar lo profundo. Eso
solo se puede hacer desde el respeto a la otra persona, a su libertad de
criterio y decisión, a su propio proyecto de futuro que debe ser compartido,
comprendido y respetado sin interferir en la relación. Por el contrario, sería
un acto de amor, bajo mi punto de vista, renunciar a la relación cuando esta implica
el sometimiento o la coartación de un proyecto vital de desarrollo personal de
uno de los miembros. Sería algo así como “te amo a ti y con ello a tu derecho a
la libertad. Estamos juntos porque lo dos queremos, porque hemos fusionado
nuestras raíces soterradamente, hasta tal punto que las tormentas y huracanes
podrán bambolear las ramos pero las raíces le son inalcanzables”.