Creedme amigos si me planteo esta cuestión en sentido bidireccional. Siempre se habla del mundo que le vamos a dejar a nuestros hijos, pero nunca de la cultura y la actitud que vamos a sembrar en ellos para conservar ese mundo. Del ejemplo que les vamos dando y de la responsabilidad y compromiso que debemos asumir en su formación para hacerlos responsables, racional y razonadamente, de la preservación del entorno.
Es cierto que cada generación se encuentra un mundo diferente, el mundo que fraguaron sus mayores con la argamasa y la materia transmitida del pasado inmediatamente anterior. Pero ese mundo heredado pasa a ser de ellos y, en función de su actitud y conducta, empieza a ser modificado bajo su influencia. El ajuste que se vaya haciendo, el enfoque de los objetivos y de la interacción con el medio, lo determinará. En esa herencia va incluida su cultura, los principios y valores que sustenta los comportamientos sociales, aquellos que define cuales son los aceptables y cuales no. Ahí podemos encontrarnos con la transmisión de conductas agresoras con el entorno, egoístas y miopes, faltas de respeto hacia la naturaleza, que nos nutre desde tiempo inmemorial. Es un proceso de modulado y modelado en el que nuestro ejemplo es básico para definir cuales serán los actuaciones de nuestros propios hijos en relación a su hábitat.
Nuestra generación, y hablo de los que estamos entorno a los sesenta años, recibió una herencia de posguerra, cargada de injusticias sociales, de dictados políticos y producto del triunfo de una ideología facistoide, de un integrismo religiosa del nacional-catolicismo, que primó sobre la concepción de soberanía popular. La patria la definían las fronteras y no la voluntad de los pueblos. Tuvimos el protagonismo en un periodo muy significativo, como fue la transición, la ruptura con el viejo régimen y la creación de un nuevo orden constitucional. Nuestros padres vivieron otro mundo de guerra civil, de guerra mundial y de confrontación, represión y sumisión según su militancia ideológica. Nosotros les dejamos a nuestros hijos el de las tecnologías, el de la comunicación y el intercambio de conocimientos, el de la globalización económica; pero también el de las grandes diferencias entre los países, el del desajuste social entre la riqueza y la pobreza o miseria, el de las injusticias potenciadas por el sistema capitalista, el de las agresiones al medio ambiente buscando el beneficio inmediato, el de la falta de respeto a la senectud y sus experiencia vital, el de la reverencia a lo material, el del deslumbre ante los avances tecnológicos… Ahora, desde la senectud, cuando el protagonismo es de ellos, solo podemos ver como fraguan su propio mundo. Nuestra responsabilidad o implicación en el futuro está en decadencia. Son ellos los actores. Depende de como los hayamos formado así será todo.
No obstante hay un elemento de especial significación, como es su potencial, que se acrecienta desde la comunicación y el conocimiento y que eleva el rango de libertad que pueden gozar los ciudadanos, siempre y cuando se desarrolle el libre albedrío y su capacidad de discernimiento desde lo racional y justo. Ese potencial es de ellos. Tienen los conocimientos y la capacitación para desarrollarlo, al menos en teoría. Es el valor de su era. A ver que hacen de él.
También hay algo muy importante a considerar, bajo mi punto de vista. Es el control de los instrumentos que van conformando al sujeto, que le forman y dan personalidad, principios y valores sociales, para que conviva en sociedad. Antes eran los padres, los maestros y el entorno inmediato el que tenía el protagonismo en esa formación. Ahora se han roto fronteras y son otros los medios que interfieren e intervienen en ello. Hay demasiadas cosas que se escapan a la intencionalidad formativa de los padres y de su control. No son ellos, ni la escuela, los que forman al sujeto. La televisión, la informática, Internet y ese amplio mundo virtual ha tomado un protagonismo inusitado. El modelo social resultante dependerá de la incidencia que esos medios tengan en la formación de los sujetos. Si esta sociedad se plantea el puro materialismo consumista, en contraposición al desarrollo de la esencia del sujeto de forma integral, y tiene los recursos para influir en la formación de los individuos, estamos perdidos, seremos pasto de ese consumismo, alienados e idiotizados; pero si transmitimos un espíritu crítico, cuya orientación esté en el desarrollo de las potencialidades humanas de nuestros hijos, donde la curiosidad por lo desconocido y el espíritu investigador prime, la cosa cambia. Habremos creado sujetos cualificados, con criterios propios, difícilmente alienables y capaces de saber distinguir entre lo importante y lo efímero o superfluo.
No olvidemos que el mundo es un sistema, donde la interacción entre todos y cada uno de sus elementos produce un proceso evolutivo, dinámico, de resultados imprevisibles, como respuesta a esa compleja interacción. El entorno está cargado de elementos y todos y cada uno de nosotros somos, también, otros elementos de protagonismo singular en cuanto a la incidencia en el entorno, por la potencialidad y capacidad intervencionista.
Concluyo, pues, que: “Preservemos la naturaleza, pero eduquemos a nuestros hijos para que la sostengan”. Tan importante es el mundo que damos a nuestros hijos, como los hijos que damos a nuestro mundo. ¿Estaremos creando Belenes Esteban o Eduardos Punset?
Es cierto que cada generación se encuentra un mundo diferente, el mundo que fraguaron sus mayores con la argamasa y la materia transmitida del pasado inmediatamente anterior. Pero ese mundo heredado pasa a ser de ellos y, en función de su actitud y conducta, empieza a ser modificado bajo su influencia. El ajuste que se vaya haciendo, el enfoque de los objetivos y de la interacción con el medio, lo determinará. En esa herencia va incluida su cultura, los principios y valores que sustenta los comportamientos sociales, aquellos que define cuales son los aceptables y cuales no. Ahí podemos encontrarnos con la transmisión de conductas agresoras con el entorno, egoístas y miopes, faltas de respeto hacia la naturaleza, que nos nutre desde tiempo inmemorial. Es un proceso de modulado y modelado en el que nuestro ejemplo es básico para definir cuales serán los actuaciones de nuestros propios hijos en relación a su hábitat.
Nuestra generación, y hablo de los que estamos entorno a los sesenta años, recibió una herencia de posguerra, cargada de injusticias sociales, de dictados políticos y producto del triunfo de una ideología facistoide, de un integrismo religiosa del nacional-catolicismo, que primó sobre la concepción de soberanía popular. La patria la definían las fronteras y no la voluntad de los pueblos. Tuvimos el protagonismo en un periodo muy significativo, como fue la transición, la ruptura con el viejo régimen y la creación de un nuevo orden constitucional. Nuestros padres vivieron otro mundo de guerra civil, de guerra mundial y de confrontación, represión y sumisión según su militancia ideológica. Nosotros les dejamos a nuestros hijos el de las tecnologías, el de la comunicación y el intercambio de conocimientos, el de la globalización económica; pero también el de las grandes diferencias entre los países, el del desajuste social entre la riqueza y la pobreza o miseria, el de las injusticias potenciadas por el sistema capitalista, el de las agresiones al medio ambiente buscando el beneficio inmediato, el de la falta de respeto a la senectud y sus experiencia vital, el de la reverencia a lo material, el del deslumbre ante los avances tecnológicos… Ahora, desde la senectud, cuando el protagonismo es de ellos, solo podemos ver como fraguan su propio mundo. Nuestra responsabilidad o implicación en el futuro está en decadencia. Son ellos los actores. Depende de como los hayamos formado así será todo.
No obstante hay un elemento de especial significación, como es su potencial, que se acrecienta desde la comunicación y el conocimiento y que eleva el rango de libertad que pueden gozar los ciudadanos, siempre y cuando se desarrolle el libre albedrío y su capacidad de discernimiento desde lo racional y justo. Ese potencial es de ellos. Tienen los conocimientos y la capacitación para desarrollarlo, al menos en teoría. Es el valor de su era. A ver que hacen de él.
También hay algo muy importante a considerar, bajo mi punto de vista. Es el control de los instrumentos que van conformando al sujeto, que le forman y dan personalidad, principios y valores sociales, para que conviva en sociedad. Antes eran los padres, los maestros y el entorno inmediato el que tenía el protagonismo en esa formación. Ahora se han roto fronteras y son otros los medios que interfieren e intervienen en ello. Hay demasiadas cosas que se escapan a la intencionalidad formativa de los padres y de su control. No son ellos, ni la escuela, los que forman al sujeto. La televisión, la informática, Internet y ese amplio mundo virtual ha tomado un protagonismo inusitado. El modelo social resultante dependerá de la incidencia que esos medios tengan en la formación de los sujetos. Si esta sociedad se plantea el puro materialismo consumista, en contraposición al desarrollo de la esencia del sujeto de forma integral, y tiene los recursos para influir en la formación de los individuos, estamos perdidos, seremos pasto de ese consumismo, alienados e idiotizados; pero si transmitimos un espíritu crítico, cuya orientación esté en el desarrollo de las potencialidades humanas de nuestros hijos, donde la curiosidad por lo desconocido y el espíritu investigador prime, la cosa cambia. Habremos creado sujetos cualificados, con criterios propios, difícilmente alienables y capaces de saber distinguir entre lo importante y lo efímero o superfluo.
No olvidemos que el mundo es un sistema, donde la interacción entre todos y cada uno de sus elementos produce un proceso evolutivo, dinámico, de resultados imprevisibles, como respuesta a esa compleja interacción. El entorno está cargado de elementos y todos y cada uno de nosotros somos, también, otros elementos de protagonismo singular en cuanto a la incidencia en el entorno, por la potencialidad y capacidad intervencionista.
Concluyo, pues, que: “Preservemos la naturaleza, pero eduquemos a nuestros hijos para que la sostengan”. Tan importante es el mundo que damos a nuestros hijos, como los hijos que damos a nuestro mundo. ¿Estaremos creando Belenes Esteban o Eduardos Punset?
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