Cueva Belda |
Existe
una leyenda en mi pueblo que sustenta la tradición de atar el diablo en la
romería de San Marcos, su patrón. Esa leyenda la podéis ver en una entrada
anterior en mi blog
donde la transcribo. Es una de aquellas historias increíbles que debió tener un
fundamento real, pero desvestido de esa parafernalia milagrera que caracteriza
a las leyendas de contenido religioso. Yo, trascurrido el día de San Marcos y
su romería (25 de abril), vengo a escribir este relato que pudiera acercarse más
a la lógica de los hechos, pero desde la elucubración de mi propio pensar libre
y mi fantasía más o menos racional.
He
intentado hacerlo en prosa rítmica, aunque no métrica, o algo que se la parece, pues su
pretensión no es el ritmo sino el contenido del relato. Eso sí, puede que ese
ritmo ayude a hacer más amena su lectura. Al fin y al cabo no deja de ser un
ensayo en este aspecto.
La historia de Homar el Monfí
Moriscos en lucha |
En
la cueva Belda, asomado a un risco viejo, anda Homar ben Zegri, apellidado el
Monfí, vigilando con denuedo por si viene el enemigo, por si pretenden
prenderlo y llevarlo a la justicia por ser monfí y guerrillero, que defendiendo
su tierra lucha contra el extranjero. Ya han sido muchas andanzas de confrontar
y degüello en batallas con cristianos que le salieron al medio.
No
ha pasado tanto tiempo, pues lo recuerda su abuelo, que lucharon contra huestes
que de Antequera vinieron y destrozaron sus casas, campos, haciendas y
prendieron a su pueblo. Le sometieron por fuerza, a sangre y fuego lo hicieron.
Arrasaron todo al paso hasta dejarlos hambrientos, pobres y desesperados sin
comerlo ni beberlo. Les destrozaron sus huertas, les talaron sus almendros, les
quemaron las cosechas, les robaron sus becerros y hasta sus caballerías se las
llevaron con ellos. Fueron tropas de Narvaez, el mal nacido guerrero que
derramó tanta sangre, que inmolando a la inocencia mató a niños y mujeres, sin
olvidar a los viejos. Por eso juró venganza, por eso sigue sufriendo el acoso
del cristiano que le arrebató hasta el sueño.
Su
astucia le ha protegido y Alá, en su sabiduría, con vida le ha mantenido para
luchar contra ellos. Les tendió muchas celadas, trampas y mil emboscadas donde
le fueron cayendo hasta hacerles mucho daño, hasta pasar a degüello. Ya puso
por las calzadas las cabezas bien cortadas, clavadas sobres sus picas, de tanto
y tanto guerrero que se atrevió a provocarlo y adentrase en su terreno. Desde
Osuna, de Carmona, desde Castilla vinieron tropas para reforzar a las hueste de
Antequera, que formando sus patrullas vienen en acometerlo.
Y
ahora a sus sesenta años, rey de la sierra y su pueblo, sigue mostrando batalla
al que se atreva a prenderlo. A lo largo de su vida dio muerte a tanto guerrero
que le pusieron por nombre “el diablo
del infierno”. Sabe que los campesinos, musulmanes sometidos y cristianos
que vinieron, le tienen terror y miedo y se santiguan al acto de mencionar su
recuerdo. “Sálvenos Dios del diablo que en la cueva Belda habita y nos proteja
de él llevándolo al mismo infierno” suelen decir a la par en petición a los cielos.
Pero
no todo es violencia, ni maldades y crueldades propias de los desencuentros. A
veces surge una parte del humano corazón que ablandando la razón hace brotar la
emoción cuando se tiene un encuentro. Ya conoció a mucha gente entre cristianos
y moros que le causaron respeto, aunque el ambiente cargado de tanto y tanto
tormento no condujo en ningún caso la relación a buen puerto. Y es verdad que
encontró gente, gente buena, caballeros, con los que pudo entenderse si no
fuera por aquello, porque la guerra es la guerra y ha de ponerla primero,
desechando sentimientos que ablanden al buen guerrero.
Aparecieron
amores que, por prohibidos, murieron como deben de morir los sentimientos que
amarran el deber y lo hacen preso. Aún recuerda con ternura a la hermana de
Lomana, capitán no pendenciero, de la Castilla del norte que luchaba en otro
ejército, sintiéndolo su enemigo por razones que vienen muy bien al cuento. A
la vista de sus ojos de un azul no descubierto, le arrebató el corazón
inundando el sentimiento. Noches en vela pasaba, bloqueado el pensamiento, sin
saber por donde ir ni dar salida a tal acontecimiento. Al final se impuso el
hombre y el deber de su camino que le fue a marcar su sino sin hacer reparo en
ello. Mató el amor que sentía rompiendo su corazón, haciéndose más violento a
base de frustración. Hoy hace ya tanto tiempo que debiera de olvidarlo pero le
persigue en sueños a la menor ocasión. Luisa Fernanda se llama en el caso de
que viva, pues se marcho a Carrión donde tenía su familia, casada con caballero
natural de aquella villa.
Ahora
que ya le conocen y se descubrió su engaño, que saben que no es quien dicen y
su disfraz desvelado, entiende que ya está muerto pues se la tienen jurado.
Huestes guerreras se acercan dispuestas a condenarlo y arrebatarle la vida
compensando así su daño. El diablo del infierno que en la cueva se ha instalado
tiene los días contados. El capitán Benavides delante de sus soldados,
acompañado de un fraile, viene por él, a buscarlo. Sus leales hacen piña y se
aprestan a presentarles combate como hicieran el pasado. Mas lo que tienen
delante no son ya cuatro soldados sino todo un regimiento de pertrechos bien
dotado.
Hoy
la cueva es fortaleza que ofreció desde hace año la propia naturaleza como se
vio en el pasado. Por el frente no entrarán, ni tampoco en el costado. Tenemos
piedras bastantes hasta para destrozarlos. Preparad fuego y azufre, que
quemaremos con ello a quien pretenda asaltarnos. Gritad y haced gran ruido y al
final acobardarlos que sepan quien manda aquí: El diablo del infierno que ellos
mismos han creado.
¿Qué
ha pasado? ¿Decidme por donde entran si está todo controla? Se descuelgan desde
arriba con cordeles del diablo que les dejan en la puerta y nos van
acuchillando. Ya dan muerte a los que encuentran, sean mujeres o niños, viejos,
heridos o mancos. La sangre corre a raudales y Homar así es capturado. En ese
momento, tras el jefe Benavides, entra un fraile que, con capucha, viene
rezando un rosario y con el agua bendita la cueva va santiguando. Homar
henchido de ira, su santuario profanado, grita con fuerza de rabia que se
escucha en el poblado. La gente canta contenta, admirada del milagro. El agua
bendita, arrojada por el fraile, a Homar ya ha derrotado, con una jaculatoria
amarró al mismo diablo. Ha dejado de testigo, para que pueda la gente amarrarlo cada año, un jaramago trabado en señal de la victoria sobre el moro
dominado. Y a Homar, que sigue gritando, le atraviesa el corazón el capitán
Benavides y le lanza al precipicio sin la menor compasión.
----------------------------
Esta
historia me la invento desde el uso de razón, pues no acabo de creerme la
leyenda a la ocasión, que se cuenta por la iglesia que todo lo aprovechó para
difundir leyendas sin la menor precisión.
-------------------------------------
A
mí me parece más verosímil que la leyenda que existe, sin ser pretencioso,
claro, pues, al fin y al cabo, no deja de ser una invención mía, como ya dije, sin saber de quien es la otra.
Nuestra tierra, Cuevas de San Marcos, fue nido de monfíes y bandoleros durante
muchos años, al amparo de esa sierra y su alejamiento de los caminos
importantes. La cueva es un excelente refugio que dio cobijo al hombre
primitivo y, por ende, a todo el que tuviera que aislarse y defenderse de
agresiones o persecuciones.
Para
quien no sepa que son los monfíes diré que la RAE los defines como: Moro o
morisco que formaba parte de las cuadrillas de salteadores de Andalucía después
de la Reconquista. Pero para los moriscos, su gente, eran guerrilleros
luchadores por defender a su pueblo y su libertad, musulmanes huidos a los
montes como consecuencia de los desórdenes y la represión. (Ver) hipervínculo para
quien quiera mayor información.