No termina uno de sorprenderse con los avatares que nos viene presentando la política, aunque cada día el umbral está más alto ante el continuo goteo, cuando no lluvia torrencial, que nos presenta.
Estamos habituándonos a la
“política canalla”, al filibusterismo y la manipulación, a la creación de bulos
y al uso de la posverdad y de un sinfín de técnicas de marketing para vendernos
el producto político, que no es otra cosa que una promesa a incumplir la
mayoría de las veces. Pretenden la abducción. Seducirnos con palabras para
arrastrarnos a su espacio. Cosa lícita en un sistema democrático, salvo que, en
muchos casos, la ética y la verdad son las grandes sacrificadas. En teoría se
trata de presentar un programa, convencernos de su bondad para votarlo y
alcanzar el poder mediante el voto. Así funciona el sistema. A veces asoman la
patita conductas mafiosas que hacen temblar y preguntarse qué pasa entre
bastidores.
En realidad estamos en un momento
delicado, donde no sabemos muy bien dónde estamos. Es aquello de solo sé que no
sé nada, o habría que decir “solo sé que no entiendo, o no comprendo nada”.
Decía Noam Chomsky que “la población general no sabe lo que está ocurriendo, y
ni siquiera sabe que no lo sabe”.
Hacerse una composición de lugar,
para analizar la situación y sacar conclusiones libremente y sin interferencias,
es prácticamente imposible, dada la cantidad de ruido que emiten los políticos
con la intención de confundirnos y opacar la verdad… la verdad ajena, claro,
porque la suya la remachan sistemáticamente hasta el hastío. Pero la verdad que
nos interesa a nosotros es otra, es la de las cosas de comer, como se suele
decir, aquello que nos afecta en nuestra vida cotidiana. Esa es nuestra
realidad.
Mi primera conclusión es que
estamos ante un importante déficit democrático, lo que nos lleva a la
deslealtad institucional, al sesgo interpretativo de la Constitución,
haciéndose valedores de la misma aquellos que la incumplen y rechazan en alguna
de sus partes. Ellos son los que otorgan el carné de constitucionalista. Tenemos
una gran Constitución que respeta y defiende la libertad de pensamiento y
expresión del mismo, pero hay quien cuestiona ese derecho cuando se aplica a
los demás, a los que difieren de sus planteamientos. Nadie blanquea a nadie
cuando es la propia Constitución la que le otorga el color blanco. La
Constitución, al ser el marco que define el escenario de la soberanía popular,
permite hasta su propia modificación o cambio; eso sí, establece los medios y
forma en que se ha de llevar a efecto.
La segunda es que hemos perdido más
de 40 años tirados por la borda, que deberían haber servido para formarnos
políticamente en un espíritu democrático verdadero y crítico. Estamos en una
inmadurez política y democrática que permite a nuestros falaces representantes
hacer de su capa un sayo ante nuestra benevolente sonrisa de incompetentes
críticos. Somos muy vulnerables a la manipulación y a creernos bulos y
mentiras. Actuamos como hooligans más que como sujetos pensantes, que usan la
razón para sacar conclusiones. Tal vez por eso, porque le interesa esta
situación a algunos partidos y otros elementos ocultos del poder, no se haya
potenciado esa formación política, sino todo lo contrario.
Tercero que se han perdido las
formas de hacer política y afloran conductas cuasi punibles por ser ofensivas,
insultantes y descalificadoras, cuando no difamadoras e insidiosas. Esas
conductas son un atentado a la democracia que solo pueden llevar a la
controversia sobre la bondad del sistema, y con ello a la muerte del mismo a
manos de un salvador dictadorzuelo, que nos traiga su luz impositiva y nos
arrebate la soberanía popular para entregarla a otras corporaciones más
beneficiosas. De momento, para gran parte del pueblo, “están bajo sospecha” los
tres poderes del Estado: el Legislativo, el Ejecutivo y el Judicial.
Y cuarto, lo dejo aquí aunque hay
más, el espectáculo que hoy presenciamos es la punta del iceberg que oculta,
para nuestros males y deshonra, algo mucho más profundo, algo relacionado con la
lucha sin cuartel por el ejercicio del poder; un poder que puede orientar el
presente y el futuro hacia intereses espurios que van contra la mayoría, para
convertirse en beneficio de una minoría dominante. El único hándicap que tienen
es que para lograrlo se ha ganar el voto y, como el programa oculto no se puede
mostrar, se ha de proceder de otra manera, por ejemplo denostando al otro sin
plasmar mi alternativa para que no me pidan el cumplimiento de un programa-contrato
establecido. De ahí el discurso falaz con el que pretenden convencernos.
Por eso la frase de Noam Chomsky
gana su doble sentido. Deberíamos, al menos, tener conciencia de que no sabemos
lo que está ocurriendo y sospechar que si no se sabe es porque no les interesa
que lo sepamos… tal vez, esa verdad sobre nuestro desconocimiento, nos hará más
libres o, al menos, despierte en nuestra mente la capacidad crítica y la
sospecha necesaria para hacernos pensar y llegar a conclusiones propias que defiendan
el derecho a ejercer la política con nuestro voto y responsable conciencia.