domingo, 28 de abril de 2024

Deberíamos saber lo que pasa de verdad…

 


No termina uno de sorprenderse con los avatares que nos viene presentando la política, aunque cada día el umbral está más alto ante el continuo goteo, cuando no lluvia torrencial, que nos presenta.

Estamos habituándonos a la “política canalla”, al filibusterismo y la manipulación, a la creación de bulos y al uso de la posverdad y de un sinfín de técnicas de marketing para vendernos el producto político, que no es otra cosa que una promesa a incumplir la mayoría de las veces. Pretenden la abducción. Seducirnos con palabras para arrastrarnos a su espacio. Cosa lícita en un sistema democrático, salvo que, en muchos casos, la ética y la verdad son las grandes sacrificadas. En teoría se trata de presentar un programa, convencernos de su bondad para votarlo y alcanzar el poder mediante el voto. Así funciona el sistema. A veces asoman la patita conductas mafiosas que hacen temblar y preguntarse qué pasa entre bastidores.

En realidad estamos en un momento delicado, donde no sabemos muy bien dónde estamos. Es aquello de solo sé que no sé nada, o habría que decir “solo sé que no entiendo, o no comprendo nada”. Decía Noam Chomsky que “la población general no sabe lo que está ocurriendo, y ni siquiera sabe que no lo sabe”.

Hacerse una composición de lugar, para analizar la situación y sacar conclusiones libremente y sin interferencias, es prácticamente imposible, dada la cantidad de ruido que emiten los políticos con la intención de confundirnos y opacar la verdad… la verdad ajena, claro, porque la suya la remachan sistemáticamente hasta el hastío. Pero la verdad que nos interesa a nosotros es otra, es la de las cosas de comer, como se suele decir, aquello que nos afecta en nuestra vida cotidiana. Esa es nuestra realidad.

Mi primera conclusión es que estamos ante un importante déficit democrático, lo que nos lleva a la deslealtad institucional, al sesgo interpretativo de la Constitución, haciéndose valedores de la misma aquellos que la incumplen y rechazan en alguna de sus partes. Ellos son los que otorgan el carné de constitucionalista. Tenemos una gran Constitución que respeta y defiende la libertad de pensamiento y expresión del mismo, pero hay quien cuestiona ese derecho cuando se aplica a los demás, a los que difieren de sus planteamientos. Nadie blanquea a nadie cuando es la propia Constitución la que le otorga el color blanco. La Constitución, al ser el marco que define el escenario de la soberanía popular, permite hasta su propia modificación o cambio; eso sí, establece los medios y forma en que se ha de llevar a efecto.

La segunda es que hemos perdido más de 40 años tirados por la borda, que deberían haber servido para formarnos políticamente en un espíritu democrático verdadero y crítico. Estamos en una inmadurez política y democrática que permite a nuestros falaces representantes hacer de su capa un sayo ante nuestra benevolente sonrisa de incompetentes críticos. Somos muy vulnerables a la manipulación y a creernos bulos y mentiras. Actuamos como hooligans más que como sujetos pensantes, que usan la razón para sacar conclusiones. Tal vez por eso, porque le interesa esta situación a algunos partidos y otros elementos ocultos del poder, no se haya potenciado esa formación política, sino todo lo contrario.

Tercero que se han perdido las formas de hacer política y afloran conductas cuasi punibles por ser ofensivas, insultantes y descalificadoras, cuando no difamadoras e insidiosas. Esas conductas son un atentado a la democracia que solo pueden llevar a la controversia sobre la bondad del sistema, y con ello a la muerte del mismo a manos de un salvador dictadorzuelo, que nos traiga su luz impositiva y nos arrebate la soberanía popular para entregarla a otras corporaciones más beneficiosas. De momento, para gran parte del pueblo, “están bajo sospecha” los tres poderes del Estado: el Legislativo, el Ejecutivo y el Judicial.

Y cuarto, lo dejo aquí aunque hay más, el espectáculo que hoy presenciamos es la punta del iceberg que oculta, para nuestros males y deshonra, algo mucho más profundo, algo relacionado con la lucha sin cuartel por el ejercicio del poder; un poder que puede orientar el presente y el futuro hacia intereses espurios que van contra la mayoría, para convertirse en beneficio de una minoría dominante. El único hándicap que tienen es que para lograrlo se ha ganar el voto y, como el programa oculto no se puede mostrar, se ha de proceder de otra manera, por ejemplo denostando al otro sin plasmar mi alternativa para que no me pidan el cumplimiento de un programa-contrato establecido. De ahí el discurso falaz con el que pretenden convencernos.

Por eso la frase de Noam Chomsky gana su doble sentido. Deberíamos, al menos, tener conciencia de que no sabemos lo que está ocurriendo y sospechar que si no se sabe es porque no les interesa que lo sepamos… tal vez, esa verdad sobre nuestro desconocimiento, nos hará más libres o, al menos, despierte en nuestra mente la capacidad crítica y la sospecha necesaria para hacernos pensar y llegar a conclusiones propias que defiendan el derecho a ejercer la política con nuestro voto y responsable conciencia.

viernes, 26 de abril de 2024

Necesitamos una catarsis social

 


A veces, en la vida, merece la pena frenar y parar un poco para reflexionar, cuando la reflexión cotidiana, del día a día, no resulta productiva, dado el nivel de crispación y ruido existente. Es aconsejable, y de eso saben mucho los que defiende la meditación, retirarse unos días para librarse de las influencias que interfieren o bloquean el propio pensamiento. De esta forma, desprendido de presiones, se centra uno mejor en lo importante. 

Creo, que la decisión de Sánchez es adecuada y que debería llevarnos a todos a pensar qué estamos haciendo y cómo nuestras conductas belicistas y de confrontación irracional nos pueden llevar al desencuentro y de ahí al conflicto, para pasar a la confrontación como enemigos, en lugar de conciudadanos que litigan en una democracia que es sinónimo de respeto al adversario, con quien se debate para procurar la felicidad de la ciudadanía que vota a sus representantes. Llegados a ese punto la cosa se complica, ya no somos conciudadanos, sino enemigos. Al conciudadano se le respeta y se comparte con él hábitat y todo lo que integra, se acuerda con él las decisiones que afectan a ambas partes y se interactúa razonada y razonablemente. Con relación al enemigo la cosa es diferente. Al enemigo ni agua, se suele decir; o sea, que se le ha de eliminar incluso físicamente, pues estamos en una confrontación por la supervivencia.

El sentido común nos advierte que somos conciudadanos, no enemigos. Que compartimos un espacio vital común, basado en un Estado que vertebra al país, para garantizar la convivencia a través del respeto a la ley y el orden, donde se incluye el derecho inalienable a pensar diferente, pero con la orientación de que ese pensamiento diferente no busca su imposición, sino la contrastación argumental para llegar a mejores conclusiones y alternativas en la gobernanza.

Entiendo que haya quien concibe la política como una guerra por el poder, aunque no lo comparto en absoluto, por su carácter impositivo y descalificador del contrincante, o sea del ciudadano votante de otras opciones, lo que resulta verdaderamente antidemocrático y atentatorio contra ese sistema de libertad.

Tal vez, debamos sumarnos todos a una reflexión más profunda capaz de reconducir la situación hacia un espacio o escenario apropiado para la democracia, donde la honestidad y la verdad reinen en un mundo de ética política y humana. Es obligación del ciudadano defender sus derechos y libertades, de mantener la opción participativa en la política ejerciendo su derecho al voto. Pero también, mediante ese voto y su participación activa en el debate constructivo, es su obligación implicarse en mantener la limpieza, la ética y la verdad por encima de todo, y rechazar el ejercicio de una política canalla donde la mentira y la manipulación se imponga a la verdad y al interés general que ha de pretender la gobernanza bien entendida, porque, de no ser así, estaremos enfangando el escenario y creando un ambiente irrespirable, que nos lleva a la ciénaga inmunda de la deshumanización insolidario y cínica de la egolatría y el egoísmo.

Hace tiempo que los ciudadanos necesitamos una catarsis. Una profunda meditación para, libres de influjos, sacar a flote nuestra propia ética y responsabilidad en lo que está pasando. Tal vez le demos crédito a lo que no lo tiene, aceptamos el desvío de nuestra atención a temas de rango inferior para evadir lo superior y nos sometemos con cierta facilidad a pensamientos falaces sin contrastarlos. Puede que debamos entonar un "mea culpa" por cómo gestionamos la responsabilidad del voto y dejarnos llevar a un abismo del que podremos arrepentirnos llegados a un punto de no retorno.

En muchos casos, por no decir siempre, en democracia, los políticos son la punta del iceberg que aflora sostenido por una sociedad que los soporta desde su inmersión en un mar de aguas corruptas.

¿Nos dejarán hacerlo? Tal como refleja el roto en esta viñeta, puede que, al saber a donde vamos, se nos detenga.

Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer

  Es terrible que hoy, Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, las portadas de los medios de comunicación estén...