A veces, en la vida, merece la pena
frenar y parar un poco para reflexionar, cuando la reflexión cotidiana, del día
a día, no resulta productiva, dado el nivel de crispación y ruido existente. Es
aconsejable, y de eso saben mucho los que defiende la meditación, retirarse
unos días para librarse de las influencias que interfieren o bloquean el propio
pensamiento. De esta forma, desprendido de presiones, se centra uno mejor en lo
importante.
Creo, que la decisión de Sánchez es adecuada y que debería llevarnos a todos a pensar qué estamos haciendo y cómo nuestras conductas belicistas y de confrontación irracional nos pueden llevar al desencuentro y de ahí al conflicto, para pasar a la confrontación como enemigos, en lugar de conciudadanos que litigan en una democracia que es sinónimo de respeto al adversario, con quien se debate para procurar la felicidad de la ciudadanía que vota a sus representantes. Llegados a ese punto la cosa se complica, ya no somos conciudadanos, sino enemigos. Al conciudadano se le respeta y se comparte con él hábitat y todo lo que integra, se acuerda con él las decisiones que afectan a ambas partes y se interactúa razonada y razonablemente. Con relación al enemigo la cosa es diferente. Al enemigo ni agua, se suele decir; o sea, que se le ha de eliminar incluso físicamente, pues estamos en una confrontación por la supervivencia.
El sentido común nos advierte que somos conciudadanos, no enemigos. Que compartimos un espacio vital común, basado en un Estado que vertebra al país, para garantizar la convivencia a través del respeto a la ley y el orden, donde se incluye el derecho inalienable a pensar diferente, pero con la orientación de que ese pensamiento diferente no busca su imposición, sino la contrastación argumental para llegar a mejores conclusiones y alternativas en la gobernanza.
Entiendo que haya quien concibe la política como una guerra por el poder, aunque no lo comparto en absoluto, por su carácter impositivo y descalificador del contrincante, o sea del ciudadano votante de otras opciones, lo que resulta verdaderamente antidemocrático y atentatorio contra ese sistema de libertad.
Tal vez, debamos sumarnos todos a una reflexión más profunda capaz de reconducir la situación hacia un espacio o escenario apropiado para la democracia, donde la honestidad y la verdad reinen en un mundo de ética política y humana. Es obligación del ciudadano defender sus derechos y libertades, de mantener la opción participativa en la política ejerciendo su derecho al voto. Pero también, mediante ese voto y su participación activa en el debate constructivo, es su obligación implicarse en mantener la limpieza, la ética y la verdad por encima de todo, y rechazar el ejercicio de una política canalla donde la mentira y la manipulación se imponga a la verdad y al interés general que ha de pretender la gobernanza bien entendida, porque, de no ser así, estaremos enfangando el escenario y creando un ambiente irrespirable, que nos lleva a la ciénaga inmunda de la deshumanización insolidario y cínica de la egolatría y el egoísmo.
Hace tiempo que los ciudadanos necesitamos una catarsis. Una profunda meditación para, libres de influjos, sacar a flote nuestra propia ética y responsabilidad en lo que está pasando. Tal vez le demos crédito a lo que no lo tiene, aceptamos el desvío de nuestra atención a temas de rango inferior para evadir lo superior y nos sometemos con cierta facilidad a pensamientos falaces sin contrastarlos. Puede que debamos entonar un "mea culpa" por cómo gestionamos la responsabilidad del voto y dejarnos llevar a un abismo del que podremos arrepentirnos llegados a un punto de no retorno.
En muchos casos, por no decir siempre, en democracia, los políticos son la punta del iceberg que aflora sostenido por una sociedad que los soporta desde su inmersión en un mar de aguas corruptas.
¿Nos dejarán hacerlo? Tal como refleja el roto en esta viñeta, puede que, al saber a donde vamos, se nos detenga.
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