El libro es la ventana por
la que los seres humanos ven el mundo de los otros o como lo ven los otros,
por donde nos intercambiamos alimento del alma, del intelecto, y desarrollamos
nuestras potencialidades de creatividad, evolución ideológica, visión de la
vida con la sensibilidad que nos permite
madurar como humanos, por el que se nos rescata de la ignorancia y nos lleva al
conocimiento, a la luz del pensamiento propio.
El libro nos hace libres,
tal vez por eso, sin quererlo o
queriendo, se llame libro, porque nos libra de la
esclavitud que conlleva el desconocimiento y la ignorancia. El libro ha sido
perseguido por los poderosos, y también usado para manipular, para someter a los
débiles de pensamiento, a los crédulos carentes de ideas propias, hasta el
punto de acabar dominado, controlado y censurado cuando el poder es
totalitario.
Las religiones, en un acto de
barbarie, quemaron libros… aquellos que cuestionaban en libertad sus credos,
los que ponían en entredicho sus dogmas y podían abrir los ojos de los fieles, aquellos que eran expresión de herejes o críticos.
Solo los sacerdotes, imanes, rabinos, etc. podían leer e interpretar el mensaje
de las escrituras y estudiarlas bajo la dirección de eruditos doctores de la iglesia.
El libro era un arma peligrosa que había que neutralizar y controlar para ser
usada en beneficio de la fe, guiados por la mano del pastor. Entonces fueron los monasterios los garantes del libro,
pero, sobre todo, de aquellos que les interesaban y reforzaban la fe y el dogma…
“El conocimiento y el pensamiento estaban controlados”.
Luego, la
imprenta rompió ese poder, la burguesía reivindicó su activo papel social y surgieron
los librepensadores para que la fortaleza donde se controlaba todo se desmoronara.
El siglo de las luces a través del libro, el enciclopedismo y del librepensar,
cambió el escenario acorralando al poder establecido y abriendo las mentes a
otras dimensiones que nos llevaron a esta situación donde el analfabetismo es
casi ausente, aunque haya mucho analfabeto funcional o ideológico.
Los libros adoctrinan,
socializan, imparten conocimiento, matan la ignorancia, distraen como medio de
ocio… en los libros puedes vivir mil historias y aventuras, a la vez, que exponer la tuya
y tu propio proceso evolutivo, tu pensar y entender de la vida, tu aprendizaje
y conclusiones en ese contacto continuo con el entorno del que te alimentaste.
El libro es un arma muy
poderosa. Por eso lo quieren controlar los que ostentan el poder.
Ellos, con sus empresas, determinan cuales publican, a qué libros apoyan, o puede
o debe ser un best seller… El libro modula, conforma (da forma) a la gente, por
experiencias vicarias (de otros)
o proyección en sus protagonistas, en una línea determinada, creando un perfil social,
un sujeto modélico o ajustado a los principios y valores que se siembran en esa
sociedad mediante la cultura social que le caracteriza, bajo el dominio de su estructura de poder.
Pero el libro también ofrece la oportunidad
de pensar, analizar, conocer y vivir distintas visiones de la vida, lo que te
lleva a la ingesta del alimento intelectual al que has de saber digerir para que
el nutriente sea aprovechable, mandando las heces al sistema evacuador y el
alimento a la sangre que corre por tu mente y te hace crecer.
Cuando uno
lee un libro mira quién es el cocinero que condimentó ese alimento y si es de
tu agrado el autor; o sea si te gusta la comida que te ofrece y la consideras
nutriente para tu espíritu. Pero, siempre, absolutamente siempre, se ha de
someter a ese proceso de digestión, al que ya me referí, para no tragarse nada
sin desmenuzarlo y separar las heces del nutriente, porque en todo alimento hay
restos que formarán esas heces, salvo situaciones excepcionales. En todo caso,
enseñar a leer no es mostrar qué dice la B con A, sino adiestrar para que el
sujeto entienda, discuta y asimile en libertad crítica lo que lee, sin tragárselo
de corrida.
Es más, cuando
alguien le diga, al leer un libro, “palabra de Dios” (entiéndase Dios o líder social
o político si lo desea) para que usted no la discuta y la acepte sin rechistar,
piensa que las palabras siempre son de los hombres y, por tanto, siempre llevan
una intención, más o menos buena, para imponer o mostrar su verdad subjetiva,
por lo que debe analizarse bajo el manto de la duda hasta racionalizarla y
comprenderla… luego, cada cual es muy
dueño de fraguar su pensamiento sin imponerlo a nadie, claro está; pero, en
todo caso, yo aconsejo que elabore su propio juicio para sentirse en plena
coherencia interior.
Por tanto,
hoy más que nunca, vale la pena reflexionar sobre el libro y su papel en el
proceso evolutivo de la sociedad y, cómo no, en nuestro propio progreso
individual. Yo le dediqué hace unos años este poema en un día como hay, donde
intenté plasmar mi visión del libro expresada en forma poética, recurriendo al
verso para darle un sentido más lirico.
Homenaje
al libro
Líbreme el libro del mal de la incultura
hágame libre, de pensamiento libre,
no me atrape el libro en dogmas ni credos
no me encorsete en normas leguleyas
ni me oprima con leyes represoras.
El libro es la estrella del camino
que te guía en su deriva hasta ser libre
por la senda de la grandeza del espíritu,
del conocimiento y desarrollo personal,
hacia nuevos horizontes del futuro.
El libro es un lugar de encuentro
un campo de cultivo compartido
el surco en sementera de la vida
el abono de una promesa del fruto del mañana
letra, sílaba, palabra, verbo de papel…
para llevarnos siempre al libro de la vida
rompiendo las miserias y prejuicios
haciendo germinar un novel marco
que dé sentido a un nuevo mañana
que hoy nos quieren yugular
para llevarnos a la nada
mientras otros, en mísera codicia,
se suben al tren de la abundancia
dejando sumidos en pérfida ruindad
a la inmensa mayoría desesperada.
Hoy canto al libro redentor de mi mañana
que traiga nuevas formas y alianzas
a través de la lectura y su palabra
para que surja un nuevo mundo
para que se imponga la justicia
para que los ojos se nos abran
para que sembremos en su campo
el huerto que traiga el alimento en alborada.
Autor: Antonio Porras Cabrera
Málaga, 23 de abril