Hace algún tiempo que no cuelgo una reflexión de cierto nivel de profundidad y complejidad. Desde abril de 2007, en que colgué Dios es laico, que puedes leer más abajo, tengo el compromiso de hablar sobre la idea de Nietzsche que reflejo como inicio de este escrito. Ahora quiero compartir contigo la reflexión sobre el tema que sigue.
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“Dios no existe, lo que existe es la idea de Dios”.
Nietzsche
Nietzsche pone el dedo en la llaga. Dios no existe, pero sí las ideas. Las ideas son reales, aunque sean falaces, y se viven como tales. Si bien una idea surge de la aplicación de un proceso lógico y estructurado de nuestro pensamiento en busca de una verdad, podemos aceptar ideas no contrastadas como verdaderas, bajo el manto de la fe. Quien asume una idea y la hace suya, asume que esta condicione su propia existencia. Pero cuando esa idea se impone por la fuerza, el chantaje o la amenaza, es aceptada como precepto o condición necesaria para subsistir en un entorno hostil si no se asume la misma. En este caso la fidelidad no está garantizada salvo por la presión y amenaza sobre el sujeto sometido.
Por tanto, la imposición de ideas, principios, valores y demás elementos que conforman la cultura de una sociedad y, por ende, mantiene su estructura relacional, es la base del sostenimiento del poder y la autoridad que la gobierna. La asunción de principios tiene mayor fuerza impositiva cuando provienen de un ser superior, cuando la razón está sometida a la existencia de una divinidad que dirige y ordena la convivencia en base a conductas correctas, que tendrán su gratificación o, en su defecto, su castigo. Son verdades incuestionables que emanan de una gran razón a la que nos sometemos, pues entendemos que esa razón suprema se basa en el conocimiento absoluto del creador.
El ser humano por definición es un ser social, ya que por sí mismo no podría haber sobrevivido a sus enemigos. Está dotado de inteligencia, que es esa capacidad inductiva y deductiva que hace que cualquier vivencia propia o vicaria sea fuente de información y desarrollo, de acondicionamiento a su entorno y de integración en los procesos sociales de su grupo de referencia. Sabemos que para ser respetados por los demás debemos respetarlos, que seremos tratados por los otros en la misma medida en que nosotros los tratemos a ellos, que es imprescindible vivir bajo unas normas sociales de convivencia para poder desarrollarnos y crecer en paz y poder dedicar todo nuestro esfuerzo a ello. Por tanto, somos conscientes de que debemos aceptar y cumplir unas mínimas normas o leyes. Entre ellas está la disposición a luchar y defender el grupo social incluso con la muerte, pues la trascendencia de la vida se da en la proyección de los propios hijos y demás miembros del grupo. Sabemos que moriremos algún día, pero si es antes de lo previsto (si se puede prever), nos gustaría que fuera por una causa justa. Esa causa justa la determinará el grupo y la cultura que compartimos. Decía un antiguo paciente psicótico de mi equipo que los muertos viven en la memoria de los vivos. Por tanto, nuestra trascendencia se garantiza en dejar una memoria heroica que sirva como ejemplo en tiempos venideros. Es una excelente forma de seguir viviendo.
Bien, pues ya tenemos la necesidad de una serie de principios, valores, creencias y doctrinas que conformen la argamasa que deberá consolidar la sociedad. Ahora, para hacerlas más creíbles, con mayor asunción por parte de los componentes del grupo social, con menos contestación y mayor aceptación, crearemos al ser supremo que mediante su doctrina vaya determinando cuales son esos principios y valores. Si mantenemos que la espiritualidad puede ser producto de la exaltación de la duda, en busca de una verdad superior que nos redima del sufrimiento y nos explique todas esas dudas que nos acompañan, dando paz y estabilidad a nuestra psique, podemos estar en condiciones de aceptar doctrinas divinas que nos estructuren la convivencia.
Entonces, si los sujetos inteligentes y atrevidos, se alían para ostentar el poder, solo tendrán que, por un lado, dominar el conocimiento y hacerse enviados de esa divinidad; de esta forma garantizan el control de esos principios y el sometimiento del pueblo a los mismos. Para ello solo tienen que controlar el sistema educativo y gestionar la influencia religiosa. La introyección de principios y valores en los sujetos es mucho más efectiva si se asume desde la conformación de un superyo (conciencia) rígido con esos principios, que actúe como guardián de los mismos dentro del propio sujeto, creándole conflicto interno y culpa al infringirlos; o sea, el Pepito Grillo de Pinocho. Curiosamente, en nuestra religión, se han dado hechos de especial relevancia en esta línea, como son el control de las infracciones mediante la confesión y la necesidad de penitencia para el perdón, es como tomar el pulso a la sociedad y ver en que estado de salud se encuentra. Esta penitencia puede ser un camino para reinsertar al sujeto infractor y, a la vez, para conseguir de él que actúe como policía de los demás. Curiosamente, el poder de influencia de esta convicción pudo llevar a muchos al sacrificio, incluso a la mutilación del miembro responsable del pecado, como forma de purificación.
Por otro lado, si el poder religioso tiene la capacidad de controlar y modular las conciencias, el poder político tiene la capacidad de gestionar los bienes materiales y articular las leyes y normas que determinen las conductas adecuadas. El súmmum del descaro y la manipulación se da cuando el dirigente político (rey, emperador, faraón, etc.) declara su divinidad o, en su defecto, es nombrado por la gracia de Dios, adorándole sus súbditos como la reencarnación de un dios que defiende los principios y valores que sustentan el sistema que gobierna este sujeto.
Vayamos un poco más lejos en las apreciaciones. Yo, como emperador, necesito un dios que defienda los principios y valores que a mí y a mis adláteres nos interesan, pero como no existe debo crearlo para que me dote del poder superior que permita el dominio sobre los demás. Para ello debo crear una estructura de tinte religioso que canalice y/o establezca la vía de comunicación necesaria y convincente con ese ser superior. Por tanto, potenciaré a los que piensen, prediquen y orienten en el sentido del interés de esta estructura cultural, elevándolos al nivel de héroes, mitos, santos o modelos a seguir y eliminaré como herejes y enemigos, aliados del diablo, a aquellos que vayan en contra del sistema. O sea, gestionaré las espiritualidad o religiosidad que emana espontáneamente del sujeto o se la inculcaré en la línea adecuada a los intereses del grupo dominante.
Claro que… para que haya una sintonía entre los intereses del grupo dominante y los planteamientos o principios que lo sustentan, dando validez a las decisiones que emanan del emperador, debe existir un dios a su imagen y semejanza. Pero eso no lo puedo plantear, puesto que sería una clara manipulación, por lo que es mucho más sensato decir que ese ser superior o dios, nos creó a su imagen y semejanza, por lo que contamos, hagamos lo que hagamos, con su beneplácito al ser hijos suyos y hacemos más comprensible y aceptables las conductas que presentamos, aunque sean aberrantes y perversas, pues él siempre sabrá perdonarnos.
Concluyendo; cada cultura crea un dios, unos principios y valores sociales que emanan del mismo en función de su historia, vivencias e intereses, para servir de perpetuador del sistema de convivencia. Cuando se ha dado un conflicto importante de intereses entre clases, la religión ha sido un elemento de combate. Véase si no el caso de la Revolución Francesa, de la Bolchevique y de la gran cantidad de guerras de religión que conmocionaron al mundo a lo largo de la historia y que siguen haciéndolo en la actualidad, incluso llevando a grupos extremistas al empleo de la inmolación en atentados terroristas.
Por tanto, citando a Nietzsche: “El hombre, en su orgullo, creó a Dios a su imagen y semejanza”. No nos ha creado a su imagen y semejanza, sino que nosotros lo hemos creado a él a nuestra imagen y semejanza. Ahora bien, de existir un Dios verdaderamente, la idea que tenemos de Él ¿se acercaría o no a esa Realidad hipotética? Yo estoy convencido de que no, pues todo indica, en el funcionamiento del mundo, que estamos muy lejos en nuestras apreciaciones de esa posible divinidad. De todas formas este es el mundo que tenemos, con sus principios y valores, con sus limitaciones e injusticias, con sus errores y conflictos. Todo es producto de una evolución en el tiempo donde el azar y la necesidad, que refería Jacques Monod, ha jugado su papel y donde no cabe el razonamiento contrafáctico, pues nunca sabremos qué habría sido de nuestra sociedad si se hubieran dado otros principios y valores, otros hechos determinantes de la evolución sociopolítica. Lo que sí sabemos, o debemos saber, es que el conocimiento, la educación y desarrollo de todos y cada uno de los miembros de la tribu puede llevar a una evolución más justa y humana, a una sociedad más solidaria, pacífica y armónica, en función de la asunción de la libertad responsable…
Nietzsche pone el dedo en la llaga. Dios no existe, pero sí las ideas. Las ideas son reales, aunque sean falaces, y se viven como tales. Si bien una idea surge de la aplicación de un proceso lógico y estructurado de nuestro pensamiento en busca de una verdad, podemos aceptar ideas no contrastadas como verdaderas, bajo el manto de la fe. Quien asume una idea y la hace suya, asume que esta condicione su propia existencia. Pero cuando esa idea se impone por la fuerza, el chantaje o la amenaza, es aceptada como precepto o condición necesaria para subsistir en un entorno hostil si no se asume la misma. En este caso la fidelidad no está garantizada salvo por la presión y amenaza sobre el sujeto sometido.
Por tanto, la imposición de ideas, principios, valores y demás elementos que conforman la cultura de una sociedad y, por ende, mantiene su estructura relacional, es la base del sostenimiento del poder y la autoridad que la gobierna. La asunción de principios tiene mayor fuerza impositiva cuando provienen de un ser superior, cuando la razón está sometida a la existencia de una divinidad que dirige y ordena la convivencia en base a conductas correctas, que tendrán su gratificación o, en su defecto, su castigo. Son verdades incuestionables que emanan de una gran razón a la que nos sometemos, pues entendemos que esa razón suprema se basa en el conocimiento absoluto del creador.
El ser humano por definición es un ser social, ya que por sí mismo no podría haber sobrevivido a sus enemigos. Está dotado de inteligencia, que es esa capacidad inductiva y deductiva que hace que cualquier vivencia propia o vicaria sea fuente de información y desarrollo, de acondicionamiento a su entorno y de integración en los procesos sociales de su grupo de referencia. Sabemos que para ser respetados por los demás debemos respetarlos, que seremos tratados por los otros en la misma medida en que nosotros los tratemos a ellos, que es imprescindible vivir bajo unas normas sociales de convivencia para poder desarrollarnos y crecer en paz y poder dedicar todo nuestro esfuerzo a ello. Por tanto, somos conscientes de que debemos aceptar y cumplir unas mínimas normas o leyes. Entre ellas está la disposición a luchar y defender el grupo social incluso con la muerte, pues la trascendencia de la vida se da en la proyección de los propios hijos y demás miembros del grupo. Sabemos que moriremos algún día, pero si es antes de lo previsto (si se puede prever), nos gustaría que fuera por una causa justa. Esa causa justa la determinará el grupo y la cultura que compartimos. Decía un antiguo paciente psicótico de mi equipo que los muertos viven en la memoria de los vivos. Por tanto, nuestra trascendencia se garantiza en dejar una memoria heroica que sirva como ejemplo en tiempos venideros. Es una excelente forma de seguir viviendo.
Bien, pues ya tenemos la necesidad de una serie de principios, valores, creencias y doctrinas que conformen la argamasa que deberá consolidar la sociedad. Ahora, para hacerlas más creíbles, con mayor asunción por parte de los componentes del grupo social, con menos contestación y mayor aceptación, crearemos al ser supremo que mediante su doctrina vaya determinando cuales son esos principios y valores. Si mantenemos que la espiritualidad puede ser producto de la exaltación de la duda, en busca de una verdad superior que nos redima del sufrimiento y nos explique todas esas dudas que nos acompañan, dando paz y estabilidad a nuestra psique, podemos estar en condiciones de aceptar doctrinas divinas que nos estructuren la convivencia.
Entonces, si los sujetos inteligentes y atrevidos, se alían para ostentar el poder, solo tendrán que, por un lado, dominar el conocimiento y hacerse enviados de esa divinidad; de esta forma garantizan el control de esos principios y el sometimiento del pueblo a los mismos. Para ello solo tienen que controlar el sistema educativo y gestionar la influencia religiosa. La introyección de principios y valores en los sujetos es mucho más efectiva si se asume desde la conformación de un superyo (conciencia) rígido con esos principios, que actúe como guardián de los mismos dentro del propio sujeto, creándole conflicto interno y culpa al infringirlos; o sea, el Pepito Grillo de Pinocho. Curiosamente, en nuestra religión, se han dado hechos de especial relevancia en esta línea, como son el control de las infracciones mediante la confesión y la necesidad de penitencia para el perdón, es como tomar el pulso a la sociedad y ver en que estado de salud se encuentra. Esta penitencia puede ser un camino para reinsertar al sujeto infractor y, a la vez, para conseguir de él que actúe como policía de los demás. Curiosamente, el poder de influencia de esta convicción pudo llevar a muchos al sacrificio, incluso a la mutilación del miembro responsable del pecado, como forma de purificación.
Por otro lado, si el poder religioso tiene la capacidad de controlar y modular las conciencias, el poder político tiene la capacidad de gestionar los bienes materiales y articular las leyes y normas que determinen las conductas adecuadas. El súmmum del descaro y la manipulación se da cuando el dirigente político (rey, emperador, faraón, etc.) declara su divinidad o, en su defecto, es nombrado por la gracia de Dios, adorándole sus súbditos como la reencarnación de un dios que defiende los principios y valores que sustentan el sistema que gobierna este sujeto.
Vayamos un poco más lejos en las apreciaciones. Yo, como emperador, necesito un dios que defienda los principios y valores que a mí y a mis adláteres nos interesan, pero como no existe debo crearlo para que me dote del poder superior que permita el dominio sobre los demás. Para ello debo crear una estructura de tinte religioso que canalice y/o establezca la vía de comunicación necesaria y convincente con ese ser superior. Por tanto, potenciaré a los que piensen, prediquen y orienten en el sentido del interés de esta estructura cultural, elevándolos al nivel de héroes, mitos, santos o modelos a seguir y eliminaré como herejes y enemigos, aliados del diablo, a aquellos que vayan en contra del sistema. O sea, gestionaré las espiritualidad o religiosidad que emana espontáneamente del sujeto o se la inculcaré en la línea adecuada a los intereses del grupo dominante.
Claro que… para que haya una sintonía entre los intereses del grupo dominante y los planteamientos o principios que lo sustentan, dando validez a las decisiones que emanan del emperador, debe existir un dios a su imagen y semejanza. Pero eso no lo puedo plantear, puesto que sería una clara manipulación, por lo que es mucho más sensato decir que ese ser superior o dios, nos creó a su imagen y semejanza, por lo que contamos, hagamos lo que hagamos, con su beneplácito al ser hijos suyos y hacemos más comprensible y aceptables las conductas que presentamos, aunque sean aberrantes y perversas, pues él siempre sabrá perdonarnos.
Concluyendo; cada cultura crea un dios, unos principios y valores sociales que emanan del mismo en función de su historia, vivencias e intereses, para servir de perpetuador del sistema de convivencia. Cuando se ha dado un conflicto importante de intereses entre clases, la religión ha sido un elemento de combate. Véase si no el caso de la Revolución Francesa, de la Bolchevique y de la gran cantidad de guerras de religión que conmocionaron al mundo a lo largo de la historia y que siguen haciéndolo en la actualidad, incluso llevando a grupos extremistas al empleo de la inmolación en atentados terroristas.
Por tanto, citando a Nietzsche: “El hombre, en su orgullo, creó a Dios a su imagen y semejanza”. No nos ha creado a su imagen y semejanza, sino que nosotros lo hemos creado a él a nuestra imagen y semejanza. Ahora bien, de existir un Dios verdaderamente, la idea que tenemos de Él ¿se acercaría o no a esa Realidad hipotética? Yo estoy convencido de que no, pues todo indica, en el funcionamiento del mundo, que estamos muy lejos en nuestras apreciaciones de esa posible divinidad. De todas formas este es el mundo que tenemos, con sus principios y valores, con sus limitaciones e injusticias, con sus errores y conflictos. Todo es producto de una evolución en el tiempo donde el azar y la necesidad, que refería Jacques Monod, ha jugado su papel y donde no cabe el razonamiento contrafáctico, pues nunca sabremos qué habría sido de nuestra sociedad si se hubieran dado otros principios y valores, otros hechos determinantes de la evolución sociopolítica. Lo que sí sabemos, o debemos saber, es que el conocimiento, la educación y desarrollo de todos y cada uno de los miembros de la tribu puede llevar a una evolución más justa y humana, a una sociedad más solidaria, pacífica y armónica, en función de la asunción de la libertad responsable…