Llevo un tiempo meditando sobre la línea roja que han ido colocando los homófobos y defensores del poder del macho a lo largo de la historia, para diferenciar el sexo masculino y femenino. Aprovechando que Geni ha colgado un post en su blog bajo el título “Homofobia escolar” (lo podéis ver en: http://llampsitrons-crepiq.blogspot.com/2010/01/homofobia-escolar.html) he retomado el tema y me gustaría exponer algunas consideraciones sobre el asunto. Entiéndase que no soy experto en el asunto de la sexualidad humana, aunque sí leído, por lo que el análisis no lo planteo desde esta perspectiva, sino desde el proceso de la evolución social (tampoco soy antropólogo, sino psicólogo social y, sobretodo, librepensador), en suma desde mi propio enfoque, desde mi ventana, con todas las reservas que ello pueda representar.
En primer lugar cabe entender que dentro del concepto de ser humano se incluye tanto al hombre como a la mujer. Parece obvio, pero es conveniente recordarlo. Es decir el ser humano, en su esencia, como tal, es asexuado. Eso no quiere decir que el sexo no tenga influencia en el sistema de relación, sino más bien que no debería ser tan determinante, salvo en lo relativo a su función principal, con todas las connotaciones que conlleva. La represión de la sexualidad y los condicionantes que presenta, son elementos suficientemente complejos para tratarlos aparte y no perdernos aquí en mayores disquisiciones.
La sexualidad es la base intrínseca para el desarrollo y perpetuación de la especie. Es la clave de la reproducción, el instrumento que garantiza la preservación. La realidad es que, en una situación ideal, ambos sexos deberían conjugarse armónicamente asumiendo cada cual su papel reproductor, asignado por la naturaleza. Estaríamos hablando de una sociedad donde sus valores fueran más humanos, donde prevaleciera la evolución de la especie, a nivel general, sobre los intereses particulares de los que se adueñan del poder del grupo.
Pero nuestra sociedad se fraguó en la injusticia, la desigualdad, la violencia y la guerra. Los bienes los creaban la buena gente y los violentos los tomaban por la fuerza, la coacción y la amenaza, cuando no la eliminación física del oponente. El botín de guerra era un elemento de movilización para llevarla a término. La riqueza y su ostentación fue pareja al poder. Por tanto, era la fuerza del “sufrido y aguerrido” combatiente la que se imponía.
El placer sexual era tomado como un botín más en premio al triunfo. La mujer era un objeto de deseo y no vista en términos de igualdad. Todo ello se enmarca en las consecuencias del acto sexual; el hombre disfruta y vase contento, sin secuelas, mientras la mujer queda embarazada, con la carga del hijo. Por tanto, para el hombre el placer sexual es libre de compromiso, mientras para la mujer significa comprometerse en un proyecto de vida nueva. La mujer, como objeto del deseo y del placer, era violentada, usando su cuerpo para el disfrute en contra de su voluntad, por la fuerza, que era una de las cualidades o esencias del macho.
Por otro lado, siguiendo la idea de Engels, la propiedad privada se fragua y necesita de un Estado con sus leyes para prevalecer y trascender de padres a hijos. De aquí surge la necesidad de mantener a la mujer sometida a su esposo, para garantizar que los hijos concebidos por esta sean engendrados por el marido, por el dueño del legado. Su rol se establece desde la subordinación y la debilidad frente a la fuerza y el poder masculino. El modelo familiar encaja en este objetivo, el hombre busca los recursos y la mujer cuida de la casa y los nutrientes familiares, incluso forma a los hijos en la cultura de su pueblo.
Otra cuestión a considerar es que, biológicamente, la función reproductora del hombre acaba en la eyaculación, mientras que la mujer requiere de nueve meses más para dar a luz un hijo. Las guerras fueron diezmando al grupo masculino por los muertos en combate y era imprescindible la reproducción para mantener al grupo competitivo con el entorno. Ello llevó, en muchos casos, a la poligamia. Un solo hombre, en nueve meses, podía fecundar a cuantas mujeres quisiera, mientras que la mujer requería ese periodo de gestación, como ya he comentado. La fábrica estaba ubicada en la mujer (perdón por la expresión tan instrumental). Por tanto, la mujer tenía una doble función, la de dar placer y la de gestar. Era una relación objetal, es decir entendida como un objeto o instrumento. De aquí la necesidad de la sumisión y control de la mujer por parte del macho.
Por otro lado, la sensibilidad, la ternura, la afectividad, se asocia a lo femenino; mientras que la fortaleza, firmeza, dureza, fuerza, musculatura, brutalidad y violencia se asocia al género masculino, cuya característica principal está fundamentada en los valores guerreros y en su capacidad de gestión del grupo, en contraposición a los valores maternales, protectores y nutrientes del rol femenino. Se fraguan los términos sexo fuerte para el hombre y sexo débil para la mujer… ¡Qué ilusos!
Pero eso no es así. En todo caso se impone por la fuerza y la coacción. Las conductas sexuales, o de género, se establecen en consonancia con esta filosofía del desarrollo grupal y del poder, de la cultura de ese pueblo. Entonces se establecen las líneas que separan ambos sexos en cuanto a esas conductas, cómo debe actuar un prototipo de hombre y de mujer. Cualquier incursión en las conductas del otro género era considerada una trasgresión y, por ende, una deshonra. Se van creando dos mundos paralelos, perfectamente delimitados y estancos, donde no se puede traspasar la línea divisoria sin entrar en conflicto social o de reputación.
Para ello se ha sacrificado el conocimiento y potenciación de las emociones y sentimientos que, emanando de nuestro interior, no eran compatibles con la norma. Había, pues, que reprimirlos. Es decir, que un hombre no podía mostrarse sensible y exponer su parte femenina sin entrar en conflicto o ser catalogado como homosexual, salvo en los casos que se entendiera expresión artística, poética o musical, que aceptaba este tipo de expresión. Lo mismo ocurría con la mujer, pero en sentido inverso. Se amputó al hombre su parte femenina y a la mujer su parte masculina.
Aludía antes a la cultura de los pueblo. Esta cultura se enlaza con las convicciones religiosas, que son, al fin y al cabo, los grandes pilares de los valores y principios que sustenta esa sociedad. La religión instaura y ampara estas diferenciaciones. Es más, las consolida mediante el dogma y el propio concepto de creación. La Biblia estable que Dios creó a Adán y después, de una de sus costillas, sacó a Eva, dado que estaba solo y aburrido, para que le acompañara y se reprodujera. Claro, yo de pequeño, al amparo de esta versión, entendía el discurso en el que el hombre era superior a la mujer y, a la vez, su dueño, puesto que había salido de su propia costilla para ponerla a su servicio.
Este conglomerado de ideas, formas de entender la vida y las relaciones humanas y de grupo, persiste a lo largo del tiempo en nuestra sociedad. Es más, existen grupos de sujetos que son adeptos a estos principios, bien a través de los planteamientos religiosos, de los políticos o de los filosóficos. En todo caso, entiendo, que defienden un inmovilismo ventajoso para ellos o, al menos, de pereza intelectual o de incapacidad de ir más allá en sus razonamientos. Por tanto, la homofobia está servida como propuesta educacional.
Someto a la consideración del lector los conceptos de querer y amar. Yo ubico al verbo querer dentro de la satisfacción de una necesidad, de un deseo, enfocándolo hacia un objeto determinado que instrumentaliza su complacencia. La sexualidad es una necesidad fisiológica aceptada y definida por los expertos como incuestionable, por lo que responde a un deseo innato con base reproductiva. La pasión, el ardor y la fogosidad propia de la sexualidad es un claro exponente de ello. Suele estar enfocado casi siempre hacia el sexo contrario, pero la satisfacción sexual no se canaliza necesaria y exclusivamente hacia sexo contrario, sobretodo en lo referente al placer. Podemos encontrar placer en muy diversos objetos y sujetos, desde la autosatisfacción, hasta las fantasías más peregrinas..
El amor, por el contrario, es más objetivo, menos centrado en la satisfacción personal. Es un elemento sublime de la relación humana y no suele implicar posesión, sino respeto a la individualidad y desprendimiento. El amor pretende la realización del otro, la admiración de la belleza, la sorpresa y encantamiento que se siente ante lo excelso, respetando su individualidad, su idiosincrasia e independencia. Existe una identificación con la otra persona, por lo que cualquier cuestión buena para ella lo es para nosotros.
Ambas cosas suelen acompasarse en la relación de pareja, si bien, en un principio, el querer se superpone al amor, después se va cambiando el orden, prevaleciendo el amor sobre el querer, cuando todo evoluciona positivamente. Sin embargo, en la amistad predomina el amor, en la relación con los hijos y los padres también. Mientras más necesidad se tenga del otro más se establece el querer y más nos alejamos del amor desprendido. Mientras más se necesite al otro más se tiende a su control posesivo, si bien la sinrazón puede hacernos caer en la dependencia del otro, del objeto de deseo y, por ende, convertirnos en sumisos ante él o ella; en dominados
El amor también significa caricias, contacto y connivencia. Es esa química que se siente ante y con la otra persona. Por tanto, cuando amas a alguien, sea tu hijo, tu madre o tu amigo o amiga, sientes la necesidad de abrazarlo, de tocarlo y besarlo. Y, claro, como el amor no tiene sexo, ese sentimiento se puede dar hacia las personas del propio sexo. Entonces llegan los homófonos, los machistas e integristas de la tradición más anacrónica y catalogan esta situación, de expresión afectiva, como anómala, perversa y patológica. Pobre gente. Su mente cerrada les ha llevados a no comprender la esencia del ser humano y pretenden encapsularlo en unas normas obsoletas y represoras que maten parte de su ser.
No querría pasar el tema sin hacer alusión a otro aspecto. Me refiero al de la disonancia cuerpo-sexo. El cuerpo humano no desarrolla la sexualidad hasta la pubertad, aunque esté dotado, anatómicamente, de unos órganos sexuales determinados. Quiero decir con ello, que existen sujetos sexualmente contrarios a su fisionomía, lo que les crea un importante y significativo conflicto consigo mismos y con la sociedad. Son hombres atrapados en cuerpos de mujeres o mujeres atrapadas en cuerpos de hombres. Por suerte, hoy se están resolviendo con la llamada “Cirugia de Reasignación Sexual”.
Por tanto, entiendo, que un sujeto se identifica con unas vivencias y actitudes emocionales asociadas a un género, generalmente coincidente con su presencia física, con su cuerpo. Pero no tiene por qué ser siempre así, pudiendo producirse el desajuste que lleva a la expresión de la homosexualidad, que no ha de desembocar forzosamente a la cirugía de reasignación sexual, manteniendo su propia anatomía intacta.
La realidad es que determinadas mentes enfermas, consideraron a la homosexualidad como una enfermedad y siguen en sus trece muchos sujetos de sexualidad dudosa, amparados en el ejercicio del celibato o de la idea del más puro machismo.
Sé que el tema es amplio y complejo, que requiere mayor reflexión y análisis, que nos quedamos cortos, con lagunas y ausencias argumentales significativas. Pero una entrada de un blog no puede convertirse en un tratado sobre la concepción social de la sexualidad y su influencia en las relaciones humanas y de poder, ni tampoco lo pretendo. En todo caso es la expresión de unas ideas personales que se plasman para contrastarlas dentro de “mis cosas”. La función de lo expuesto hasta ahora es solo contextualizar el problema. a través del análisis del proceso evolutivo de nuestra sociedad, con mayor o menor acierto, con el ánimo de sacar las conclusiones que expondré en el siguiente post.