martes, 5 de mayo de 2020

Los bulos y demás manipulaciones



Últimamente se habla mucho de bulos y de su uso para influir en la gente permeable a los mismos. Los bulos, bajo mi punto de vista, son creaciones o mentiras elaboradas con objeto de engañar o manipular al lector con algún objetivo concreto que beneficia al emisor. El diccionario de la RAE lo define como: “Noticia falsa propalada con algún fin”. Por tanto solo tendrá efecto en aquellos que no tengan conocimiento, criterio o voluntad para someterlo a crítica razonable, a quienes, por actitud o posicionamiento ideológico o de credo, estén en disponibilidad de darle crédito, sin pasarlo por el tamiz del razonamiento para verificar si es verdad, en tanto refuerza a su convicción o fe, cuestión que está, para ellos, por encima de cualquier otro planteamiento que la cuestione.

En más de una ocasión he hablado de la disonancia cognitiva como un elemento potenciador del conflicto interno. Es decir yo no puedo dar crédito a aquello que va en contra de mis principios e ideas, ya que eso me crearía una duda y cuestionamiento de mi “verdad” y me llevaría al conflicto, mi certeza se diluiría y volvería a sembrar la duda. La duda que, para las mentes científicas y racionales, para aquellos que buscan la verdad a sabiendas de que el conocimiento supremo o verdad absoluta es inalcanzable, (recuérdese lo que decía Sócrates: Solo sé que son sé nada), es la madre e impulsora del conocimiento y la evolución; a las mentes apáticas y sin aprendizaje y práctica en el uso del discernimiento, les resulta agresiva, desestabilizadora, emocionalmente complicada y difícilmente gestionable, dada la necesidad de moverse con certeza que tiene el ser humano. Estas actitudes buscan la certeza en un líder que piense por ellos, que les dé el razonamiento ya hecho y el diagnóstico preciso de la reflexión. Se mueven más por otra medida diferente al razonamiento, que es el juego de las emociones. No dudan porque, emocionalmente, son incapaces de tolerar la duda y prefieren seguir el dogma, el principio o axioma, que le dan ya elaborado. He aquí donde la semilla del bulo germina.

Pero no he de mostrarme tan drástico en el planteamiento, porque en todos los seres humanos juegan esos dos elementos, las emociones y la razón. Al conjugar los dos factores afloran los resultados que conformarán la actitud, la opinión y conducta del sujeto. Hace ya años, allá por 1950, Eric Berne, enunciador del análisis transaccional, defendió tres estados del yo: padre, adulto y niño. La técnica pretende explorar la personalidad de un individuo y cómo éste ha sido moldeado por la experiencia, en especial los derivados de la infancia. De ello dependerían sus conductas y actitudes respecto a su entorno y a los otros sujetos con los que se relaciona. El adulto, donde prima la racionalidad y el dominio de las emociones, el inmaduro niño adaptado o crítico y el padre crítico o nutriente donde se conjugan las dos variables según el caso. Tal vez podríamos establecer tres o más estados respecto a los bulos. El que fríamente los razona y califica llegando al rechazo, aquellos que les dan credibilidad infantil por otorgarle al emisor el prestigio de la autoridad y los que además los crean y emiten con el ánimo de influir en los demás desde su convicción de entendido. Todo eso va a depender de su proceso educativo, o formativo, respecto a su independencia personal para elaborar su juicio, de su vínculo con los demás, de su integración en los grupos y su aceptación del gregarismo, de su sentido de la libertad de pensamiento compartido con los demás desde la tolerancia, empatía y disposición a la comprensión de la divergencia sin imponer las propias ideas. Pero en todo caso, reitero que las emociones son difícilmente gestionables para la mayoría de nosotros debido a cómo se nos ha formado históricamente. Ciertamente, ha primado el “borreguismo” para formar parte del rebaño y así seguir los pasos, que nos indica el pastor, sin rechistar. El librepensamiento fue denostado por poner en cuestión las ideas y principios religiosos y políticos del momento, hasta que el siglo de las luces acabó creando otra realidad social e ideológica.   

Pero, volviendo al tema de los bulos y falsas verdades, hay mentiras, que aun no siendo verdad, pasan por el tamiz como posibles o verosímiles. Estos son los bulos más efectivos, pues hay disposición de aceptarlos como verídicos por parte de los adeptos al emisor, dentro de su disposición de “hooligan” acérrimo del grupo que la emite. En política serían los fanáticos de cada partido o ideología, pues ubican y rechazan cualquier cuestionamiento de su partido como una agresión y aceptan el vilipendio o denostación del contrincante sin poner el argumento difamador en cuestión. En esta guerra sucia, nada democrática, de la política, pues la democracia implica el reconocimiento de la diversidad de pensamiento y el respeto al mismo, se ha de combatir y derrotar al bulo mediante la contrastación argumental. Pero, cuando las emociones y actitudes crean un muro impenetrable la cosa se complica y el bulo prospera en los adeptos al “bulador” o creador del bulo.

Es evidente que, una vez que la política entra en lo canallesco, se rompe la lealtad democrática y aflora la confrontación traicionera y desleal que pone el interés, exclusivamente, en lo partidista y no en el mayor beneficio para el conjunto de la sociedad.  Eso ocurre, bajo mi parecer, por la escasa “formación democrática” de algunos políticos y del pueblo que los vota y por la actitud del sectarismo de los seguidores resistentes a cualquier argumentación lógica, manteniendo su posición enquistada, junto a una manipulación u orientación de la metodología del debate, donde los importante es convencer al otro de la diatriba que se le lanza, en lugar de enriquecerse mutuamente y llegar al encuentro entre las dos posiciones mediante la negociación o acuerdo, si no se consigue confluir en los planteamientos argumentales. 

Además de eso, si entendemos que el mundo de la política ha dejado de ser una confrontación de ideas y propuestas para ofrecer al elector la oportunidad, o posibilidad, de elegir a la mejor, sino que, mediante técnicas de mercado, pretende colocar su producto, como el mejor, de forma fraudulenta, y, en lugar de preocuparse, prioritariamente, de ofrecer la bondad de su mercancía (su propuesta de gobierno) se dedica a denostar al otro, sacar su trapos sucios (cosa loable), negando y ocultando los propios (cosa rechazable), se habrá logrado la perversión del sistema despojándolo de su filosofía y entrando en otro campo suicida de la propia democracia. De este campo se nutren los defensores, que se hacen llamar del orden, de dictadores e ideas únicas, de totalitarismos y absolutismo que le roban la soberanía popular al ciudadano para otorgársela a un dirigente totalitario que ejercerá el poder desde su liderazgo incuestionable, al amparo de ideas de corte hitleriano o estalinista, por poner dos ejemplos extremos, a través del uso de la demagogia, que despierta emociones irracionales, para llevar a la gregaria sumisión del pueblo, ya no soberano, al que no se le supone capacidad formal de decisión.

Quiero introducir en este punto una reflexión sobre el sentido de la competencia. La oferta competitiva conlleva una comparación entre los elementos ofertados. En nuestra cultura el nivel de excelencia de la comparación no siempre es determinante. Solemos elegir lo mejor, pero podemos competir por arriba y en positivo, el mejor de lo mejor, o por abajo, en negativo, donde se elige al menos malo, el mejor de lo peor. ¿Cuál es la diferencia? La maldad está en el ofertante, que antes de presentar y trabajar por su mejora, presenta y trabaja el empeoramiento del contrincante ocultando, de este modo, la propia incompetencia. Esa perversión se da en nuestros políticos, cuando acaban justificando su corrupción, o incapacidad, con la frase: “Y tú más”. Esta expresión trasciende al electorado y se traduce en la discusión: “Los tuyos son más corruptos que los míos, por tanto se ha de elegir a los míos que son menos corruptos”. Aquí aflora la perversión del votante, que acaba tolerando la corrupción de los suyos y ve con satisfacción que los contrincantes sean más corruptos para ganar ellos las elecciones y perpetuarse en el poder.

Pero, a caballo de lo anterior, volviendo al tema, el bulo es el juego de la deslealtad absoluta, del desprecio a la inteligencia del receptor, de la manipulación intencionada del sujeto, haciéndolo, a su vez, un eslabón de la correa de trasmisión al amparo, muchas veces, de su candidez y buena intención por creerlo cierto.

La función del bulo, aparte de la desinformación, descalificación del contrario y otros etcéteras, tiene el objetivo, como chisme, de desviar a la opinión pública de asuntos que no interesan poner sobre la mesa. Mientras estemos pendientes de bulos y chismes, a los que somos tan aficionados en este país, y de los que nuestras televisiones nos tienen tan acostumbrados, nos olvidaremos de cuestiones de mayor calado como la corrupción o los movimientos entre bastidores de la política con intereses de grupo y otras “menucias” de mayor trascendencia. Una persona de derechas podría plantearse que este gobierno está censurando la libertad de expresión al intentar controlar la emisión de bulos y calificarlo de censurador, sin darse por aludido cuando el PP promulgó al llamada Ley Mordaza, de mayor trascendencia en el tiempo, mientras una de izquierdas comprenderá y apoyará la lucha contra el bulo por su efecto desinformador y manipulador, entendiendo, no solo que no es censura, sino lucha por la libertad de expresión como justo derecho a acceder a la verdad y eliminar la manipulación y desinformación malintencionada. 

Curiosidades sobre el bulo y la leyenda.

Siempre hubo bulos a lo largo de la historia, tanto en el mundo político como en el religioso, sobre todo en este último y, a veces, con beneficio mutuo de esos dos mundos. Quiero concluir mostrando algunos de ellos y hasta qué nivel lo irracional cala en mentes sumisas y rendidas a la fe en sus líderes y adoctrinadores. Entre el bulo y la leyenda, para mí, hay una diferencia temporal, el bulo es lo actual con tendencia a diluirse, salvo que persista y cree una leyenda, mito o una heroicidad integrada en la cultura popular.

Introduzco aquí la leyenda de la Cueva Belda, de mi pueblo, que cuenta cómo un fraile, con sus jaculatorias y exorcismo, derrotó a un demonio que allá vivía (historia que nos creíamos a pies juntillas en mi niñez y que aún hay quien se la cree desde su adultez). Hay otras muchas que pueden extraerse hasta de la propia Biblia (cómo se desmoronaron las murallas de Jericó al toque de trompeta (Josué 6:1-25), o cómo el sol se paró para dar tiempo a Josué a vencer a sus enemigos (Josué 10:6-15)). Este asunto de la parada del sol le dio a Galileo muchos quebraderos de cabeza,  con ya sabéis: Su teoría sobre que la tierra giraba en torno al sol, chocó frontalmente con eso de parar al sol, o sea que el que se movía era el sol y no la tierra, según desprendió de la Biblia la Inquisición. Aceptemos esto como algo normal a través de la historia, aunque no verosímil, pero no caigamos en su creencia infantil, si bien cada cual es muy digno de otorgarle la credibilidad que estime oportuna, pues, a estas alturas, sigue habiendo gente, incluso, “terraplanista”.  

Hay otras historietas o leyendas, que debieron de ser bulos en su día, dado que el bulo es sinónimo de rumores, mentiras, engaños, cuentos, falsedades, etc. y, determinadas historietas o leyendas no pasan por el filtro de la verdad, aunque perduren como aseveración de una leyenda que ya, de por sí, es cuestionada y cuestionable.  En los viajes que he ido haciendo por España (dejo el extranjero donde también los hay a mansalva), me han sorprendido cosas irracionales que persisten sin la menor crítica y te sacan una sonrisa de sarcasmo e indiferencia.

Morella es una localidad de Castellón que tuvo en la primera guerra Carlista un protagonismo de primer orden, bajo el dominio de la zona por el general Ramón Cabrera (no era familiar mío). Está coronada por una impresionante fortaleza inexpugnable. Hace unos años la visité y, aparte de otras muchas cosas, encontré una imagen en una fachada de la calle con una lectura al pie que decía:

En esta casa obró San Vicente Ferrer el prodigioso milagro de la resurrección de un niño que su madre enajenada había descuartizado y guisado en obsequio al santo. (1414)” Estos es mucha más milagro que la gallina de Santo Domingo de la Calzada, que como bien sabréis, cantó después de asada…

Pero mirad que otro bulo trascendió a la “historia”, que al leerlo te sonroja: Diose una batalla llamada del rio Salado, en 1340 entre moros y cristianos. Los cristianos, con más suerte y más empuje, lograron una victoria espectacular contra los moros, que eran muy superiores en número. No está bien definida la cuantificación de las huestes del rey Alfonso XI de Castilla, con la ayuda de las de su suegro, el rey de Portugal, y, tal vez, esta información que transcribo sea más adecuada, es de National Geografic, y dice: “Una crónica castellana eleva los efectivos benimerines a 53.000 jinetes y 600.000 peones, divididos en tribus y linajes, según la costumbre bereber. Las cifras resultan muy exageradas para aquellos tiempos. Según estimaciones más ajustadas a la realidad, el ejército cristiano pudo reunir a 22.000 soldados, mientras que el musulmán triplicaría esa cifra”.

Sea como fuere, la victoria fue aplastante, lo que sometió a Granada a pagar tributos a Castilla hasta que los Reyes Católicos la conquistaron en 1492. Al parecer prefirieron los castellanos no seguir la guerra, tal como pasó 91 años después, tras la batalla de la Higueruela en 1431, para seguir cobrando tributo de un reino rico y laborioso. Por cierto, que la negativa a pagar tributo a Castilla, aprovechando que estaba envuelta en guerra civil entre los partidario de Isabel y Juana la Beltraneja, fue el detonante de la conquista definitiva con la astucia cristina y la manipulación de intereses de la familia real nazarí.

Pero volvamos a lo de la batalla del río Salado. No se ponen de acuerdo los diferentes autores sobre las bajas de ambos bandos, que en las tropas benimerines sería de unos 105.000 muertos y unos 8.000 cristianos. Eso es verosímil por lo que he investigado. No obstante en un cuadro expuesto en el llamado Claustro de los Milagros del monasterio de Guadalupe, aparece esta inscripción que transcribo textualmente y que se puede observar ampliando la visión del cuadro:


 Pasando a España por el estrecho de Gibraltar, el rey de Marruecos Albohacen con más de seiscientos mil moros y juntándose con el de Granada cercaron a Tarifa, salioles al encuentro el Rey D. Alfonso XI de Castilla con muy desigual ejército de castellanos y portugueses, hizoles levantar el cerco, dioles batalla junto a un rio que se llamaba el Salado y con el favor de Nuestra Señora a quien el rey se abía encomendado y prometido venir a visitarla en esta su casa los moros fueron vencidos y muertos más de doscientos mil y falleciendo de los cristianos solo veinte. Año de 1340.”

Como decía un buen amigo mío: “Ahora vas y lo cascas”. El milagro fue de tal magnitud que solo murieron 20 cristianos y 200.000 moros; un cristiano por cada 10.000 moros.


Existe otra “historia”, bulo o leyenda, que incluso fue estudiada como verdadera en las escuelas de mi infancia. Se trata de la famosa batalla de Clavijo (o de las cien doncellas) que Ramiro I libró contra los musulmanes en el año 884, donde aparece el apóstol Santiago matando moros, de ahí su apodo de Santiago Matamoros. Y digo: ¿Si Cristo le reprendió a Pedro por cortarle una oreja al centurión, qué le habría de decir al podre Santiago al verle acometer y matar a tantos moros como dice la leyenda? La batalla, según los historiadores, no tuvo lugar, aunque en esos sitios se produjo la batalla de Albelda que pudo servir como base justificativa a la “historia” que describe el arzobispo Rodrigo Jiménez de Rada a principio del siglo XIII, fundamentándose en leyendas o crónicas populares. Según el Diccionario de Historia de España, "la existencia de esta batalla ni siquiera se plantea a un historiador serio".


Bien. Pues hubo un tiempo, y puede que aún haya, que la gente se creía estas cosas, porque los milagros son milagros, a pesar de lo que diga la historia. La fe ciega puede más que la realidad contrastada. Un fanático no atenderá a argumentos que cuestionen su creencia, porque lo dejará sin nada a que agarrarse en esta vida y, el vértigo de la duda, lo lanzará al abismo de la sinrazón.

Pero, por Dios, nada más lejos de mi intención que influir para que cada cual no se crea lo que quiera, para eso son libres, pero por lo menos que no nos hagan comulgar con ruedas de molino a los demás.  El tema da para mucho más, pero ya me he explayado bastante.

2 comentarios:

Prudencio Lopez Lopez dijo...

Sí, Antonio, en los tiempos que narras la incultura y la ciega religiosidad deba para bulos como catedrales. Ahora nos movemos en bulos, sobretodo, políticos. Cada cual busca el beneficio para su partido. Digo partido y no ideología, porque todos tenemos uno al que votamos, pero de ideologías andamos escasos. Para terminar, nos invitaremos cuando podamos salir y vernos, por lo que ayer pedíamos: alargar el estado de emergencia. Una abrazo.

Antonio dijo...

Cierto, los bulos del pasado eran engañabobos que solo pretendían reconducir al rebaño desde el miedo y el milagro. Si Cristo resucitó a un muerto, cualquier santo puede facilitar actos sorprendentes.
Un abrazo

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