Publicado
en el diario La Opinión de Málaga el 03 SEPT 2024 7:00
El Gobierno
israelí se ha pasado varios pueblos. Sus ataques indiscriminados y demoledores
han destrozado Gaza, su infraestructura, hospitales, colegios, edificios
públicos...
Palestinos
frente a un edificio residencial destruido por el Ejército de Israel en la
ciudad de Jan Yunis, en el sur de la Franja de Gaza (archivo) / Europa
Press/Contacto/Rizek Abdeljawad
Se nos está encalleciendo el alma.
Aún recuerdo el impacto a nivel mundial que produjo la imagen de Aylan, el niño
sirio aparecido ahogado en una playa de Turquía, hace ya algunos años; no sé si
el lector lo recuerda. Un mundo compungido gritó desesperado contra la
injusticia y la desgracia, la compasión afloró por doquier y se pidió justicia
y el resurgimiento de la humanidad en una sociedad que cabalgaba hacia la
deshumanización.
El tiempo lo cura todo, incluso la
sensibilidad humana ante la desgracia ajena, pasando a la indiferencia a base
de ver en el día a día tanta desgracia. Es un mecanismo de defensa, una forma
de luchar contra la disonancia cognitiva que puede atormentar nuestras mentes
llevándonos a la infelicidad, por ser tan lúcidos, empáticos e informados. La
verdad, en este caso, no te hará libre, sino preso de la angustia que genera
tanta maldad en una sociedad de la que formamos parte. Buscas el punto de fuga
de este cuadro imperfecto, pero no consigues escapar y aflora el letargo de la
sensibilidad.
Ahora, cada día, la tele nos regala
terroríficas imágenes de niños muertos, de madres desesperadas que los lloran,
de padres que corren con sus cuerpos destrozados buscando poder salvarles la
vida en un hospital que ya no existe. Nos muestra la destrucción de calles y
casas, la sangre y la maldad del ser humano que la provoca. Ucrania y Gaza, y
hora Cisjordania, conforman lo más visible, pero ya estamos vacunados y lo
vemos como una película de ficción. Israel está en el ajo, en el ojo del
huracán… pero también hay otros desalmados que dan soporte y sustentan los
conflictos.
A Israel siempre se le ha
considerado un Estado democrático, con lo que se instala una complicidad entre
Gobierno y ciudadanos de tal forma que la responsabilidad final, aunque sea del
Gobierno, afecta al pueblo. Eso sí, el pueblo no es responsable directo de los actos
de su Gobierno, para lo que el sistema le otorga la posibilidad de revocar, con
su voto en las próximas elecciones, su confianza en quien no ejerce la
gobernanza con arreglo a las leyes y derechos que sustentan la filosofía e
ideología política desde el ejercicio de una justicia humanista.
Lo que está ocurriendo en Israel
bajo el auspicio de su Gobierno pone en tela de juicio el ejercicio de la
democracia. El pueblo de Israel, por definición, ha de ser un pueblo
civilizado, integrado en los países del entorno democrático con los que se
relaciona, que imponen como condición, entre otras, la defensa y el respeto de
los derechos humanos.
El hecho que nos toca analizar en
estas fechas es controvertido, pues, tras el terrible y condenable ataque
terrorista sufrido por Israel en octubre pasado, era lógica y legítima una
reacción por su parte. La cuestión radica en esa proporcionalidad de su
respuesta, siendo condicionada, en un principio, por el impacto de aquella
matanza en el ánimo de todo un pueblo, lo que, cuando se considera desde la
emoción, te lleva a practicar la venganza antes que la justicia, haciendo pagar
a justos por pecadores. Pero, permítaseme un inciso, hay una enigmática
pregunta: ¿Hasta qué punto el MOSSAD sabía lo que iba a pasar, o fue tan incompetente
que no detectó nada y no se pudo evitar el acto terrorista de Hamás?
En este caso, la realidad, es que
el Gobierno israelí se ha pasado varios pueblos. Sus ataques indiscriminados y
demoledores han destrozado Gaza, su infraestructura, hospitales, colegios,
edificios públicos y un sinfín de viviendas de gente inocente, como un efecto
colateral, que parece buscado, muy superior a lo razonable, tal como he
comentado al inicio.
Su objetivo no es solo acabar con
Hamás, que le va a ser difícil con esa estrategia que siembra el odio cultivado
por los propagadores del terrorismo de este y otros grupos, sino someter desde
el miedo al pueblo palestino o acabar con él como tal. Ya son más de 40.000 los
muertos ocasionados por las bombas y armas del ejército, de los cuales muchos
serán terroristas, por supuesto, pero la inmensa mayoría son niños, mujeres y
gente de a pie, ciudadanos normales a los que aterrorizan y les hacen ir de un
lugar a otro a su antojo arrastrando su miseria y pobreza. Indudablemente el
pueblo gazatí y ahora, por extensión, en la Cisjordania ocupada, viven bajo la
amenaza y el terror.
Ya es opinión muy extendida, a
nivel mundial, que Netanyahu ha superado determinadas líneas que lo sitúan como
presunto actor o inductor de crímenes de guerra. No podemos decir que Israel es
un Estado terrorista, pero sí podemos reseñar que su Gobierno, con sus
decisiones, siembra el terror entre la población civil palestina, lo que le
acerca mucho a ese concepto. El Estado de Israel, los ciudadanos que lo
conforman y que, con su voto han elevado al poder a este señor, no pueden ser
cómplices de esta barbaridad, no pueden apoyar a una Administración que ejerce
el terror como arma de guerra, con todo lo que conlleva de destrucción,
sufrimiento, humillación y muerte de gente inocente.
La necedad, o determinados
intereses personales o de grupo, nos pueden llevar a una espiral difícilmente
controlable a través de una escalada simétrica que dará al traste con toda la
humanidad al entrar en un conflicto de orden superior. Las tensiones larvadas,
que desde hace tiempo se enmascaran, por el dominio de un nuevo orden mundial
ante el surgimiento de nuevas potencias y la geoestrategia que ello comporta,
tienen finas costuras que saltarán por los aires ante la mínima oportunidad de
tensión y discordia global... y en ello ya estamos.
Parece que el Gobierno israelí, de
momento no hablo del pueblo, está interesado en ir cada vez más lejos, juega
fuerte, tal vez porque se siente vigorosamente protegido por el imperio dado el
poder económico que ejercen sobre el mismo. Ya ha demostrado que no está por la
labor de asumir los postulados de la ONU y los dos Estados, lo quiere todo bajo
la filosofía del más puro sionismo revisionista del partido Likud y el del
religioso del Mafdal… el Gran Israel Bíblico; pero hay otras alternativas de
otros grupos sionistas que predican la convivencia entre los dos pueblos. Se ha
de comprender que este no es el camino para la paz, sino para perpetuar la
guerra y el sufrimiento, pero, sobre todo, el ciudadano de Israel, que vive en
‘democracia’, debe desmarcarse de los actos reprobables de su Gobierno para
evitar convertir a su país en un Estado que ejerza acciones terroristas, creo
que es una cuestión de conciencia individual y colectiva.
No podemos olvidar que «la paz
impuesta no es paz, sino sumisión del vencido. La paz verdadera es la que
consensua la convivencia en libertad». Lo más importante, como ya escribí en
una ocasión sobre el tema, es que cambien los actores porque estos ya conocemos
que no saben o quieren hacerlo al estar tan contaminados por el odio. Mientras
tanto, ¿seguiremos tapándonos los ojos y oídos ante tanta desgracia para
esquivar esa disonancia cognitiva? ¡Se nos está encalleciendo el alma! Nuestra
sensibilidad humanista se aletarga…
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