Hoy me voy a permitir presentaros un análisis
evolutivo de la incidencia del COVID-19 especialmente significativo, al menos
bajo mi punto de vista, dado que no se trabaja con datos de momentos puntuales,
sino con incidencia en franjas de tiempo, lo que permite amortiguar las
variaciones para el dato resultante, dentro del espacio de tiempo definido. Es
como aplicar la idea de un estudio longitudinal diferenciándolo de uno
transversal. No es lo mismo un corte puntual aplicado a un día cualquiera en un
espacio de tiempo, que un corte acumulado, referido a un segmento de ese tiempo
que incluye varios días. Espero que la idea haya quedado clara. Luego iré algo
más lejos en mi reflexión sobre el momento presente.
Tenemos un dato que se viene elaborando por el Centro
de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias, denominado Incidencia
acumulada (IA). Se refiere al número de casos que se han detectado durante los
14 días anteriores al de la fecha, por cada 100.000 habitantes, o pacientes
potenciales, que son los expuestos a un posible contagio.
Yo me he tomado la molestia de recoger esos datos y
representarlos en una gráfica de áreas (azul), donde incluyo la tendencia
polinómica (línea rojo). Lo asimilo a una montaña, que estuvimos subiendo, en amplia
pendiente, hasta el día 5 de abril, con el susto a cuestas, deseando llegar a
la cúspide para iniciar el descenso por la otra cara hasta el nivel desde donde
partimos. Desde entonces, tras permanecer allá arriba dos días, con el miedo
vertiginoso de la altura, con el frío de la inseguridad, con la pena de ver los
que se iban quedando en el intento, con el desconcierto que generaba el
desconocimiento del agresor, la angustia y el desasosiego, iniciamos la bajada,
ya más lentamente, en pendiente suave a pesar del deseo de escapar de ese monte
maldito. Pero la esperanza se instalaba en nosotros, la paciencia tenía su
fruto y se empezaban a ver los resultados del encierro. En los días 5 y 6 se quebró la curva, ya
medio doblegada, y una leve sonrisa apareció en nuestra cara, el esfuerzo
esteba dando su fruto, un fruto pequeño al inicio, pero convencidos de que ese
era el camino, quedarnos en casa y dejar la batalla a los paladines, a quienes,
arriesgando su vida, neutralizaban al enemigo.
Hoy estamos convencidos de que la batalla de la
pandemia se ganará, a pesar de los contraataques que realizará el enemigo. Pero
se avecina otra guerra, dura y terrible. La guerra de la crisis económica. En esa otra
contienda hay temor por ver quién paga la crisis, los platos rotos, quienes son
los más perjudicados, cómo se enfoca la solución de la misma para salir
rápidamente de ella, con la solvencia necesaria. Sabemos, por la anterior, que
se incrementó la pobreza a la par que la riqueza. De ella salieron más ricos
unos y más pobres otros, con devaluación de los sueldos, hasta casi la miseria,
aprovechando el ascenso del paro en un mundo neoliberal donde, el llamado libre
mercado, impone el frío dictado de sus normas. Aquella pareció casi planificada
para beneficio de determinados grupos de poder.
¿Qué pasará con esta? ¿El Estado será capaz de comprender
que los ciudadanos son lo importante, a aquellos a los que ha de defender y
proteger? Los últimos acontecimientos, los posicionamientos políticos, inducen
a sospecha. La oposición quiere el poder para gestionar la crisis, el gobierno
no quiere soltarlo porque a él le toca hacerlo. En medio nosotros, usted señor
votante del PP y usted señor votante del PSOE y de otras y otros partidos e ideologías.
No es lo mismo salir de la crisis como se salió de la otra, con ayudas a
mansalva a la banca, con pérdida del poder adquisitivo de los salarios, con
incremento de pobreza y riqueza, como ya he dicho, no es lo mismo, digo, que salir
con un nuevo enfoque de la economía, de los intereses y la protección al
ciudadano, con la creación de industria y economía productiva, dejando la
especulativa. Todos, al menos la mayoría, entiendo que queremos que, para que
la salida sea consistente, sólida, compartida en lo bueno y en lo malo, deben
sentarse los políticos y poner los intereses de los ciudadanos por delante de
los de grupo. Un gran pacto para que no sea cargada la cuenta del pago de la
crisis al saldo del grupo más débil, beneficiando al más poderoso. Hombro con
hombro, codo con codo, sinergia y consenso, que empujen en la misma dirección,
desde ahora mismo que ya estamos saliendo de la pandemia, para alisar el camino
de la otra contienda. Los políticos deben comprender que la patria somos todos,
que la ciudadanía la conforma, que el progreso pasa por una buena solución a la
crisis.
Los chinos, para los que crisis es sinónimo de
oportunidad, ya saben lo que hacer para, incluso, sacar provecho. Nosotros,
todavía, estamos en la tesitura de la idiotez, debatiendo si son galgos o
podencos. Señores políticos, siéntense de una puñetera vez con el gobierno, las
comunidades autonómicas, los partidos, los sindicatos, patronal y todo aquel
que represente intereses de colectivos sociales; escúchense unos a otros,
hablen con ánimo de acuerdo y no de poder, hagan posible lo imposible ya que
dicen ese es el arte de la política y la base de la democracia. No nos mientan,
ni en el poder ni en la oposición, no intente manipularnos como pueblo al que
deben servir, no nos engañen con falsas promesas para ubicarse en lugares
prominentes y arrimar el ascua a su sardina. Estamos escamados y temerosos por
cómo quieren salir de la que se nos viene encima. Y no queremos, la gran
mayoría, pagar el pato mientras otros se marchan de rositas. Señor Casado,
señor Sánchez, céntrense y déjense de chorradas, de fruslerías y trivialidades,
de infantilismos de “este me ha dicho o no me ha dicho”. Asuman cada uno su
papel y colaboren en la solución mejor para el momento dramático de los pueblos
de España. Y recuerden, y si no se lo recuerdo yo, el PP gobierna en unas
comunidades, el PSOE en otras, y en el resto otros, que también tienen algo que
decir.
No soporto, como ciudadano, que alguien ponga palos
en las ruedas del carro; no soporto que alguien se sienta libre de errores y de
culpa cuando se está gobernando, en el gobierno central o en las autonomías; no
soporto a quien acusa sin aportar datos fiables ni soluciones viables. Tenemos
una clase política inmadura, inconsistente, incapaz de ejercer el noble arte de
la política, porque piensan más en los suyos que en el pueblo, porque en este
quehacer cainita, están más pendientes de no caer herido por el hacha del
contrincante que en el buen ejercicio del poder. Es terrible ver cómo lo que se
nos ofrece es lo menos malo… lo primero que hacen algunos es mostrar la maldad
e incompetencia ajena, para ofrecerse ello como solución menos mala. La ética política brilla por su ausencia,
sobre todo en la oposición que juega al acoso y derribo para volver al poder de
donde salió por el ejercicio de la corrupción, sin haber pasado antes por un
periodo de purgatorio que los purifique.
Todos están implicados y a todos los vota la
ciudadanía. Al que tire balones fuera se le castigará en las urnas o al menos
eso espero, el que dé el callo con lealtad al pueblo, dando soluciones
equitativas y gestionando, con voluntad y acierto, en el puesto que le haya
correspondido, recibirá la consideración y el voto de ese pueblo.
En la política no debe jugar la maledicencia, el
histrionismo y la teatralidad como elementos de marketing. Pero estamos en la
era de la manipulación a través de todos los medios, de la posverdad que mata
la razón y mueve las emociones. Así llegaron al poder determinados gobernantes
de países punteros del mundo, que hoy se permiten aconsejar inyectar
detergentes para acabar con el virus desde su supina ignorancia, convencidos,
además, de que digan lo que digan, sus seguidores siempre le dejarán a él la
última palabra, palabra de su dios.
Mal vamos y mal terminaremos, si no se ejercita la
política. Tal vez, a nuestros políticos, deberíamos exigirles un conocimiento
previo, no solo sobre la ideología política, sino de ética, respeto a la
diversidad, tolerancia, técnicas de la buena gobernanza sin dejarse comprar por
grandes intereses, amplio concepto de la democracia y, sobre todo, cual es el
eje principal sobre el que ha de pivotar el mundo; o sea, los seres humanos,
los principios que siembran la paz y el entendimiento para hacer, de esta casa
común, un buen lugar para vivir los hombres y mujeres que lo pueblan en
equilibrio con la naturaleza.
Empecé por el COVID-19 y acabo por otro virus no
menos maligno si no se sabe atajar a tiempo y coordinadamente. Ahora,
sinceramente, no me preocupo por mí, sino por mis hijos y nietos. Yo soy,
prácticamente, el pasado, mis hijos el presente y mis nietos el futuro. No sé
si de estos planteamientos añejos, fundados en mi ideario y experiencias del
ayer, ellos pueden sacar provecho para su futuro. Con todo mi respeto, son
ellos, lo componentes de la generación actualmente en la adultez y la
siguiente, los que deben posicionarse para estructurar y definir su futuro, ese
mañana donde yo ya no estaré.
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