lunes, 20 de abril de 2020

La manipulación del mensaje



Según tengo entendido, esta anécdota la cuenta Luis Carandell, en su "El show de sus señorías". Ed. Lunwerg, Madrid 1986.

El Arzobispo de Canterbury, que como todo el mundo sabe es la primera autoridad de la Iglesia Anglicana, realizó en cierta ocasión un viaje a Nueva York.

Antes de ir, algún bienintencionado asesor le previno acerca de los periodistas estadounidenses y sobre su particular intencionalidad a la hora de formular preguntas y su costumbre de tergiversar las respuestas.

Una vez en Nueva York el prelado se enfrentó a una rueda de prensa y fue preguntado en los siguientes términos:
- ¿Qué opina su eminencia de los burdeles del Este de Manhattan?
Se ve que el Arzobispo no tomó muy en cuenta la recomendación que le formularan antes de salir y, un tanto desconcertado, solo acertó a devolver como respuesta otra pregunta:
- ¿Hay burdeles en los barrios del Este de Manhattan?

Al día siguiente, en un alarde de maestría periodística, algunos periódicos titulaban en portada:
Primera pregunta del Arzobispo de Canterbury a su llegada a Nueva York: ¿Hay burdeles en los barrios del Este de Manhattan?”

A mí me suena haberla leído, también, en la obra de Paul Watzlawick “La teoría de la comunicación humana”, pero mi memoria es flaca a estas alturas y ese texto lo estudié a principios de los años 80. Sea como fuere, concluyo que:

Era verdad lo que decía la prensa, pero le daba una orientación intencional de esa verdad a medias, descontextualizada, induciendo a la perversión del clérigo, cuando su pregunta era de inocencia y desconocimiento de aquel hecho que le planteaban. Era verdad que lo había preguntado, no se puede recriminar al periodista, pero no como un interés por saber dónde estaban para hacer uso de ellos, sino por sentirse asombrado ante tal posibilidad que él desaprueba.

La traigo a colación como ejemplo de la perversión del lenguaje, que no es tal, sino la perversión de quien lo usa en base a su intencionalidad manipuladora del mensaje.  

En estos tiempos de posverdad, de medias verdades o mentiras, de manipulación del electorado para conseguir su confianza, buscando intereses ocultos relacionados con el acceso al poder, para hacer de este un instrumento al servicio de intereses partidistas, que no de servicio a la ciudadanía, estos ejemplos nos ponen alerta para no tragarnos todo lo que nos cuentan, sin antes comprobar o comprender en qué circunstancias, contextos o mementos se dicen las cosas y cuál es, realmente, la pretensión del mensaje. Ese proceso de validación, siendo complejo, debe partir de poner en cuarentena el más mínimo mensaje en función de la posición del emisor, que, indudablemente, condicionará el mismo intencionadamente. Es la única forma de defender y preservar nuestra independencia y libertad de pensamiento para no caer alienados por principios e ideas que no sustenta la verdad existencial del ser humano y los principios que deben orientarla.

Estamos siendo bombardeados con falsas noticias o, cuanto menos, de medias verdades intencionadas. Parece que la pandemia tiene una variable vírica de contagio para conformar opiniones. En todo caso, bajo mi opinión, existe una guerra de intereses por cómo y quién gestiona la salida de la crisis, pues según quien lo haga, el peso de la misma recaerá más a un lado o a otro. Cuando lo ideal es que, en este momento, aparezca la política con mayúscula y ejerza la función, que se le requiere, siendo esta la de consensuar y acercar posturas desde el respeto a las demás posiciones para buscar una salida equilibrada donde, sabiendo que todos vamos a perder, el coste se distribuya de una forma equitativa. Pero, como el concepto de equitativo o, al menos, su interpretación, es subjetivo, solo cabe la negociación y el acercamiento para que determinados principios de solidaridad y humanismo prevalezcan tal como defiende la propia constitución.

Si los políticos, en lugar de sembrar y cultivar el consenso para facilitar la convivencia y la justicia distributiva, nos llevan a la confrontación cainita, arrojando gasolina al fuego y alentando en la ciudadanía la llama del odio y el desencuentro, deberemos plantearnos alternativas que representen mejor nuestros intereses. Lo malo es que, tal vez, sean un reflejo de la propia ciudadanía, ya que los votamos, y el asunto se complique por nuestra incapacidad para llegar el encuentro, incluso, en comunidades o círculos allegados. En todo caso, visto lo visto, uno echa de menos en nuestro políticos la formación que debería hacerlos maestros en el buen hacer para gestionar la cosa pública y en debatir y no en la confrontación a sangre y fuego a la que nos tienen acostumbrados.

Yo, a veces, uso una técnica singular para intentar ir más lejos de lo que dice el político o el tertuliano de turno. Consiste en quitarle la voz al televisor e ir analizando la cara, sus expresiones y formas, sus posturas, miradas y todo el conjunto de elementos que conforman la comunicación no verbal, o sea aquella que no dicen las palabras pero sí los gestos, aunque pierda la entonación y cadencia como un elemento más de ese tipo de comunicación, también llamada analógica. Lo digo porque está evidenciado que las palabras son manipulables conscientemente, pero la comunicación no verbal escapa a esa manipulación intencional, al ser un idioma innato, si bien los venderos y políticos, ambos expertos en el marketing, se forman en su manejo y modulado (véase el libro de Allan Pease, El lenguaje del cuerpo).

Aquí dejo el tema por hoy, y mañana, si estoy motivado, seguiré con otro aspecto relacionado con la situación. De momento solo os diré que: “Creo que tengo la cosa muy clara, porque no tengo nada claro”. Hablaremos de esa paradoja, contradicción u oxímoron…

2 comentarios:

Myriam dijo...

Me gustó eso de tu lectura gestual,
no verbal, quitándole el volumen al televisor.

Tienes mucha razón, cuando se descontextualiza,
se manipula un mensaje dándole un sentido pervertido.

Besos

Antonio dijo...

La comunicación no verbal, como tú bien sabes, es la primigenia de las comunicaciones entre los seres humanos, que no deja de ser visible en los primates. La llevamos tan adentro que es difícil controlarla y manipularla. Si leemos en ella veremos la verdad de lo que dice el emisor.

Besos virtuales

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