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Publicado
en el diario La Opinión el 07 AGO 2024 7:00
Habrá otra
Hiroshima...
Son muchos los que intentan
justificar el bombardeo de una ciudad como forma de persuadir al gobierno nipón
hacia la rendición
Una panorámica de
Hiroshima momentos después del ataque. / EP
Este 6 de agosto se ha cumplido el
79 aniversario de una de las mayores crueldades que el ser humano perpetró, a
lo largo de la historia, de una sola tacada. Lo malo es que tras la debacle con
tanta muerte y destrucción, con la desolación y el dolor que causó tal
hecatombe, no aprendimos la lección. Seguimos sin tomar nota del pasado, sin
asimilar nada, con una muestra de irracionalidad palpable. Y lo que es peor,
afloran agoreros y seres ponzoñosos dispuestos a crear el ambiente que permita
repetir tanta maldad; para ello siembran y cultivan el odio al diferente, que
también es el semejante según con los ojos que se mire.
Son muchos los que intentan
justificar el bombardeo de una ciudad, o sea de un lugar donde habita el
ciudadano civil, como forma de persuadir al gobierno nipón hacia la rendición.
No pudieron dejarla caer en otro lugar donde se ubicaran los verdaderos
responsables del conflicto, o sea sus mandos y su ejército, sino que tuvieron
que hacerlo sobre un espacio vital poblado de inocentes ciudadanos más o menos
implicados en la defensa de su país, al menos con su apoyo moral.
Pero las generaciones no transmiten
sentimientos y emociones provocados por las propias vivencias, solo las relatan.
El dolor, el miedo, la muerte y la debacle, el vivir tanta desgracia, escapa a
la experiencia vicaria que deberían asumir las nuevas generaciones. Estas
siguen convirtiendo en héroes a verdaderos asesinos por el mero hecho de haber
matado más y mejor que los vencidos. Uno se pregunta: ¿qué falla?, ¿por qué no
se aprende del pasado?, ¿por qué las viejas ideologías que ya mostraron su
malignidad destructiva, su insolidaridad y perversión social vuelven a arraigar
en los nuevos corazones?
Creo que esta sociedad poliédrica,
donde se conjugan tan dispares intereses, está condenada a la contienda, hasta
que no se delimite el perfil del ser humano que debería poblar la tierra, desde
el respeto y libertad para vivir en comunión de intereses mediante principios que
permitan señalar el bien y el mal en función de lo que, cada uno, aporte al
desarrollo y evolución civilizada de un orden mundial humanista y solidario.
La sociedad sólida, de principios
dogmáticos, de credos y valores inalienables, que se nos ha venido imponiendo a
lo largo de la historia, ha mostrado claramente sus propias contradicciones
para el cultivo de una paz razonada y razonable, donde la libertad responsable
del ser humano sea el garante de la misma. Tal vez haya que dar paso a la
sociedad líquida, mejorando la idea de Bauman, para que los procesos evolutivos
sean asimilables desde la transformación que ella permita y que nos veta
férreamente la civilización sólida e irrefutable que hemos heredado del pasado.
Nunca en el mundo hubo mayor
comunicación, mayor conocimiento, mejor tecnología y medios para hacer de la
sociedad un mundo más coherente y coordinado para ser feliz, para entenderse y
cultivar la paz. El problema puede que radique en cuales son los objetivos que
se persiguen en el planeta y en la falta coherencia para definirlos; en dónde
se pone el principal valor de la existencia… en el ser humano o en el poder y
dominio de los recursos, el dinero y el conocimiento. Parece que el valor del
ser humano ha pasado a segundo orden en beneficio del mercado y la riqueza
material.
No tengo mucha fe en que las cosas
cambien. Después de Hiroshima vino Nagasaki, y luego, visto el espectáculo y el
resultado, se entró en una carrera armamentística a caballo de la paranoia de
líderes y pueblos abducidos por ellos. La paz no se firmó, sino que se
atrincheraron en sus puestos en disposición de persuadir al otro de que el mal
causado en la contienda sería mucho mayor que el beneficio a obtener… pero eso
es subjetivo, como muestra lo ocurrido en otras guerras, como Ucrania o Gaza,
sin olvidar las ya enquistadas desde hace tiempo, donde se desarrollan
escaladas simétricas de imprevisibles consecuencias.
Pero si hay algo que me preocupa
por encima de cualquier otra cosa es la estupidez del ser humano, que se deja arrastrar
y abducir por ideas superfluas obviando lo esencial y cayendo en las redes de
sujetos perversos movidos por el odio.
Habrá, indudablemente, más guerra,
más muertes y destrucción, más crueldad y vileza porque el dios del poder así
lo demanda, sediento de sangre y muerte solo pretende sembrar el miedo y
conseguir la sumisión. Aunque se diga que las armas son disuasorias, estas se
hacen para ser usadas, las bombas para ser lanzadas, y la capacidad destructiva
para ser mostrada en un momento dado si ello es necesario, según el laxo
criterio de quien manda.
Con ello me viene a la memoria la
obra de Fiódor Dostoyevski, Crimen y castigo, y cómo defiende Rodión que es
lícito el crimen ejecutado por seres superiores, por líderes y mentes
privilegiadas, que lo cometerían para salvar a la sociedad de una situación
deleznable, de injusticia, o procurarles una mejor vida. Así somos los seres
humanos y así nos va y seguirá yendo generación tras generación.
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