Opinión | Tribuna
Publicado
por La Opinión de Málaga el 12 AGO 2024 7:00
Hay que superar las diferencias, hay que allanar el camino al
entendimiento, hay que poner sobre la mesa los intereses del ser humano en su
conjunto por encima de esas diferencias
Imagen de archivo de Salvador Illa, presidente de la Generalitat de Cataluña / ANDREU DALMAU
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Debo empezar por mi felicitación al
Sr. Salvador Illa Roca por su elección como president de la
Generalitat Catalana, aunque difícil faena le ha tocado en liza. Cambiar las
cosas no es nada fácil y menos cuando se ha producido un choque de trenes, por
no decir de egos, como el ocurrido en octubre del 2017, entre el gobierno
de Mariano Rajoy en el Estado español y el de Carles
Puigdemont en Cataluña, donde se recurrió a la fuerza y las «leyes de
desconexión», o viceversa, como forma de resolver el conflicto.
Aún prevalecen en nuestras mentes
los hechos violentos, el desencuentro y la controversia que se dio por aquellas
fechas, tras una siembra y cultivo sistemático en el huerto del odio y la
discordia que salpicó a las propias familias catalanas. Este huerto, al que
aludo, hace siglos que forma parte del campo de la política española en
Cataluña. Tal vez, para conocer mejor el problema, deberíamos indagar también
en la historia de un complejo maridaje que tiene mucho que relatar y que cada
cual lo narra a su conveniencia, lo que alimenta el desconcierto y desencuentro.
Es interesante hacer una pasada a vuela pluma, pero con sentido crítico y
desapasionado, a través de los tiempos, aunque sea desde el siglo XVII hasta
hoy, para obtener una visión más amplia del problema y su complejidad.
A mí, en mi infancia, el franquismo
me mostró una España ficticia que mostraban como Una, Grande y Libre. Pero
resultó que no era una sino la unión, en aquel caso vertebrada por la fuerza,
de las Españas o conjuntos de reinos con sus fueros que fueron sedimentando,
desde la diversidad, no siempre a gusto de todos; lo de grande ya no lo era,
aunque sí lo fue en su imperio y lo de libre no dejaba de ser una expresión
sarcástica en un país sometido por las armas a una única, dogmática e
indiscutible ideología.
Cuando con 16 años, allá por 1967,
emigré a Cataluña descubrí el engaño. Se hablaba otro idioma, tenía otros
hábitos y su cultura era singular y con matices diferentes, aunque acogedora,
en todo caso dentro del boom del desarrollo industrial y económico al que
aportamos la mano de obra necesaria para ese dinamismo. Mi vida cambió
sustancialmente, inicié un trabajo fijo y por la tarde acudía al instituto tras
mi jornada laboral en una oficina. No era un mundo hostil, pero sí de
sacrificio para conjugar trabajo y estudios en el colegio nocturno de
los Jesuitas de Caspe-Layetana. Duro tiempo fue aquel del que no hablo por no
venir a cuento, pero sí que tuve la oportunidad de estudiar una carrera
mientras ejercía una profesión honorable de administrativo. Luego, carrera
terminada, casado y con una hija, me volví al sur donde resido desde entonces.
Me interesé por aquella región tan
singular, por su historia, sus hábitos y costumbres, su cultura y folclore, su
idioma y modos de vida. A los 4 años de mi estancia hablaba catalán, con sus
imperfecciones, aprendido en el trabajo y la calle, pues estaba prohibida su
enseñanza oficial por el régimen. Entendí que había un sector de la población que
reclamaba y defendía la independencia (en torno a 15 %), aunque masivamente el
movimiento obrero era contra el régimen reivindicando libertades y derechos
sociales y laborales. Confieso que me identifiqué bastante bien con la cultura
de fusión que se dio en esa etapa, donde no importaba tu procedencia sino la
suma de los esfuerzos de todos para cambiar las cosas, no solo allí, sino en el
resto de España. No diré que no había diferencias entre el nativo y el
inmigrante, cosa natural, pero existían espacios de encuentro muy interesantes.
Ahora, cuando escucho opiniones
sobre Cataluña y los catalanes sean de viejo o nuevo arraigo, me sorprendo por
la gran cantidad de gente que opina sin gran conocimiento de esa tierra y su
historia, o llevados por sus prejuicios o consignas ideológicas ajenas.
Lógicamente considero que cada cual es muy libre de tener su tendencia u
opinión sobre el tema, aunque no presente la solidez requerida si no tiene su
fundamento en el conocimiento.
En resumen, la singularidad de
Cataluña es una evidencia por ser polícroma en un sentido social y cultural y
su reconocimiento una necesidad, que debemos acometer con valentía y compromiso
considerando esas diferencias.
Siempre defendí que hay tres
niveles de relación que se han de observar: el primero alude a la dependencia,
que implica sumisión; otro es la independencia como oposición extrema al
primero y, el más elemental, positivo y sólido, contempla la interdependencia,
consistente en articular un sistema de relación coherente y sólido para que,
respetando todas las ideas, como indica la Constitución, podamos tener una
justa relación basada en la disposición al diálogo y al pacto racional y
razonable. Para ello, todo partido político, en lugar de poner palos en las
ruedas, debería aportar su granito de arena y ceder para llegar a la
aproximación y el encuentro en el centro del debate.
Hay que superar las diferencias,
hay que allanar el camino al entendimiento, hay que poner sobre la mesa los
intereses del ser humano en su conjunto por encima de esas diferencias, tanto
históricas como actuales, para alcanzar la paz, porque la paz no se impone, eso
es sumisión, sino que se alcanza a través del diálogo y el pacto.
De momento se han hecho cosas que
se han cuestionado, a veces de forma sistemática por venir de donde vienen y
por las formas. Pero la única solución que hay para este asunto, bajo mi
modesto entender, es un acuerdo razonable, una amnistía justa y un compromiso
colectivo, social, económico y político para alcanzar el consenso haciendo
retirar a los políticos que ya están quemados por el fuego de un pasado
intransigente. Hoy 8 de agosto hemos vivido el esperpento o sainete del
histrionismo propio de un señor egocéntrico que debería, como dijo él
recientemente, abandonar la política y retirarse a mejor vida. Las urnas ya
hablaron y lo hicieron con precisión.
Ahora, deberíamos facilitar al Molt
Honorable President Illa su labor para volver al camino del entendimiento y no
de la imposición, considerando lo mucho que han cambiado las cosas con respecto
a la crisis del Procés. Vaya, pues, mi reiterada felicitación cargada de mis
mejores deseos, para el Sr. Illa y sus buenos propósitos si así lo demuestra.
Será un placer poder ver a mi familia catalana y mis amigos distendidos y
sosegados socialmente.
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4 comentarios:
De acuerdo, Antonio. Yo no he vivido en ningún punto de Cataluña, pero tengo familia allí, entre ella a mi hijo. Sé del estrés, que por el tema politico, se sufre, aún, dentro del entorno familiar. Viví las últimas votaciones en Cataluña con verdadero interés, deseando que el cambio político fuera posible y respiré (levemente) cuando las urnas dieron ganador a los socialistas. Luego he seguido de cerca todo el jaleo de las negociaciones y hasta el día de la investidura, con todo el teatro que montó el impresentable de Puigdemón y, hasta que no vi al señor Illa salir investido Presidente no respiré tranquila. Que se abre una nueva etapa para Cataluña es evidente y que a Salvador Illa no se lo van a poner facil, también.
Gracias, a,miga, por tu comentario que comparto.
Todo un testimonio de vida y de pensamiento de hombre bueno, que es lo que eres sin duda. Tal vez no lleguemos a entender, como afirmaba Azaña, la insaciabilidad de los catalanes. Esperemos que algún día las dos partes se abracen. Un abrazo amigo Antonio.
Querido amigo, existe en Cataluña un conjunto de gente de ideología independentista desde hace mucho tiempo. Yo aludo a ese 15% que se viene dando como suelo desde el independentismo, que se mueve según intereses y cómo se despiertan emociones como bien sabes, pero hay un muy importate colectivo que, desde la diversidad, se siente español, no de la España que heredamos del franquismo y sus defensores, sino de una España diversa y, en algunos casos, defendiendo el espíritu federal. Un abrazo
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