La Playa de las Catedrales
es un lugar sorprendente. En esta nuestra tercera visita, realizada el 14 de
mayo pasado, nos acompañaron Eva y Frank. No siempre se puede acceder dado que
solo es visitable cuando la marea esta baja y deja al descubierto su encanto y
los espacios de playa y arena que te permiten pasear por ella. Por tanto es conveniente,
para ir sobre seguro, consultar el horario de la bajamar, dado que algo antes
de la misma es el momento más adecuado para la visita. Según la temporada el
acceso es controlado o no, es decir, en verano se ha de pedir cita para la
visita, pero en otros meses no. No obstante es aconsejable entrar en su página
web e informarse de ese y otros detalles para hacer la visita con garantía y
conociendo las normas que la condicionan. Este año el acceso está restringido
desde el 7 de julio al 17 de septiembre.
Dado que habíamos salido de
A Coruña a primera hora de la mañana y que la bajamar era a las 13,17 h.
decidimos aprovechar la circunstancia y darnos un paseo por Mondoñedo para
visitar la ciudad y hacer tiempo. Como ya sabréis, Mondoñedo es un municipio y
localidad situado en la comarca de La Mariña Central, de la cual es capital, en
el norte de la provincia de Lugo y tiene sede episcopal compartida con Ferrol,
aunque el obispo reside en esta última. Fue capital de una de las siete
provincias históricas gallegas hasta 1833.
Desde 1940 ha ido
decreciendo el número de sus habitantes pasando de más de 8.000 a 3.820 en el
último censo. No hablaré de su historia que es amplia y de significativa
importancia en el devenir de Galicia y de España con importantes hechos
históricos. En todo caso resalto, desde el punto de vista de su monumentalidad,
la Catedral que fue construida en el siglo XIII y conserva la puerta románica
primitiva e importantes elementos como las vidrieras barrocas, el rosetón y
pinturas y obras de arte relevantes. Tiene una espléndida vista desde los
soportales de la plaza de España, o desde donde se halla la relajada estatua
sedente de Don Álvaro Cunqueiro, notable escritor y poeta hijo de la villa. No
nos fue posible entrar a fondo en la visita, por lo que solo anduvimos paseando
por la ciudad y conociendo sus calles y las fachadas de sus principales
monumentos, como el Santuario de los Remedios, hospital de San Pablo, etc. Una
hora, aunque sea larga, no da para mucho más.
La Playa de las Catedrales
es otro mundo. La naturaleza, en su continuo combate entre sus distintos
elementos, ha creado una maravilla natural sorprendente. La firme roca de la
costa se fue resistiendo, a lo largo de la historia,
a las tremendas acometidas de la mar embravecida, apoyada por los vientos
marinos que la escoltan, en la eterna batalla entre el agua y la tierra; el
agua no solo hostigó la roca desde el mar sino que, a través de torrenciales
lluvias, la fue erosionando con su pertinaz y secular insistencia en las tierras
gallegas. Si Finisterre era un monte agredido por la mar, esto es un corte
vertical con que el mar hirió a la tierra. En el mismo fraguó sus oquedades y
fue perforando las entrañas de las rocas hasta crear en su interior inmensas
cúpulas y bóvedas semejando el interior de catedrales, de ahí su nombre. La
roca, en su parte más blanda, le fue dejando entrar en la pleamar, sabedora de
que era segura su huida en bajamar. Al final, esa agresión, se fue convirtiendo
en un juego amoroso, donde el flujo marino penetra el interior de la roca en un
placentero espectáculo de acometidas cargadas de la sensualidad, donde se
conjuga el rugir apasionado de las olas con el suave reflujo del agua al
retirarse, para gestar el milagro de la naturaleza, dando a luz a esa inmensa y
esplendorosa costa de misteriosas oquedades en el vientre de la tierra.
Pasear por su blanca arena
evitando, o pisando, las pequeñas lagunas que quedaron presas al retirarse las
olas, mientras juegas a ir descubriendo las diferentes grutas y cavidades con
su caprichosa forma, es un verdadero placer. Sorpresa de un admirado
espectáculo aderezado con la suave caricia de la brisa y la monótona sinfonía
de las olas al romper con su violencia contra la roca o con suavidad sobre la
arena. Buscas fotos intentando apresar, inútilmente, las esencias del momento
que solo las podremos reducir al impacto visual, sin poder atrapar las
sensaciones musicales que conforman los ritmos naturales de la vida, el canto
de las olas, el rugir del viento o el persistente graznar de la gaviota; o las
esencias y el perfume de la mar deshaciéndose en las olas espumosas para
entregar a la brisa mensajera los efluvios de su aroma y sabor marino.
Mientras vas paseando
intentas descubrir cada rincón, otear desde los lugares más diversos para localizar
distintas panorámicas, observar cómo la gente disfruta del momento. Te
arriesgas, como hizo Eva, a subir peligrosamente a atalayas como el arco
inmenso y caprichoso que las aguas fraguaron en la roca. Andar sosegadamente en
este espacio, es como vivir el momento en otra dimensión. Abstraerse del ruido
mundanal del urbanita, olvidar el rugir de los motores y el ajetreo estresante
de una vida de locura esclava del tiránico reloj. Aquí, en este galaico lugar
de meigas, si tapas tus oídos al infierno artificial creado por el hombre,
viajarás a otra dimensión de la mano de la madre naturaleza y veras los
milagros de la vida en equilibrio mediante la interacción de sus principales
elementos presocráticos, como son: tierra, agua y aire, dejando el fuego como la
ardorosa forma de expresar las sensaciones resultantes al contemplar la magia
de ese juego.
Amigo lector, quisiera, sin
abusar de tu atención, llevarte en volandas a vivir lo que he vivido, pero me
quedaría corto si, a los placeres sensoriales del alma, no sumara los del
cuerpo. Por eso, tras sentir las emociones que he descrito, buscamos, el yantar
que llenara el vacuo estómago que empezaba a protestar ignorando la belleza que
nos extasiaba. Por tanto, tomamos las de Villadiego y buscamos en Ribadeo un
lugar donde comer que tuviera una oferta típica de los manjares de la zona… y
allá que nos fuimos al mesón pulpería O Forno donde saciamos el apetito a base
de variados productos de la tierra y el mar gallego. Eso sí, yo seguí condenado
a beber agua y ver como mis acompañantes degustaban un albariño delicioso al
que solo pude acceder para degustarlo en plan sommelier.
Después, con los riesgos que
conlleva conducir recién comido, viajamos a Luarca, pero eso es otra cuestión
que queda para otro momento… En todo caso, si puedes alguna vez, organiza la
visita a esa Playa de las Catedrales para sentir, en vivo y en directo, todo lo
que te he contado, mientras tanto y a modo de aperitivo te dejo unas fotos,
algo es algo…
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