Estos no son los trenes de Hitler, son los refugiados actuales |
A mí, personalmente, me
parece indecente, cuando no un crimen de lesa humanidad, pues se saltan a la
torera las leyes internacionales de acogida a los refugiados, que gobiernos y
parte de los pueblos de Europa nieguen el pan y la sal a la gente que,
mayoritariamente, sufre, sin comerlo ni beberlo, estas atrocidades.
Europa dominó al mundo tras
su revolución industrial e ideológica. Colonizó y dispuso el orden y cultura de
otros pueblos, comerció ventajosamente con ellos y se fue apoderando de gran
parte de su legado histórico. Solo es necesario visitar los museos de las
grandes ciudades occidentales para constatarlo. Yo hablo de los que he visto,
como son, principalmente, el Metropolitano de Nueva York, el Museo Británico de
Londres, el Louvre de París o la Galería Nacional de Berlín con su museo de Pérgamo.
En todos ellos se exhiben piezas de valor incalculable procedentes de los
territorios que ahora se machacan en conflictos.
Europa, de alguna forma,
marcó las fronteras de esos pueblos tras la descolonización, pensando en sus
intereses geoestratégicos. Luego, los otros intereses, los mercantiles, fueron
diseñando una estrategia de dominio del mercado y de las materias primas. Y en
ello estamos. Las guerras responden más a los intereses de dominio de las grandes
potencias y a los de las multinacionales que a los propios de los pueblos que
allí habitan. Lo curioso es que mientras las bombas y armamento, vendido por
estas potencian, acaban con la hacienda y la vida de esta gente, aquí desde los
gobiernos se les niega la acogida cuando huyen de la muerte. Parece que no
queremos contaminarnos, que hemos olvidado las miserias y desgracias de las
guerras que sufrimos en nuestras carnes, de los avatares que debieron superar nuestros
padres o abuelos exiliados; del hambre y la miseria de una posguerra injusta y
miserable, de una II Guerra Mundial que causó 60 millones de muertos y cubrió
el mundo de desgracia dejando en evidencia la miseria del ser humano, capaz de
matar atrozmente y destrozar a su enemigo en una paranoia inusitada.
No aprendemos… y lo que es
peor, olvidamos lo aprendido por generaciones anteriores que tuvieron
experiencias tan traumáticas. El ser humano, en su afán de protagonismo y de sentirse
como dioses, siempre le atrajo, tanto o más, el dios de la guerra que el del
amor. La tentación del apocalipsis sigue en mentes perversas que provocan
destrucción mientras ellos se agazapan en despachos suntuosos, protegidos por
abundantes recursos económicos, que les hace sentirse invencibles y dueños de todo.
Tienen su plan claramente establecido: El dominio de todo, o mientras más mejor;
para ellos los seres humanos importan bien poco, salvo que les vengan bien a
sus intereses. Ha globalizado el mundo y se han apoderado de él, ya no caben
fronteras para sus negocios, y si algún país no se pliega a ellos habrá que
someterlo, aunque fuere por las armas… eso sí, dejarán que sean ellos los que
se maten entre ellos para no mancharse las manos de sangre, y eso solo se
consigue sembrando la discordia. El estúpido ser humano es capaz de dejarse
llevar por los impulsos irracionales del sentimiento obviando la razón, hasta
sembrar la destrucción y la muerte en su propia casa con tal de matar a su
enemigo, que no es tal, hasta que él elabora en su mente esa figura y entra en
una escalada simétrica que pasa del desencuentro en la palabra al uso de las
armas.
En esta situación, cuando se
acalla la voz del refugiado, cuando no se le da eco en los medios de
comunicación, cuando hasta los teóricos defensores de la caridad cristiana se atreven
a ver terroristas en los que huyen del terror, cuando mucha gente del pueblo
grita contra ellos y los considera invasores y usurpadores de su bienestar,
cuando la insolidaridad se antepone a la ayuda, la gente de buena voluntad, la
que siente en sus carnes el mal de los demás, tiene que asumir el grito del
dolor ajeno y lanzarlo a los aires para que los escuchen los gobiernos, que son
quienes tienen los recursos y la posibilidad de frenar este horror de guerra,
destrucción y muerte.
Por eso, el acto de anoche,
tiene un especial significado al aglutinar a una serie de personas que
comparten sentimientos y actitudes respecto a esta injusticia. Todos los poemas
clamaron al cielo, denunciaron y dejaron evidencia del dolor y, buscando la
solidaridad y el humanismo que debería imponerse a aquellos intereses tan
bastardos, pidieron a los gobiernos que cumplan sus promesas de acogida y las
leyes internacionales establecidas sobre el refugiado.
Yo, aporté mi pequeño grano
de arena, al que sumo esta reflexión, consistente en este poema que escribí en
diciembre del pasado año, cuando las bombas caían sobre Alepo y otra ciudades
en guerra, cuando la gente sufría le rigor del invierno en campamentos inmundos
cubiertos por el barro al este de Europa, cuando se iban poniendo muros a la
esperanza del refugiado y cuando mucha gente, que se pensaba de bien, incluido algún
gerifalte eclesiástico, se oponían a acoger a los refugiados y paliar su dolor
porque entre ellos se escondían terroristas. Mientras, en nuestra famosa calle Larios, un túnel
de luz y sonido nos alentaba a gozar la Navidad en un claro mensaje discordante
entre nuestra felicidad y la desgracia ajena. En ese momento, a la vista del
mundo que se nos mostraba, yo no pude escribir nada, no me salía las palabras ni
los versos, parece que las musas se me fueron. Entonces busqué dónde estaban
esas musas y afloro este poema:
Composición con una calle de Alepo y las luces navideñas de la calle Larios de Málaga |
¿Dónde
están mis musas?
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Las musas se fueron,
puede que se fueran al ver
este infierno.
Me dejaron solo sin verbo ni
verso
con mente aturdida por tanto
tormento.
Huyen de las bombas presas
de su miedo
que la negra parca siembra
sin remedio.
¿Dónde están las musas que forjen el duelo?
Las musas se han ido, las musas se fueron,
las calló el horror de este
sufrimiento,
suenan más las bombas, las
balas
y el viento de guerras
malditas
donde va muriendo la gente
inocente
entre la tortura de tanto
tormento.
Los versos no fluyen ni
encuentran aliento,
callan ante el llanto del
niño indefenso,
se ahogan en sangre, en
dolor y espanto
de la pobre gente que
atraparon ellos,
ellos, los que tiran bombas,
los que van matando sin
remordimiento.
El Mediterráneo, ese gran
sarcófago,
guarda los cadáveres de
niños y viejos
de gente indefensa
que llama a la puerta de la
vieja Europa
que no los asila ni les da
consuelo.
Y en cada despacho de los
mundos libres
juegan a su juego
como siempre ha sido
al viejo negocio de ganar
dinero.
Las musas se fueron
no brotan palabras bonitas
canciones o versos.
¿Qué música quieres que
suene
con este estruendo de balas
y bombas
que van destruyendo casas y
ciudades
sembrando las calles de
muertos?
Las musas se han ido
y yo lo comprendo,
porque hasta las musas
pueden sentir miedo.
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