Opinión | TRIBUNA
Profesor jubilado de la UMA
Publicado en el diario La Opinión de Málaga el 02 FEB 2024 7:00
El fracaso de la educación
en España
Es curioso que no seamos capaces de
alcanzar un acuerdo en leyes tan necesarias como la Ley de educación... hasta
aquí llega el largo brazo de las dos Españas y su imposibilidad de entenderse
Un aula vacía, en una imagen de archivo. / EUROPA PRESS - ARCHIVO
En este país, que otrora fuera la reserva de no sé qué, dentro de su chauvinismo autocomplaciente, estamos sometidos al seguro fracaso de los planes educativos que se desarrollan, alternativamente, conforme se va cambiando de Gobierno. Es curioso que no seamos capaces de alcanzar un acuerdo en leyes tan necesarias como la Ley de educación y que, con la alternancia en la gobernanza, se produzca una ley que deroga la anterior para mayor despiste de la estructura docente, profesores incluidos, y confusión del alumnado que anda desorientado sin la continuidad que requiere un proyecto de maduración, donde el conocimiento y la formación humanista son tan importantes.
Y es que hasta aquí llega el largo
brazo de las dos Españas y su imposibilidad de entenderse, de consensuar y
establecer sinergias en beneficio de la ciudadanía. El problema puede que
radique en que el perfil de sujeto, de ciudadano, que desea cada partido de esa
alternancia, es diferente y, a la vez, irreconciliable; o lo que es peor, que
ninguno de los partidos políticos con proyección estatal tenga claro qué
ciudadano ha de resultar tras el proceso educativo y la consiguiente
socialización.
José Ingenieros (1877-1925), el
escritor polígrafo y polifacético argentino nacido en Palermo, describía tres
tipos de individuos en su libro El hombre mediocre (1913): el hombre Inferior
(inadaptado al que asocia a bellaco), el Mediocre (carente de imaginación y
sumiso a la rutina) y el Idealista (que contribuye a la evolución social con
sus ideales, por ser de pensamiento imaginario). Ortega y Gasset reformularía
estos conceptos en La rebelión de las masas (1929), haciendo especial hincapié
en el hombre-masa al que solo le preocupa su bienestar. La pregunta es: ¿qué
perfil de ciudadano le interesa cultivar a cada ideología política?
Bajo mi punto de vista, a grosso
modo y sin entrar en profundidades donde, indudablemente, aflorarían
complejidades para correlacionar las diferentes variables intervinientes, hay
dos elementos interesantes y de orden superior, que definen el extremo de la
línea continua por donde se mueve la intencionalidad política respecto al tema,
en función del modelo de sociedad que se pretenda, y que podríamos establecerlo
desde la sumisión por un lado, al librepensamiento crítico por el otro, como
terminales de esa línea… Nos movemos, pues, entre, por un lado, la formación de
ciudadanos integrados en un sistema de orden establecido, donde cada cual asume
su competencia y se subyuga a ese orden aceptando sus objetivos, sin
cuestionarlos demasiado, participando del mismo y consolidándolo como si de un
órgano biológico se tratara, donde cada célula asume su función dejando la de
pensante a la neurona y renunciando a su libertad de discernir más allá de su
propio rol social (hablamos de un extremo conservador), lo que nos acerca a un
sistema de súbditos; y por otro lado, un sujeto pensante y crítico, un
librepensador no sometido a la obediencia ciega, integrado en el sistema como
un activo que participa, con su aportación individual de ideas, para hacer de
la sociedad un sistema dinámico de progreso y evolución a través de su
participación en el diseño de objetivos de futuro, que determinen un modelo
consensuado de convivencia ajustado e integrado según el desarrollo de la
tecnología y el conocimiento, cuyo objeto final es la excelencia del ser humano
como ente pensante, con una concepción que conjugue la unicidad de su
individualidad con el componente de compromiso social, en esa dualidad que lo
define como individuo social y de progreso.
Entre la dicotomía, individuo al
servicio de la sociedad versus sociedad al servicio del individuo, nos movemos;
y según que ideologías nos iremos acercando más a un lado o a otro. Por tanto,
la clave, según mi modesto entender, sería determinar ese perfil de sujeto, de
ciudadano, que más interesa a la sociedad en su conjunto, contando con el
potencial de cada individuo y su participación responsable como filosofía
política y social.
Indudablemente son valores muy
diferentes los que sustentan una formación de espíritus libres o sumisos, de
hecho la historia nos lo ha demostrado a lo largo del tiempo y, además, creando
conflicto y controversias sociales que, en muchos casos, han terminado en
violencia, incluso guerras civiles sustentadas en la intolerancia, el
dogmatismo y los intereses. Pero siempre, al final, el poder, según su
orientación, buscó formar al sumiso para perpetuarse.
Hay otro factor que también pesa,
que es la personalidad de cada individuo, que se forja en las dos variables de
temperamento y carácter. No todo el mundo está motivado de la misma forma y por
los mismos estímulos. Habría que preguntarse si el librepensador nace o se
hace. La conclusión, sea la que fuere, tendrá que considerar ambas vertientes;
de ello se desprenderá que el “se hace” implica al proceso educativo, y es aquí
donde se incide con esas leyes tan heterogéneas que legisla según quien. Una
educación y/o socialización que pretenda la sumisión al poder y minimizar el
librepensamiento, dará sus frutos, aunque sean parciales, y reducirá la
existencia del ciudadano crítico.
Resumiría todo mi argumentario en
un par de frases publicadas en mi libro Muy reales máximas, aforismo y
apotegmas… que dicen: “Pensar libremente no solo es un derecho, sino una
obligación del ser humano, pues viene a este mundo a desarrollar sus
potencialidades y ofrecerlas a la sociedad”, y concluyo con la otra del mismo
texto: “El ser humano tiene dos vertientes de desarrollo: uno social y otro
individual; la cuestión está en articular estas dos variables para que el
desarrollo del individuo y la sociedad sean compatibles”.
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