Era otubre, y Espaminondo del Pozo
acababa de llegar al apartotel tras conducir 500 kilómetros siguiendo las
instrucciones de su GPS. El sorteo le había favorecido con una semana de asueto
en aquella espléndida playa del sur.
El portero al llegar le dijo: Norabuena, ño, por el premio. Le
agradeció el detalle y, tras subir a la habitación y dejar sus cosas, bajo al
bar a tomarse un güisqui para celebrarlo, que al final fueron tres conversando
con una joven solitaria, Dolores Delano se llamaba, antes de irse a la cama.
Su agílibus se
manifestó en el diálogo y estaba seguro de que, de no estar tan cansado, la
habría llevado al catre esa misma noche, pues le pareció que su suerte le había
conducido a una serendipia al
encontrar a aquella ababolada criatura.
Amaneció “embotao”, si bien
ese conceto no lo
acababa de encajar, asín que
decidió darse un baño. Llenó la bañera de agua caliente y, con cierta
dificultad, se introdujo en ella, capuzó como pudo en el agua
para despejarse y, tras concluir, buscó la toballa y se fue secando
pausadamente.
Una vez cumplido el ritual del
aseo, deyección incluida,
el hambre le llevó a la zona de cocina abierta, y aunque le hubiera gustado
comerse unas almóndigas,
se conformó con los albericoques que
le habían dejado en la cesta de bienvenida. Luego, con la parsimonia
que se había propuesto pasar las vacaciones, se fue introduciendo los
pantalones con gran esfuerzo, el culamen se resistía a quedar
preso en los bluyín. Debió
arremangarse bien hasta conseguirlo y pensó que hubiera sido mejor
descambiarlos por una talla más grande.
Después se dedicó a zangolotear por el
apartamento observando los detalles del mismo, se paró ante una especie de
quitaipón que le recordó el adorno de las mulas cuando era pequeño y guardaba
en su memoria, junto a los apechusques de
labranza, y fue mirando algunas garambainas de ornamento.
Puso la tele y se quedó viendo un partido de béisbol en el momento en que el
bateador alcanzaba un jonrón y
se anotaba la carrera en su haber.
La terraza ofrecía un bello
espectáculo. Al fondo, hasta perderse en el horizonte, el mar era una balsa,
reflejaba como un inmenso espejo los dorados rayos del sol, aliado con el arrebol de las escasas nubes
que peregrinaban por el éter, brindaba su envidiable superficie, que incitaba
al baño, en aquel día claro de un otubre otoñal transgresor del clima con sus
26 grados. Y se dijo: norabuena, ño, asín da gusto vivir.
Tomó otro albericoque y despojado
el hueso de la carne, tras deglutirla, siguió jugando con él en su boca
mientras se preparaba para pasear tranquilamente, no quería ser un cagaprisas. Aquello era
el isagoge de sus
vacaciones. Recordó a la chica de la noche anterior y decidió llevarla a
la limerencia con
su encanto y melifluo discurso,
pues le había dado la impresión que era una nefelibata, fácilmente
encandilable, con su aspecto de núbil, donde él ejercería de
malévolo ñuzco con
sus sabrimientos hasta
dejarla obnubilada. En todo caso no pretendía llegar con ella a una follisca, andaría, pues, con
la cuita requerida para
evitarlo.
Salió a la calle pensando en ella.
En ese instante vio bajar a Dolores Delano de un automóvil, un Corsa blanco,
que acababa de aparcar y pensó: “nombrando a Roma por la puerta asoma”. Ella,
al verlo, se le acercó con una clara y seductora sonrisa en su rostro, mientras
Espaminondo, al que solían llamar “Espa” como apócope, observó tanta beldad en su balanceo que se
convenció de que aquel sería su segundo premio.
NOTA: En cada palabra "rara" o que pudiera parecer mal escrita, coloco el enlace para que el lector pueda conocer su verdadero significado. Otubre, conceto, toballa, asín, almóndiga, etc. son palabras aceptadas por la RAE, aunque parecen malsonantes.
2 comentarios:
¡Espaminondo! ¡Arrea! No os lo vais a creer, pero en un pueblito de Cáceres (sólo tiene 825 habitantes), vecino de Segura de Toro, ambos situados en el Valle de Ambroz, justo al borde de los límites con Salamanca, y cuyo nombre es Casas del Monte, vive una persona ("persona" es femenino, pero el sujeto es "hombre") que se llama así. Y otro que responde al nombre de Serapio. A los dos los conozco (de vista, claro). Alipio fue otro, pero este otro era de otro sitio y se apellidaba Pérez Teberner. Ya sabéis... En fin, que hay nombres que tienen mucha tela que cortar. Por lo demás, he de añadir que el relato y sus aclaraciones me han sido de interés. Animo a Antonio a continuar agasajándonos con estas historia. Con la de ahora lo he pasado muy bien.
Molero, el nombre utilizado lo busque como nombre raro pero existente y tú me lo confirmas. Lo del Pozo lo puse por la terminación... pozo hondo. En Dolores Delano está clara la elección
Saludos
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