He de reconocer que me gustó el debate de anoche. No suelo verlos, por lo general me parecen aburridos, repetitivos, poco constructivos hasta crearme ansiedad y con argumentaciones de confrontación, que poco me aportan, dado que mi visión de la realidad no me la cambia un debate sino la observación personal a lo largo de los días y mi propia capacidad de razonar y analizar los hechos que observo, en función de mis principios, valores e ideas, si bien me ayuda a reflexionar, como es lógico, sobre el tema propuesto.
Pero anoche fue diferente, lo debatientes, ¿o debería decir “coloquiantes”?... bueno, dejémoslo en participantes en el coloquio, se mostraron comedidos, ilustrados, respetuosos con las exposiciones de los otros y fueron desgranando, educadamente, su pensamiento de forma razonada y entendible al auditorio. Entre ellos había un gran respeto y consideración, por lo que no se pisaban el discurso, ni se descalificaban y, por supuesto, nada de insultos, yo diría, incluso, que se admiraban. El sosiego e interés que despertaban sus argumentos, sus exposiciones avaladas por su experiencia como personas doctas en su materia, como intelectuales de reconocido prestigio, potenciaban la atención… yo, al menos, así lo viví.
Los participantes, bajo la moderación, cuasi innecesaria, de Ana Pastor, fueron analizando los problemas de esta España nuestra, de la cosa pública, de los intereses que mueven a los políticos y a los ciudadanos, así como los hechos y circunstancias que se han ido sucediendo a lo largo de nuestra historia reciente. Me sentí identificado con muchas de las cosas que allá se dijeron, comparto y he compartido a lo largo de mis reflexiones muchos de sus planteamientos, y me satisfizo pensar que este tipo de debates o coloquios son los que necesitamos para construir un país y un orden democrático de convivencia.
Solo las formas ya denotan el fondo, es decir que cuando ellos intervenían buscaban el entendimiento, la solución a los problemas tras identificarlos como tales, de forma desinteresada e intentando aporta su propia visión sin imponerla, sino para que se considerara y valorara su propuesta como parte de la solución del problema. Me quedó la evidencia de que el mundo de la política, del que formamos parte nosotros con nuestros posicionamientos, ideologías y votos, en lugar de enfocar el esfuerzo a solucionar el problema lo enfocamos, y sálvese el que pueda, al interés del partido o grupo de referencia que lo sustenta. Nuestra razón ha quedado presa del maniqueísmo partidista y perdemos el norte al apoyar, cual hooligan inglés, al partido con el que nos identificamos, o sea: “Viva el Betis manque pierda”, con lo que perdemos toda credibilidad como entes orientados a la convivencia.
Una de los aspectos que se expusieron, y que yo sostengo desde hace tiempo, es la incapacidad de este país para formar a los ciudadanos en el espíritu democrático, en los principios y valores que define y defiende la democracia. Cuarenta años tras la muerte del dictador no se ha llegado a un acuerdo, a una entente, entre los partidos, para definir el perfil del ciudadano libre, que se pretende formar y socializar como ejemplar, y eso se ve en la imposibilidad de consensuar una ley de educación aceptable y aceptada por todos como cuestión de Estado. Claro que, si consideramos la cantidad de intereses, incluso de componente histórico, que existen en determinados círculos docentes y adoctrinadores de tipo religioso y político, así como el interés en conseguir sujetos maleables y poco críticos, es fácil explicar por qué no se llega a un acuerdo.
El hándicap, para conseguir una sociedad democrática, puede chocar con un subconsciente donde pesa el influjo del modelo de la dictadura como padre protector, al que se ha de obedecer, en contraposición al modelo de sujeto libre y consecuente, que se implica en la gestión de la administración pública mediante el voto responsable y el propio ejercicio de su rol social. Papá Estado decide, papá Estado protege, al papá Estado se critica dado que aún no somos mayores y hemos de confrontar con el padre, pero solo es un paripé, porque al final permitimos y aceptamos la corrupción de los nuestros y criticamos la de los otros. Por tanto, sociedad democráticamente inmadura, que se plasma en las expectativas, de las que el politólogo Víctor Lapuente dijo: "El 'problema' de los españoles es que esperamos mucho de la democracia", aludiendo luego a la frase de John F. Kennedy: “No preguntes qué puede hacer tu país por ti, sino qué puedes hacer tú por tu país”.
Hubo otros planteamientos interesantes, como por ejemplo la incapacidad de identificar el verdadero problema y actuar sobre él; o sea, confrontar conflicto y problema siendo el problema el conflicto y no el problema real. Por ejemplo, ahora el asunto es resolver la pandemia; pues nuestros políticos se dedican a confrontar y pelear entre ellos, en lugar de establecer sinergias para resolverla, ergo lo importante para ellos no es la solución de la pandemia sino acceder al poder o ganar votos, convirtiéndose ellos, con esta actitud, en el verdadero problema.
También apareció una sugerencia interesante respecto al debate político y la forma de ganar votos, por la que Arsuaga propuso implantar una de las leyes existentes en el marketing, que consiste en que tu campaña de venta nunca implique ir contra la competencia y desacreditar el producto de la misma, sino que se fundamente en el valor del producto que tú vendes. En el mundo de la política es complicado hacer eso porque estamos en otra dimensión a nivel mundial, pero sí cabe que el ciudadano rechace, en su ética, estos comportamientos y valore como negativo a aquel que se pase denostando al contrario sin ofrecer su alternativa como elemento de peso y compromiso. Eso también implica educación democrática. Ellos procurarán, si así les interesa, distraer la atención a otros problemas para evitar tratar aquellos que pueden dañarles. Lo estamos viendo en el caso de la campaña electoral de Madrid donde escasamente se habla de los verdaderos problemas de los madrileños.
He hablado del debate, de lo que excepcionalmente me ha gustado este, pero no lo he identificado. Pues bien, se trata del que se ofreció anoche en la Sexta tras anularse el de los políticos. En este coloquio intervinieron cuatro intelectuales de prestigio como son: Victor Lapuente, politólogo y profesor en el Quality of Government Institute de la Universidad de Gotemburgo; Adela Cortina, filósofa, escritora y profesora emérita de la Universidad de Valencia; José Antonio Marina, filósofo, pedagogo y escritor y Juan Luis Arsuaga, paleontólogo, investigador en los yacimientos de la sierra de Atapuerca, Director científico del Museo de la Evolución Humana de la Universidad Complutense de Madrid.
Viendo sus curriculum, a ninguno parece que le haya regalado el título en la Universidad Rey Juan Carlos, y su solvencia la demuestran sus obras y escritos, sus investigaciones y conocimientos. No obstante me gustaría saber cuantos españoles, y españolas, vieron el programa en contraposición a los/as que vieron Telecinco, donde creo que daban Supervivientes: Última hora. He dicho en otras ocasiones que, ante la falta de sentido común de los políticos, se ha de imponer el de los ciudadanos, pero viendo lo que hay, tal vez, deberíamos escuchar más a los intelectuales y aprender a razonar con ellos.
En todo caso, para mí, siempre, en
la política, se ha de pensar en el beneficio del conjunto de la ciudadanía,
antes que en grupos específicos, para procurar una mayor justicia social, cultivando
la igualdad, fraternidad y libertad, objetivos que marcaron la edad contemporánea,
desde la Ilustración y la Revolución francesa. Hago mías las palabras de José
Luis Sampedro: "Hay dos clases de economistas; los que quieren hacer más
ricos a los ricos y los que queremos hacer menos pobres a los pobres" y
cambio la palabra economista por la de político, esperando que exista el que
quiere hacer menos pobres a los pobres…
En Madrid, de cara a las elecciones
próximas, hay dos ofertas encabezadas por Ayuso y Gabilondo. Considerando a la
señora Ayuso como un animal político (entiéndase animal como una especie,
metafóricamente hablando) y a Gabilondo como un intelectual reconocido, yo
votaría, indudablemente, por el segundo, por el intelectual. Necesitamos mentes
pensantes, incluso metafísicos, que elaboren análisis racionales de la situación
y de los problemas que nos afectan para su mejor solución; en este caso,
además, con una base de humanismo de principios y valores democráticos, de tolerancia
y poco crispantes, para un mejor entendimiento.
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