En 1937 |
Hoy, 4 de agosto, hace 11 años que nos dejó una de las personas más importantes que han pasado
por mi vida… o debería decir de las dos más importantes, pues no solo han
pasado por mi vida sino que la forjaron.
Se trata de mi padre, que tal día como hoy, y en mi presencia, se embarcó en el
viaje final que conduce al Hades. La parca se coló por la ventana y en un
momento le arrebató furtivamente la vida. No pudimos hacer nada contra ella
porque es habilidosa y sabe dónde pica y cuando el fruto está maduro. No sé si
Caronte lo esperaba con la barca preparada para cruzar a la otra orilla, pero debió
quedarse con dos palmos de narices, pues él quiso fundirse con la tierra de
donde nació, a la que cultivó en su infancia y con la que jugó y se fusionó en
una alianza nutriente, en un trueque
entre cuidados y frutos.
Sus
cenizas quisieron volar y hacerse brisa, cabalgar con el aire para posarse en
los frutales, para acariciar las hortalizas, para cubrirse del sol a la sobra
del olivo, del almendro, del nogal o del cerezo, del ciruelo o el granado, del
peral, del manzano o el membrillo… él los sembró, cuidó y amó, se alimentó de
ellos y ellos cuajaron su cuerpo. Se nutrió con sus frutos dejándole la huella
que todos llevamos de aquello que nos hizo y fraguó. Él era inhiesto, vertical,
yerto de porte, arrogante y apuesto como el árbol que reta al cielo intentado
alcanzar el firmamento, buscando crecer y crecer hasta conectar lo etéreo del
cosmos con la tierra.
Llevaba
en su interior la frustración de haber nacido en un mundo de la nada pero con
la motivación para atropellarlo, de sobrepasarlo, y desarrollar la inteligencia
y las capacidades que albergaba, a pesar de las trabas que en la vida le
pusieron. Sin poder ir a la escuela de forma regular por dedicarse al trabajo
del campo desde niño, por tener que cuidar de las cabras o los cerdos, por
estar obligado al riego de la huerta, buscó con denuedo fuentes alternativas
para aprender y adquirir conocimientos.
No
más sembrar las ilusiones con su hembra, conocer el amor que conduce hacia el
destino que forja una familia, le pusieron un fusil en las manos y le obligaron
a pegarse tiros con su gente, contra los que eran suyos, contra sus primos
socialistas que peleaban y morían en el otro bando. Él siempre decía que tiraba
al aire, no fuera a darle a alguno de sus primos o de los suyos. Hizo la guerra
porque hacer el amor estaba prohibido en aquella España miserable, donde el pan
del día a día se fermentaba con el odio entre los hombres. Tras un año de
guerra, pasó cinco años de mili en una árida África con el miedo a que la II
Guerra Mundial les saltara a la cara como un tigre hambriento de sangre y carne
joven. Al menos allí, entre la tiranía militar y la preocupación por su familia
y lo sueños con su novia, adquirió mayor conocimiento, aprendió a leer y
escribir mejor y las cuatro reglas, como se solía decir. Era un gran experto en
historia. Le encantaba leer y conocer fechas, batallas, reyes y avatares del
pasado. Él fue la fuente y el estímulo que tuve para hacer todo lo que he hecho
en el mundo de la ciencia y el conocimiento. Él me inculcó el amor a la
lectura, al saber, al razonamiento y la inquietud por una verdad que nos fue
siempre ocultada a la gente de la prole, a los siervos de la gleba, al
campesinado, al gañán y aceitunero al que solo debía interesarle el
conocimiento del campo y su cultivo para bien del señorito.
Nos
exigió trabajar, responsabilidad, cooperación en el desarrollo de la economía familiar,
como forma de ir forjándonos para afrontar la vida. En casa había que trabajar para
salir adelante y si alguien quería estudiar debía hacerlo en sus horas libres.
Y allí estaba yo. Saliendo del trabajo a las 6 de la tarde, yendo al instituto
nocturno y volviendo a casa a las 11 de la noche, día tras día hasta acabar
bachiller. La semilla caló y seguí estudiando y trabajando casi toda mi vida,
enfermería, psicología, doctorado, diplomado de dirección de empresas y otras
especialidades que forman mi curriculum, del que él se sentía tan satisfecho.
Siempre pensé que yo conseguí aquello que le hubiera gustado conseguir él, por
lo que él se sentía proyectado en mis éxitos académicos y profesionales. Él
quiso huir de la nada y apenas pudo, yo, para él, lo había conseguido. Tal vez
por eso existía entre los dos una especie de comunión, de entendimiento
subliminal que nos acercaba en la comprensión y el respeto mutuo. Tal vez por eso, siempre le ofrecí mis
logros como homenaje.
¡Fue
mi maestro en tantas cosas! Me enseñaba con paciencia, y de pequeño, a leer y escribir
con corrección, a hacer las operaciones elementales. Me hablaba de historia y
de geografía magistralmente. Despertaba en mi interior el interés por la
familia, por su historia, contándome las cosas más recónditas de nuestros antepasados
que él sabía, de Pepe el Portugués, del pariente Silverio que marchó América, de los hechos de la guerra y del riesgo que corrió su
padre escondiendo al primo Chirisma cuando escapaba de las tropas nacionales,
etc. etc. Era un libro abierto.
Al
final tuvo suerte y ejerció de manijero en un cortijo, por un miserable
salario, hasta los años sesenta, cuando pasó a trabajar en la construcción del
pantano de Iznajar. Al menos garantizó que sus hijos no pasarían hambre, aunque
sí necesidades, como todos en aquella etapa negra y sombría de la España
franquista y sus secuaces. Luego, arrastrado por sus hijos y el futuro, marchó
a Barcelona a trabajar. Allí vivió muchos años, pero cuando se jubiló y dado
que dos de sus hijos habíamos vuelto a nuestra tierra, no dudó en volver
también y afincarse junto a nosotros.
Le
gustaba el canto y la juerga. Cantaba muy bien por Rafael Farina, Juanito
Valderramas o Antonio Molina, la Paquera o la Niña de la Puebla, por decir algunos. No era yo muy amante del
cante, pero él me enseñó a conocer el drama del pueblo andaluz a través de ese
cante, de sus letras de dolor y desencanto. Mas siempre fue un hombre sensato,
cumplidor y responsable en su trabajo hasta que la salud le apartó del mismo. De
mayor disfrutó de sus nietos y siguió viviendo como siempre había hecho, con la
mesura y sensatez que requería su situación.
No
creáis que ha muerto, no morirá mientras yo viva. Porque, como decía un
paciente que tuvimos al que catalogaban de loco, “los muertos viven en la
memoria de los vivos”. Por eso, cuando vuelvo del pueblo o de alguno de mis
viajes, tengo la tendencia a tomar el teléfono para llamarlo y decirle: “Papá
tranquilo, ya estamos en casa”.
No
tiene ninguna lápida, ni tumba o lugar donde reposen sus restos. Quiso ser como
el aire, estar en todas partes, volar y saltar entre los árboles como el ave,
alimentar los caracoles y nutrir las plantas, quiso volver a su lugar de
procedencia, a su tierra natal. Desde entonces cada día creo más en el panteísmo.
¡¡¡Papá,
hoy, tras 11 años de ausencia, seguimos estando contigo!!!
2 comentarios:
¡Qué homenaje más tierno, más sentido!
¡Sí que viene en nuestro recuerdo!
En el caso de tu padre ¡Qué ejemplo de vida!
y que todo lo que sembrara en ti diera sus frutos
y más que multiplicados. Me puedo imaginar lo
orgulloso que él estaba de ti.
Un gran abrazo
La mejor manera de convencer es con el ejemplo. Él sabía lo que era mejor para sus hijos. Un abrazo, Antonio.
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