Corría diciembre
de 1973, un año clave para mí por múltiples hechos, además de ser joven a mis
22 años. Terminaba la mili en Sant Climent Sescebes (En aquellos tiempos coleteaba
el franquismo y era San Clemente de Sasebas, pues el catalán estaba prohibido
como lengua del Estado). Hablo de un campamento militar, de un CIR (Centro de
Instrucción de Reclutas) ubicado en esa localidad del alto Ampurdán, cercana a Figueras.
La Navidad se
aproximaba, la mili se terminaba, y esperábamos marchar licenciados antes de
las fiestas y cerrar, definitivamente, aquella etapa forzada de la vida. No me
puedo quejar comparativamente, pues hacer la mili en la enfermería nos
proporcionaba algunas prebendas prohibidas a otros compañeros de penurias, si
bien prestar nuestros servicios sanitarios a 4.000 reclutas cada tres meses era
un trabajo, en muchos casos, agotador. Fueron quince meses obligados, donde, en muchos casos, se
nos mostró dónde estaba y cómo se ejercía el poder desde la falta de respeto al
ser humano, al soldado, que era un mero servidor del jefe u oficial, más que de
la patria. En más de una ocasión se sentía uno humillado, ninguneado y sometido
a los designios de algún gilipollas (perdóneseme la expresión pero no encuentro
otra más afín) que, al amparo en sus galones o estrellas, se sentía un dios
miserable ejerciendo el poder desde el despotismo y el desprecio al pobre soldado
reclutado, en la mayoría de los casos, contra su voluntad. Era lamentable ver
como una especie de chulo de barrio se creía superior a otro con carreras
universitarias, mayor inteligencia y calidad humana, por el mero hecho de tener
unos galones.
Aún recuerdo el
día 20 de diciembre, estando preparado el macuto para irnos a casa y no volver.
Ese día, un jarro de agua fría cayó sobre nosotros. ETA asesinaba a Carrero
Blanco haciéndole volar por los aires en un atentado espectacular. Todo fue confusión
y caos. La duda era si se nos acuartelaría, si se liaría la de “dios es padre”, o
qué narices pasaría ante tal confusión. Teníamos un brigada ATS, amigo de
juergas y jaranas, de vodkas con naranja, con el que nos unía una gran amistad,
a pesar de ser un militar de profesión. Los enfermeros de reemplazo habíamos decidido,
en caso de que se liara la marimorena, traspasar la frontera de Francia, que
estaba a 7 kilómetros, y evadirnos antes de servir como sostén a un sistema
político agónico con el que estábamos en total desacuerdo. No queríamos participar
en el sostenimiento del franquismo, en
caso de que se produjera un conflicto. Entonces, y en base a la amistad que nos
unía al brigada, decidimos comentarle el proyecto. Su reacción fue furibunda,
nos dejó acojonado, cuando inició su discurso: “Ni se os acurra, antes os mando
a un consejo de guerra esperando se os fusile… (esto nos dejó anonadados,
pensando el error que habíamos cometido al pretender que un militar de carrera
aprobara nuestra conducta, cuando continuó su discurso)… si no me avisáis
antes para irme con vosotros…”. Las carcajadas afloraron a modo de liberación
de la presión a que aquel sujeto nos había sometido. Nunca olvidaré el paso del
miedo a la satisfacción, de la discrepancia a la complicidad.
Pero, veo que ando
dispersando respecto a lo que quería contar, sigamos. En la enfermería habíamos
formado un grupo cohesionado entre soldados y alféreces de complemento en el
que considerábamos incluido al brigada. Enfermeros y médicos nos sentíamos unidos
en el mismo ejercicio profesional, aunque fuera por obligación de “manus
militaris“. No podíamos escapar de aquellas obligaciones pero, desde nuestra insumisa
juventud articulábamos mil estrategias para hacer más llevadera la situación y
distraernos de aquel soberano aburrimiento en los espacios de intercampamento.
Ese año, cuando se
aproximaba la Navidad y andábamos sin reclutas y a la espera de terminar de una
vez la jodida mili, mostramos nuestra creatividad, que siempre estaba aflorando,
como forma de huir de la monotonía. Para ello decidimos montar un Belén. No teníamos
figuras, ni Niño Jesús, Virgen o San José. Faltaban los pastores, las ovejas, la
mula, el buey y demás comparsas. Pero… ¿Qué teníamos a mano? Pues cosas de la
enfermería: jeringas, ampollas, cápsulas, pastillas, tarros de penicilina,
cajas y envases de fármacos… pocas cosas. ¿Cómo hacer un belén con tan pocos
recursos? Entonces inventamos una cosa que ya existía y no lo sabíamos: la
tormenta de ideas, el Brainstorming del mundo anglosajón (ese concepto aparecería en mi vida
más adelante cuando fui desarrollando mi vocación de gestor y psicólogo organizacional).
He de reconocer que se dio con cierto cachondeo y, tal vez, irreverencia, pero
empezamos a pensar qué poner y cómo hacer un Belén como Dios manda, si es que
Dios manda hacer o montar un Belén de alguna forma.
Bueno, decidimos: Unas cajas de
cartón dónde venía material médico servirían para formar el portal y el
castillo de Herodes, mientras que las cajas de medicinas más pequeñas harían de
casas de Belén, eso sí, se pintarían puertas y ventanas y se les daría un formato
adecuado con el que pudieran simbolizar lo pretendido. De San José se pondría
una jeringa de 10 cc. (os recuerdo que en aquellos tiempos las jeringas eran
reutilizables, de cristal, y se hervían para esterilizarlas), la Virgen se
representaría por una de 5 cc. y el Niño Jesús por otra de 2 cc. (perdónadme los
defensores de la igualdad entre hombres y mujeres por esa diferencia entre 10
para San José y 5 para la Virgen, pero en aquellos tiempos las cosas eran como
eran, estábamos bajo el influjo agónico del franquismo, que es cuando los
coletazos son más consistentes). El niño reposaría en un pesebre formado por la
propia cajita de acero inoxidable que se usaba para guardar las jeringas, incluso,
para hervirlas y esterilizarlas. El buey y la mula decidimos construirlos
modelando alambre, si no recuerdo mal.
Luego quedaba lo demás. Los
pastores serían ampollas de 5 cc, el perro del pastor una ampolla de 2 cc, las ovejas
cápsulas de diferentes medicamentos y colores, el ángel anunciador y otros, lo
formaría los tarros de penicilina colgados con un hilo del árbol que estaba anclado
a una cubeta, de esas que se usaban para esterilizar las gasas. Ese árbol de
Navidad, que incluimos en el Belén, llevaba colgados regalitos y algunos
caramelos, mientras el río lo formamos con papel brillante…
Un día, nos dijeron que el
coronel se había enterado de la obra y quería vernos. ¡Córcholis! Lo que
faltaba. Ahora vendría aquel señor serio y malhumorado y nos reprendería por
nuestra irreverencia y por el gasto que habíamos hecho con el material del
servicio, aunque fuera poco. El hombre se presentó, nos cuadramos delante de él
y pasó a ver el invento. Se dio media vuelta tras observarlo y mirándonos,
sostuvo su seria mirada unos segundos, hasta que con cara distendida nos felicitó
por la originalidad de la obra. La noticia corrió como la pólvora… (ya sabéis
que en el mundo militar es normal que corra la pólvora) y pasaron por la enfermería todos los mandos y
la soldadesca del campamento mostrando, en términos generales, su agrado.
Luego, el día 20, saltó la
alarma, se cargaron a Carrero y nos acojonamos en demasía hasta el punto que ya
os he contado. Hoy, no sé por qué, me encontré esta foto que me trajo a la
memoria aquellos tiempos, de los que mi mejor recuerdo es que entonces era
joven y la alegría de ser joven y las ganas de vivir y de fraguar un futuro
pueden con todas las adversidades.
FELIZ NAVIDAD, que los viejos
tiempos no vuelvan y que el futuro se escriba felizmente en el libro de la dicha
con letras de abundancia, paz y encuentro entre los pueblos de España y del
mundo. Espero que este relato, que no es cuento, os haya gustado y sacado alguna sonrisilla de las que deben surgir en estas fechas.
Aprovecho para mandar mis recuerdos a mis amigos y compañeros de aquellas experiencias: Tonacho, Tonet y Miguel Cazcarro con quien he seguido manteniendo una intensa amistad... y a todos los demás que fueron pasando por aquel lugar. Aquí estamos los cuatro con el brigada en cuestión.
Aprovecho para mandar mis recuerdos a mis amigos y compañeros de aquellas experiencias: Tonacho, Tonet y Miguel Cazcarro con quien he seguido manteniendo una intensa amistad... y a todos los demás que fueron pasando por aquel lugar. Aquí estamos los cuatro con el brigada en cuestión.
De izquierda a derecha: Tonet, yo (ambos con bigote), el Brigada, Tonacho y Miguel Cazcarro |
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