Esta, mi primera entrada del año, pretender compartir con el lector una vivencia del día de Navidad. Este es el relato:
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Un manto negro y tenebroso oculta las titilantes estrellas.
El cielo, encapotado, transmite el agobio de la oscura noche, mientras un
viento estridente y rabioso lame los aleros y la intensa lluvia cabalga
galopante en su montura. Las calles han dejado su ser y se han convertido en
ríos caudalosos. El ritmo trepidante de los canalones evacua, desesperadamente,
el cúmulo de líquido que escupe el cielo de forma torrencial en los tejados. El
patio, cargado de plantas sedientas, ya anuncia su saturación y evacua como
puede la tupida cortina de agua que lo baña. Las hojas de aspidistra danzan al
ritmo que le imprime la ventisca, mientras tremolan ante el intenso golpeo de
los gruesos goterones lacerantes. Se
escapa algún que otro rayo, iluminando furtivamente la oscura noche, y suena
trepidante el trueno amenazante.
No sé por qué, pero la tormenta, o la lluvia caudalosa, es
para mí un elemento placentero. Es la expresión del esplendor de la naturaleza.
Una exhibición de poderío. Un poner en su sitio las cosas, como diciendo: El
poder es mío, te doy la vida y te nutro, pero, también, tengo la potestad de
destruirla. Todo, en su justa medida, es vida… en demasía puede ser muerte. La
medicina cura en sus dosis adecuadas, pero también mata cuando se abusa de ella.
El agua sustenta, pero también ahoga, da vida y la quita. El fuego calienta,
pero también quema. Ese mensaje dicotómico, de bueno y malo, siempre me produjo
una sensación extraña… es la conjugación entre el miedo y la excitación, a la
par que la ira y el sosiego. En todo caso, a mí, me induce al equilibrio y la
ponderación. Por otro lado, es como si la exhibición mágica de la naturaleza
deslumbrara tu mente y, en esa comprensión, te sintieras más grande, más pleno,
más satisfecho, al presentirte engarzado al origen y engranaje de la propia vida.
Por tanto, esa ambigüedad me atrapa, me produce sensaciones contradictorias
que me mantienen expectante ante la tormenta. Me gusta el ritmo de la lluvia,
su música, su repiqueteo sobre la ventana, sobre el tejado y la calle. Es
símbolo de vida. El agua, como digo, es el maná que nos manda la madre
naturaleza para alimentarnos y hacernos crecer. Sin ella no habría vida. La
hierba, los árboles, las plantas sin agua no darían fruto, no tendríamos el
sustento que nutre la cadena alimentaria. Nuestro cuerpo, principalmente, es
agua. Tal vez por eso me guste darle la bienvenida, porque es parte de mi ser. Libera
en mi interior sensaciones y sentimientos plácidos, armoniosos y confortables.
Hoy, mientras leía la novela de Julia Navarro, titulada Dime
quien soy, me entregué a ese placer de conciliar la lectura con la música
rítmica y melódica del agua en su caída libre, de la lluvia precisa y preciosa
que jugaba en la ventana curioseando y queriendo interferir en mi lectura.
Siempre suelo leer con música de fondo. Esa música suave que no expresa
palabras y lo dice todo, que suena como arrullo maternal e instala una alfombra
sedosa en la mente para que la asimilación de lo leído sea más deleitoso. Pero
hoy, al advertir su presencia, he optado por disfrutar del cántico libre y
cadencioso del agua y su danza mística y arrebatada, relegando a Bach a música
de fondo.
Dejo la novela, me relajo y empiezo a conjugar los distintos
elementos del entorno. El plácido y cálido fuego danza su magia forjando mil
figuras, intentando escapar por la chimenea para fundirse en el éter, en el
espacio. Crepita y chisporretea, criticón, iluminando la estancia. El árbol de
Navidad parece entrarle al lance y exhibe su colorido con su intermitencia
artificial. J. Sebastián Bach suena de fondo con su espléndida música para
órgano: Tocata y fuga en re menor. Estos
compases me traen infinidad de recuerdos, música sacra, la catedral, los dedos
virtuosos de Victoriano Planas, la elevación del espíritu a través de la música…
paz interior, sosiego, calma y quietud.
A la obra del hombre se suma la de la naturaleza. Se mezclan las dos músicas,
Bach y el cielo, el órgano y el agua, en una cadencia singular que apacigua y dulcifica
la escena.
De pronto, la lluvia arrecia bravamente y clama mi atención
como amante celosa. Golpea amenazante sobre los cristales. Me levanto. Abandono
mi cómodo sillón frente a la lumbre, deposito mi libro sobre la mesa y me
acerco expectante a la ventana. Desde el calor del hogar y su quietud todo es
distinto. Ráfagas de viento hacen bailar subrepticiamente la inmensidad de
gotas que vertiginosamente lanza el cielo. En un puro acto de hipnosis quedo
atrapado del encanto, y la lluvia se convierte en musa que me suscita un poema,
que me incita a plasmar ese conjunto de sensaciones inenarrables. Tomo lápiz y
papel y, en un intrépido intento, comienzo a escribir llevada mi mano por el
impulso irrefrenable de la melodía y el ritmo palpitante del aguacero. Me
inspira, me provoca y sugiere estos versos:
La lluvia fuente de vida
son lágrimas de consuelo
son lágrimas de consuelo
que riegan la sementera
e impregnan la tierra entera
aliada con el cielo.
Con ese dulce candor
tamborilea en la ventana
entregando a la mañana
el cariz de su dulzor.
La música celestial
se orquesta con los tejados
con las calles y azoteas
y mientras repiquetea
su mágica melodía
va sembrando la armonía
junto a mi paz interior.
¡Cómo me gusta escuchar
tan hermosa sinfonía!
¡Cómo me gusta olvidar
displaceres de la vida
la hipocresía y la mentira
que nos sigue rodeando
mientras nos vamos creando
cada cual su propia vía!
Ya sé que el agua me evade
que es la madre de la vida
que Gaia no nos olvida
y que el inhóspito otoño
es promesa de un mañana
de floridas primaveras
de soñados renaceres
a otras vidas venideras
de bellos amaneceres.
El éxtasis que provoca
su infinita sinfonía
fusión de naturaleza
que suena a monotonía
de incomparable belleza
siembra mi alma de armonía.
e impregnan la tierra entera
aliada con el cielo.
Con ese dulce candor
tamborilea en la ventana
entregando a la mañana
el cariz de su dulzor.
La música celestial
se orquesta con los tejados
con las calles y azoteas
y mientras repiquetea
su mágica melodía
va sembrando la armonía
junto a mi paz interior.
¡Cómo me gusta escuchar
tan hermosa sinfonía!
¡Cómo me gusta olvidar
displaceres de la vida
la hipocresía y la mentira
que nos sigue rodeando
mientras nos vamos creando
cada cual su propia vía!
Ya sé que el agua me evade
que es la madre de la vida
que Gaia no nos olvida
y que el inhóspito otoño
es promesa de un mañana
de floridas primaveras
de soñados renaceres
a otras vidas venideras
de bellos amaneceres.
El éxtasis que provoca
su infinita sinfonía
fusión de naturaleza
que suena a monotonía
de incomparable belleza
siembra mi alma de armonía.
El verbo, la palabra y el verso,
saben llegar al corazón; o acaso salen de él para expresar sentimientos y abren
su puerta al exterior reflejando ese sentir. En todo caso, el que escribe
expresa y quien lee interpreta, se proyecta y crea su propio entorno donde da
cabida a lo que va despertando en su interior esa lectura. Se adueña de ella,
la hace suya y la modela a su antojo para cubrir sus vacios, necesidades o
fantasías. Es decir, el verso sale del corazón del que escribe y entra en el de
quien lee.
A mí, tanto la lectura como la
música, me distraen y transportan a otra dimensión imaginaria. En este caso,
mientras escuchaba la lluvia y componía eso versos, me fui liberando de la tensión,
ya que, con la novela, afloraban pensamientos turbadores, de la mano de la sufrida
protagonista. Me olvidé del amenazante recuerdo de la guerra, de la tortura y
espanto, de la vileza del ser humano en su expresión más detestable, del
hambre, la miseria, la muerte y la humillación que se vive en las derrota y del
suplicio que se inflige al derrotado de la mano y el sadismo del vencedor.
Por ello, esta lluvia contiene la
magia y el embeleso que me lleva a la abstracción, entregándome a una simbiosis
milagrosa con la naturaleza, a la par que inspira mi poema, en el que veo un
canto a la vida, a la templanza y la armonía de vivirla.
Y ahora no sé por qué te cuento
esto. Puede que, al leerlo, experimentes lo mismo que yo, que comprendas y
entiendas mis emociones y que, a la par, tú las vivas y las sientas, que tu
imaginación, lanzada en un vuelo de fantasía, al amparo de tu propia invención,
cree otro entorno donde encuentres el sosiego que yo disfruté en ese momento.
6 comentarios:
Feliz año nuevo, Antonio!
Qué panorama más maravilloso nos describes!
Nada mejor que leer (o escribir) acompañado de la lluvia.
Cierto, Lola.
Feliz año y que sigas escribiendo tan maravillosamente y te acompañe el éxito.
Un abrazo
Antonio, narras esos pequeños placeres que nos alivian. No hacen falta los "grandes" para sentirnos algo felices. Un abrazo.
Bien descrita como se derrama la madre naturaleza sobre nuestro pueblo.Curiosamente estoy leyendo el mismo libro Antonio, y me ha venido tambien al recuerdo la risa de Victoriano Planas con sus eternas gafas y entraga a la música.
Un abrazo amigo, como siempre lo mejor para tí u tu familia.
Gracias, Prudencio. Un abrazo grande para ti y los tuyos
Modesto me alegra despertar en ti esos sentimientos de recuerdo. El libro ya lo terminé y no te diré el final, jajaja
Un abrazo y feliz año
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