Un relato entre la historia y la ficción
Publicado en la revista Gibralfaro:
https://www.gibralfaro.uma.es/leyendas/pag_2427.htm
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Cuevas de San Marcos. Sierra del Camorro Entrada a la Cueva Belda |
Hola, querido cuevacho/a, tú no me conoces personalmente, pero has oído hablar de mí. Te han contado tantas y tantas cosas, y tan diversas, que puede que estés confundido/a. Te hablaron de diablos y demonios que vivían en la cueva, de guardianes de tesoros escondidos en sus profundidades, de un personaje extraño que deambulaba a determinadas horas por el pueblo, de aspecto sombrío y circunspecto, con sombrero calado y oscuro ropaje camino de la sierra.
Pero todo ello no es más que manifestaciones fantasiosas de la gente que me fue viendo según su propia percepción, su fantasía, como un espejismo surgido de sus miedos y supersticiones. Yo existo, pero soy otra cosa, soy el espíritu de la tierra, ubicado en la sierra, que habita en la Cueva Belda. No te sorprendas ni te maravilles, porque te lo voy a explicar.
Empezaré diciéndote que la naturaleza es la madre de la vida, la tierra es lo que la alimenta... y eso tú lo sabes y lo ves en el día a día. El cielo cargado de nubes permite que el agua riegue las cosechas, que la tierra, conjugando el agua y el sol, haga crecer la vida de las plantas para alimentar a una infinidad de seres que, luego, serán nutrientes de otros, dentro de la escala alimentaria, hasta llegar al ser humano, que es omnívoro. Por tanto, la tierra es la madre de la vida y, como buena madre, vela por sus hijos.
Yo soy el espíritu de la tierra, de vuestra madre, que vigila y os protege de los males, que vive para alimentaros en una perfecta armonía ecológica. Soy viejo, por no decir antiguo, como es lógico. Fui testigo de miles de aventuras de vuestros ancestros, porque Cuevas de San Marcos es un pueblo surgido de la sierra, de la Cueva Belda. Ahí habitaron los primeros seres humanos, el hombre primitivo, que buscó refugio en la propia cueva para crecer y desarrollarse, como el niño se nutre y alimenta en el útero materno. La cueva es ese útero que dio a luz a los ancestros de Cuevas, donde vivieron protegidos de alimañas y depredadores, mientras vigilaban el paso de las manadas de animales expuestos para la caza.
Allá se tallaban las flechas y hachas de sílex como armas defensivas y de caza, vivía la tribu con todos sus componentes, se guardaban y aderezaban los alimentos y se hacían los ritos para invocar a los espíritus protectores y alejar a los maléficos. Yo, siempre, estuve presente para protegerlos.
Yo existo, pero soy otra cosa, soy el espíritu de la tierra, ubicado en la sierra, que habita en la Cueva Belda. No te sorprendas ni te maravilles, porque te lo voy a explicar.
Luego fueron viniendo otras tribus y pueblos diversos que lucharon entre ellos por dominar la zona. Descubrieron el cultivo de la tierra en Los Llanos, rico lugar de abundante agua, y fueron domesticando animales para asegurar su alimento. Pasaron de sus rústicas armas a otras más sofisticadas, hachas, lanzas, arcos y flechas, espadas, etc., de la piedra al bronce y luego al hierro, siendo cada vez más mortíferas.
Os contaré que, desde la sierra, fui observando invasiones y batallas. La civilización más importante que pasó por estos lugares en la Edad Antigua fue la romana. El Imperio romano se extendió por toda la península al derrotar a los cartagineses, y se adueñaron de estas tierras, que eran ricas en minerales como hierro, plata, cobre y oro, que arrastraba en su corriente el río Sigiles (Genil), en forma de pepitas. Fue un tiempo de prosperidad para los hijos de la sierra.
Cuando el Imperio romano cayó tras las invasiones bárbaras, esta tierra fue tomada por los conquistadores germanos, siendo los vándalos los que pasaron por la zona para después acabar en África, dejando este espacio a los visigodos.
Luego, allá por los años 711 a 718, vi asentarse a los árabes. Habían roto la defensa del rey visigodo Don Rodrigo en la batalla del Guadalete y se fueron expandiendo por toda la península sin demasiada resistencia, salvo al norte. Intensa fue la vida en esos tiempos. Fueron años de asentamiento y dominio del lugar por gente venida de otros lares, que traían otra fe y cultura.
Más tarde, en el siglo X, los árabes tuvieron una “guerra civil” o rebelión. Omar ben Hafsum, nacido en Parauta, una aldea pequeñita enclavada en el corazón de la Serranía de Ronda, acaudilló un importante ejército de descontentos con el emir de Córdoba y su gobernanza, llegando, incluso, a poner en peligro al propio emir Abderramán III, que posteriormente proclamaría el Califato de Córdoba.
En estos tiempos se produjeron los hechos más lastimosos, sangrientos y tristes de la historia de la ciudad de Belda, ubicada a lomos de la sierra, donde convivían musulmanes y cristianos. ¡Ay, cuánto sufrí con esta guerra! El ejército del emir cercó la fortaleza de Belda y pidió su rendición; les dio la oportunidad, a sus habitantes, de salir y salvar la vida, amenazando con pasar a cuchillo a los que se resistieran. Salieron los musulmanes y quedaron los seguidores de Omar dispuestos a dar la batalla. Fue un asalto cruento y terrible, un asedio por sed y hambre, que acabó con la entrada del ejército del emir dando muerte a todos los habitantes, mujeres, ancianos o niños.
Posteriormente, y hasta 1212, en que los cristianos ganan la batalla de las Navas de Tolosa, una relativa paz reinó por estos lares. A partir de aquí, los cristianos fueron conquistando el Sur y practicando la guerra de razias e incursiones para diezmar el poder de los reinos musulmanes. Los últimos reyes de la Casa de Borgoña y los primeros Trastámara fueron arrebatando territorio a los musulmanes, conquistando sus ciudades y campos o haciéndolos vasallos y tributarios.
Todo concluye en otro momento de duelo y sangre en que Belda es conquistada e incorporada por Pedro de Narváez a la ciudad de Antequera. Una vez más vi y viví la guerra, y cómo mis hijos de Belda sufrían de penalidades y muerte. En 1424, reinando Juan II, Belda es atacada y destruida para evitar nuevos asentamientos que la repoblaran, pasando a ser una mera dehesa antequerana. Perdió su identidad y se diluyó en la administración de Antequera, como una pedanía de esa poderosa ciudad, siendo identificada como Cuevas Altas.
En los siglos XVI al XVIII se fue repoblando y creciendo, algo olvidada y anclada a la falda de la sierra. Cuevas Altas crecía y su fe cristiana se afianzaba, construyendo su iglesia de San Marcos y pasando a tomar el nombre de su patrón, convirtiéndose en Cuevas de San Marcos con su independencia de Antequera.
Múltiples leyendas fueron arropando la consolidación cristiana. Una de ellas, tal vez la más conocida y divulgada, fue la del demonio de la cueva, que todos conocéis. Un intrépido fraile se le enfrentó y lo mandó al averno exorcizándolo con una jaculatoria y sellando el acto al atar un jaramago a la entrada de la cueva. Se comentan tantas cosas y fábulas respecto al asunto, que sólo vosotros, como hijos de la villa, conocéis detalles transmitidos de padres a hijos a través de la palabra. Yo, desde mi atalaya, viví tantas cosas, unas veces verdad y otras inventadas, que no podría describirlas en tan poco tiempo. El demonio de la Cueva Belda nunca existió, sólo es una leyenda que fortalece la fe de los cristianos y que embellece la devoción a su patrón, San Marcos, al atar los jaramagos, los romeros, el 25 de abril.
Al fin, en 1806, Cuevas Altas encuentra la liberación de Antequera. Ahora, Cuevas de San Marcos, inicia su singladura desde su propia identidad. Crea su ayuntamiento y son sus regidores los propios hijos del pueblo, sin escapar de los avatares que sufrió nuestra España en el siglo XIX.
Con el siglo XX, vuelvo a sufrir con la suerte de los hijos de la sierra. Se vivieron momentos difíciles y una guerra civil volvió a sembrar de dolor y sangre los campos y casas de mi pueblo. Digo mi pueblo, porque sois hijos de la Cueva Belda, de la sierra del Camorro, que veló por vosotros y sufrió con vuestro sufrir, de lo cual yo fui testigo al encarnar el alma de esa tierra, el maternal espíritu de la cueva que os vio nacer desde tiempo inmemorable.
Ahora, en el siglo XXI, las cosas pueden cambiar y yo os exhorto a procurarlo. Sembrad los valores que dignifican a los seres humanos. Llenaos de humanismo y de concordia para que la paz y el amor reinen en vuestras casas, para que la comprensión y la armonía os permitan ser felices y yo pueda dormitar al fondo de la cueva sin preocupaciones por vuestro futuro y buen gobierno, descansando en paz, como todo buen espíritu merece.
Que San Marcos os siga protegiendo. Que la armonía del cosmos os inunde… Y recordad, sois hijos de la tierra, de la sierra; y la Cueva Belda es el útero materno que os dio a luz, en la prehistoria, para crecer y desarrollaros como seres humanos. Yo, el espíritu de la Madre Tierra, seguiré velando por vosotros.
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Interior de la Cueva Belda |
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