Con motivo del 8 de marzo no está de más dedicar una pequeña
reflexión al papel de la mujer en el mundo de las letras (especialmente la
lírica poética) y cómo ha ido
evolucionando. Es indudable que las cosas han cambiado considerablemente y para
mejor, pero no podemos olvidar que el camino se sigue transitando sin llegar a
la meta final, que debe ser la igualdad absoluta entre el hombre y la mujer. No
voy a entrar en un análisis pormenorizado del porqué y cómo se ha ido dando el
machismo como elemento dominador de género, o sea sobre la mujer. En todo caso
consideraremos que el papel de la mujer, otorgado por el mundo dominante del
hombre, se ha relacionado más con su utilización objetal, mientras el hombre
ejerció el poder y dominio social, cultural y económico. Obviaré, pues, la
humillación de la mujer cuando tuvo que recurrir al nombre del marido para
publicar su obra, quedando ella entre bastidores.
Habría mucho que hablar sobre el tema, pero me referiré a un
aspecto del influjo social y cultural, donde el hombre dominó descaradamente
hasta hace bien poco, en que la mujer ha entrada en la batalla de la cultura y
sus derechos; por tanto aludiré a ese papel en la lírica, en el mundo de la
poesía y la literatura en general, donde aflora tanta belleza expresiva y
sensibilidad.
El sumun de la exaltación lírica de la mujer lo podemos encontrar
en los versos de Gustavo Adolfo Becker cuando define la poesía y la asocia a la
mujer:
¿Qué es poesía?, dices mientras clavas
en mi pupila tu pupila azul.
¿Qué es poesía? ¿Y tú me lo preguntas?
Poesía... eres tú.
Esta forma sublime de expresar la importancia de la mujer en el
mundo del poeta, es falaz o responde a una visión direccionalmente errónea.
Claro que se enaltece la vanidad de una mujer elevándola al rango de poesía, de
inspiradora o musa del poeta, en quien genera el sentir enamorado que la
revaloriza hasta elevar su potencial a objeto elicitador de la lírica del
cantor. Pero ella no es poesía, ella es el objeto que genera la poesía en el
poeta, un objeto precioso, deseado para satisfacer el amor del enamorado,
cuestión, indudablemente, halagadora para la dama enamorada. Pero la composición
poética no es de ella (por tanto ella no es poesía), sino que es de su autor,
de quien es capaz de sentirla y escribirla, de quien la hace brotar de su
interior líricamente emocionado, del poeta, de Gustavo Adolfo Becker. La mujer
es la musa, el instrumento u “objeto” que la despierta.
La mujer es poesía cuando la escribe ella, cuando es capaz de
crearla a través de la expresión de su sentir, con su propio estilo, su palabra
y verso, cuando anida en su interior el arte de la inspiración y la capacidad
de su expresión. La mujer objeto genera la poesía en el amante, pero la mujer
poeta la genera desde su interior, la crea ella y la transmite a través de sus
versos… aquí es cuando la mujer es verdaderamente poesía.
Basta solo mirar hacia el pasado, no muy lejano, y veremos las
dificultades de la mujer para entrar y ser reconocida en el mundo de la literatura.
Traigo a colación, como ejemplo, a la gran escritora y poeta hispanocubana Gertrudis Gómez de Avellaneda (Tula), de la
que José Zorrilla dijo, en 1841: “…la
mujer era hermosa, de grande estatura, de esculturales contornos, de bien
moldeados brazos, de cabeza coronada de abundantes rizos y gallardamente
colocada sobre los hombros. Su voz era dulce, femenil; sus movimientos
lánguidos y mesurados y la acción de sus manos delicada y flexible; pero la
mirada firme de sus serenos ojos azules, su escritura briosamente tendida sobre
el papel, y los pensamientos varoniles de los vigorosos versos con que se
reveló su ingenio, revelaban algo viril y fuerte en el espíritu encerrado
dentro de aquella voluptuosa encarnación mujeril. Nada había de áspero, de
anguloso, de masculino, en fin, en aquel cuerpo de mujer, y de mujer atractiva,
ni coloración subida en la piel, ni espesura excesiva en las cejas, ni bozo que
sombreara su fresca boca, ni brusquedad de maneras; era una mujer. Pero lo era,
sin duda, por error de la naturaleza, que había metido por distracción un alma
de hombre en aquella envoltura femenina”. A Bretón de los Herreros también
se le adjudica esta frase referida a Tula Avellaneda: ¡Es mucho hombre esta mujer! O bien, ¡No es una poetisa, es un poeta!
Mientras tanto, Zorrilla plantea la existencia de una mujer poeta
y escritora, de esa altura, como un error de la naturaleza, que metió un alma
de hombre en una envoltura de mujer. El mundo de la lírica le estaba, pues,
restringido, cuando no vedado o condicionado. Lo que no impidió que Gertrudis,
en los años 40 y 50 del siglo XIX, fuera toda una figura en los corrillos de la
literatura de la capital, dada su enorme y excelente producción literaria
(teatro, novela, poesía) y su capacidad seductora con su fuerte personalidad
asertiva, codeándose con personajes de principal relieve en la corte, incluido
Narvaez y los propios reyes, que apadrinaron su boda con el coronel Domingo
Verdugo. Una excepción rompedora que desborda los límites que enmarcan el
momento histórico respecto al tema
Lo que no es óbice para que estas tremendas aseveraciones nos muestren
cómo el machismo imperante otorgaba el grado de excelso poeta al espíritu
masculino y se toleraba la incursión de la mujer, en este campo, bajo un cariz
de curiosidad y paternalismo; considerando, incluso, que estaban en una etapa
en la que la influencia exterior se hacía notar con el espíritu liberal, a
caballo del romanticismo, que se importaba desde el extranjero, en los años
aciagos y convulsos de la regencia de María Cristina de Borbón-Dos Sicilias,
esposa del extinto Fernando VII.
A pesar de todo ello, del liberalismo y la ideas progresistas del
momento, a Gertrudis se le cerraron las puertas de la Real Academia Española de
la Legua tras la muerte de su mentor, Juan Nicasio Gallego, que ocupaba el
sillón de la letra Q mayúscula, otorgando este privilegio a un hombre, para mí,
con una obra de inferior calidad literaria, Antonio Ferrer del Río, sin
menospreciar su valor, claro está. Por tanto, la primera mujer que optaba a un
sillón de la RAE, fue apartada para dar paso a un hombre. Hoy, tras más de
siglo y medio, solo hay 8 mujeres en la Real Academia de 44 miembros que
conforman la misma, si no me fallan los cálculos, o sea un 18%.
No obstante, volviendo al tema, en este caso singular de rebeldía
que se manifiesta en el espíritu poético y lírico de Gertrudis, aparece el
incansable brío de una mujer excepcional y reivindicadora de su derecho a “estar”
desde su inteligencia creativa. Anduvo despertando admiración y miedo,
aceptación como poeta y rechazo por su atrevimiento; un reto seductor para el
ego del poeta Gabriel García Tassara, que le causó tanto mal con sus amores.
Se dice que Ignacio de Cepeda y Alcalde, su gran amor platónico y
amigo, estando enamorado de ella como mujer y escritora, “la temía tanto como
la amaba” y por eso no llegaron a desposarse aun existiendo entre ambos esa
química que lo hubiera permitido. El prototipo de mujer de la época era la
esposa sumisa y devota que cumplía con sus deberes maritales y maternales sin
hacer sombra al esposo, modelo que Gertrudis rechazaba con vehemencia. La
Avellaneda, en una de sus cartas a Cepeda, establece la diferencia entre lo que
es ella y lo que le aportará la otra; ella es la intelectual, pensadora y
crítica, la otra la sumisa, buena esposa y madre según los cánones… en estas
circunstancias Cepeda optó por su sobrina María del Rosario. Tula ya había
tenido otro desengaño en su estancia en Galicia bajo las pretensiones del joven
Ricafort, hijo del Capitán General de Galicia Mariano Ricafort, pues aun
reconociendo su valía y superioridad intelectual, le pedía que asumiera su
papel de esposa, con arreglo a las exigencias sociales del momento, y
abandonara el mundo de las letras.
Esta mujer, rompedora de esquemas, nos mostró, al igual que
algunas otras, lo que las mujeres guardaban en su interior, por imperativo de
la ley social, obligadas a renunciar a sus potencialidades. Sin embargo, rotas
esas cadenas, afloraron, en los últimos 50 años, multitud de escritoras y poetas que,
irrumpiendo con fuerza inusitada, escalaron la igualdad de condiciones con el
hombre, cuando no superándolo. En los diversos encuentros de poetas que se
desarrollan a lo largo del país, en que yo he participado, he constatado un
mayor número de mujeres que de hombres. Es aquí, en sus textos y publicaciones
en general, donde se ve la calidad lírica de la mujer. Es aquí donde se
demuestra que la poesía expresada es ella en esencia, donde tiene sentido la
frase: “Poesía… eres tú” y no la musa inspiradora aludida por Becker.
Concluyo pues, que reconociendo la asimetría existente en esta
cultura ancestralmente machista, la sociedad puede y debe exigir que esa
igualdad se dé, que el equilibrio rompa la asimetría para enriquecerse con la
aportación de hombres y mujeres en igualdad de condiciones, dado el potencial
creador de la mujer en todos los campos y, especialmente, en el mundo de la
letras del que he tratado en este artículo. La mujer, al igual que el hombre,
es poesía cuando la crea, porque se fragua y aflora de su interior de poeta.
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