Mirador Pico Tres Mares |
Hoy retomo una fábula que escribí allá por 1988, publicada por el diario SUR el de 17 de septiembre de ese año, que me ha vuelto a despertar la inquietud que en aquellos tiempos sentía respecto a la suerte de los hombres y mujeres de este mundo, que nacen coronados o condenados según su cuna. Espero que os guste...
----------------
Se cuenta que en tiempos pretéritos, cuando los
ríos, árboles y demás creaciones tenían vida interior basada en la
inteligencia, se dio el caso de dos ríos (a los que llamaremos rico y pobre)
que surgiendo de una misma montaña, uno fue al norte y otro hacia el sur. Ambos
nacieron con gran ilusión, pensando que con el tiempo irían recogiendo el agua
de sus afluentes, de la lluvia, y la vida de su entorno se enriquecería con su
paso.
El río Rico, que se dirigió al norte, se encauzó por
un precioso y verde valle, lleno de fuentes que fluían a su paso
enriqueciéndolo. Su cauce era cada vez más ancho, numerosos arroyuelos apoyaban
su expansión. Su cuenca, amplia, gozaba de abundante lluvia, que de forma
intermitente regaba sus montañas y sus valles. La vida crecía entre sus aguas,
formando un ecosistema del que se enorgullecía, con lo cual se incrementaba su
soberbia y confianza en sí mismo. Despreciaba a los otros por no tener su
presencia, su fuerza rompedora y una vida como la suya. Estaba plenamente
realizado; ya regaba huertas en sus valles dando preciados frutos, ya le
visitaban para ver con qué gracia saltaba en sus grandiosas cascadas. En su
cauce bajo, los barcos transitaban haciendo de él una vía de comercio y
prosperidad. Figuraba inscrito en los libros de geografía como el Gran Río.
Todo esto le llenaba de felicidad, se sentía respetado, querido por todos y
tenido como modelo.
Un día, cuando su cauce era más ancho y sus aguas
discurrían mansamente, empezó a notar algo extraño… los peces nadaban contra
corriente, sus aguas iban perdiendo la dulzura y un sabor desconocido le
inundaba, estaba entrando en una masa que le hacía perder su propia identidad.
El mar le estaba recibiendo y diluyendo en su inmensidad. Quiso resistirse,
pero no pudo. Luchó desesperadamente, empujando, queriendo atravesarlo, pero le
faltó fuerza para ello. Al final, rendido y agotado, se entregó llorando por lo
que fue, porque allí terminaba su grandeza, concluían su soberbia y sus
placeres; moría, dejaba su existencia.
Mientras tanto, su hermano que había ido hacia el
sur, encontró otro valle, pero seco. Solo recibía agua con la lluvia, que por
lo general era torrencial, dejándolo cargado de troncos, ramas, hierbajos,
barro y piedras. Sentía miedo por su vida, ya que los hombres intentaban
aprovechar el agua de su cauce para el riego. A veces se encontraba preso sin
saber por qué, almacenado en un dique del que se le permitía salir al antojo de
otros seres. Temía cuando el tórrido sol del verano evaporaba sus aguas y
haciéndolas volar por los aires las llevaba al norte para enriquecer a otro río
extraño; evitaba saltos y cascadas. Cuando asomaban nubes por el horizonte, una
profunda alegría le inundaba, aparecía la esperanza, y la ilusión de vitalizar
su existencia hacía brillar sus ojos; pero siempre pasaban de largo, caminando
hacia otros lugares, para regar y fortalecer a lejanos desconocidos. Quedaba
sumido en una profunda tristeza entrecortada con rabia, quería rebelarse contra
ello, escapar de su cauce, mas era imposible, su sino estaba servido. Se
quejaba de su maldita suerte y de la ladera del monte donde naciera, que le
condujo hacia el sur. Luchaba desesperadamente por mantener su existencia. Él
sabía que era un río sin importancia, todas sus ilusiones infantiles fueron
borrándose a golpes de cruda realidad. No era capaz de engendrar vida en su
interior como él hubiera querido. La gente lo cruzaba, pisoteando su cauce sin
respeto y hasta le llamaban “arroyuelo”, haciéndole morir de vergüenza. Con tal
de crecer aceptaba toda clase de aguas sucias y putrefactas, aunque ello le
descompusiera y enfermera… quería seguir viviendo.
Un día, cansado de luchar, recibió una fresca
sensación. Era otra agua, con otro sabor, en la que aparecían inmensidad de
peces y de vida. Suavemente se fue diluyendo en ella. Aquello era un reposo, al
fin encontraba su descanso, ya no tenía que luchar más, ahora formaba parte de
una inmensa masa. Había dejado de existir como individualidad, pero también de
sufrir y pelear. Por el mar supo de su hermano, de su grandeza y bravura, de su
titánica lucha con la muerte. Y pensó: “Él nació con más suerte”.
Esta fábula la escribí tras unas vacaciones en
Palencia (Alto Campoo), donde descubrí la singularidad del “Pico Tres Mares”,
del cual parten las tres vertientes que desembocan en los tres mares que bañan
las costas españolas: Mediterráneo, Cantábrico y Atlántico. Esto me hizo pensar
cuan diferente sería la suerte del agua según cayera en uno u otro lado del
pico. Observé cierta similitud con los lugares de nacimiento de las personas y
su destino, su cultura y los avatares de la vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario