No
puedo empezar hoy a escribir nada salvo volver, una vez más, a declarar, no ya
mi repulsa y condena a los atentados terroristas como el de Bagdad de esta
mañana, pues eso ya va por delante, sino mi absoluta incomprensión y rechazo a
las “elevadas mentes satánicas” que siembran
el odio y la semilla en sujetos de instinto asesino, conduciéndolos a credos
integristas megalómanos, hasta tal punto que se inmolan, desde la alienación,
llevándose por delante la vida de gente inocente. ¿Dónde y quién crea a esos seres
sicópatas incapaces de entender que la vida de los demás no es patrimonio de
ellos? Hoy ha sido en Bagdad, donde el terrorismo al amparo de una guerra de intereses
espurios, machaca y machaca con su irracionalidad. Ayer en Bangladesh, antes
fue en Turquía y antes… y antes… y antes... ¿Esto no tiene fin? ¿Será que quien
puede contenerlo no lo hace porque le aporta algún beneficio inconfesable?
Por
otro lado nos comemos el coco con qué hacer para ayudar a los que huyen de la
quema, por dar cobertura a las necesidades de los refugiados por la guerra. Nos
rasgamos las vestiduras al ver cómo la gente acaba sumida en las profundidades
de los mares o abandonados a su suerte en los campamentos improvisados con
cariz de definitivos. Hombres, mujeres y niños han caído en la trampa y, al
huir de una guerra destructora y sanguinaria, se han encontrado atrapados en la
ratonera. Nuestro corazón flagelado por la tele y la visión de estas y otras
cosas que se muestran, se constriñe y la mente queda confundida sin saber cómo
resolver la situación, preguntándose qué hacer desde la incapacidad personal e
individual, sintiendo una dicotómica sensación de agobio mental y alegría al
vivir y gozar aquí y no allí… temeroso de que salte acá la violencia, como ya estamos
viviendo en algunas ocasiones.
Pero
en el fondo, la sociedad occidental está ejerciendo de médico malo. Tratamos,
además mal, los síntomas, como el caso de los refugiados, el hambre y la miseria,
la falta de medicamentos en los hospitales, las ayudas de las ONGs, etc. Pero
seguimos avivando la enfermedad, alimentamos el virus que la provoca y
sostiene. Se venden armas (gran negocio ese de las armas), se cultiva el odio,
se apoyan a las facciones en lucha, se conspira para poner y quitar gobiernos afines,
se busca o tolera el desencuentro, se anteponen intereses económicos y
comerciales, se pretende controlar los yacimientos energéticos, se acepta y
refrendan las conductas antidemocráticas e integristas de Estados totalitarios
de corte feudal según el caso… A la sazón me viene a la memoria la declaración de
Franklin D. Roosevelt, presidente de los EE.UU. cuando dijo de Somoza: “Tal vez Somoza sea un hijo
de puta, pero es nuestro hijo de puta”. No, esta enfermedad no se curará así si
no se ataca el germen que la provoca. Las mentes preclaras, las de los gobiernos
de las grandes potencias, estoy convencido que saben como hacerlo, pero el
negocio de la política geoestratégica, del mercado de las armas y lo demás, del
dominio mundial y la instauración de regímenes afines, bloquea las soluciones,
al menos bajo mi punto de vista.
Y volviendo a la frase sobre Somoza, yo me
pregunto: ¿Cuántos hijos de puta tienen las grandes potencias en el mundo
sostenidos en contra de sus principios democráticos o ideologías políticas, pero
servidores de sus intereses? Tal vez, los hijos de
puta sean muchos, todos aquellos que potencia y avalan las guerras para sacar
su provecho. Tal vez, los hijos de puta estén por muchos sitios, en diferentes
lugares, despachos o gobiernos. Tal vez esto no se acaba hasta que esos hijos
de puta no se propongan definitivamente acabarlo. Mientras tanto, los actos
terroristas puede que esos hijos de puta los entienda como efectos colaterales.
Para
terminar con el terrorismo habrá que acabar con quienes dominan las mentes de los
asesinos, con los que los cultivan, pues de lo contrario podrá inmolarse el
suicida, pero no podremos decir: “Muerto el perro se acabó la rabia” porque la
rabia radica en otros lugares y son otros los que la inoculan consiguiendo más
agentes del terror. Ojalá algún día todos los seres de la tierra sepan defender
su libertad respetando la del otro.
2 comentarios:
Antonio, un excelente texto, realista y crítico.Sin duda, el mundo tiene un serio problema y Occidente su parte de responsabilidad en él.Todos los fanatismos engendran violencia indiscriminada y también la desigualdad, la pobreza, la violación de derechos humanos, la incultura, etc. son caldo de cultivo para encontrar adeptos a movimientos fanáticos.
Un abrazo, Antonio.
Fanny, la realidad del mundo es tan compleja que escapa a nuestra comprensión en muchos casos, pero la lógica del sentido común hace ver las cosas desde una perspectiva racional elemental que nos permite separar la paja del grano. Tanta complejidad nos hace perder de vista lo esencial.
Un abrazo
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