“No pierdas el sentido del humor, pues sin él se
pierde el feliz sentido de la vida”.
(Antonio Porras, 2015)
Hace tiempo empecé una serie de entradas en mi blog
a las que llamé Ocurrencias. Son frases, pensamientos o reflexiones cortas, que
se centran en un punto concreto intentando dar un mensaje preciso sobre algo a
modo casi de sentencia. Luego las desarrollo más extensamente para darle
consistencia argumental a esa ocurrencia. Colgué una que decía: “Bienaventurado
el que se ríe de sí mismo porque nunca le faltarán motivos”. Hoy, siguiendo con
el humor y viendo cómo se interpreta, y la trascendencia que se le puede dar,
coloco esta, como forma de ver las cosas con mente más abierta.
Ayer hablaba con una conocida que se había dado por
aludida ante una crítica humorística enviada por WhatsApp, alusiva a Rajoy, por
parte de una amiga suya. Me hablaba de la ofensa… y he aquí el dilema… ¿qué es
una ofensa, cómo se vive y quien la define? El sentido de la ofensa, en el
humor, tiene dos elementos claves como son el emisor y el receptor. Es decir,
puede existir intención de ofender por parte del emisor o no, a la vez que se
puede sentir, o no, ofendido el receptor… incluso, se pueden sentir ofendidos
colectivos afines al sujeto objeto del humor. Veamos: Si yo mando un mensaje
humorístico a un amigo, sin saber ni sospechar que se puede sentir ofendido, no
hay ofensa, aunque él lo considere ofensivo. Habría ofensa si reitero mi
mensaje sabedor de que se ofende, pues ya habría intencionalidad. Eso sí, no
puede condicionar mi forma de expresión ese sujeto cuando mi mensaje va
dirigido a otras personas que no son él, pues estaría coartando mi libertad de
expresión desde su posicionamiento ideológico y personal. Solo quedaría, pues,
el recurso a la justicia que define cómo y cuándo se ofende con arreglo a la
legislación establecida.
La RAE, cuando habla de humor lo refiere como:
1. m. Genio, índole, condición,
especialmente cuando se manifiesta exteriormente.
Por tanto, yo entiendo que el humor es ofensivo
cuando se intenta insultar, degradar, denigrar, humillar, ultrajar y herir a
una persona o colectivo de forma voluntaria y consciente... pero, claro, eso no
es humor, eso es mala leche, insulto, injuria y ofensa que, a la postre,
revierte contra el sujeto que lo emite, al menos en las mentes con sentido
común. Pero ¿dónde ponemos, pues, el límite: en la mofa, burla, broma,
sarcasmo, escarnio?... o tal vez en la chirigota.
Una característica del humor es hacer reír mediante
el uso de términos gracioso, sorprendentes, que muestren el ingenio del
humorista, a la vez que se emite un mensaje sobre un aspecto cuestionable
(maestros, para mí, son Forges, El Roto, Gila, etc.). El humor afecta
básicamente a la genialidad de la forma, mientras el fondo, o mensaje, debe ser
analizado desde una perspectiva más idealista, de posicionamiento respecto al
tema que se trata. Un sujeto, con una idea sobre un tema determinado, puede
publicar esa idea de forma directa y racional o mediante el uso del humor, que
conlleva, incluso, la aparición de metáforas graciosas. La libertad de
expresión abarca a ambos casos y, sea humorística o prosaicamente, tiene
derecho a expresar lo que siente, siempre que se fundamente en un
posicionamiento ideológico racional, salvo que incumpla la ley… y para ello
están los tribunales. Jugar con el límite, con la raya roja que delimita el
humor del insulto, es una osadía a la que juegan muchos, en función de su
propia personalidad, de su nivel de
maduración y de su sistemática relacional, que conciben como una especie de
reto al ingenio…
La osadía, pues, es otro valor añadido al humor. Es
gracioso oír aquello que no somos capaces de decir cuando se juega con el
riesgo. Me refiero al humor crítico con los dictadores, con la iglesia, con el
poder, que nos permite desmitificarlos, bajarlos a la altura de lo vulgar para someterlos a la mundanal crítica. En
mis años mozos eran muy habituales los chistes donde a Franco se le ridiculizaba,
que se contaban con cierto miedo: “Cuidado que no te escuche la Guardia Civil”.
Por tanto, el humor puede tener cierta dosis de infracción, de subversión, de
crítica al poder, a las ideas y a los colectivos que van por el mundo
avasallando. El poder debe entender eso y saldrá beneficiado de ello, pues mientras
se le hagan chistes se estará sublimando la propia injusticia que genera el
ejercicio de ese poder: Me jode el gobierno, pero yo me río de él y equilibro
la balanza. Pero si no me permite ni reírme de él, acabaré odiándolo aún más.
He dicho antes que el receptor tiene su importancia
a la hora de valorar el humor, pero el contexto en el que se comunica es
determinante. Ese contexto nos pone en disposición de aceptar una mayor
virulencia humorística. ¿Quién no vio y oyó las mordaces críticas al gobierno,
a la casa real, a los agentes del poder y demás, que se hacen por las
chirigotas de Cádiz en los carnavales? Ahí vale casi todo y se valora la
genialidad y la puesta en escena de esa crítica, a veces letal. La alcaldesa,
ya saliente, de esa ciudad se vio sometida, sin poder remediarlo, a las
críticas de esas chirigotas. Por cierto, el chirigotero criticón anda, a la
sazón, en el puesto de la criticada exalcaldesa… eso sí que tiene gracia,
podríamos decir que la chirigota vence al poder establecido… ¿se lo tomarán a
guasa?
Por tanto, la mofa o burla basada en
la genialidad, tiene su cabida en el humor, pero cuidado de lo que nos mofamos…
hay límites. Para mí están en el sufrimiento humano, la desgracia, las víctimas
de la injusticia... (No es presentable, a mi entender, hacer humor con el
holocausto, con las víctimas del terrorismo, con el hambre y la muerte de
inocentes, con la destrucción y las víctimas de la guerra y las injusticias). Este límite, no afecta en ningún caso a la
crítica de las ideas o los credos que juegan en el mundo a establecer su
influencia, pues son criticables y debatibles en la confrontación de esas ideas.
Un religioso, por su credo, puede entender que mi expresión es ofensiva, pero
debería pensar que, al no tener yo ese credo, no voy con la intención de ofender
sino la de cuestionar y neutralizar su influjo ideológico mediante la batalla
del debate expresada en términos humorísticos. La Vida de Brian fue una
película excepcional con la que me reí como pocas veces he hecho en mi vida.
Algunos integristas católicos la consideraron ofensiva, cuando yo creo que se
rieron hasta en el mismo cielo. En el caso de Charlie se mostró la
intransigencia de un colectivo carente de humor que se sintió ofendido por
expresar, en clave de humor, la idea de las inmolaciones de los integristas al
amparo de su credo, que pretenden el mayor atentado a la vida, matando y
sometiendo a la gente a sus ideas y fe religiosa.
En todo caso, podríamos decir que el humor
desaparece cuando el mensaje que lleva acaba descalificando a la genialidad con
que se manifiesta, aunque esta sea suprema. Es decir, hay mensajes que, desde
un punto de vista cultural y de principios, no son aceptables en una sociedad
en libertad. Otra cosa son las sociedades sometidas a credos o dictados, que
acaban sumisas al poder que las domina. El matiz se establece en que la propia
sociedad acabará descalificando el mensaje y rechazando al mensajero, al
humorista.
Pero mientras tanto, pobre del que renuncie al humor,
del que pierda la frescura y desenfado, la alegría que otorga ver la vida desde
prismas diferentes, con mente abierta, cargadas de genialidad. Pobre de los que
en lugar de alegría sientan alergia al humor. El cambio de la palabra es muy
simple (solo se ha de permutar el lugar de la l y de la e), pero el de fondo es
tremendo, ya que afectara a la forma de entender y de vivir la propia vida. La
sonrisa riega la mente, mientras que ser áspero la seca.
Os dejo una chirigota para sacaros una sonrisa.
Tiene gracia e intencionalidad política… de eso se trata.
2 comentarios:
Hola, Antonio. Sí, el humor es una esencia de la vida. Para mí la vida es un estado de ánimo.Sin un humor aceptable la vida es muy incómoda. Aunque creo que todo tiene que tener un límite. Me refiero por ejemplo a la religión. Como sabes soy ateo, más quisiera yo no serlo,aún así no veo bién la mofa a la religión. Inevitablemente esa persona reliogiosa se sentirá ofendido. Yo debo saber esto, y procurar no mofarme para que los otros no se enfaden, no crearles mal humor. En el asunto francés que citas, es una barbaridad los que mataron, no hay duda. Pero tampoco veo bién que se dedique alguien a mofarse de una religión que por si misma es incapaz de reírse de si misma. Todo tiene que tener un límite, incluso la libertad de expresión.
Me he ido un poco por las ramas, porque tu artículo es muy completo. Un abrazo, Antonio.
Gracias, Prudencio, por tu comentario. Me vino ahora a la memoria fray Gorge de Silos, aquel fraile de En Nombre de la Rosa, que llegó a matar y a quemar la biblioteca del convento antes que permitir y tolerar la risa. Yo creo que el humor bien entendido, sin chanza ni descalificación, puede afectar a todo, el problema es que no todos están en disposición de aceptar el humor como forma de expresión. Cada cual tiene su sentido del humor.
Un abrazo
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