Claustro del monasterio de San Zoilo, Carrión de los Condes. Palencia |
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Ahora, cuando por el claustro
monacal deambula solitaria mi alma centenaria, llevada a este castigo y continúo
peregrinar en la sombra por mor de mis pecados; cuando mi espíritu atrapado por
los tiempos, que vive entre la belleza y monumentalidad de un románico que fue
fraguando la llamada del camino; ahora que bajo esta gélida capucha de fraile,
pobre y miserable, que delata mi humildad forzada por el voto, mi pobreza y
recato espiritual, me vienen a la memoria los tránsitos del tiempos.
La inmensidad arquitectónica del
convento, sus frías piedras cargadas de recuerdos, me hacen ver y revivir toda
su historia, pues no tengo pasado ni presente, ni tal vez tenga futuro. Estoy
varado en la noche de los tiempos. El dios cronos (perdón por mi osadía, solo
hay un Dios, pero toménmelo a modo de metáfora), me enreda y mezcla las
imágenes hasta complicar tremendamente la verdad del presente y el pretérito. Y
eso se constata cuando vago entre la gente, entre los intrusos turistas que
violan la intimidad del convento, que curiosean en nuestras vidas monacales
intentando su limpieza de conciencia. Mi espíritu, tremolante por esa
evidencia, se enroca en el pasado, en sus principios y valores, pisoteados por
esta gente indecente, carente de respeto y pecadora, que trajo a este lugar
sagrado el espectáculo sacrílego.
Nosotros, los que persistimos a
través de los tiempos, las almas sometidas al eterno deambular entre estas
piedras, vemos con tristeza caminar entre la congregación ese ejército de gente
insensible, llevados por la mera curiosidad, despectiva muchas veces,
admiradora otras, pero que no comprenderán nunca nuestro existir. No, no me
gusta que mientras cantamos y alabamos al Señor en nuestras Horas Mayores, cuando
tenemos que pasear entre esas incómodas visitas, que no nos ven ni escuchan,
que son ciegos y sordos, atraviesen indolentes nuestros cuerpos invisibles,
nuestras almas penitentes, sin importarles nada nuestro recato, nuestro
recogimiento y entrega al rezo y la oración.
No hay más ciego que el que no quiere ver, ni más sordo que quien no
quiere escuchar… y ellos están ciegos y sordos. No comprendo este mundo por el
que me siento incomprendido. Son reencarnación del diablo. Por más que les
grito e interpelo no se dan por aludidos, me desprecian e imponen su presente a
mi pasado.
¡Mi pasado! Ese pasado que me
remueve el pecado, que me rompe la conciencia y me traslada a mi codiciosa y
egoísta decisión de profesar. Sí, era un niño cuando, desde la incertidumbre,
la miseria, el frío y el hambre, veía la abundancia y la seguridad del
convento. Detrás de los muros estaría mi salvación. Allá podría tener todo lo
que me faltaba. Sería un fraile lego que, al servir a los doctos, cubriría mis
necesidades. Busqué recomendaciones y aquí me aposenté. Comí en abundancia,
bebí en exceso, robé para dárselo a los míos, incluso me permití escarceos
amorosos prohibidos que rompían mi voto de castidad. No fui un buen fraile, lo
reconozco. El culto a Dios ha de estar por encima de cualquier otro interés. La
oración es la madre de la salvación y, a través de ella y con el tesón, se han
de resolver todos los problemas. La pobreza y el sufrimiento abren la puerta
del paraíso. Se ha de respetar ese sufrir como vía de salvación de las almas, y
yo huí de ella. Tal vez, por no darme cuenta de esa incuestionable verdad, ande
vagando por este limbo de ausencia e indiferencia en el que ando metido. ¿Saldré
algún día y podré ver al fin la faz del Señor?
A modo documental os dejo estas imágenes de algunos monasterios que he encontrado en mis archivos y que he visitado.
A modo documental os dejo estas imágenes de algunos monasterios que he encontrado en mis archivos y que he visitado.
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