viernes, 27 de diciembre de 2013

Remembranza

Dedicado a mi padre, que ahora
tendría 93 años, aunque su vida  no
tenga nada que ver con este relato.

No, ya no está uno para muchas alharacas. A esta edad se busca el sosiego, la templanza y la mesura. El disfrute de la esencia de la vida, de lo simple, buscando y conjugando los estímulos de aquellos sentidos que se siguen manteniendo a buen recaudo. Por eso me entrego a escuchar música, a la lectura, al recuerdo y la reflexión. A los 93 años se ha de repasar lo vivido. Se ha de revivir lo pasado y, en ese balance de justicia, ver el error y el pecado como algo constructivo que forjó lo que ahora es uno. Los aciertos, por supuesto, con más fuerza, te fueron fraguando el juicio y el raciocinio, el criterio y el dominio del pensamiento y la razón.

Ahora las emociones fluyen, desde el recuerdo, con más afecto y efecto. Pero son los hijos, los nietos y los infantiles bisnietos, los que más te emocionan. Aunque, de cuando en cuando, surge el recuerdo despertado por una luz que ilumina, que te lleva al pasado y revives la memoria, esa remembranza, esa evocación del ayer que aflora como si fuera hoy, a pesar de esa nube intensa que niebla la mente, te lleva a la amnesia y que cada vez es más difícil de despejar.

Hoy, al amparo del hogar, de la chimenea con su cálido fuego crepitante, de mágica visión hipnotizante, conjugo la música sublime de un Tchaikovsky magistral y, con el fondo de su Lago de los Cisnes y el Cascanueces, me doy a la lectura del libro de mi vida a través de los recuerdos. Son tantas y tantas las vivencias, la historia vivida en el pasado, los hechos y avatares, que el almacén de mi memoria anda saturado. Qué añoranza de aquella juventud perdida, de su energía, de su ímpetu y arrogancia, de sus ganas de vivir y conquistar el mundo, de cambiar la sociedad… qué bonito el despertar al amor, el descubrir su belleza, la pasión y el insomnio del enamorado, la inseguridad y el miedo al rechazo, el cosquilleo del estómago, el cabalgar trepidante de un corazón desbocado, cargado de ilusión y fantasía, de deseo, sueños y utopía.

La memoria me llevó volando a los años 30. Era 1936 en plena primavera. ¿Cuántos años tenía aquel día? Puede que quince o dieciséis, pues por esas fechas cumplía, y habiendo nacido en la primavera de 1920 la cuenta está clara... Juan iba exultante y yo de espléndido humor… Buena pareja hacíamos buscando encandilar a las mozuelas, jugar al flirteo y seducirlas. Aunque ya estaba la cuestión medio decidida. A Juan le gustaba Teresa y a mí la hermana de Juan, que le era melliza y amiga de Teresa. Juan iba muy por delante, ya se había declarado, le había insinuado su sentir a la chica, pero yo, tal vez por ser la hermana de mi amigo, no me atrevía, aunque Carmen (así se llamaba) me miraba con buenos ojos, o al menos, a mí me lo parecía. Pero, claro, éramos amigos desde pequeños y el salto de la amistad al amor tiene su intríngulis.

Subíamos por la plaza del ayuntamiento en plena discusión, no sé de qué tema, cuando oímos a lo lejos los cánticos de un baile de corro:

A la flor del romero,
romero verde
si el romero se seca
ya no florece
ya no florece
ya floreció
a la mata del romero
ya se secó.

Era muy habitual, por aquel tiempo, que los jóvenes se unieran en un corro para cantar y bailar. El cante se componía de un estribillo que se iba repitiendo entre estrofa y estrofa. Las estrofas estaban compuestas por versos de ocho sílabas que formaban una cuarteta. El chico, o la chica, sacaba a bailar a una pareja que, cogidos de la mano, danzaban de un lado a otro del corro mientras el resto cantaba. Las letras eran muy variopintas, pero sobre todo trataban de amoríos, cargadas de indirectas y, de alguna forma, lanzaban mensajes, a veces equívocos, que se reafirmaban con la mirada o cualquier tipo de señal del lenguaje corporal… una sonrisa, la propia mirada, un gesto que te hacía ver la predisposición de alguna chica y su receptividad para contigo. Por tanto era un baile cargado de emoción, de intriga y a la par un nido de cuchicheos posteriores, donde se analizaba cada manifestación para intentar dilucidar qué había querido decir esta o aquella y a quien se lo decía. Hoy, por desgracia, esta juventud no lo cultiva, no está por la labor de preservar ese noble arte del encuentro juvenil, del leve contacto de las manos, del canto al amor y al deseo de forma solapada, del ingenio del verso, la arrogancia y la creatividad, de la sutileza excitante del flirteo. Caray, se me fuga el pensamiento. Vuelvo al tema…

Nos miramos y, con un tácito acuerdo, decidimos incorporarnos al corro. De frente vimos a Teresa y a Carmen cogidas de la mano, participando del baile, por lo que nos aprestamos a integrarnos. Nos sorprendió ver de espaldas a una chica de una preciosa melena negra, de pelo sedoso, casi por la cintura, que bailaba en una danza mágica al ritmo de su dueña. Nos era desconocida a primera vista, pero cuando el corro fue girando nos percatamos, con gran sorpresa, que era Rosario, una chica del barrio alto, que hasta hacía dos días era una niña con largas trenzas y bonita cara. Estaba espléndida, exultante, atractiva en demasía, con su ropaje de moza bien plantada y seductora. Aquella no era la niña a la que estábamos acostumbrados a ver por la calle haciendo recados a su madre. Era una joven de belleza singular, de ojos negros, profundos, misteriosos y enigmáticos. Una diosa sublime, ninfa cargada de color y fantasía. Era una mágica eclosión que había transformado la larva en preciosa mariposa de colorido deslumbrante. Le dije a Juan:

-         No puede ser, ese pelo, ese porte, esa belleza no podía estar escondida en aquella niña anodina que jugueteaba por la calle mientras hacía los recados a su madre. ¿Esa melena, hasta la cintura, dónde estaba escondida?
-         Hombre, es el resultado de deshacer las trenzas que lucía. Recuerda lo largas que eran. Me dijo Juan con un verbo displicente.
-         Sí, pero ese cuerpo torneado, esos senos firmes y turgentes, esas piernas tan bien conformadas, esa cara angelical, no surgen de la noche a la mañana.
-         Claro, me dijo, estaban escondidas bajo la indumentaria de una chiquilla que fue creciendo sin que nos diéramos cuenta.

Embobado, mientras el corro seguía girando, al pasar en su giro delante de nosotros, decidí romperlo e incorporarme al círculo cogiéndola de la mano, cosa que ella facilitó en cuanto vio mis intenciones. Juan hizo otro tanto inmediatamente después al lado de Teresa. En ese momento quedé frente a Carmen, Teresa y Juan. Me resultó extraño, pues mi intención natural debería haber sido adosarme a Carmen. Ella me miró extrañada, yo la observé sorprendido. No sabía por qué aquel impulso irrefrenable me había llevado al lado de Rosario. El corro siguió girando. Los cánticos continuaron:

Afilador, sí, sí
afilador, no, no
afilador sí, sí
la pluma y el borrador.
La pluma y el borrador
han salido de la Habana
y han traído que vender
avellana americana.

Aquello se iba animando. Diferentes chicas y chicos entonaban la canción que pretendían, cargadas de intencionalidad. Yo seguía absorto, cogido de la mano de Rosario, en un limbo, obnubilado y en éxtasis, sin saber ni comprender el cúmulo de sensaciones que me estaban despertando. Estaba bajo el efecto de aquella descarga eléctrica que, a través de su mano, había erizado mi piel, mi cabello  hasta la nuca y un inconfesable y cálido placer alojado en la entrepierna. Carmen y Teresa debieron darse cuenta y su actitud fue cambiando. Pasaron de la sonrisa a la cara seria. Lo lógico era que me hubiera colocado entre ellas, por lo que estaban desconcertadas sin saber por qué me puse al lado de Rosario. Entonces, Teresa, entonó una copla:

En una rueda de mozos
los Juanes son los que valen,
los Franciscos son celosos
y los Antonios cobardes.

Qué extraño. Teresa quería decir algo. Ya sabía que estaba por Juan, pero ¿por qué hablaba de los Antonios y los calificaba de cobardes? Eso era por mí, seguro. Yo era el Antonio cobarde al que se refería. Debía ser porque no me atrevía a decirle a Carmen nada. Mi cobardía era esa, no tener el valor de declararme a Carmen mientras ella me esperaba. Una rabia creciente se fue apoderando de mí. Era cierto que ya debería haber dado el paso, pero esa delación pública me humillaba y me hizo mirar con ira a Teresa.

Rosario debió notar algo, mi cara ruborizada, mi rigidez y pasmo, pues me miró, me apretó la mano y me hizo volver con su gesto a la realidad. Sentí que me liberaba de aquella tensión y me habría otra puerta a un nuevo mundo. Entonces percibí que ella, con su cálida mano, me acogía y me declaraba su sentimiento. Yo, al menos, empecé a pensar que ese gesto significaba algo más que una presión, que un acto de comprensión y apoyo, que la energía que fluía y me traspasaba a través del contacto de su mano era más que un simple apretón. La miré a los ojos. Ella me sostuvo la mirada y en sus pupilas vi un especial resplandor, un brillo mágico que dejaba una ventana abierta a su corazón. Aquello formaba parte del hechizo que prende en el enamoramiento, en el deseo irrefrenable que siembra la seducción en los cánticos de corro. En ese instante quedé prendado de ella, me obnubiló el pensamiento, me sustrajo a la realidad y me elevó al nivel más sublime de sensación amorosa. Quedé atrapado, hechizado, bobaliconamente abstraído, prendido inexorablemente en una emoción inenarrable. El corro no existía, la gente estaba ausente, los cánticos diluidos en el aire. Solo estaba ella que me miraba con una extraña e intensa transmisión. Un lazo se tendía vinculando nuestros corazones, un flujo energético que iba sembrando y sellando el fascinante sentir en una extraña simbiosis entre su ser y mi ser, algo que nunca había percibido con anterioridad… taquicardia, nerviosismo, sensación de ahogo, temblor, cosquilleo, pellizco en el estómago, a la par que plenitud y felicidad… ¡Dios! ¿Qué era aquello? ¿Sería el producto del amor y su descubrimiento?

En ese momento Carmen se acercó a mí, me tomó de la mano y me sacó a bailar. Rosario se resistió a soltarme, al menos a mí me lo pareció, pero yo acepté el envite de Carmen y salté al corro, mientras Teresa inició otro canto:

Todos los Antonios son
dulces como el caramelo
y yo, como soy golosa,
por un Antonio me muero.

Afilador sí, sí
afilador no, no…

A la par que la danza fluía, yo miré a Rosario. Su cara inexpresiva, contrariada y confundida me mostraba su inquietud y desazón por el desaire. Había comprendido la letra de la copla y entendió que Carmen y Teresa se habían aliado para rescatarme... ¿O habría que decir para raptarme? Yo era el caramelo, ella la golosa. Me sentí confundido, llevado en volandas por el ímpetu de Carmen que anulaba mi conciencia y voluntad. Me debatía entre el sentimiento sostenido y consabido por Carmen y la nueva sensación que Rosario había despertado en mí. Estaba atrapado, sin saber qué hacer ni cómo resolver el dilema. Terminada la copla y nuestro baile, Carmen no me soltó de la mano, sino que me llevó a su lado y me ubicó entre ella y Teresa, donde quedé atrapado entre las dos sin poder decir nada ni mostrar resistencia. La mano de Teresa se mostró firme, al igual que la de Carmen. Eran dos tenazas, dos grilletes que te decretan prisionero sin la posibilidad de liberarte.

El corro siguió su ritmo, pero ya no fue lo mismo. La mirada luminosa de Rosario se apagó, sus ojos lanzaban reproches… o tal vez fuera conformismo y resignación, mientras yo me debatía entre la duda y la esperanza de que su actitud fuera transitoria. Después, concluidos los bailes de corro, salimos los cuatro, Juan, Teresa, Carmen y yo, a dar un paseo mientras una extraña tensión se vivía en el ambiente. Triste y confundido, a pesar de mi intento de aparentar lo contrario, me costaba centrar mi pensamiento, que volaba incontrolado buscando la figura de Rosario.

Esa noche, cuando me acosté, todo era confusión. Rosario era una musa que abría un mundo de fantasía, una esperanza, un delirio irresistible de amor nunca soñado ni vivido, una explosión de vida que llevaba a lo más sublime. Carmen la realidad de mi historia, mi viejo y antiguo deseo, mi compromiso fraguado en el tiempo reciente con mi amigo Juan y mi propio entorno. ¿Estaba preso del pasado o podía lanzarme a la aventura? Carmen era la ley, la norma y la conducta social establecida, la normalidad y el equilibrio, la armonía y el deseo de paz y tranquilidad de cualquier hombre; Rosario la aventura, la infracción, el vuelo impetuoso del ave de la fantasía, el futuro incierto, la magia del mañana ignoto, el espíritu aventurero y el cómputo de sensaciones de un corazón galopante cual caballo desbocado. Me costó dormirme y, con ello, tuve un sueño que, en un simple análisis, podría considerarse premonitorio: Paseaba por la calle, cogido de la mano de Carmen, cuando, a lo lejos, vislumbré la imagen de Rosario en un carruaje de fantasía, tirada por cuatro caballos blancos. Me llamaba y me invitaba a subir con ella. Sentí la sensación de la oferta de un mundo nuevo, maravilloso. Un imán invisible me atraía hacia ella al amparo de un sentimiento de plenitud y felicidad inenarrable que se apoderó de mí. Fui en su busca, pero antes de subir, cuando estaba a punto de coger su mano,  Carmen me sujetó fuertemente de la suya, no me dejaba soltarme, me tenía prisionero, sometido. Sentí el peso de mi conciencia, haciéndome notar donde estaba mi sitio y mi compromiso. Vi como se alejaba mi felicidad sobre aquella preciosa carroza, como se marchaba mi futuro dejando escapar la sublime oferta de un amor cargado de sueños y promesas, de un mañana feliz y venturoso. El desasosiego empezó a conjugarse con la ansiedad y la zozobra. El disgusto y desaliento se apoderaron de mi y en ese momento me desperté sudando… era una pesadilla. Ya no dormí, lo reconozco. Quedé meditando. Rosario era luz, colorido, aire fresco, seducción, fascinación, hechizo, aventura y esperanza; Carmen, en el sueño, representaba lo gris, la responsabilidad, el compromiso y la continuidad… No sé por qué, en este momento, pensando en ello, se me vienen a la memoria las palabras de Fernando Pessoa: ¿Me quieren casado, fútil y tributable? Tal vez, lo mejor y más sensato era eso, la estabilidad dentro de las exigencias sociales y Carmen, para el caso, era la mejor opción. Mi desvelo me marcó y mi propia ambigüedad fue fraguando una situación insostenible, y solo causas mayores, como la propia guerra, acabaron por reorientar mi vida.

Pero ese otro tema es largo y penoso. Ahora, cuando la noche nubla la mente, y el sueño se apodera del pensamiento, solo cabe entregarse a los brazos de Morfeo. Hace tanto tiempo de estos hechos, que me cuesta hilvanar las puntadas que los reconstruyan si no estoy en mis plenas facultades, si mi mente no está despierta y mi corazón no es capaz de revivir las sensaciones que los sellan y confirman. Pero ¿qué hubiera sido de mí si mi decisión hubiese sido otra, si mi determinación me hubiera llevado por otros derroteros? Eso nunca se sabrá, solo mi fantasía puede recrear otra historia desde mi propia manipulación de los hipotéticos hechos.

Así he llegado a estos 93 años de vivencias y experiencias. Ya pasaron, pero, inmerso en este viejo cuerpo cargado de achaques y sufrimientos,  gusta recordar, porque recordar es volver a vivir. La vida no es lo que uno quiere, sino lo que uno hace al enfrentarse con la realidad del día a día. Eso ha sido mi vida: Crear el pasado, viviendo el presente, sin poder controlar el futuro... Ahora, que no hay futuro, mi presente más bello es recordar el pasado.


22 comentarios:

saulpozo dijo...

Muy bien extructurado , narrado y por supuesto real,era una forma muy rural de crear un lugar (el corro) ideal para que la vida continuara con el sistema de enamoramiento de la epoca.Hoy posiblemente les cause
una sonrisa a la gente de mi edad pero fue una realidad ,si señor,asi funciono y asi lo recuerdo yo en un lugar de mi pueblo que le llaman el Patin.
Un saludo Sr Antonio.

Antonio dijo...

Saulpozo, el Patín era una plaza de Cuevas de San Marcos donde viví yo un par de años. ¿Es ese el Patín a que se refiere?
Un saludo afectuoso

saulpozo dijo...

Por supuesto y creo que habia una zapateria de un tal Sr Rafael Arranca si mal no recuerdo,personaje muy simpatico y dado a las bromas por cierto.Sr Antonio,cuidese y Felices Fiestas.

Antonio dijo...

Efectivamente Había una zapatería, la de Rafael Arranca, bajando a mano derecha, aunque él creo que vivía en la calle San Juan.

Felices fiestas, Saulpozo

Anna Calero dijo...

...la verdad es que se vive alegre el presente del caballero, para luego sumarse a la tristeza de un recuerdo cobarde...sí, en tiempos las cosas fueron así.

gracias Antonio...rompamos moldes,
anna calero "mismamente"

sergio dijo...

Muy bien plasmada la eterna dicotomía entre lo incierto y lo seguro, lo cómodo y la aventura, el amor y la seguridad...
Gracias por tu regalo navideño.
Un abrazo.

José Guevara dijo...

Antonio, muy bello tu relato que me ha hecho volver a mis 23 años, cuando andaba por Barcelona, ese era el futuro,...al que la triste realidad se impuso. Como decia Ortega: "Tú y tus circunstancias"

Un cordial saludo
Pepe Guevara

Campanillero dijo...

Un acierto, Antonio. Tan bien está que me ha hecho sentirme dentro. Así es como yo catalogo los relatos. Si me raptan, son buenos. Gracias por este rato.

Lazarillo dijo...

Muchas gracias por tu memoria, aprecaido Antonio, y pos tus facultades para exponerla con sabia claridad. Me pregunto si forma parte de un libro o el principio del que podrías escribir. En ambos casos, me gustaría leerlo al completo. Un cordial saludo.

Lazarillo dijo...

Si no lo ha escrito, escriba usted su libro, Antonio. Sinceramente. Lo necesitamos.

Antonio dijo...

Amiga Anna, se nos enseñó al compromiso por encima del propio interés. A ser fiel a los demás sin serlo a uno mismo... eso lleva a la sumisión que se predicaba desde el púlpìto y la tribuna.

Besoss

Antonio dijo...

Amigo Sergio has definido perfectamente esa dicotomía, esa ambigüedad que nos hace inseguros y poco asertivos.
Un abrazo

Antonio dijo...

Amigo Pepe Guevara, en est epaís siempre se dijo: "Donde fueres haz lo que vieres", es decir, adáptate a las normas... Eso hace que se evolucione.
Un abrazo

Antonio dijo...

Gracias Campanillero. Creo que tú puedes comprender el baile de corro y su dinámica.
Un abrazo

Antonio dijo...

Lazarillo, lógicamente no es mi memoria, pues habla de un señor de 93 años y yo ando por los 62.
Gracias por sugerirme lo del libro, aunque este relato está pensado para publicar en uno que posiblemente se llame, 10 relatos y un poema.
Un abrazo afectuoso

Antonio dijo...

Estoy en ello María A. Marin, como le contaba a Lazarillo.
Cuando lo publique os lo haré saber...
Un abrazo y felices fiestas

Mª Ángeles Cantalapiedra dijo...

deseo Antonio que el año nuevo no cambie tus magnificos escritos... un abrazo grande

Antonio dijo...

Gracias Mª Ángeles. Espero que el próximo año gocemos de salud y podamos seguir disfrutando de nuestros hobbys.
Besos cargado de afecto y deseos de felicidad junto a tus seres queridos

Myriam dijo...

Bello homenaje a tu padre. Me gusta el ritmo de la narración. Qué épocas y que lindos esos bailes en corro.

Besos

Antonio dijo...

Gracias Myriam. Este tipo de recuerdos son maravillosos, aunque también nos hacen constatar nuestra edad, jajaja....
Besos

Jose dijo...

Un relato muy interesante, la vida, que nunca para de sorprendernos a veces nos coloca en encrucijadas en las que no sabemos leer las señales, y de tanto leerlas no elegimos... ¿Qué pasó luego con Teresa y con ... Pepe?

Antonio dijo...

No lo sé aún, ya veré como sigue cuando lo cuente el protagonista. Ya sabes como va eso de lo imaginario, amigo José. Feliz año.

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