sábado, 30 de enero de 2021

Diálogo inconexo en un banco del parque.

 

Hombre 1:

Hola, buenos días.

Hombre 2:

Dígame, señor.

Hombre 1:

Señor

Hombre 2:

No, no me diga señor, dígame.

Hombre 1:

Me.

Hombre 2:

¿Me qué?

Hombre 1:

¿Me qué, de qué?

Hombre 2:

Que me diga.

Hombre 1:

Que le diga qué.

Hombre 2:

¿Qué me iba a decir?

Hombre 1:

¿Qué quiere que le diga?

Hombre 2:

No sé, usted sabrá.

Hombre 1:

Sí, sé, pero ¿qué quiere que le diga de lo que yo sé?

Hombre 2:

No sé, usted sabrá.

Hombre 1:

Ya me dijo eso antes, pero, de lo que sé ¿qué quiere que le diga que usted no sepa? Usted sabrá algo.

Hombre 2:

Yo sí sé.

Hombre 1:

Pues si ya sabe ¿para qué quiere saber?

Hombre 2:

Es usted el que quiere decirme algo.

Hombre 1:

¿Yo, y por qué querría decirle algo? Solo le he dicho lo que usted me ha dicho que le diga.

Hombre 2:

Yo solo le he preguntado.

Hombre 1:

No, no, usted me ha exhortado.

Hombre 2:

Yo no le he exhortado, le he dicho que me diga.

Hombre 1:

No, usted me ha ordenado que le diga señor, y cuando se lo he dicho usted me ha dicho que no se lo diga y que le diga me, a ver si se aclara.

Hombre 2:

Pero… si señor era por usted.

Hombre 1:

Pero yo no soy el Señor, el Señor fue crucificado hace dos mil años y tendría agujeros en las manos de los clavos de la cruz y otro en el pecho por una lanzada.

Hombre 2:

¡Por los clavos de Cristo!, que me está usted liando.

Hombre 1:

Ahora le echa la culpa a los clavos de Cristo, cuando el tema lo ha sacado usted.

Hombre 2:

¿Que yo he sacado el tema?

Hombre 1:

A ver, ¿quién fue el primero que ha nombrado al Señor?

Hombre 2:

Pero hombre que eso es un decir y una forma educada de tratarle a usted.

Hombre 1:

Pues vaya forma, confundiéndome con Cristo…

Hombre 2:

Que no, por Dios, que es como si le hubiera llamado caballero, es un trato de respeto y cortesía.

Hombre 1:

Pues de poco respeto es empezar ordenando a una persona, que se acaba de sentar en el banco junto a usted, que le diga Señor, sin ser usted el Señor. Y aún peor sería decirme caballero si yo no tengo caballo.

Hombre 2:

Pero, entonces, ¿por qué se dirigió a mí?

Hombre 1:

Por saludarle.

Hombre 2:

¿Por salud darme?, pero si yo estoy más sanos que una pera; además ¿usted es médico?

Hombre 1:

Sí, psiquiatra, bueno.

Hombre 2:

Anda y encima soberbio y petulante.

Hombre 1:

¿Por qué?

Hombre 2:

Usted mismo se califica de psiquiatra bueno.

Hombre 1:

No, yo he puesto coma entre las palabras.

Hombre 2:

Empiezo a comprender lo que dice mi amigo Tolentino.

Hombre 1:

Pues vaya nombre raro, su amigo hará honor a ese nombre.

Hombre 2:

Pues sí que le hace, Tolentino significa tolerante y él tiene mucha paciencia.

Hombre 1:

No me extraña, para tratar con usted.

Hombre 2:

No, no… la paciencia se ha de tener para tratar con usted. Él dice que todos los psiquiatras y psicólogos estudian su carrera para curarse a sí mismos, porque andan mal de la cabeza.

Hombre 1:

Puede que sí, pero cuando ya nos hemos curado nos damos cuenta de la cantidad de gente que, como usted, anda por la calle con su locura.

Hombre 2:

Entonces lo cura usted.

Hombre 1:

Locura yo no, locura es la suya.

Hombre 2:

Entonces usted lo cura o no lo cura.

Hombre 1:

Yo no tengo locura, yo curo la locura… yo hago cura de la locura.

Hombre 2:

Cada vez está la cosa peor. Ahora resulta que usted forma curas, deberá ser también sacerdote.

Hombre 1:

No soy religioso, soy casado, y de ateo para siempre.

Hombre 2:

¿Hasta que la muerte lo separe?

Hombre 1:

Sí.

Hombre 2:

¿Y su señora se llama Teodora, Teófila, Teodolinda…?

Hombre 1:

¿Eso que tiene que ver?

Hombre 2:

Hombre, me ha dicho usted que es casado y de Teo para siempre, hasta que la muerte los separe. A no ser que lo que tenga sea un marido, que ya se sabe cómo andas las cosas en los últimos tiempos; podría ser homosexual.

Hombre 1:

Señor, le he dicho ateo, no Teo. Anda usted necesitado de un psiquiatra, pues está desubicado y no se percata de mi testosterona.

Hombre 2:

¿Ahora me dice Señor? Creo que alucina usted, doctor; yo no soy el Señor, ni el endocrino. Creo que debería ir a la consulta de un psiquiatra, pues aún no se ha curado.

Hombre 1:

En mi vida he tenido conversación más irracional y un diálogo tan absurdo. Yo solo quería saludarle en el momento que me senté en el banco a su lado, buscando la tranquilidad del parque, el olor a primavera, el trino de las aves y el suave perfume de la brisa… Tenga mi tarjeta, tal vez debería ir a verme a la consulta.

Hombre 2:

En eso coincido con usted, en lo de la conversación que es un diálogo para besugos, claro, no en la necesidad del psiquiatra. Tenga la mía, por si necesita de mis servicios. Buenos días…

Ambos se levantaron y abandonaron el banco, mientras miraban la tarjeta de visita que habían recibido del otro.

Hombre 2:

Mirando la tarjeta: Dr. Luzdivino Elsa Capunta, Psiquiatra. “Qué sujeto más extraño, está como una cabra. Extraña forma de buscar clientes; los intenta enfrentar a la locura induciendo el desconcierto para luego ofrecerles su consulta para sanarlo. Seguro que mete la pata a menudo y puede que necesite de mis servicios”.

Hombre 1:

Mirando la tarjeta: Justo Ladrón y Leal, Abogado. “Ya decía yo que no andaba bien este sujeto; ahora lo comprendo y puede ser una mina de oro para mi consulta. Cada dos por tres perderá el juicio”.

3 comentarios:

Antonio G. Velasco dijo...

Un entretenido diálogo, propio para una representación teatral que podría ser divertida. Conecta perfectamente con el teatro del absurdo ("La cantante calva" de Eugène Ionesco). ¡Enhorabuena!

Antonio dijo...

Gracias. Eso estaba pensando yo miemntras lo escribía, que podría encajar en el teatro del absurdo.

Prudencio dijo...

Desde luego, es una narración para la historia del absurdo. Lo malo es que como sigamos sin la normalidad anterior al virus nos veremos muchos así. Un abrazo

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