Huir del pensamiento |
Se
suele decir, y con verdad, que cuando se empieza a dormir uno o en el momento
de despertar, se anda desconectado del mundo real y afloran las ideas raras,
descontextualizadas. El superyó anda relajado. En esos instantes los
pensamientos y razonamientos pierden la identidad de racionales para convertirse
en incontrolados. Yo, al menos, lo vengo comprobando desde hace mucho tiempo. En
todo caso, no es mala cosa ver y analizar el vuelo de esas ideas y pensamientos
para conocer algo mejor nuestro subconsciente, al modo de un autopsicoanálisis,
si se me permite usar ese palabro.
Pero
vayamos al caso. Siempre me resultó poco atractiva la personalidad histeriforme
y/o histriónica tal como reflejo en otra entrada en mi blog de hace 5 años (ver enlace cliqueando sobre histriónica).
Es, por tanto, manifiesto mi rechazo a las manifestaciones histéricas y a la
teatralidad que busca la llamada de atención. También me resultaron molestas
las personas hipocondriacas, que se adjudican enfermedades a su antojo
subconsciente y que andan sistemáticamente reclamando atención a sus dolencias,
que, por definición, no curan nunca; o sea, lo que es un enfermo imaginario de
cura imposible. Pero no me negaréis, amigos, que existe una similitud entre
ambas manifestaciones enfocadas al clamor de la atención por parte del entorno.
En
todo caso, subyace esa demanda de atención que podría basarse en una
infravaloración del yo y la necesidad de recibir afecto y cuidados por parte de
los demás, antes que una indiferencia manifiesta. Pero por qué no pensar
también que son sujetos con un matiz narcisistas que usan la enfermedad o sus
conductas histriónicas como estrategia para exigir una atención y
reconocimiento de su protagonismo, como reafirmación de su poder sobre los otros,
a los que someten desde una demanda calculada por el subconsciente para ser la
estrella o centro sobre el que giran los demás. Puede que lo del narcisismo aplicado
a estos casos sea hilar demasiado fino, pero el matiz podría estar latente,
bajo mi opinión.
Por
tanto, para mí, siempre resultaron desagradables esas manifestaciones y conductas,
por lo que me fue especialmente complicado el establecimiento de estrategias
adecuadas para, lo que en psicología y psiquiatría se llama, la gestión de la transferencia
y contratransferencia. Tal vez, y no lo descarto, pudiera haber una proyección
mía donde aflorara mi propia histeria y/o hipocondría, provocándose un
conflicto intrapersonal, en mi interior, al confrontar una realidad negada,
dado que nunca tuve conciencia de estar inmerso en esas manifestaciones. O el rechazo
podría venir, incluso, de vivencias infantiles que observaron, desde la
asimetría del poder entre hombres y mujeres de aquellos tiempos, reacciones
histéricas como escape a problemas que requerían soluciones o a demandas
insatisfechas. Concluyo, pues, que las manifestaciones histéricas e
hipocondriacas podrían sustentarse en conductas infantiles no evolucionadas
hacia la serena manifestación de la madurez psicológica, reclamando la expresión
afectiva mediante la atención, lo que produce cierta disonancia cognitiva en el
espectador al tratar con adultos de actitudes infantiles.
Bueno,
cuando empecé a escribir, no pretendía alargarme en estas consideraciones, pero
dado que pueden servir para contextualizar mejor mi reflexión matinal me he
permitido extenderme algo más. El caso es que esta mañana, casi entre sueños y
mientras me despertaba, dado que había tenido algunas molestias o malestar a lo
largo de la anoche, mi mente empezó a dar vueltas en absoluta libertad, descontrolada
de mi razonamiento lógico, y, en mi fantasía hipocondriaca, fui pensando que
algún mal incurable me afectaba, como una afección de riñones, dado el dolor en
la zona lumbar que me había despertado en la madrugada.
Ya
empecé a verme adosado a una máquina, dializándome por un fallo renal; o tal
vez, las molestias que se irradiaban al estómago fueran por un cáncer, que me
llevaría a un acorta vida y a un sufrimiento, obligándome a, en un corto
espacio de tiempo, hacer todo lo que me quedaba por realizar en esta vida según
mi opinión que, por cierto, en esos momentos, andaba por el limbo del
razonamiento. Inmediatamente tomé el control del pensamiento y empecé a reírme
de tal dislate. Al racionalizar el pensamiento, al exigir una cierta cohesión
argumental de mi ideación, fui desmontando los fantasmas del amanecer, del
despertar desde un más allá soporífero y de ensueño, para tomar conciencia de
la realidad del momento y de los mecanismos que me habían llevado a desvariar
desde el miedo y no sé qué más condicionantes.
El
asunto viene a colación, y por eso lo expongo, para comprender cómo el pensamiento
vuela en libertad irracional hasta que lo domeñamos, hasta que lo sometemos a
la racionalidad. Claro que ese pensamiento es la ideación de una mente que,
mediante un proceso cognitivo, trabaja en una línea de computación con los
estímulos que recibe, incluyendo las emociones, los miedos y las preocupaciones
que nos abordan. Si no controlo esa preocupación de mi mente y concluyo con
ella en que estoy sintiendo los síntomas de determinada enfermedad fatal, acabaría
yendo al médico o a la urgencia inmediatamente para yugular el mal de mi
enfermedad imaginaria. Por lo que si sigo dándole más importancia a la percepción
de síntomas, más o menos ficticios, que a mi propio razonamiento lógico, mi hipocondría
me llevaría a la amargura y a la vivencia de ese malestar como enfermo
imaginario. Luego llegué a la conclusión de que el Albariño y el pulpo de
anoche pudieron atacar de forma cruel mi aparato digestivo y hacer de las suyas
en el tránsito hacia el lugar de fuga definitivo, y que el dolor de riñones no
era más que una mala postura adquirida durante la siesta en el sillón.
Todo
esto lo vengo a comentar por si les sirve a aquellas personas que se angustian
de forma irracional ante cualquier síntoma, para quienes se imaginan padecer enfermedades
sin contrastarlo debidamente, o para quienes dejan volar su pensamiento sin
someterlo a una reflexión argumentada. El hipocondriaco, posiblemente, no tenga
técnicas adecuadas para racionalizar su sentimiento, pero sería bueno que
empezara a discernir entre lo imaginario y la realidad contrastable, para escapar
de esa trampa que él mismo se tiende de forma subconsciente y que le amarga la
vida. La proyección en uno, de los síntomas que tienen los demás, siempre suele
ser falaz, o sea mentira. Si uno se escucha, sobre todo en el silencio de la
noche, seguro que encontrará molestias, dado que está vivo y el organismo es un
ente activo, cargado de terminaciones nerviosas, que mandan continuamente
información al cerebro sobre cómo va funcionando la máquina… no confundamos esa
información con alertas irracionales de dolor, pero si existe alguna molestia
habrá que filiarla, es decir identificar su causa, y meterla en el cajón de los
olvidos si no tiene importancia, siguiendo los criterios técnicos del personal médico
cualificado.
Al
levantarme he pensado que sería bueno compartir esa forma de eliminar el asomo
de angustia que me atacó al despertar y por eso lo escribo, para que lo lean
quienes estén interesados. No deja de ser una cuestión de afrontamiento personal,
que se sustenta en mi forma de ver y razonar las cosas y que, tal vez, no sea
aplicable para otros muchos, pero ahí está…
2 comentarios:
La verdad es que nunca me ha pasado lo que cuentas. Tengo a mi favor que tampoco temo a la muerte. Quizá suene fuerte, o petulante. Pero es así. Las razones las sé yo y tampoco tendría mucho reparo en contarlo. También la edad, 62, me hace pensar que he vivido bastante.
Algo que me consuela en este aspecto es pensar en la descendencia: tengo un hijo y un nieto. Y ya me parece que he cumplido con mi deber en esta vida.
Al final, Antonio, lo que he hecho es confesarme, en vez de comentar tu artículo. O más bien lo he comentado en primera persona. Un abrazo.
Pues, gracias por comentarlo desde esa interesante aportación que, al fin y al cabo, completa mi otra confesión.
Un abrazo
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