Este año y en esta fecha, 14 de
abril, se cumplen 83 años de la proclamación de la II República. Pocos testigos
vivos nos quedan. Mi madre, a sus 93 años, recuerda aquello, pero desde la
lejanía, desde el pueblo de la Andalucía profunda, donde la mujer no solía ser
muy beligerante, aunque en el campo andaluz había importantes movimientos
anarquistas y socialistas. El año pasado, por estas fechas, dejé una pequeña reflexión
sobre la república, como recordatorio de la fecha y los hechos que se dieron en
España. La podéis cargar cliqueando
aquí.
Hoy, como es menester, como se
merece la historia, pero, sobre todo, como una forma de compartir pensamiento y
reflexión sobre algo tan importante como es el sistema de convivencia
democrático y cuál es la forma ideal que pueda garantizarlo, me permito ahondar
en el tema. Para tener una visión argumental más sólida y consistente,
deberíamos pasear por la historia, pero como el tiempo y el espacio es
reducido, lo haré de forma somera.
La monarquía, en el pasado, estuvo
cargada de totalitarismo, salvo en Inglaterra, donde el rey se sometió a la
voluntad popular forzado por conflictos e imposiciones del propio parlamento (ver su historia).
El caso más representativo de absolutismo
real es el de Luis XIV de Francia, que llegó a decir: “El Estado soy yo”. El
asunto se agrava cuando este absolutismo se fundamenta en una monarquía
teocrática, es decir, cuando se acaba aceptando que el rey gobierna “por la
gracia de Dios”. Entonces Dios, Patria y Rey son los elementos que consolidad
el Estado. En nuestro caso vivimos no hace tanto tiempo un Caudillo que se
consideraba tal “por la gracia de Dios”, como ponían las monedas de curso legal
en aquellos tiempos: “Caudillo de España por la gracia de Dios”. Lo dejaré así,
sin mayores comentarios, porque hay que tener gracia divina para hacer lo que
el sujeto ejecutó. Yo no le veo la gracia a ese dios que permite nos gobierne,
bajo el influjo de las armas y del miedo, un sujeto cargado de responsabilidad
por la muerte de tantos españoles.
Una característica, del histórico asunto
monárquico, está en que el habitante del territorio, no es soberano, sino
vasallo del señor, bien del propio rey o de la nobleza que lo es, a su vez, del
rey. El rey manda y dispone de tierras, bienes y su gente. Define alianzas,
parte o reparte el reino entre sus hijos, o los aglutinan bajo su mando por
herencia o conquista, previo reparto del botín con los nobles que le apoyaron.
No cabe, en absoluto, un sistema participativo de la ciudadanía. Si bien el
Estado no es él, sí es suyo, o lo toma como propio en todos sus sentidos, junto
a la caterva de sujetos que le acompañan en la corte como miembros de la
nobleza. Es más, el concepto ciudadano
no se otorga hasta la propia revolución francesa, aunque ya existía en la
antigua Grecia o Roma, pero limitado a los hombres libres nacidos en la ciudad
o el imperio romano, pero tras eliminar a la realeza y nobleza del campo del
poder en una revolución sangrienta donde la guillotina hizo de las suyas.
Otra cuestión digna de mención es
cómo se entrelaza, desde tiempos remotos, la religión y el poder. Los reyes son
ungidos por el clero, dando con ello el espaldarazo a esa voluntad divina de
nombrar al rey con su gracia, como decía antes. Hasta tal punto, que, incluso,
se ha buscado la sangre de Cristo en las casas reales para revestirlas de más
poder a través de los merovingios. Según
algunos escritos y leyendas, María Magdalena era la esposa de Jesús de Nazaret,
con quien tuvo descendencia, y se instaló en Francia huyendo de Judea, de lo
que no hay constancia o evidencia concluyente. Según algunas novelas y ensayos
esotéricos los merovingios son descendientes de una supuesta relación entre Jesús
de Nazaret y María Magdalena, quienes habrían tenido una hija, Sara o Sara
la Negra, que migró desde Judea, a través de Egipto (Alejandría), al sur de Francia, desde donde se habría
desarrollado un linaje cuya estirpe llegó al poder del reino franco. El Santo
Grial, la Sangre de Cristo, sería Magdalena y su descendencia merovingia, madre
de las casas reales europeas… “por la Gracia de Dios”. En el mundo musulmán,
donde se da una teocracia, existe cierta
similitud, si bien, en este caso, sea la descendencia de Mahoma: “Muchos líderes y nobles de los países
musulmanes, actuales y pasados, afirman ser descendientes de Mahoma con
variables grados de credibilidad, tales como la dinastía
fatimí del Norte de África, los idrisíes,
la actual familia real de Marruecos y Jordania y los imanes ismaelitas
que usan el título de Aga Jan· (SIC).
En definitiva, la religión y el
poder real han estado casi siempre muy ligadas en sus objetivos. Las dos son
organizaciones absolutistas, donde el poder es asimétrico, emana de arriba y
transita hacia abajo. El pueblo se ha de conducir y regir por las clases
destinadas a ello y debe someterse a sus designios y ser adoctrinado en su
credo y valores, donde se exalta la "pobreza", la "obediencia" y otros. Por
tanto, la monarquía lleva implícita, desde un punto de vista histórico, la
simbología de la soberanía y el poder unipersonal. Esta asociación pesa en el subconsciente
colectivo de la sociedad y cualquier revolución que defendiera una ideología
igualitaria, de justicia social, acababa por meter en el mismo saco a ambas
entidades. Pasó en Francia con su revolución, pasó en Rusia con la suya y nos
pasó aquí con las fuerzas revolucionarias en los tiempos de la II República.
¿Y de este “totum revolutum”
aparente a dónde llegamos? Pues yo pienso que a entender la monarquía como algo
anacrónico, condicionada por el pasado y con la semilla de un absolutismo, más
o menos domesticado por los avatares de los conflictos sociales que nos precedieron,
pero carente, en su esencia, del proceso democrático que la consolide, ya que
la democracia implica la reversibilidad del voto mediante elecciones
periódicas.
El gran reto, de cara al futuro,
desde la perspectiva democrática, está en consolidar un sistema que reconozca
la soberanía popular, que garantice su progreso hacia un ser más completo
intelectualmente, que los adoctrinamientos religiosos sean exclusivos de cada
religión y la laicidad lo sea del Estado. En suma, un desarrollo de una democracia
real, responsable, de implicación en la gestión pública, donde el voto sea renovable
para todos los estamentos implicados en la administrar de la cosa pública.
Esto, para mí, se puede hacer mejor con una república que con una monarquía,
por muy parlamentaria que sea, ya que la valida la sangre y no las urnas.
Es cierto que determinadas
monarquías europeas persisten y se mantienen de forma consensuada, ya que están
consolidadas a través de los años por
una aceptación social de sus pueblos. Son como floreros, que se empiezan a
cuestionar, no solo por asuntos ideológicos, sino por el coste que representa
su mantenimiento. El problema es que no se someten a referendum o elecciones
periódicas, ni siquiera en sus momentos más impopulares, en que han mostrado su
incapacidad, su incompetencia, y han defraudado al pueblo soberano, máxime si
se amparan en su inviolabilidad e impunidad, para actuar a su libre antojo, sin
que la ley pueda hincarles el diente.
La complicación, dado que la
solución pasa por la reestructuración del sistema, es que los poderes fácticos
que viven de la desigualdad, de la asimetría económica y social, se resistirán a
ello y seguirán reclamando el modelo de organización social que les encumbró y
mantuvo en el poder desde el lejano pasado. Defender la monarquía como forma de
convivencia, sobre todo entre los españoles, conlleva la amenaza de que si me
la quietas la lio, o sea te introducen el miedo, mientras que el republicano sí
ha de estar sometido sin liarla, pues ya se vio lo que pasó cuando llegaron las
repúblicas a este país. Pero diré, amigos,
lo que pasó en tiempos de la II República: Un grupo de insurrectos, amparados
en el desorden que ellos mismos potenciaron, trajeron la guerra para evitar un
mal, al que ellos definían como mayor, pero la guerra resultó el peor de los
males que le puede pasar a un país, con cientos de miles de muertos y la
continuación de la injusticia social que se pretendía subsanar, por la república,
bajo el dominio de la soberanía popular. Este país, posiblemente, esté condenado
al ostracismo cuando dice: Prefiero malo conocido que bueno por conocer. Es claramente
un mensaje conservador. Perpetuaron, pues, el sistema de desigualdad de clases
que quería neutralizar la república.
Desde un punto de vista más
universal y dejando lo ocurrido en esta España anacrónica, defensora de
principios y valores que encajaron en el Nacional-catolicismo de la etapa
franquista, de donde emana nuestra monarquía actual, hemos de analizar cómo la
democracia se asienta en los pueblos a través del espíritu que predican las
repúblicas. La república retoma su valor más significativo a través de la
Revolución francesa donde… “la idea de libertad,
igualdad y fraternidad incluían a todos los hombres nacidos en el país, sin
importar su condición social (excepto los criminales). La ‘Declaración
de los Derechos del Hombre y el Ciudadano’, algunos años después, significó
la consolidación de esta ampliación del término”. La soberanía pasa, del llamado soberano o rey, al
pueblo. Si el pueblo es soberano, para qué quieren a otro soberano, podríamos
decir…
De allí surge la I República
francesa, que no durará mucho (12 años) y se debatirá Francia entre la guerra
y el desencuentro que lleva todo cambio instaurado por la violencia. República,
imperio y monarquía (Iª y IIª restauración) van apareciendo hasta la V República que es
vigente. Digo esto por la conflictividad que genera un cambio de tal calado
hasta que se instaura un sistema definitivo que manifiesta su bondad para,
incluso, ser exportado a otros lugares, como ha sido el caso francés, que fue
espejo y precursor de la idea de libertad y soberanía popular.
Sin embrago, es significativa la
resistencia de las clases pudientes y de aquellos que van ostentando el poder. Si
observamos esa evolución va acompañada de un proceso de desarrollo social, cultural
y educacional, que sitúa al ciudadano en una disposición para ejercer una
soberanía responsable. Es decir, le dota de recursos intelectuales y cognitivos,
suficientemente elevados, para poder manifestar y sostener su posición de forma
razonada. De ahí que no esté bien visto por los antidemócratas la educación en
el librepensamiento y pretendan el adoctrinamiento con sus “ismos”
correspondientes (cristianismo, islamismo, comunismo, capitalismo, etc.).
Después de esta disquisición creo
que es bueno llegar a algunas conclusiones:
·
La primera es que el problema de nuestra sociedad no
está tanto en el dilema república vs. monarquía, sino en la necesidad de un
verdadero cambio social que nos lleve a otro sistema más justo, donde el ser
humano sea el elemento clave y no el dinero.
·
Se han de eliminar o reconducir aquellos elementos que
siguen siendo una rémora del pasado y coartan la evolución de una sociedad
libre y democrática… entre ellos las religiones y su influencia en el ordenamiento
social.
·
Necesitamos otra constitución, otro conjunto de leyes
que nos proteja de los abusos del capitalismo, del codicioso mercadeo y de todo
lo que lleve el sufijo “ismo” para conseguir instaurar la democracia real.
·
Se ha de modificar el sistema educativo para hacer al
ser humano un librepensador, un sujeto con capacidad para ejercer un
pensamiento responsable y propio, para salir de la mediocridad que conduce al
aborregamiento.
·
Se han de cambiar las reglas del juego para que el verdadero
poder lo ostente el ciudadano desde la razón y la voluntad en su sentido
humanista.
Por tanto, entiendo que:
·
La monarquía está ligada al pasado y es patente su
anacronismo social.
·
La soberanía popular conlleva la elección libre y
democrática de todos los entes que conformen el gobierno de los Estados Democráticos.
·
Si la idea de monarquía, en su génesis e historia,
estuvo asociada al poder absoluto, la república se fundamentó desde su esencia
y gestación en la libertad de los pueblos y en la defensa de sus derechos y
exigencia de sus obligaciones.
·
Los principios republicanos siempre defendieron una
educación del pueblo en la ideología de la libertad, de su desarrollo
intelectual, en la igualdad y la solidaridad.
A la vista de esto, concluyo que el
sistema republicano es más afín a los intereses del pueblo, de la gente, de la
ciudadanía. Que facilita mejor la evolución sociocultural y que, siendo estructuralmente
más democrático, permite el proceso evolutivo de nuestra sociedad hacia un
mañana más equilibrado.
Por tanto, hoy más que nunca, habrá
que gritar ¡VIVA LA REPUBLICA!
2 comentarios:
A veces uno se ha preguntado como hubiese sido España y donde estaríamos ahora si no hubiesen cercenado la ll República, y a tantos hombres y mujeres.Sin duda la libertad , la igualdad y la justicia hacen hacen sociedades mas razonables y prósperas. Ya que no la dejaron vivir merece nuestro reconocimiento gritando : VIVA LA REPUBLICA. Un abrazo, Antonio.
Sí, VIVA LA REPÚBLICA pero primero que se haga justicia, metan en la cárcel a todos los ladrones y que devuelvan el dinero, no hay día que no salga por los medios un nuevo caso de corrupción, no entiendo como los españoles podemos aguantar tanta mierda.
Me voy a preparar unas torrijas para mi gente, haber si les endulzo estos días.
Un abrazo.
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