sábado, 22 de febrero de 2014

Mi bisabuela y fray Crispín (Una investigación de parentesco)

Mi bisabuela Brígida

En este blog, llamado Cosas de Antonio, o sea mis cosas, suelo colgar distintos escritos sobre diversos temas, pero hay un apartado, al que llamé Memoria Histórica, que intenta sacar a relucir aspectos del pasado que afectan al país, a mi pueblo e, incluso, a mi propia familia y persona, con objeto de dejar meridianamente claro, al menos para mí, determinados hechos o pasajes del pretérito.

Recientemente llegó hasta mí la noticia de que un tal Fray Crispin, cuyo nombre corresponde a Juan Silverio Perez Ruano, había sido beatificado por la Iglesia Católica en la ceremonia celebrada en Tarragona el pasado 13 de octubre. Al parecer algunos de mis familiares entendieron que dicho sujeto era hermano de mi bisabuela, Brígida Perez Ruano, al coincidir los apellidos, lo que me notificaron, dado que al ser un mártir de la religión merecía un homenaje y reconocimiento de toda su familia.

Nuestra historia reciente está llena de mártires. La mayoría de ellos pertenecientes al lado republicano, si bien no deja de tener un significativo número el otro bando y el mundo religioso, como es este caso. Yo, como agnóstico, intentando ser ecuánime, reconozco el gran sufrir y martirio de este santo varón, que fue asesinado, el 3 de agosto de 1936, solo por el hecho de ser fraile Capuchino en la localidad de Antequera. Todo ello en el marco de una situación de violencia y conflicto donde se criticaba, a la estructura eclesiástica, su eterna alianza con los poderes políticos y administrativos que oprimían al pueblo. Ello llevó a la irracionalidad y se atacó todo aquello que simbolizaba a esa iglesia. En estas circunstancias se dieron los hechos que rodearon la violenta muerte de Juan Silverio Perez Ruano, fray Crispín de Cuevas Altas, y de otros frailes de su congregación en la citada ciudad de Antequera.

No es menos cierto, que en mi pueblo, que es el de él, Cuevas de San Marcos, se produjeron otros muchos hechos de violencia extrema que acabaron con la vida de ciudadanos y vecinos de la villa, en su forma más cruel, despiadada y bajo la vil tortura, a manos de gente que decía procesar la religión que hoy enaltece a fray Crispín. Estos otros mártires de la “democracia” permanecieron en fosas comunes, enterrados y olvidados entre olivos, mientras eran reconocidos y exaltados los valores de los otros, los vencedores de la contienda que, por cierto, fueron los traidores al sistema establecido a través del ejercicio de la democracia, cuyo resultado fue la proclamación de la República.

Ello hace que, antes de nada, pida el reconocimiento sin paliativos de estos luchadores marginados y muertos por pensar diferente, a la par que sean resarcidos y homenajeados por el Estado, dándoles decente sepultura e identificación para satisfacción de sus descendientes, amén de reconocerles como luchadores afines a la ideología democrática que hoy impera en el país. Este reconocimiento lo demando al poder que hoy disfrutamos, o debería decir soportamos. A ese Estado español basado en los principios democráticos que los mártires olvidados defendieron. Son aquellos que lucharon contra la imposición del fascismo y del nacional-catolicismo que excluyó la diversidad de pensamiento, la libertad de expresión, de credo y de ideas y nos impuso  un sistema totalitario y degradante de los derechos de las personas, sometiendo y controlan, cuando no anulando, su libre albedrio que, como seres humanos y pensantes, debería ser inalienable.

Por tanto, hoy quiero manifestar mi respeto y reconocimiento hacia todos los que fueron víctimas de la violencia y la irracionalidad que invadió y destrozó este país en la contienda civil y su preámbulo y epílogo, incluyendo a religiosos, civiles y militares, que cayeron en la guerra y postguerra arrastrados por la inmoralidad, indecencia  e impudicia de aquellos que, teniendo la responsabilidad de velar por los intereses de la sociedad, acabaron arrastrándola al conflicto fratricida en un acto de soberbia irracional y de desprecio a la vida y los derechos de los seres humanos.

Dicho esto, y desde el recuerdo a los olvidados, vengo a relatar mi investigación sobre el no parentesco entre mi bisabuela y el sufrido beato Fray Crispín. No entienda esto como una crítica al proceder de la iglesia en esto de las beatificaciones, que respeto y alabo, pues cada club, secta, grupo o religión está en su derecho de obrar con arreglo a su propio credo, normas y protocolos, eso sí, sin imponerlos a los que no pertenecen al grupo. Por tanto, lo que echo de menos es que la propia institución del Estado no haga algo parecido, en plan homenaje, a aquellos que lucharon por la democracia, cuyo ejercicio es el que hace que gobierne uno u otro partido, como ya he dicho.

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Bueno, vayamos por partes. Os cuento la historia y cómo se va desarrollando:

Mi padre siempre fue un excelente cronista de la historia familiar. Ahora, cuando ya no está, echo de menos aquellos relatos sobre sus ancestros, su tío que se fue a América, su ascendiente bandolero o contrabandista (nunca supe diferenciar si fue una cosa u otra, o las dos a la vez), el ahogamiento de su tío en el río, la churrería de su abuela Brígida y cómo los nietos pululaban alrededor para degustar los churros de su abuela, etc… Curiosamente, nunca me habló de un mártir de la religión en nuestra familia. No me refirió, en ningún caso, que su abuela Brígida hubiera tenido un hermano fraile y que este, además, hubiera sido asesinado en la guerra civil por los milicianos en Antequera.

Un día, hace algún tiempo, coincidiendo con la reunión de beatificación de los llamados mártires de la guerra, que se celebró en Tarragona en Octubre pasado, alguien de la familia me dijo que un tal fray Crispín (Juan Silverio Perez Ruano), era hermano de mi bisabuela y, dado que coincidían sus apellidos, pensé que a mi padre se le había pasado por alto hablarme de semejante hecho de importancia tan significativa.

La curiosidad que me inculcaron por la investigación cuando era un doctorando en la facultad de psicología, se hizo patente y decidí enterarme de algo más de la vida y obra de este sufrido mártir a manos de las milicias populares. Anduve por internet y fui recopilando información en diversos enlaces, de los que coloco algunos para los interesados:

En ellos descubrí que no coincidían los nombres de los padres de fray Crispín con los de mi bisabuela, ya que tengo un estudio genealógico de la familia que abarca hasta el siglo XVIII. Lo que me ponía en la tesitura de aclarar si era un error de apellidos y eran hermanos, o si los apellidos estaban bien identificados y no lo eran. Los padres de fray Crispín se llamaban, según los datos de internet, Juan Perez Valberde y Antonia Ruano Burgueño, mientras los de mi bisabuela, según los datos que yo poseo, eran José Perez Quevedo y Rosario Ruano Granados.

Recurrí a mi buen amigo D. Francisco García Mota, exdean de la catedral de Málaga, para que me orientara y poder certificar que eran correctos esos nombres. Muy amablemente me remitió a la Delegación de los Santos, del obispado, donde fui recibido por un atento señor, Francisco, o Curro para los amigos, que me comentó no disponer del expediente del postulante en tanto lo estaban tramitando los frailes de la orden (Capuchinos), pero los datos que teníamos a mano confirmaban los nombre que he mencionado. Todo esto, y dado que estaba prácticamente convencido de que el ya beato era hermano de mi bisabuela, me creó la duda sobre el resto de los nombres de mis ancestros que poseía en el estudio genealógico en mi poder.

Ante tal situación decidí recurrir al registro civil de Cuevas de San Marcos, que es el pueblo donde nacieron ambos. Personado en el mismo, y de la mano de mi amigo Gregorio, procedimos a buscar e identificar el registro del nacimiento de Juan Perez Ruano, nacido el 27 de diciembre de 1875. En este trance encontramos otro Juan Perez Ruano, de nombre completo Juan Crisóstomo de S. Eustacio, nacido el 29 de Marzo del mismo año (1875), inscrito con el nº 218 del tomo 7, folios 113 y 114, cuyos padres coinciden con los de mi bisabuela Brígida. Seguimos buscando al otro Juan, nacido en diciembre, y aparece con el nombre de Juan Silverio en la referida fecha, inscrito con el nº 189 del tomo 8, folios 73 y 74 y cuyos padres coinciden con los encontrados en internet para fray Crispín.

Para más inri y, ante la duda, decidimos buscar el acta matrimonial de mi bisabuela, celebrada el 22 de agosto de 1881. He de hacer notar que en el registro solo tienen información desde 1870 en adelante por lo que no podía acceder a la información sobre el registro del nacimiento de mi bisabuela. En ella se confirma que sus padres coinciden con los de Juan Crisóstomo y no con los de Juan Silverio. Por tanto, descartamos el parentesco entre mi bisabuela Brígida y el fraile beato.

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 Ya puestos, reflejo los ascendientes de mi bisabuela Brígida Pérez Ruano y de su hermano Juan Crisóstomo:

Padres: José Pérez Quevedo (albañil) y Rosario Ruano Granados. Debieron vivir en casa de Rosario y sus padres (Plaza del Mercado), donde criaron a Brígida y donde vivió ella después.

Abuelos paternos: José Pérez Rodriguez, natural de Riba de Ancora, Portugal, y Antonia Quevedo Fernández.

Abuelos maternos: Juan Ruano Durán (aquí entronco con los ascendientes de mi esposa, con quien comparto retatarabuelo) y Rosa Granados Cabrillana, que vivían en la Plaza del Mercado, posiblemente de la Constitución hoy día, correspondiendo a lo que fue el bar de Los Modestos, donde se crió Brígida y vivió de casada.

Mi bisabuela Brígida se casó a los 22 años con mi bisabuelo, Mariano Porras Repiso, de 23 años, el 22 de agosto de 1881, que era hijo de Juan Porras Moscoso (ya fallecido en esa fecha) y María Dolores Repiso Luque.

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Fray Crispín

También indico los de fray Crispín o Juan Silverio Pérez Ruano:

Padres: Juan Pérez Valberde y Antonia Ruano Burgueño.

Abuelos paternos: Felipe Pérez “Albarez” (lo entrecomillo pues no se ve muy bien) natural de Riba de Ancora, Portugal, y María Valberde Contreras.

Abuelos maternos: Juan Ruano Moreno y Angustias Burgueño García, labradores y domiciliados en la Plaza del Pocito.

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Obsérvese que los abuelos de Brígida y de Crispín proceden de la aldea de Riba de Ancora, situada al norte de Portugal, cerca de Vila Praia de Ancora, que es una pequeña freguesía (la freguesía es una parte administrativa de un Conselho) de 778 habitantes en 2001, de Conselho de Caminha, a pocos kilómetros de la desembocadura del río Miño, que hace frontera entre España y Portugal, como ya deben saber.

Por tanto, debieron de llegar a primeros del siglo XIX, con la guerra de la Independencia o traídos por el tráfico de contrabando que había entre España y Portugal en aquellos tiempos. Se asentaron en Cuevas de San Marcos y se casaron con dos mozas del lugar (Antonia Quevedo y María Valberde respectivamente), por lo que sus descendientes tomaron el apodo de portugueses. No sabemos si eran primos, pues hermanos no debían ser, dado que no coinciden los segundos apellidos pero sí el primero. De aquí podemos deducir que había dos familias de portugueses, los descendientes de Felipe, entre los que se encuentra fray Crispín y los de José, que seríamos nosotros.

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Mi agradecimiento a Gregorio Hinojosa por haberme facilitado esta información y a mi amigo Paco García Mota por su orientación en el obispado.





2 comentarios:

Modesto Reina. dijo...

Me has aclarado bastantes dudas amigo Antonio, he dado con este escrito tuyo buscando por internet la vida obra y milagros de Fray Crispin, paisano nuestro, ya que hoy le han hecho una procesión por el pueblo ; es beato y no santo ya que la iglesia tiene, como bien sabes sus tiempos y jerarquias.
Un abrazo.

Antonio dijo...

Me alegro, amigo Modesto, de poder aclararte esas dudas. Ya habrás visto cuales fueron las causas de la investigación y mis propias conclusiones.
Un abrazo

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