Mi bisabuela Brígida |
En este blog, llamado Cosas de
Antonio, o sea mis cosas, suelo colgar distintos escritos sobre diversos temas,
pero hay un apartado, al que llamé Memoria Histórica, que intenta sacar a
relucir aspectos del pasado que afectan al país, a mi pueblo e, incluso, a mi
propia familia y persona, con objeto de dejar meridianamente claro, al menos
para mí, determinados hechos o pasajes del pretérito.
Recientemente llegó hasta mí la
noticia de que un tal Fray Crispin, cuyo nombre corresponde a Juan Silverio
Perez Ruano, había sido beatificado por la Iglesia Católica en la ceremonia
celebrada en Tarragona el pasado 13 de octubre. Al parecer algunos de mis
familiares entendieron que dicho sujeto era hermano de mi bisabuela, Brígida
Perez Ruano, al coincidir los apellidos, lo que me notificaron, dado que al ser
un mártir de la religión merecía un homenaje y reconocimiento de toda su
familia.
Nuestra historia reciente está
llena de mártires. La mayoría de ellos pertenecientes al lado republicano, si
bien no deja de tener un significativo número el otro bando y el mundo
religioso, como es este caso. Yo, como agnóstico, intentando ser ecuánime,
reconozco el gran sufrir y martirio de este santo varón, que fue asesinado, el 3 de agosto de 1936, solo
por el hecho de ser fraile Capuchino en la localidad de Antequera. Todo ello en
el marco de una situación de violencia y conflicto donde se criticaba, a la
estructura eclesiástica, su eterna alianza con los poderes políticos y
administrativos que oprimían al pueblo. Ello llevó a la irracionalidad y se atacó
todo aquello que simbolizaba a esa iglesia. En estas circunstancias se dieron
los hechos que rodearon la violenta muerte de Juan Silverio Perez Ruano, fray
Crispín de Cuevas Altas, y de otros frailes de su congregación en la citada
ciudad de Antequera.
No es menos cierto, que en mi
pueblo, que es el de él, Cuevas de San Marcos, se produjeron otros muchos
hechos de violencia extrema que acabaron con la vida de ciudadanos y vecinos de
la villa, en su forma más cruel, despiadada y bajo la vil tortura, a manos de
gente que decía procesar la religión que hoy enaltece a fray Crispín. Estos
otros mártires de la “democracia” permanecieron en fosas comunes, enterrados y
olvidados entre olivos, mientras eran reconocidos y exaltados los valores de
los otros, los vencedores de la contienda que, por cierto, fueron los traidores
al sistema establecido a través del ejercicio de la democracia, cuyo resultado
fue la proclamación de la República.
Ello hace que, antes de nada, pida el
reconocimiento sin paliativos de estos luchadores marginados y muertos por
pensar diferente, a la par que sean resarcidos y homenajeados por el Estado, dándoles
decente sepultura e identificación para satisfacción de sus descendientes, amén
de reconocerles como luchadores afines a la ideología democrática que hoy
impera en el país. Este reconocimiento lo demando al poder que hoy disfrutamos,
o debería decir soportamos. A ese Estado español basado en los principios
democráticos que los mártires olvidados defendieron. Son aquellos que lucharon
contra la imposición del fascismo y del nacional-catolicismo que excluyó la
diversidad de pensamiento, la libertad de expresión, de credo y de ideas y nos
impuso un sistema totalitario y
degradante de los derechos de las personas, sometiendo y controlan, cuando no
anulando, su libre albedrio que, como seres humanos y pensantes, debería ser
inalienable.
Por tanto, hoy quiero manifestar mi
respeto y reconocimiento hacia todos los que fueron víctimas de la violencia y
la irracionalidad que invadió y destrozó este país en la contienda civil y su preámbulo
y epílogo, incluyendo a religiosos, civiles y militares, que cayeron en la guerra
y postguerra arrastrados por la inmoralidad, indecencia e impudicia de aquellos que, teniendo la
responsabilidad de velar por los intereses de la sociedad, acabaron
arrastrándola al conflicto fratricida en un acto de soberbia irracional y de
desprecio a la vida y los derechos de los seres humanos.
Dicho esto, y desde el recuerdo a
los olvidados, vengo a relatar mi investigación sobre el no parentesco entre mi
bisabuela y el sufrido beato Fray Crispín. No entienda esto como una crítica al
proceder de la iglesia en esto de las beatificaciones, que respeto y alabo,
pues cada club, secta, grupo o religión está en su derecho de obrar con arreglo
a su propio credo, normas y protocolos, eso sí, sin imponerlos a los que no
pertenecen al grupo. Por tanto, lo que echo de menos es que la propia
institución del Estado no haga algo parecido, en plan homenaje, a aquellos que
lucharon por la democracia, cuyo ejercicio es el que hace que gobierne uno u
otro partido, como ya he dicho.
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Bueno, vayamos por partes. Os
cuento la historia y cómo se va desarrollando:
Mi padre siempre fue un excelente
cronista de la historia familiar. Ahora, cuando ya no está, echo de menos
aquellos relatos sobre sus ancestros, su tío que se fue a América, su
ascendiente bandolero o contrabandista (nunca supe diferenciar si fue una cosa
u otra, o las dos a la vez), el ahogamiento de su tío en el río, la churrería
de su abuela Brígida y cómo los nietos pululaban alrededor para degustar los churros de su abuela, etc… Curiosamente, nunca me habló de un mártir de la
religión en nuestra familia. No me refirió, en ningún caso, que su abuela
Brígida hubiera tenido un hermano fraile y que este, además, hubiera sido
asesinado en la guerra civil por los milicianos en Antequera.
Un día, hace algún tiempo,
coincidiendo con la reunión de beatificación de los llamados mártires de la
guerra, que se celebró en Tarragona en Octubre pasado, alguien de la familia me
dijo que un tal fray Crispín (Juan Silverio Perez Ruano), era hermano de mi
bisabuela y, dado que coincidían sus apellidos, pensé que a mi padre se le
había pasado por alto hablarme de semejante hecho de importancia tan significativa.
La curiosidad que me inculcaron por
la investigación cuando era un doctorando en la facultad de psicología, se hizo
patente y decidí enterarme de algo más de la vida y obra de este sufrido mártir
a manos de las milicias populares. Anduve por internet y fui recopilando
información en diversos enlaces, de los que coloco algunos para los
interesados:
En ellos descubrí que no coincidían
los nombres de los padres de fray Crispín con los de mi bisabuela, ya que tengo
un estudio genealógico de la familia que abarca hasta el siglo XVIII. Lo que me
ponía en la tesitura de aclarar si era un error de apellidos y eran hermanos, o
si los apellidos estaban bien identificados y no lo eran. Los padres de fray
Crispín se llamaban, según los datos de internet, Juan Perez Valberde y Antonia
Ruano Burgueño, mientras los de mi bisabuela, según los datos que yo poseo,
eran José Perez Quevedo y Rosario Ruano Granados.
Recurrí a mi buen amigo D.
Francisco García Mota, exdean de la catedral de Málaga, para que me orientara y
poder certificar que eran correctos esos nombres. Muy amablemente me remitió a
la Delegación de los Santos, del obispado, donde fui recibido por un atento
señor, Francisco, o Curro para los amigos, que me comentó no disponer del
expediente del postulante en tanto lo estaban tramitando los frailes de la
orden (Capuchinos), pero los datos que teníamos a mano confirmaban los nombre
que he mencionado. Todo esto, y dado que estaba prácticamente convencido de que
el ya beato era hermano de mi bisabuela, me creó la duda sobre el resto de los
nombres de mis ancestros que poseía en el estudio genealógico en mi poder.
Ante tal situación decidí recurrir
al registro civil de Cuevas de San Marcos, que es el pueblo donde nacieron
ambos. Personado en el mismo, y de la mano de mi amigo Gregorio, procedimos a
buscar e identificar el registro del nacimiento de Juan Perez Ruano, nacido el
27 de diciembre de 1875. En este trance encontramos otro Juan Perez Ruano, de
nombre completo Juan Crisóstomo de S. Eustacio, nacido el 29 de Marzo del mismo
año (1875), inscrito con el nº 218 del tomo 7, folios 113 y 114, cuyos padres
coinciden con los de mi bisabuela Brígida. Seguimos buscando al otro Juan,
nacido en diciembre, y aparece con el nombre de Juan Silverio en la referida
fecha, inscrito con el nº 189 del tomo 8, folios 73 y 74 y cuyos padres
coinciden con los encontrados en internet para fray Crispín.
Para más inri y, ante la duda,
decidimos buscar el acta matrimonial de mi bisabuela, celebrada el 22 de agosto
de 1881. He de hacer notar que en el registro solo tienen información desde
1870 en adelante por lo que no podía acceder a la información sobre el registro
del nacimiento de mi bisabuela. En ella se confirma que sus padres coinciden
con los de Juan Crisóstomo y no con los de Juan Silverio. Por tanto,
descartamos el parentesco entre mi bisabuela Brígida y el fraile beato.
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Ya puestos, reflejo los ascendientes de mi
bisabuela Brígida Pérez Ruano y de
su hermano Juan Crisóstomo:
Padres: José Pérez Quevedo (albañil) y Rosario Ruano Granados.
Debieron vivir en casa de Rosario y sus padres (Plaza del Mercado), donde
criaron a Brígida y donde vivió ella después.
Abuelos paternos: José Pérez Rodriguez, natural de Riba de Ancora,
Portugal, y Antonia Quevedo Fernández.
Abuelos maternos: Juan Ruano Durán (aquí entronco con los ascendientes
de mi esposa, con quien comparto retatarabuelo) y Rosa Granados Cabrillana, que
vivían en la Plaza del Mercado, posiblemente de la Constitución hoy día,
correspondiendo a lo que fue el bar de Los Modestos, donde se crió Brígida y
vivió de casada.
Mi bisabuela Brígida se casó a los
22 años con mi bisabuelo, Mariano Porras Repiso, de 23 años, el 22 de agosto de
1881, que era hijo de Juan Porras Moscoso (ya fallecido en esa fecha) y María
Dolores Repiso Luque.
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Fray Crispín |
También indico los de fray Crispín o Juan Silverio Pérez Ruano:
Padres: Juan Pérez Valberde y Antonia Ruano Burgueño.
Abuelos paternos: Felipe Pérez “Albarez” (lo entrecomillo pues no se
ve muy bien) natural de Riba de Ancora, Portugal, y María Valberde Contreras.
Abuelos maternos: Juan Ruano Moreno y Angustias Burgueño García,
labradores y domiciliados en la Plaza del Pocito.
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Obsérvese que los abuelos de Brígida
y de Crispín proceden de la aldea de Riba de Ancora, situada al norte de
Portugal, cerca de Vila Praia de Ancora, que es una pequeña freguesía (la
freguesía es una parte administrativa de un Conselho) de 778 habitantes en
2001, de Conselho de Caminha, a pocos kilómetros de la desembocadura del río
Miño, que hace frontera entre España y Portugal, como ya deben saber.
Por tanto, debieron de llegar a
primeros del siglo XIX, con la guerra de la Independencia o traídos por el
tráfico de contrabando que había entre España y Portugal en aquellos tiempos.
Se asentaron en Cuevas de San Marcos y se casaron con dos mozas del lugar
(Antonia Quevedo y María Valberde respectivamente), por lo que sus
descendientes tomaron el apodo de portugueses. No sabemos si eran primos, pues
hermanos no debían ser, dado que no coinciden los segundos apellidos pero sí el
primero. De aquí podemos deducir que había dos familias de portugueses, los
descendientes de Felipe, entre los que se encuentra fray Crispín y los de José,
que seríamos nosotros.
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Mi agradecimiento a Gregorio
Hinojosa por haberme facilitado esta información y a mi amigo Paco García Mota por
su orientación en el obispado.
2 comentarios:
Me has aclarado bastantes dudas amigo Antonio, he dado con este escrito tuyo buscando por internet la vida obra y milagros de Fray Crispin, paisano nuestro, ya que hoy le han hecho una procesión por el pueblo ; es beato y no santo ya que la iglesia tiene, como bien sabes sus tiempos y jerarquias.
Un abrazo.
Me alegro, amigo Modesto, de poder aclararte esas dudas. Ya habrás visto cuales fueron las causas de la investigación y mis propias conclusiones.
Un abrazo
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