sábado, 1 de julio de 2017

Acogida SI, guerra NO.



Estos no son los trenes de Hitler, son los refugiados actuales
Ayer, en el Museo Jorge Rando de Málaga, tuvo lugar un acto memorable rechazando la guerra y apoyando la acogida a los refugiados que se juegan la vida huyendo de la muerte. Se leyeron dos manifiestos solidarios y de denuncia, a favor de la acogida al refugiado y de rechazo a la guerra y a la pasividad del mundo occidental que tanto tiene que ver en el sostenimiento de esas guerras y, posteriormente, se dio paso a una seria de lecturas poéticas de diversos autores sobre el tema, coordinados por Roberto J. Martin.

A mí, personalmente, me parece indecente, cuando no un crimen de lesa humanidad, pues se saltan a la torera las leyes internacionales de acogida a los refugiados, que gobiernos y parte de los pueblos de Europa nieguen el pan y la sal a la gente que, mayoritariamente, sufre, sin comerlo ni beberlo, estas atrocidades.

Europa dominó al mundo tras su revolución industrial e ideológica. Colonizó y dispuso el orden y cultura de otros pueblos, comerció ventajosamente con ellos y se fue apoderando de gran parte de su legado histórico. Solo es necesario visitar los museos de las grandes ciudades occidentales para constatarlo. Yo hablo de los que he visto, como son, principalmente, el Metropolitano de Nueva York, el Museo Británico de Londres, el Louvre de París o la Galería Nacional de Berlín con su museo de Pérgamo. En todos ellos se exhiben piezas de valor incalculable procedentes de los territorios que ahora se machacan en conflictos.

Europa, de alguna forma, marcó las fronteras de esos pueblos tras la descolonización, pensando en sus intereses geoestratégicos. Luego, los otros intereses, los mercantiles, fueron diseñando una estrategia de dominio del mercado y de las materias primas. Y en ello estamos. Las guerras responden más a los intereses de dominio de las grandes potencias y a los de las multinacionales que a los propios de los pueblos que allí habitan. Lo curioso es que mientras las bombas y armamento, vendido por estas potencian, acaban con la hacienda y la vida de esta gente, aquí desde los gobiernos se les niega la acogida cuando huyen de la muerte. Parece que no queremos contaminarnos, que hemos olvidado las miserias y desgracias de las guerras que sufrimos en nuestras carnes, de los avatares que debieron superar nuestros padres o abuelos exiliados; del hambre y la miseria de una posguerra injusta y miserable, de una II Guerra Mundial que causó 60 millones de muertos y cubrió el mundo de desgracia dejando en evidencia la miseria del ser humano, capaz de matar atrozmente y destrozar a su enemigo en una paranoia inusitada.

No aprendemos… y lo que es peor, olvidamos lo aprendido por generaciones anteriores que tuvieron experiencias tan traumáticas. El ser humano, en su afán de protagonismo y de sentirse como dioses, siempre le atrajo, tanto o más, el dios de la guerra que el del amor. La tentación del apocalipsis sigue en mentes perversas que provocan destrucción mientras ellos se agazapan en despachos suntuosos, protegidos por abundantes recursos económicos, que les hace sentirse invencibles y dueños de todo. Tienen su plan claramente establecido: El dominio de todo, o mientras más mejor; para ellos los seres humanos importan bien poco, salvo que les vengan bien a sus intereses. Ha globalizado el mundo y se han apoderado de él, ya no caben fronteras para sus negocios, y si algún país no se pliega a ellos habrá que someterlo, aunque fuere por las armas… eso sí, dejarán que sean ellos los que se maten entre ellos para no mancharse las manos de sangre, y eso solo se consigue sembrando la discordia. El estúpido ser humano es capaz de dejarse llevar por los impulsos irracionales del sentimiento obviando la razón, hasta sembrar la destrucción y la muerte en su propia casa con tal de matar a su enemigo, que no es tal, hasta que él elabora en su mente esa figura y entra en una escalada simétrica que pasa del desencuentro en la palabra al uso de las armas.

En esta situación, cuando se acalla la voz del refugiado, cuando no se le da eco en los medios de comunicación, cuando hasta los teóricos defensores de la caridad cristiana se atreven a ver terroristas en los que huyen del terror, cuando mucha gente del pueblo grita contra ellos y los considera invasores y usurpadores de su bienestar, cuando la insolidaridad se antepone a la ayuda, la gente de buena voluntad, la que siente en sus carnes el mal de los demás, tiene que asumir el grito del dolor ajeno y lanzarlo a los aires para que los escuchen los gobiernos, que son quienes tienen los recursos y la posibilidad de frenar este horror de guerra, destrucción y muerte.

Por eso, el acto de anoche, tiene un especial significado al aglutinar a una serie de personas que comparten sentimientos y actitudes respecto a esta injusticia. Todos los poemas clamaron al cielo, denunciaron y dejaron evidencia del dolor y, buscando la solidaridad y el humanismo que debería imponerse a aquellos intereses tan bastardos, pidieron a los gobiernos que cumplan sus promesas de acogida y las leyes internacionales establecidas sobre el refugiado.

Yo, aporté mi pequeño grano de arena, al que sumo esta reflexión, consistente en este poema que escribí en diciembre del pasado año, cuando las bombas caían sobre Alepo y otra ciudades en guerra, cuando la gente sufría le rigor del invierno en campamentos inmundos cubiertos por el barro al este de Europa, cuando se iban poniendo muros a la esperanza del refugiado y cuando mucha gente, que se pensaba de bien, incluido algún gerifalte eclesiástico, se oponían a acoger a los refugiados y paliar su dolor porque entre ellos se escondían terroristas. Mientras, en nuestra famosa calle Larios, un túnel de luz y sonido nos alentaba a gozar la Navidad en un claro mensaje discordante entre nuestra felicidad y la desgracia ajena. En ese momento, a la vista del mundo que se nos mostraba, yo no pude escribir nada, no me salía las palabras ni los versos, parece que las musas se me fueron. Entonces busqué dónde estaban esas musas y afloro este poema:

Composición con una calle de Alepo y
las luces navideñas de la calle Larios de Málaga

¿Dónde están mis musas?
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Las musas se fueron,
puede que se fueran al ver este infierno.

Me dejaron solo sin verbo ni verso
con mente aturdida por tanto tormento.

Huyen de las bombas presas de su miedo
que la negra parca siembra sin remedio.

¿Dónde están las musas que forjen el duelo?

Las musas se han ido, las musas se fueron,
las calló el horror de este sufrimiento,
suenan más las bombas, las balas
y el viento de guerras malditas
donde va muriendo la gente inocente
entre la tortura de tanto tormento.

Los versos no fluyen ni encuentran aliento,
callan ante el llanto del niño indefenso,
se ahogan en sangre, en dolor y espanto
de la pobre gente que atraparon ellos,
ellos, los que tiran bombas,
los que van matando sin remordimiento.

El Mediterráneo, ese gran sarcófago,
guarda los cadáveres de niños y viejos
de gente indefensa
que llama a la puerta de la vieja Europa
que no los asila ni les da consuelo.

Y en cada despacho de los mundos libres
juegan a su juego
como siempre ha sido
al viejo negocio de ganar dinero.

Las musas se fueron
no brotan palabras bonitas
canciones o versos.

¿Qué música quieres que suene
con este estruendo de balas y bombas
que van destruyendo casas y ciudades
sembrando las calles de muertos?

Las musas se han ido
y yo lo comprendo,
porque hasta las musas
pueden sentir miedo.



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