jueves, 25 de junio de 2020

Es como un río nuestra vida



En estos días la realidad nos ha enfrentado a un espejo al que le solemos dar la espalda. Es el espejo de la vida y de la muerte; ese tránsito ignoto que se inicia al nacer y concluye en la irremisible partida. Nacemos sin pedirlo, por deseo, o no, de los progenitores y somos arrojados, según algunos credos, desde otra dimensión, mediante un lento proceso biológico, a un mundo desconocido en el que, día a día, tenemos que aprender qué somos y para qué estamos aquí. 

La suerte, desde un punto de vistas biológico y ambiental, será decisoria para trazar el camino, aunque, en el fondo, sean las circunstancias que fueren, el tránsito se ha de hacer contra viento y marea. No es lo mismo circular por la ruta en un buen vehículo y una excelente autopista, que hacerlo por caminos de montaña, cargados de retos y peligros, en una bicicleta.

Pero, al final, el abismo o precipicio, llegará. Allá no cabrán autos de primera y de segunda o tercera, sino que, cada cual, con su bagaje interior, caerá al abismo concluyendo su misterioso viaje. Ya lo decía, tiempo ha, Jorge Manrique, ante el dolor por la muerte de su padre, en sus versos de pie quebrado, que componen la copla III de su poema:

Nuestras vidas son los ríos
que van a dar en la mar,
que es el morir:
allí van los señoríos,
derechos a se acabar
y consumir;
allí los ríos caudales,
allí los otros medianos
y más chicos;
y llegados, son iguales
los que viven por sus manos
y los ricos.

Cierto, me diréis, pero el tránsito es distinto del que vive por sus manos, que el del rico.  Hace unos años, visitando el norte de Palencia, tocando ya Cantabria y a un tiro de piedra de la provincia de Burgos, descubrí el Pico Tres Mares; es un lugar singular, pues según de donde surja el agua o caiga por la lluvia, su destino será un mar u otro, pudiendo desembocar en el Mediterráneo a través del Ebro, en el Atlántico por el Duero, o en el Cantábrico con el río Nansa, si no recuerdo mal. La dispar suerte del agua, según cayera o naciera en uno u otro lado, me llevó a escribir una fábula, que se publicó en el diario Sur el 17 de septiembre de 1988, titulada Fábula de los ríos, que posteriormente divulgué en mi blog y, más tarde, incluí en mi libro Relatos y remembranzas (Amazon, 2018).

Tal vez, al estar por las tierras familiares de Jorge Manrique, el recuerdo de sus versos a la muerte de su padre, asumiendo la simbología metafórica del río con la vida, hizo fluir aquella fábula, que se puede leer en este enlace.

Ciertamente, la nube suelta el agua sin saber a dónde cae, quedando al azar el nacimiento del río. Una vez en contacto con la tierra, cuando ha tomado vida y fluye por su cauce, van apareciendo los hitos y avatares, que condicionarán el tránsito que ha de recorrer por la cuenca que en suerte le cayó. Pero, indudablemente, más tarde o más temprano, el río está predestinado a desembocar en la mar, que es su morir. Podrá llegar caudaloso, cargado de poder, pero al entrar en la mar se diluirá en el agua salada, perderá su esencia singular y quedará confundido, entre un todo inmenso, constatando su insignificancia por mucho orgullo y poderío que pensara poseer; o, tal vez, al transitar por espacios de secano, entre páramos y eriales, secarrales y baldíos, su tránsito penoso, acabará en la mar, librado del castigo al que fue sometido al caminar.

En estos días aciagos, donde el virus nos enfrentó al espejo, parece que ha quedado impresa en nuestra mente la insoportable levedad del ser, a la que aludía Milan Kundera. El latigazo de la muerte, el miedo a contraer el virus, la paranoia de su contacto entre la gente, no solo modificará nuestra costumbres, sino que marcará nuestra propia percepción del ser superior que parecíamos. Seguimos engañados por la vida, nos falta la humildad de lo fungible, de lo perecedero, y, al pensar que somos casi inmortales, salvo a un largo plazo, nos seguimos anclando a lo presente, como si la vida durara eternamente y el presente no cambiara con el paso de los días, como si el mañana fuera una utopía y no llegara nunca a acorralarnos con la muerte.

Mas ¿para qué tiene sentido sentirse prepotente? Tal vez para olvidarse de la gente, para sentirse como un dios menor que juega en esta vida al egocéntrico placer de agarrarse al poder en el presente. Ahora, cuando ves que se marchan los amigos y otra gente, la vida se siente sacudida por la muerte y, tú, la percibes limitada y efímera sintiéndote impotente. Mas, ¿qué hacer, si al cabo de la esquina, la muerte se aproxima amenazante queriendo llevarte por delante? Tal vez, mirando en tu interior, en ese intenso espejo que olvidaste, podrás empezar a comprender que todo es un dislate, sin sentirse capaz de analizar el tránsito o camino existencial.

¿A qué vine yo aquí? te podrás preguntar; mientras al final se oculta una verdad que, lejos de tu conocimiento, te otorgará el aliento para seguir el caminar. Mas a esta edad, cuando la vida transitó tantos caminos, forjando, etapa tras etapa, el último destino, solo cabe aceptar, que el tiempo transcurrido, fue una escuela de vida y libertad para darle sentido a tu conciencia, para fraguarte en la justicia, la bonhomía y la bondad. Lo que haya más allá pierde interés, pues solo se queda tu saber y entrega a los demás, sembrando la paz en tu interior, sabiendo que, al pasar, cultivaste un mundo mejor, dejado a los demás.

Si te vas, vete en paz, pues no ha de haber mayor placer que, al acabar, te dejes por detrás un mundo superior, sin odio y sin maldad. Entonces hallarás la respuesta a tu pregunta de qué viniste a hacer. No te empeñes en seguir otras diatribas de credos y de gente poderosa, que solo buscan una cosa, alienar tu pensamiento para que no puedas buscar lo se esconde en tus adentros. La coherencia verdadera, se encuentra en tu interior, no estará fuera…

En el confinamiento, que en estos días hemos vivido, tiempo hemos tenido para reflexionar, para pensar, qué pintamos aquí y qué hemos de pintar. Durante la desconexión de los hábitos normales de la sociedad donde vivimos, estando en casa y aislamiento, le dimos protagonismo al pensamiento y, al final, cada cual podrá sacar sus consecuencias, buscando la verdad en su experiencia; y esa verdad pasa, en esencia, en sembrar en la conciencia otra forma de actuar.

Nosotros, aquellos que ya estamos transitando la etapa final de nuestro sino, debemos de usar, el poco tiempo del camino, para alcanzar nuestro destino sin miedo ni maldad, sino entendiendo que al nacer se empieza a fenecer, y que el progreso de la vía te da la garantía de morir en paz y en armonía, si supiste hacer la travesía, cargando tu mochila de saber.

domingo, 14 de junio de 2020

El supremacismo racial



En las décadas de los años 30 y 40 del siglo pasado, la raza aria se sintió supremacista. Los arios eran una raza superior elegida por Dios para liberar al mundo. Eran, por tanto, los elegidos, los seres humanos perfectos, los que tenían que mandar, por derecho genético, en el globo. Por ello se dedicaron a conquistarlo, a masacrar al enemigo para someterlo, para mostrar su superioridad e instalar una era de dominio y supremacía de la raza aria. Ellos eran los garantes de la evolución de la especie y los demás eran seres inferiores que solo valían para servirles en sus megalómanos proyectos. Recurrieron a perfeccionar la raza, a delimitar las características que debían definirla, y fueron buscando al ser humano perfecto en su aspecto y morfología: rubio, alto, físicamente bien proporcionado y sin defecto alguno… hasta en laboratorios de procreación.

La vida de los seres inferiores no valía nada, incluso, se deberían tomar medidas para eliminarlos, bien asesinándolos o bien evitando se reprodujeran, o sea esterilizándolos. En todo caso, el poder y dominio de la sociedad, su gobierno y la gestión política, era de su incumbencia exclusiva. El partido nazi aglutinaba a esa raza superior, mientras todos ellos, en un acto de obediencia debida, perfectamente jerarquizada, asumían el honroso papel de soldados de la causa, ejerciendo la beligerancia necesaria para imponer las ideas, principios y estructura organizacional de esa causa. El ser humano, en su singularidad, carecía de importancia y solo la adquiría en el marco de un todo al que debía someterse. No estaba para mandar sino para obedecer al líder, al Führern como encarnación del poder. Misticismo, credo religioso que casi divinizaba a Hitler, con el mismo método que divinizaron a los emperadores romanos, a los faraones, a los reyes a quienes Dios les otorgó su gracia para gobernar.

El nacismo, ese delirio megalómano que llevó al mundo al mayor desastre habido jamás, dejó claro lo calamitoso que era. El mundo lo anatemizó, lo repudió como idea supremacista y tomó medidas para que no volviera. Pero, hete aquí, esas ideas siguen anidando en determinados sujetos, que continúan defendiendo la genética racial como determinante de la inteligencia y de la superioridad de unos sobre otros. Ese absurdo planteamiento, que la evidencia científica deshace, niega la posibilidad de la influencia del proceso formativo en el desarrollo del individuo, en tanto la genética lo condicionará, por lo que el ser inferior a la raza supremacista, que es la blanca, ha de asumir su limitación y ejercer funciones secundarias.

He de reconocer que el supremacismo me repugna en tanto soy de los que piensan que la genética tiene su valor, pero es un valor variable, porque no ha de salir un genio de otro genio, aunque tenga bastantes posibilidades. He conocido grandes lumbreras, médicos de renombre y prestigio y el hijo era una calamidad. También he conocido personas brillantísimas procedentes de clases bajas. Tenemos cantidad ingente de ejemplos en nuestra propia sociedad.

El blanco se sobrepone al negro cuando es más rico, cuando tiene más recursos para invertir en su formación y cuando los hábitos de estudio y el entorno socio familiar facilita su desarrollo, a veces, fraudulento, pues los idiotas, si son hijos de lumbreras o clase alta, parecen menos idiotas, pero no dejan de serlo, y asumen el poder que le otorga una sociedad clasista.

 Nosotros, en nuestra historia, arrastramos el fatalismo de esa incongruencia. Nuestros reyes, con serias patologías mentales o alteraciones conductuales, cuanto menos, trastornadas, causaron más males a la patria que los propios enemigos internacionales. Sujetos depresivos, con trastornos severos de conducta, felones y déspotas, fraguaron la desgracia del país, al ser reyes por la gracia de Dios y no por designios de la real inteligencia.  Carlos II es el más claro ejemplo, pero no queda atrás su propio padre Felipe IV el disoluto, después, en los borbones, Felipe V el ciclotímico, Carlos IV el inseguro, Fernando VII el felón, su hija Isabel II la… entre otros. España ha sido siempre un país de río revuelto con infinidad de pescadores a la orilla para conseguir su pez, bien ejerciendo de rey, de valido real, bien ubicándose donde hubiera pesca. En todo caso el río de plata nacía en América y desembocaba en Sevilla (qué bien lo definió Quevedo con su poema Poderoso caballero es don dinero). Que inventen ellos, se decía, nosotros tenemos para pagar; hasta que los ellos fueron ricos y nosotros pobres. Pero ese es otro tema, vuelvo al que nos ocupa.

No negaré que la filogénesis y la epigenética influyen en el desarrollo de las especies y, por ende, de los seres humanos. Pero, no mayoritariamente por factores estimulares intrínsecos o internos, sino extrínsecos o externos, que a su vez elicitan su interior. Son las demandas ambientales, básicamente, las que fueron determinando la evolución de la especie en una sabia estrategia de adaptación al medio. Por tanto, en un acto de justicia social, solo cabe procurar el desarrollo de esos ambientes para que influyan, en igual medida, en todos los seres humanos, dando así la posibilidad de que cada cual dé salida a la espiral de sus potencialidades de desarrollo personal como forma de aporte social.

Me cisco, pues, en los supremacistas que, el azar y, tal vez, la necesidad, como decía el biólogo francés Jacques Monod, le encumbró al vértice superior de la pirámide social, pisoteando a las bases y concentrando en su poder recursos para su mejor desarrollo, dejando a los demás sin acceso o posibilidad de evolución. No es, por tanto, el supremacismo de una raza sobre otra lo que se manifiesta, sino el desequilibrio económico, de recursos, hábitos y posibilidades de desarrollo, lo que determina que cada uno esté donde está y no donde podría estar.

La semilla es, prácticamente, la misma, lo único que cambia es la tierra de cultivo. Si un blanco tienes recursos, o sea buena y rica tierra para su cultivo, llegará más lejos que un negro, aunque, a veces, surjan idiotas y haya que esconderlos. Por tanto, en la educación y formación del niño, en el cultivo del brote que surge de la tierra, está el éxito o fracaso de la cosecha. Otra cosa es que la buena tierra, o sea la riqueza y el poder acceder a los recursos y nutrientes del sistema, estén a disposición de todos o solo de unos pocos, los que dominan y se definen por eso supremacistas. Claro, no querrán compartir los nutrientes, el abono y minerales, que hacen crecer su planta, para eso reclaman el poder, para seguir nutriéndose ellos y dejar a los otros en las tierras secas del desierto, escasas en agua y en posibilidades de crecimiento.

Este, en el fondo, es el dilema de una sociedad en desarrollo, que no sabe muy bien a donde va, o que sí lo sabe, pero solo unos pocos, los que defienden el nuevo orden mundial, donde ellos serán, como pretendían los nazis, la especie del futuro, y los demás esclavos o servidores de la misma.

Creedme, y lo digo desde la experiencia de un hijo del campesinado andaluz, esa losa, a veces sutil y otras descaradas, sigue existiendo sobre quien tiene recursos limitados para poder desarrollar sus potencialidades intelectuales. Aunque nuestra generación haya luchado por cambiar el sistema, está el contrapeso de las clases dominantes, en lo político y económico, intentando neutralizar ese esfuerzo y, extrañamente, en ocasiones, los mejores defensores de esa idea son los hijos de la nada que se van sometiendo al poder sugestivo del líder y la idea que defiende, sin ni siquiera pararse a pensar más allá de los valores supremacistas que le plantean como dogmas o verdades. El sumiso alienado es el mejor servidor del supremacismo; tal vez porque, en su complejo de inferioridad, necesita un grupo de pertenencia que lo ampare y encumbre a los más alto como colectivo, si bien como individualidad sea solo un mero instrumento manipulable al servicio del omnímodo poder supremacista.

No quiero terminar sin traer a colación una anécdota que se cuenta sobre Marilyn Monroe y Albert Einstein, de la que no tengo certeza pero sí referencias en el mundo de internet, y que, en todo caso, me parece ilustrativa. Esta anécdota surgió del encuentro entre Monroe y Einstein en 1949. Ella preguntó: "¿Qué dice, profesor, deberíamos casarnos y tener un hijo juntos? ¿Se imagina un bebe con mi belleza y su inteligencia?" Se dice que Einstein, con una sonrisa, respondió: "Desafortunadamente, me temo que el experimento salga a la inversa y terminemos con un hijo con mi belleza y con su inteligencia". He de decir que, según parece y por ahí anda escrito, la Monroe tenía un altísimo cociente de inteligencia. En todo caso, hoy por hoy, salvo que más adelante se utilicen técnicas de ingeniería genética, el resultado en la fecundación es incontrolable si es producto de una relación sexual normal. El espermatozoide que llega y perfora primero al óvulo no tiene por qué ser el más inteligente, aunque esté sometido a un ejercicio de selección a lo largo del camino hacia su objetivo.

No obstante, si el supremacismo ganara la batalla ideológica y se impusiera, se podría acabar, con los conocimientos de ingeniería biogenética, creando seres anormales, superiores en según qué y para qué cosa, más cerca de la robótica que de la naturaleza del ser humano. Tal vez se vaya por ahí, incluso sin que sea el supremacismo su instigador, sino en el deseo de mejorar la especie desde la vertiente exclusiva de mejor calidad de vida y eliminación de trabas, malformaciones y enfermedades a través de la manipulación genética. Al tiempo…

En todo caso, y refiriéndome al supremacismo, mal vamos si no aislamos esas ideas y las dejamos diluirse en su absurdidad, en lugar de dar crédito o divulgarlas sin someterlas a debate y crítica racional. El futuro, que no será el mío, está en juego.

lunes, 8 de junio de 2020

Reflexiones al final del confinamiento


Este encierro ha pasado por diferentes fases y no me refiero al desconfinamiento, sino al propio confinamiento.

  1. En un principio lo aceptamos con resignación e interés por ver como evolucionaba la cosa, pensado, tal vez, que haríamos una compacta piña para luchar contra el virus.
  2. Una segunda fase fue el ver como los partidos políticos, en lugar de acoplarse, se tiraban los trastos, lo que llevó al desconcierto personal. En este apartado incluyo los debates de televisión entre periodistas o tertulianos que, más que honrados y éticos periodistas amantes de la verdad y la información, resultaron venales, o sea que se venden y no trabajan para la verdad sino para un partido o ideología en concreto con la que están comprometidos. En algunas ocasiones me ha parecido ver más una pelea de perros que un debate humano. Si sumamos a esta fase la creación de bulos y la utilización de internet como herramienta de confusión para crear el río revuelto, acaba uno sometido a una presión que se pretende evitar.
  3. La tercera fase, bajo mi opinión, fue el debate parlamentario, la pérdida de la compostura política, aflorando la maledicencia, el insulto y la descalificación irracional, en lugar de establecer sinergias. Es curioso como en esta fase, yo diría que es una conducta habitual en el mundo de la política, aparece la estrategia de la externalidad defensiva, adjudicando todo el mal al contrario, mientras como estrategia de reafirmación, se presume y asume todo lo bueno como propio. El problema está en el nivel de idiocia del espectador, o sea en su capacidad crítica y en saber discernir cuando le engañan y cuando le dicen la verdad, aunque haya, siempre, una tendencia a aceptar la verdad de los propios, de los que se es hooligan, y a rechazar y criticar la de los otros. 
  4. Yo metería en la cuarta el desencanto con los políticos en general o, al menos, con una parte importante de ellos, tal vez de aquellos a los que se les debería pedir más visión estadista para resolver la crisis de la forma más justa posible, buscando el encuentro y la sinergia a la que ya me he referido, con objeto de consensuar medidas y acciones enfocadas a salir airosos, todos, con el menor quebranto posible de la ciudadanía y de las estructuras económicas y productivas del país.
  5. Metería una quinta, que no es una fase en sentido cronológico, sino una situación ambiental, un estado de opinión, donde se van diluyendo  determinadas expectativas orientadas a cambiar el sistema hacia otro mejor, donde prime el desarrollo de las energías limpias, la justicia social, la potenciación de la investigación, la creación de nuevos hábitos, la concepción integral de la vida, de una nueva situación (creo que ahora le laman nueva normalidad) donde la sensatez y el sentido común se impongan a los intereses desordenados y egoístas de grupos de poder tanto políticos, empresariales, económicos, religiosos e ideológicos totalitarios. Ahora es el momento, como dije en otra ocasión, de hacer una catarsis; es decir, de mirar lo que tenemos e ir tirando por la borda aquellos lastres que nos pueden hundir el barco y evitar seguir navegando por la vida.


¿Pero qué mes estás diciendo? ¿a qué viene este discurso? dirás, querido amigo lector, llegado este punto. Pues viene, amigo, amiga, a que al estar harto de ese mundo discursivo de la política y sabedor de lo que pienso, prefiero ver la 2, o sea el canal 2 de TVE para observar lo que nos enseña la vida en la naturaleza; una naturaleza integrada, en equilibrio, en la que el hombre persiste en alterar desordenadamente. Es decir sobre explotarla sin pensar más allá de su propia generación, posiblemente influido por el proceso económico (fíjense que no voy a decir capitalista, para que a determinados colectivos no le salten las alarmas instauradas por el sistema, que les lleva, automáticamente, a descalificar a quien lo dice). El sistema económico es depredador, irracional e insostenible a medio plazo si se quiere mantener la interacción con el medio de forma natural. Otra cosa sería si lo que se pretende es destruir para construir, sobre las ruinas, otro mundo alternativo donde el mercado nos ofrezca aquello que la naturaleza ya nos negó. ¿Se imaginan, que no es difícil hacerlo, en unos años, circulando con botellas de oxígeno de la marca “patatum”, o la creación de sensaciones vivenciales como la brisa, la lluvia, el olor primaveral, o el de la era trillándose la mies, o el trino de las aves porque la naturaleza exterior a nuestros dominios o ciudades encapsuladas, ya no los puede proporcionar desde su muerte?

No se preocupen amigos, el sistema neoliberal, el mercado y la competencia, será capaz de producir alternativas a aquellos elementos que la propia naturaleza deje de ofrecernos cuando muera… solo habrá que pagar para obtenerlos enlatados.

Hoy, dejé de ver la machacona tele con sus elucubraciones políticas intencionadas. Me pasé a la 2 y sus documentales (qué haríamos sin las 2 los que huimos de la tele) y viajé por el mundo de la naturaleza. África con la consabida pugna entre víctimas y depredadores de la selva y la sabana; el mundo de las aves con sus sistemas de vida tan diferentes y ricos a la vez, el secretario, ave muy original, pateando a la víctima antes de deglutirla, o el curioso loro llamado kakapo (en maorí loro nocturno), considerado el loro más raro del mundo, incapaz de volar porque ha degenerado al no tener depredadores de los que huir, o el colibrí suspendido en el aire mientras succiona el néctar de las flores… una maravilla de espectáculo en la naturaleza.

Luego, como por encanto, me vino a la memoria el creacionismo. Imaginé a Dios diciéndole al hombre, tras concluir la creación de todo, incluso de haberle sacado la costilla para hacer a Eva, que reinaría sobre toda la creación, sobre todas las especies. Pues ahora que caigo, yo creo que el hombre no debió entenderlo bien o, al menos, lo interpretó mal. Veamos: hay dos formas extremas de reinar o gobernar sobre algo; una es administrar y proteger a ese algo para que persista a lo largo del tiempo, o sea facilitar “amorosamente” el desarrollo de la vida en ese contexto; otro es el autoritario, el impositivo, el sacar provecho máximo a lo regentado sin implicarse en garantizar su regeneración sino someterlo al egoísmo del rey. El primero es una relación de amor en sentido aristotélico, el segundo es un egoísmo puro e irracional que solo busca la inmediatez del beneficio.

Si lo que prima es el amor tenemos tierra para rato, porque entenderemos que nuestro desarrollo y mantenimiento va ligado al de la propia tierra y los seres que la pueblan; mas si lo que prima es el egoísmo la extinción se dará en las próximas generaciones, porque usaremos desmedidamente sus recursos en una miopía que destrozará el futuro, aunque sostengamos la filosofía de que el mercado lo puede producir todo y la ciencia lo inventará.

Estando en esta tesitura reflexiva me asaltó otro pensamiento. Esta maravilla que estaba viendo en la 2, en plena naturaleza, ¿existía en realidad? Supongo, lógicamente, que sí, pero de hecho aquello no era la vivencia real, la situación que se me presentaba estaba manipulada; le habían puesto música de fondo, incluso, acompasada a las imágenes y acciones que se presentaban, repetían escenas de interés especial a cámara lenta, se fijaban en pequeños detalles que escapan a la normal atención, etc. Se había mejorado, o desvirtuado según se mire, mediante manipulación, la percepción de una realidad. Me faltaba, eso sí, el uso de algunos sentidos, pues solo sentía los estímulos visuales y alguno auditivo, pero ¿y los olfativos, y el táctil? No sentí la brisa en mi cara, ni el perfume de las flores silvestres o el olor de los excrementos animales, ni la hierba acariciando mis pies al caminar, de hecho no caminaba, ni tocaba los árboles, sus ramas o las hojas. No escuchaba el trino de los pájaros salvo en momentos puntuales a gusto del realizador, el rugido del león o el bramido de los búfalos… aquello era bastante artificial, aunque precioso.

Tal vez estaba ya en el futuro. Me habían enlatado bonitamente una realidad supuesta, que no había vivido ni vivía, para transportarme a otro lugar existente, pero imaginario para mí, haciéndome ver y conocer otros entornos del planeta. ¿Qué diferencia hay a efectos de mi percepción si es o no real ese escenario? me pregunté. La única es mi convencimiento de que existen en la actualidad esos entornos. Pero, tal vez, ya no sean como yo los veo.

En un futuro, cuando todo ese ecosistema desaparezca o se merme, nos ofrecerán la experiencia virtual, como ya se está haciendo, pero con mayor realismo. Podrán acompañarlo de las otras sensaciones que ya dije no haber sentido, del olor, la brisa, el tacto, los ruidos ambientales, etc. O sea, que puede que no haya naturaleza pero la tendremos enlatada. Tal vez esto sea como Marte, un desierto, pero con habitantes viviendo en ciudades subterráneas o construidas en superficie, aisladas y artificiales donde la ciencia haya conseguido reproducir todo aquello necesario para la subsistencia de la especie.

¿Te imaginas que cuando llegué el hombre a Marte descubra que hay habitantes y viven en el subsuelo aislados de las inclemencias de la superficie del planeta, gente como nosotros, nuestros antepasados germinantes, que decidieron colonizar la tierra hace cientos de miles de años, para reproducir semillas o mutar genéticamente especies animales con sus genes de potencial evolutivo y de ahí surgió el hombre?

Pensar por pensar se puede pensar lo que se quiera, pero alguien dijo, tal vez fuera yo mismo, que todo aquello que el ser humano es capaz de pensar podría existir, solo hace falta tener el conocimiento científico necesario para realizarlo. De momento, conjugar las nuevas tecnologías con el sistema de vida humano y los principios humanistas es una asignatura que se ha de desarrollar en el futuro. Según se lleve a cabo ese reto, así evolucionará nuestra existencia. ¿Seremos un matrix, una virtualidad vital, o formaremos con la naturaleza una comunión o intercambio en un ecosistema equilibrado? Esperemos que nuestra vida no se convierta emocional y existencialmente en una película de interacción con un medio inexistente. Tú eliges, o tal vez no, lo eligen otros, de momento depende en parte de ti. Prefiero seguir viendo los documentales sabiendo que son reflejo de una realidad a verlos perfeccionados virtualmente, formando parte de un pasado existencial.

Eso sí, en el mundo de la política me da la sensación de que están ganando los otros, los de Matrix. Cada vez se parece esto más a la caverna de Platón, sombras proyectadas desde un exterior desconocido, realidades deformadas, interpretaciones manipuladas, sueños versus realidad, mente o inteligencia como contenido, cuerpo como continente. ¿Disociamos nuestras mentes de los cuerpos? ¿Extraemos nuestra mente, nuestra inteligencia, del mundo material que la contiene y que requiere nutrientes y condicionantes del contexto natural o la implantamos en otro continente, en otro soporte, donde no sea necesario alimentarlo? El ser humano dual, siempre lo ha sido… mente y cuerpo; mente es la inteligencia, el misterio del saber, la capacidad de discernir, de pensar y razonar, de analizar y tomar decisiones contingenciales, es decir en función de las contingencias o circunstancias que se presentan. El ser humano, siendo, tal vez, el ser más indefenso físicamente, sin recursos corporales para vencer a los depredadores, ha sido el ser vencedor de la contienda, del proceso de selección de las especies.  Su mente es el poder, su inteligencia el instrumento para ejercerlo. Pero, entonces ¿qué es el cuerpo? El cuerpo es el continente, el soporte de la mente. Sin él no se puede sobrevivir. En el orden de prioridades, ya decía Maslow que, primero están las necesidades básicas que permiten la subsistencia del cuerpo, del vehículo que transporta la mente.

Pero… ¿y si colocamos a la mente en otro soporte? Es decir ¿y si creamos otro artificio menos delicado, más consistente, donde la inteligencia se desarrolle sin la necesidad de someterse a priorizar la cobertura de las necesidades del continente?  En todo caso ¿Cuál es la función del ser humano en este mundo? Puede que sea el uso y desarrollo de su inteligencia, para devolverla al cosmos una vez evolucionada a lo largo de la vida. Si eso es así cabe cuestionarse la necesidad de cambiar de continente para garantizar mejor el éxito de ese esfuerzo para desarrollar la inteligencia. ¿Abandonamos el cuerpo, este cuerpo biológico frágil, que muere prontamente sin haber conseguido el desarrollo ideal y la evolución de nuestra psique, este cuerpo que sucumbe ante un microscópico virus, y buscamos otro, no biológico, que nos garantice mejor subsistencia y resistencia a los agentes agresores, junto a un menor desvío de energía para sostenerlo, y dedicamos esa energía ganada al mayor desarrollo de la inteligencia?

No debe ser tal fácil y menos para el propio ser humano tan sometido a variables ignotas, desconocidas, que conforman el todo de su sistema funcional. La complejidad del sistema interactivo entre todos y cada uno de los elementos que conforma la estructura vital y su sistema relacional es, hoy por hoy, desconocida. Cualquier intento o ensayo tiene demasiados riesgos, al menos según el conocimiento limitado que hoy se tiene sobre el tema, salvo que nosotros, los seres normales, el ciudadano de a pie, no sepamos de la misa la mitad y existan conocimientos tan elevados en determinadas esferas que no los imaginamos.  Tal vez del “solo sé que no sé nada” hayamos pasado a que hay gente que sí sabe algo que los demás ni imaginamos.

Cierro esta reflexión, que se fue más lejos que los cerros de Úbeda, con el convencimiento de que estos políticos que andan jugando a malos malosos, que se pegan puñaladas, que hablan de democracia cuando la desprecian en el propio ejercicio de la política, estos políticos, digo, son tan mediocres que serán incapaces de planificar el afrontamiento de los retos del futuro, mientras andan en menudencias porque su miopía no les deja ir más lejos de los que siempre ha sido.

Si has llegado hasta aquí, querido amigo o amiga, te felicito y, con ello, me felicito yo como autor de la reflexión que te ha atrapado, pero has de saber que esto empezó con la sencilla idea de contar como, escapando de la virulencia y hartazgo de la dinámica política, acabé viendo un documental de la 2. Lo demás es pura especulación o reflexión encadenada de un pensamiento desbocado que libremente se fraguó, por inercia mental de quien lo escribe.

No quiero terminar si reafirmar la idea que ya apunte respecto a la gobernanza: una es administrar y proteger “amorosamente” y la otra autoritaria e impositiva. El primero es una relación de amor en sentido aristotélico, el segundo es un egoísmo puro e irracional que solo busca la inmediatez del beneficio. Tú aún eliges, amigo, a quien gobierna. Buen ejercicio de reflexión ante el voto.

Me embarga el estupor ante los hechos

  Opinión | TRIBUNA Antonio Porras Cabrera Profesor jubilado de la UMA Publicado en La Opinión de Málaga el 10 FEB 2024 7:00  ======...