miércoles, 29 de abril de 2020

¡Hacía dónde vas, mundo de Dios!



Cuando empezó la crisis le referí a algunos amigos: Esto me da mala espina, no solo por la incidencia del coronavirus, sino por a dónde pueda llevar, les dije. Basé mi miedo en que el presidente Trump, siguiendo su tendencia habitual para echar pelotas fuera y buscar culpables antes que asumir él su propia culpa, le endosara a China la total responsabilidad y exigiera reparación por haber sido causante de la pandemia. Es “casus belli”, antes que aceptar la derrota económica potenciada por las propias multinacionales del sistema que, en su búsqueda irracional de beneficios, se han instalado y han servido de motores industriales y tecnológicos a la China emergente, a la que habría que darle paso para situarse a la cabeza, quedando ellos de segundos. ¡Antes que eso sea la guerra y el caos!, pensarán algunos halcones del pentágono.

Desde hace tiempo, existe una lucha por el poder en el mundo, por el domino de la economía, que genera preocupación por el crecimiento económico, tecnológico y militar de la China. EE. UU. está marchando hacia la pérdida del liderato mundial. China incrementa su PIB constantemente, a ritmo mayor que cualquier otro país. Dentro de poco superará a los EE. UU. que es el patrón de nuestro mundo occidental.

El virus ha sido difundido desde China. Los países más afectados son las potencias económicas de occidente. En el momento que le afecte a los EE. UU. de forma rotunda, se producirá una recesión económica en la que la balanza se empezará a decantar a favor de China, ya que ésta, con sus 1400 millones de habitantes, el 18% del mundo, es capaz de producir y de aprovechar la crisis de forma más efectiva que occidente. China es una dictadura política y, en estos casos, tiene ventaja quien funciona a golpe de silbato.

En los últimos decenios, aprovechando la globalización, las multinacionales fueron allá a ganar dinero. Montaron fábricas, pagaron los bajos salarios de allá y vendieron, con precios de acá, sus productos enriqueciéndose de forma desorbitada… pero ese dinero no era de los pueblos de occidente, sino de sus sociedades anónimas o empresas multinacionales que, como su nombre indica, no son de una nación aunque estén radicadas en ella, sino que pueden cambiar, en cualquier momento, de dueño o país, según les interese ubicarse en uno u otro lugar. El dinero y el comercio, en teoría, no tienen fronteras en la globalización, tienen dueños y gestores del mercadeo. Lo que no se globaliza son los derechos humanos, pues si eso se hiciera no se podría usar mano de obra barata, y se encarecería el producto retrayendo las ganancias. Grandes fortunas se han hecho con ese juego perverso de producir a bajo precio y sin escrúpulos y vender a alto, con memos escrúpulos aún.

China vio bien que la subieran al tren del progreso, se abrió a las multinacionales, a los comerciantes occidentales y vendió sus productos baratos mientras iba desarrollando sus conocimientos e industria propia. Se convirtió en la fábrica del mundo, al que inundó de mercancía barata que, con el tiempo, fue ganando en calidad hasta se competitiva con las industrias nacionales de los países compradores. Los Estados occidentales vieron como, dentro de la libertad que daba esa globalización al tránsito de capitales, bajo el paraguas del neoliberalismo, se iban empobreciendo, o creciendo su PIB a bajo ritmo comparativamente. Subió el paro, bajó la inversión nacional, se cerraron fábricas por su poca competitividad con las exportaciones a bajo precio de los países emergentes. Eso era bueno, porque el tercer mundo por fin podría salir de su eterna condena a la miseria y pobreza, pero en lugar de salir a un ritmo decente, las ganancias se las llevaban los inversores y ellos solo podían tener acceso a una mínimo incremento en su calidad de vida, esperando con paciencia que sus salarios subieran y su país acabara montado en el tren del progreso, controlado y conducido por el mundo occidental con los EE. UU. a los mandos de la máquina.

El proceso de desarrollo de los países emergentes se ha controlado por el primer mundo, pero China es díscola. Proviene de otro mundo, del mundo comunista y no del capitalista, como puede ser India o Brasil, por poner un ejemplo. China era incontrolable. Es un pueblo paciente, que se sienta a ver pasar el cadáver de su enemigo, como refiere uno de sus dichos. 

En este tiempo, dado el poder del Estado comunista y su férrea centralización y mano dura, ha realizado y exhibido su capacidad para asombrar al mundo con obras faraónicas, que siembran la confianza y el sentido de nación poderosa entre su gente. Ha desarrollado su propia tecnología hasta hacer temblar a los EE. UU. en la crisis por el dominio del G5 y ya entrando China en el desarrollo del G6. Tiene una potencia armamentística considerable, una tecnología espacial competitiva, una potencialidad que puede hacer de paraguas ante cualquier amenaza bélica, sabedora de que sigue creciendo y que pronto será potencia dominante en muchas partes del mundo. Ha comprado deuda pública de occidente hasta casi absorberla

China invierte en bolsa, compra empresas y valores, deuda pública occidental, etc… hasta tener una de las economías más saneadas, a pesar de que su deuda sea considerable, pero menor que las de la mayoría de los países de occidente en función del PIB o de la renta per cápita. Para los chinos la palabra crisis significa oportunidad. En esta crisis pueden tener la oportunidad de crecer más que nadie. Sus empresas de material sanitario están haciendo su agosto y dominando el mercado, creando relaciones comerciales sólidas, a la vez que mantienen su tendencia en inversiones en bolsa.

Estamos en una encrucijada terrible, donde occidente puede perder en torno a un 10% de su PIB. Eso, en un sistema democrático, donde la oposición no es un aliado, sino un depredador del gobierno, donde se juega la elección de los gobernantes en función de un balanceo de resultados, muchos partidos se apuntan a sacar provecho del mal y piensan que mientras peor vaya con el gobierno, mejor para que ellos puedan asaltar el poder. La cooperación entre partidos rivales es compleja, porque subyace la idea de la deslealtad como forma o instrumento de gastar al otro. Aflora, pues, la manipulación del electorado, el proceso de “maximinización” como técnica de marketing (o sea, maximizo la importancia de lo que me interesa y minimizo la de aquello que me perjudica), procurando enfocar la atención de la ciudadanía sobre temas que me puedan beneficiar a mí. En estas fechas tenemos un claro ejemplo de esta técnica en la política española, sobre todo en el ejercicio de la oposición, si obviar al gobierno, claro.

En este caos, de amenaza económica para los EE.UU. y su esfera de poder, producido por un virus, al que el presidente Trump viene llamando virus chino por ser este el país responsable de emisión, donde se denota cierta intencionalidad de culpar al gobierno chino de la debacle, cabe que, al final, se plantee una confrontación de intereses en que se pretenda hacer pagar a China, como agente emisor y culpable de la crisis, pagar, digo, la factura de la catástrofe. Corren teorías conspirativas, o señuelos de opinión pública, para enfocar el asunto hacía esa posición.  

En este punto ¿qué puede pasar? Pues me preocupa, porque si los EE. UU. pretenden hacer pagar a China la factura de la crisis, ésta, lógicamente, no querrá y aflorará una situación de conflicto latente que, en función de la gestión del mismo, se puede llegar a una confrontación, incluso, bélica que neutralice el poderío militar chino, quedando América como líder indiscutible, sobre todo estando el imperio de occidente en manos de quien está, capaz de aconsejar inyectarse desinfectante en el cuerpo para matar el virus. La imprevisibilidad de Trump es de temer por las salidas que puede tomar ante esta situación. Mas, cuidado que Rusia sacaría tajada y eso sería otro frente de negociación. El mundo está en manos de grandes fanfarrones que se muestran seguros desde su ignorancia…

Miedo me da la situación si no reina el sentido común. Pero ¿hay sentido común en estos políticos, donde abunda la irresponsabilidad, que solo piensan en los intereses de los grupos que los aúpan al poder y en su interés partidista? Sobre todo en algunos países donde las empresas subvencionan las campañas electorales. Mi esperanza es que tomen conciencia de la magnitud del problema y sean capaces de llegar a acuerdos de consenso leales para buscar la mejor, o menos mala, salida a la crisis, sin ponernos en la tesitura de conflictos de mayor alcance. La política es el arte de conseguir consensos para dar solución a los problemas.

Ojalá todo quede en una pandemia y que se vaya resolviendo de forma concluyente.

domingo, 26 de abril de 2020

Dos crisis en una



Hoy me voy a permitir presentaros un análisis evolutivo de la incidencia del COVID-19 especialmente significativo, al menos bajo mi punto de vista, dado que no se trabaja con datos de momentos puntuales, sino con incidencia en franjas de tiempo, lo que permite amortiguar las variaciones para el dato resultante, dentro del espacio de tiempo definido. Es como aplicar la idea de un estudio longitudinal diferenciándolo de uno transversal. No es lo mismo un corte puntual aplicado a un día cualquiera en un espacio de tiempo, que un corte acumulado, referido a un segmento de ese tiempo que incluye varios días. Espero que la idea haya quedado clara. Luego iré algo más lejos en mi reflexión sobre el momento presente.

Tenemos un dato que se viene elaborando por el Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias, denominado Incidencia acumulada (IA). Se refiere al número de casos que se han detectado durante los 14 días anteriores al de la fecha, por cada 100.000 habitantes, o pacientes potenciales, que son los expuestos a un posible contagio.

Yo me he tomado la molestia de recoger esos datos y representarlos en una gráfica de áreas (azul), donde incluyo la tendencia polinómica (línea rojo). Lo asimilo a una montaña, que estuvimos subiendo, en amplia pendiente, hasta el día 5 de abril, con el susto a cuestas, deseando llegar a la cúspide para iniciar el descenso por la otra cara hasta el nivel desde donde partimos. Desde entonces, tras permanecer allá arriba dos días, con el miedo vertiginoso de la altura, con el frío de la inseguridad, con la pena de ver los que se iban quedando en el intento, con el desconcierto que generaba el desconocimiento del agresor, la angustia y el desasosiego, iniciamos la bajada, ya más lentamente, en pendiente suave a pesar del deseo de escapar de ese monte maldito. Pero la esperanza se instalaba en nosotros, la paciencia tenía su fruto y se empezaban a ver los resultados del encierro.  En los días 5 y 6 se quebró la curva, ya medio doblegada, y una leve sonrisa apareció en nuestra cara, el esfuerzo esteba dando su fruto, un fruto pequeño al inicio, pero convencidos de que ese era el camino, quedarnos en casa y dejar la batalla a los paladines, a quienes, arriesgando su vida, neutralizaban al enemigo.

Hoy estamos convencidos de que la batalla de la pandemia se ganará, a pesar de los contraataques que realizará el enemigo. Pero se avecina otra guerra, dura y terrible.  La guerra de la crisis económica. En esa otra contienda hay temor por ver quién paga la crisis, los platos rotos, quienes son los más perjudicados, cómo se enfoca la solución de la misma para salir rápidamente de ella, con la solvencia necesaria. Sabemos, por la anterior, que se incrementó la pobreza a la par que la riqueza. De ella salieron más ricos unos y más pobres otros, con devaluación de los sueldos, hasta casi la miseria, aprovechando el ascenso del paro en un mundo neoliberal donde, el llamado libre mercado, impone el frío dictado de sus normas. Aquella pareció casi planificada para beneficio de determinados grupos de poder.

¿Qué pasará con esta? ¿El Estado será capaz de comprender que los ciudadanos son lo importante, a aquellos a los que ha de defender y proteger? Los últimos acontecimientos, los posicionamientos políticos, inducen a sospecha. La oposición quiere el poder para gestionar la crisis, el gobierno no quiere soltarlo porque a él le toca hacerlo. En medio nosotros, usted señor votante del PP y usted señor votante del PSOE y de otras y otros partidos e ideologías. No es lo mismo salir de la crisis como se salió de la otra, con ayudas a mansalva a la banca, con pérdida del poder adquisitivo de los salarios, con incremento de pobreza y riqueza, como ya he dicho, no es lo mismo, digo, que salir con un nuevo enfoque de la economía, de los intereses y la protección al ciudadano, con la creación de industria y economía productiva, dejando la especulativa. Todos, al menos la mayoría, entiendo que queremos que, para que la salida sea consistente, sólida, compartida en lo bueno y en lo malo, deben sentarse los políticos y poner los intereses de los ciudadanos por delante de los de grupo. Un gran pacto para que no sea cargada la cuenta del pago de la crisis al saldo del grupo más débil, beneficiando al más poderoso. Hombro con hombro, codo con codo, sinergia y consenso, que empujen en la misma dirección, desde ahora mismo que ya estamos saliendo de la pandemia, para alisar el camino de la otra contienda. Los políticos deben comprender que la patria somos todos, que la ciudadanía la conforma, que el progreso pasa por una buena solución a la crisis.

Los chinos, para los que crisis es sinónimo de oportunidad, ya saben lo que hacer para, incluso, sacar provecho. Nosotros, todavía, estamos en la tesitura de la idiotez, debatiendo si son galgos o podencos. Señores políticos, siéntense de una puñetera vez con el gobierno, las comunidades autonómicas, los partidos, los sindicatos, patronal y todo aquel que represente intereses de colectivos sociales; escúchense unos a otros, hablen con ánimo de acuerdo y no de poder, hagan posible lo imposible ya que dicen ese es el arte de la política y la base de la democracia. No nos mientan, ni en el poder ni en la oposición, no intente manipularnos como pueblo al que deben servir, no nos engañen con falsas promesas para ubicarse en lugares prominentes y arrimar el ascua a su sardina. Estamos escamados y temerosos por cómo quieren salir de la que se nos viene encima. Y no queremos, la gran mayoría, pagar el pato mientras otros se marchan de rositas. Señor Casado, señor Sánchez, céntrense y déjense de chorradas, de fruslerías y trivialidades, de infantilismos de “este me ha dicho o no me ha dicho”. Asuman cada uno su papel y colaboren en la solución mejor para el momento dramático de los pueblos de España. Y recuerden, y si no se lo recuerdo yo, el PP gobierna en unas comunidades, el PSOE en otras, y en el resto otros, que también tienen algo que decir.

No soporto, como ciudadano, que alguien ponga palos en las ruedas del carro; no soporto que alguien se sienta libre de errores y de culpa cuando se está gobernando, en el gobierno central o en las autonomías; no soporto a quien acusa sin aportar datos fiables ni soluciones viables. Tenemos una clase política inmadura, inconsistente, incapaz de ejercer el noble arte de la política, porque piensan más en los suyos que en el pueblo, porque en este quehacer cainita, están más pendientes de no caer herido por el hacha del contrincante que en el buen ejercicio del poder. Es terrible ver cómo lo que se nos ofrece es lo menos malo… lo primero que hacen algunos es mostrar la maldad e incompetencia ajena, para ofrecerse ello como solución menos mala.  La ética política brilla por su ausencia, sobre todo en la oposición que juega al acoso y derribo para volver al poder de donde salió por el ejercicio de la corrupción, sin haber pasado antes por un periodo de purgatorio que los purifique.

Todos están implicados y a todos los vota la ciudadanía. Al que tire balones fuera se le castigará en las urnas o al menos eso espero, el que dé el callo con lealtad al pueblo, dando soluciones equitativas y gestionando, con voluntad y acierto, en el puesto que le haya correspondido, recibirá la consideración y el voto de ese pueblo.

En la política no debe jugar la maledicencia, el histrionismo y la teatralidad como elementos de marketing. Pero estamos en la era de la manipulación a través de todos los medios, de la posverdad que mata la razón y mueve las emociones. Así llegaron al poder determinados gobernantes de países punteros del mundo, que hoy se permiten aconsejar inyectar detergentes para acabar con el virus desde su supina ignorancia, convencidos, además, de que digan lo que digan, sus seguidores siempre le dejarán a él la última palabra, palabra de su dios.
Mal vamos y mal terminaremos, si no se ejercita la política. Tal vez, a nuestros políticos, deberíamos exigirles un conocimiento previo, no solo sobre la ideología política, sino de ética, respeto a la diversidad, tolerancia, técnicas de la buena gobernanza sin dejarse comprar por grandes intereses, amplio concepto de la democracia y, sobre todo, cual es el eje principal sobre el que ha de pivotar el mundo; o sea, los seres humanos, los principios que siembran la paz y el entendimiento para hacer, de esta casa común, un buen lugar para vivir los hombres y mujeres que lo pueblan en equilibrio con la naturaleza.

Empecé por el COVID-19 y acabo por otro virus no menos maligno si no se sabe atajar a tiempo y coordinadamente. Ahora, sinceramente, no me preocupo por mí, sino por mis hijos y nietos. Yo soy, prácticamente, el pasado, mis hijos el presente y mis nietos el futuro. No sé si de estos planteamientos añejos, fundados en mi ideario y experiencias del ayer, ellos pueden sacar provecho para su futuro. Con todo mi respeto, son ellos, lo componentes de la generación actualmente en la adultez y la siguiente, los que deben posicionarse para estructurar y definir su futuro, ese mañana donde yo ya no estaré.

miércoles, 22 de abril de 2020

No tengo nada claro, eso es lo único claro que tengo.



Creo que tengo la cosa muy clara, porque no tengo nada claro. No es un trabalenguas, es una conclusión al estilo socrático. Ya se sabe: “Solo sé que no sé nada”, con lo que entramos en paradoja con la propia alusión que le hago a la frase, iniciada con ese “Ya se sabe”. O sea, "no tengo nada claro, eso es lo único claro que tengo".

Decía Bertrand Russell un aforismo clarificador: “Gran parte de las dificultades por las que atraviesa el mundo se deben a que los ignorantes están completamente seguros y los inteligentes llenos de dudas”. Yo digo que “la duda es la madre del conocimiento”, y no meto mi frase porque yo me sienta inteligente, sino porque estoy convencido de que el que no duda no progresa. Traigo, también, a colación otra frase de Einstein: “La mente es como un paracaídas, sólo funciona si se abre.” Curiosamente, la ingeniosa Mafalda, coincidiendo con el científico, decía en una de sus viñetas: “El problema de las mentes cerradas, es que siempre tienen la boca abierta”. Es más, no hay nada más peligroso que un idiota que se cree en posesión de la verdad; porque esa actitud, que encubre su ignorancia e incapacidad de razonar, puede llevar a la catástrofe, por aquello de que “cuando un tonto coge una vereda, ni la vereda deja al tonto ni el tonto deja la vereda”, como dice el refranero popular. El dogmatismo ideológico y religioso es claros ejemplo de la mente cerrada a la que alude Einstein, cuando aceptan el dogma sin someterlo a la razón. 

De dogmáticos políticos estamos hoy bien servidos. Puesto que nuestros políticos y ciudadanos beligerantes maestros frustrados aspirantes a tertulianos televisivos, afloran por doquier, no por defender con la lógica del argumento sus ideas, sino por haber aprendido las técnicas de confrontación de ideas que nos muestran los famosos tertulianos de los debates televisivos, donde parece más que un coloquio, o debate constructivo, una pelea de sordos que solo reciben el eco de propia voz. Se llaman periodistas defensores de la verdad y del buen ejercicio de su profesión para ilustrar e iluminar las mentes del pueblo con una información veraz. Pero, en el fondo, cuando los ves en el ejercicio de tertulianos, observas, o intuyes, en muchos de ellos, que son periodistas venales, defensores a ultranza de una posición política, lo que les descalifica como periodista libre y asumen el papel del político de turno. El domingo, creo que fue, vi una tertulia de expertos en epidemias y médicos de diferentes entidades y responsabilidad, y fue una tertulia constructiva, donde se respetaba el orden en el uso de la palabra, se asentía ante los argumentos ajenos y, si no se estaba de acuerdo, se decía con delicadeza y sin descalificar al adversario. Ejemplar actitud vi, también, en el ayuntamiento de Madrid con el apoyo de la concejala de Más Madrid expresándolo al alcalde públicamente y la respuesta de este coherente, resaltando sus diferencias políticas, pero dejando claro que eso ahora no podía interferir en un objetivo común, como era la lucha contra la pandemia. Pocos ejemplos como este se ven entre dos sujetos tan dispares y alejados, el PP de Casado y el Más Madrid de Errejón.

Cuarenta años de democracia y no se nos ha enseñado a debatir desde la idea para la que se crea el debate, o sea para intercambiar opiniones a fin de que todas las partes, una vez puestas las ideas sobre la mesa, puedan nutrirse de ellas según su propio aparato digestivo, seleccionando aquello que encaja en la posible verdad y dejando con respeto las divergentes, cuestión que es el nutriente de la inteligencia. No, en este país tomamos la vereda y, si se acaba, seguimos adelante.

Comento todo esto a modo introductorio, porque confieso mi sufrimiento psicológico, y no soy de confesión desde mi pubertad. Sí, psicológico. ¿Qué eso?, os preguntaréis. Pues es una extraña sensación de desagrado, de frustración, de apatía, de desasosiego y rechazo, producido por la situación actual. Es un desencanto por descubrir que el entorno no se ajusta a lo que te creías. Tal vez fuera una ilusión, un espejismo, una quimera, una utopía, cuando uno pensaba que esta sociedad es una sociedad madura, coherente, capaz y solidaria, teniendo conciencia de unidad, de grupo fraterno que rema en un mismo sentido, y más cuando hay tormenta. Pero parece que no. Lo digo por la incapacidad de establecer sinergias, concordancias, para dar solución a una crisis nunca vista, que nos coge a todos en fuera de juego y hemos de ir aprendiendo en el día a día. Cada día vamos descubriendo más gente tóxica a nuestro alrededor, a unos se les ve el plumero al defender claramente intereses partidistas, otros hacen de correa de trasmisión con más o menos conciencia de que lo están haciendo, y otros… en fin que anda uno reubicando a los conocidos en los lugares que le son propios, al igual que, supongo, hacen con uno mismo. Eso es bueno, aunque yo defino al amigo como aquel con el que puedes pensar en voz alta. Hay gente, amigos o conocidos, con la que da gusto hablar, intercambiar ideas desde el respeto, sin imposición ni petulancia (no confundir petulancia con asertividad, aunque esto mismo que estoy diciendo pueda parecer una petulancia), de ellos se aprende porque son nutrientes con su asertiva humildad y su posición argumentada. No quiero nombrara nadie, pero tengo bastantes con quienes es un placer hablar. Sin embargo, es bueno no entrar al trapo del provocador, muchas veces ignorante, que se cree en posesión de la verdad absoluta siguiendo consignas e ideas que no son propias, sino producto de un adoctrinamiento. Hay otra frase muy interesante que dice: “Nunca discutas con un imbécil, te hará descender a su nivel y allí te ganará por experiencia”,  creo que el autor es Mark Twain.

En estos momentos, como en el futbol, existen muchos entrenadores de sofá. Y, como en el futbol, no es la razón la usada para emitir juicios, si no la emoción del hooligan, en muchos casos. Esas posiciones desde la visceralidad no son constructivas, sobre todo cuando rezuman planteamientos partidistas antes que patrióticos. Considerando que la patria la conforman las personas que viven en un territorio, antes que el propio territorio, según mi opinión, es patriota el que busca el bien de la ciudadanía y no el que pretende arrimar el ascua a su sardina o alcanzar el poder para imponer su modelo de patria sometiendo a los demás. Hacer patria es sembrar concordia, respetar las reglas del juego democrático, hacer prevalecer el interés común sobre el de grupos, unir fuerzas con aquellos que la integran para acometer, unidos y seguir el rumbo que marca el capitán del barco, para salvar la situación.  Pero, además, luchar en el día a día parta lograr que esa sociedad prospere desde la individualidad del ser humano, que es la base que sustenta toda cultura social, y de cuya interacción resulta el verdadero progreso integral, no me refiero al consumista y material en exclusividad.

Pero mala cuestión es si en plena tormenta provocamos un motín para cargarnos al capitán mientras vemos a los demás barcos que pasan por la misma tesitura, luchando también contra los elementos y con resultados similares. Nos tocó ser punta de lanza, sobre todo en algunas comunidades autonómicas, principalmente Madrid, mientras otras son menos afectadas, como la nuestra, Andalucía. Curiosamente las dos bajo el gobierno del mismo partido. Habrá que ver, cuando lleguemos a puerto, qué ha pasado, no solo para pedir responsabilidades políticas, o de cualquier otro orden, sino para aprender a resolver los problemas y no volver  a tropezar con la misma piedra, este o el otro partido.

Mientras tanto, reniego de aquellos que andan metiendo cizaña, me revelo contra los miopes que no ven más allá de lo que les presentan a primera vista, y siguen a Vicente, o sea, van donde va la gente, sin criterio propio. Rechazo a los carentes de empatía que no intentan acercarse a los demás para comprender el momento que pasan. Hoy, viendo un reportaje sobre las penurias que pasan los pobres inmigrantes que recogen la fresa en Huelva, dudé de la humanidad del ser humano, sobre todo de ciertas esferas ideológicas y políticas.


Os dejo una serie de aforismo para pensar:
















lunes, 20 de abril de 2020

La manipulación del mensaje



Según tengo entendido, esta anécdota la cuenta Luis Carandell, en su "El show de sus señorías". Ed. Lunwerg, Madrid 1986.

El Arzobispo de Canterbury, que como todo el mundo sabe es la primera autoridad de la Iglesia Anglicana, realizó en cierta ocasión un viaje a Nueva York.

Antes de ir, algún bienintencionado asesor le previno acerca de los periodistas estadounidenses y sobre su particular intencionalidad a la hora de formular preguntas y su costumbre de tergiversar las respuestas.

Una vez en Nueva York el prelado se enfrentó a una rueda de prensa y fue preguntado en los siguientes términos:
- ¿Qué opina su eminencia de los burdeles del Este de Manhattan?
Se ve que el Arzobispo no tomó muy en cuenta la recomendación que le formularan antes de salir y, un tanto desconcertado, solo acertó a devolver como respuesta otra pregunta:
- ¿Hay burdeles en los barrios del Este de Manhattan?

Al día siguiente, en un alarde de maestría periodística, algunos periódicos titulaban en portada:
Primera pregunta del Arzobispo de Canterbury a su llegada a Nueva York: ¿Hay burdeles en los barrios del Este de Manhattan?”

A mí me suena haberla leído, también, en la obra de Paul Watzlawick “La teoría de la comunicación humana”, pero mi memoria es flaca a estas alturas y ese texto lo estudié a principios de los años 80. Sea como fuere, concluyo que:

Era verdad lo que decía la prensa, pero le daba una orientación intencional de esa verdad a medias, descontextualizada, induciendo a la perversión del clérigo, cuando su pregunta era de inocencia y desconocimiento de aquel hecho que le planteaban. Era verdad que lo había preguntado, no se puede recriminar al periodista, pero no como un interés por saber dónde estaban para hacer uso de ellos, sino por sentirse asombrado ante tal posibilidad que él desaprueba.

La traigo a colación como ejemplo de la perversión del lenguaje, que no es tal, sino la perversión de quien lo usa en base a su intencionalidad manipuladora del mensaje.  

En estos tiempos de posverdad, de medias verdades o mentiras, de manipulación del electorado para conseguir su confianza, buscando intereses ocultos relacionados con el acceso al poder, para hacer de este un instrumento al servicio de intereses partidistas, que no de servicio a la ciudadanía, estos ejemplos nos ponen alerta para no tragarnos todo lo que nos cuentan, sin antes comprobar o comprender en qué circunstancias, contextos o mementos se dicen las cosas y cuál es, realmente, la pretensión del mensaje. Ese proceso de validación, siendo complejo, debe partir de poner en cuarentena el más mínimo mensaje en función de la posición del emisor, que, indudablemente, condicionará el mismo intencionadamente. Es la única forma de defender y preservar nuestra independencia y libertad de pensamiento para no caer alienados por principios e ideas que no sustenta la verdad existencial del ser humano y los principios que deben orientarla.

Estamos siendo bombardeados con falsas noticias o, cuanto menos, de medias verdades intencionadas. Parece que la pandemia tiene una variable vírica de contagio para conformar opiniones. En todo caso, bajo mi opinión, existe una guerra de intereses por cómo y quién gestiona la salida de la crisis, pues según quien lo haga, el peso de la misma recaerá más a un lado o a otro. Cuando lo ideal es que, en este momento, aparezca la política con mayúscula y ejerza la función, que se le requiere, siendo esta la de consensuar y acercar posturas desde el respeto a las demás posiciones para buscar una salida equilibrada donde, sabiendo que todos vamos a perder, el coste se distribuya de una forma equitativa. Pero, como el concepto de equitativo o, al menos, su interpretación, es subjetivo, solo cabe la negociación y el acercamiento para que determinados principios de solidaridad y humanismo prevalezcan tal como defiende la propia constitución.

Si los políticos, en lugar de sembrar y cultivar el consenso para facilitar la convivencia y la justicia distributiva, nos llevan a la confrontación cainita, arrojando gasolina al fuego y alentando en la ciudadanía la llama del odio y el desencuentro, deberemos plantearnos alternativas que representen mejor nuestros intereses. Lo malo es que, tal vez, sean un reflejo de la propia ciudadanía, ya que los votamos, y el asunto se complique por nuestra incapacidad para llegar el encuentro, incluso, en comunidades o círculos allegados. En todo caso, visto lo visto, uno echa de menos en nuestro políticos la formación que debería hacerlos maestros en el buen hacer para gestionar la cosa pública y en debatir y no en la confrontación a sangre y fuego a la que nos tienen acostumbrados.

Yo, a veces, uso una técnica singular para intentar ir más lejos de lo que dice el político o el tertuliano de turno. Consiste en quitarle la voz al televisor e ir analizando la cara, sus expresiones y formas, sus posturas, miradas y todo el conjunto de elementos que conforman la comunicación no verbal, o sea aquella que no dicen las palabras pero sí los gestos, aunque pierda la entonación y cadencia como un elemento más de ese tipo de comunicación, también llamada analógica. Lo digo porque está evidenciado que las palabras son manipulables conscientemente, pero la comunicación no verbal escapa a esa manipulación intencional, al ser un idioma innato, si bien los venderos y políticos, ambos expertos en el marketing, se forman en su manejo y modulado (véase el libro de Allan Pease, El lenguaje del cuerpo).

Aquí dejo el tema por hoy, y mañana, si estoy motivado, seguiré con otro aspecto relacionado con la situación. De momento solo os diré que: “Creo que tengo la cosa muy clara, porque no tengo nada claro”. Hablaremos de esa paradoja, contradicción u oxímoron…

Me embarga el estupor ante los hechos

  Opinión | TRIBUNA Antonio Porras Cabrera Profesor jubilado de la UMA Publicado en La Opinión de Málaga el 10 FEB 2024 7:00  ======...