miércoles, 15 de febrero de 2017

El futuro se acerca a la vuelta de la esquina


Es curioso, cuando empecé a escribir este post quería titularlo “Solo nos salvará el amor”, pero antes de entrar en profundidades quise hacer una pequeña introducción sobre la situación actual y, cuando me di cuenta, estaba inmerso en una serie de consideraciones que iban mucho más allá de mis planteamientos iniciales. Luego vi que si quería hablar de una salida a la situación debería clarificarla y evidenciarla para tener una idea más precisa de dónde estamos y de dónde partimos. Entonces decidí cambiar el título, hacer una primera parte para enmarcar el escenario actual y después tratar el tema en otra segunda.

Realmente, queridos lectores, estamos en un momento muy difícil y trascendente. El mundo evoluciona a tal ritmo que el vértigo no nos deja pensar. La tecnología nos agobia en una relación perversa de amor odio, pues si bien nos enamora facilitando la comunicación y divulgando el conocimiento, también nos amenaza con controlarlo todo, con ser un instrumento perverso en manos de desaprensivos que lo pueden usar para dominar y fiscalizar a la gente. La amenaza del Gran Hermano que todo lo controla y domina está a la vuelta de la esquina. Nuestros datos más íntimos en cuanto a hábitos, pensamientos, deseos, compras, nivel adquisitivo y de gastos en general, etc. los tienen disponibles en sus bases de datos alimentadas mediante el uso de tarjetas de crédito, de nuestros celulares o teléfonos móviles, de los bancos o nuestros movimientos en viajes y desplazamientos de ocio. Ya no es posible cobrar un salario sin pasar por el banco, sin que sea sometido a control por el sistema. Hemos pasado del sobrecito con la pasta contante y sonante (qué placer era contar el dinerito del sobre cuando se cobraba) a la tarjeta del banco; sí, ese banco que lo controla todo y lo chivatea a hacienda, que te cobra comisiones y que no te da ningún rédito por el dinero que tienes allí, pero te cruje con unos intereses tremendos si te lo deja él. Sí, ese banco que paga a sus directivos inmensos sueldos, bastante menos a sus trabajadores y desahucia a sus deudores; que gana dinero a espuertas, pero cuando pierde tenemos que darle nosotros para que salga a flote en lugar de renunciar a sus prebendas. Socializan las pérdidas y privatizan las ganancias. Pero sus defensores, los que están en el gobierno para consolidar sus intereses, incluso atreviéndose a cambiar el artículo 135 de la Constitución de forma furtiva, usan eufemismos para disimular con rodeos una realidad, por ejemplo: La banca no ha sido rescatada con el dinero de los españoles, que avalan y pagan su deuda, sino que se le llama “apoyo financiero” o “línea de crédito en condiciones muy favorables”. Thomas Jefferson, el visionario presidente de los EE. UU. en 1802 ya advertía sobre la banca: “Pienso que las entidades bancarias son más peligrosas para nuestras libertades que todos los ejércitos listos para el combate...”. Es bueno que, visto lo visto, empecemos a pensar que los gobiernos democráticos, y los no democráticos, están al servicio de sus intereses económicos, en tanto el progreso se ha confundido con el desarrollo económico y, para más inri, lo controla la banca y el mundo de las grandes corporaciones que expanden sus tentáculos por doquier. Progresar un país parece que es enriquecerse sus grandes corporaciones y multinacionales, aunque el pueblo esté sumido en la miseria. El poder económico, visto desde las macrocifras, es lo importante; lo malo es que se van adueñando de todo a través del libre mercado y acabarán controlando, con sus bases de datos, toda nuestra existencia.

Pero, volviendo al tema y desarrollando algo más lo último dicho, cada vez más se recurre al control de los desplazamientos, de las actividades que realizamos, de nuestras vidas, para conseguir el control y dominio sobre la gente. Estamos aceptando intromisiones en nuestra vida privada que eran impensables hace unos años. Hemos renunciado a parte de nuestra privacidad en aras de la seguridad y el miedo al terrorismo. El miedo está siendo el gran aliado de los que quieren controlarnos, de los que pretenden establecer un sistema de dominio centralizado para definir quienes se adaptan y quienes no a las normas de convivencia, a la ética y moral, a los criterios mercantilistas de la sociedad de consumo, para determinar el perfil de ciudadano ejemplar que será potenciado como modelo en un futuro no muy lejano. Si renunciamos a las leyes que nos protegen de los abusos de autoridad, si dejamos en manos de un colectivo político administrativo el control de nuestras vidas, estaremos renunciando a la libertad, a la dignidad, al derecho individual frente al poder.


El miedo, sí, el miedo es el gran aliado de nuestros enemigos, de quienes quieren someternos a su dominio validando la instrumentalización de los datos que acumulan en sus bases, de quienes pretenden imponernos un nuevo orden donde se rompa el esquema funcional actual para poner otro de calado más universal. El miedo es el arma más poderosa para someter a la gente, pues nosotros mismos renunciamos a nuestros derechos en aras de la seguridad, como bien decía el insigne José Luis Sampedro. Despertar el miedo es fácil, sobre todo en las personas inseguras, más dependientes, de bajo discernimiento, pues todo hecho tiene diferentes prismas por donde verlo y valorarlo, solo es necesario hacer hincapié en aquello que sea lesivo para los intereses de la gente, en despertar el recelo, la duda, la turbación, el desasosiego en la frágil mente humana. En sujetos líquidos, incluso gaseosos, por usar la idea del recientemente fallecido Zygmunt Bauman, donde define la sociedad contemporánea bajo el concepto de “modernidad líquida”, es aún más factible ya que no tienen principios y valores claros y sólidos, o un proyecto de vida estructurado, viviendo al día en todo, llevados por la corriente del rio con rumbo impreciso hacia el mar, que es el morir, parafraseando a Jorge Manrique… estos sujetos son más permeables a la influencia de los mensajes manipuladores y buscan en el líder la salvación, aunque tengan que asumir el coste de la sumisión. Es la vieja teoría de la ética del amo y el esclavo, tal como ya se dio en la etapa feudal que, en el fondo, sigue existiendo de forma más o menos solapada en el alma y disposición de algunos.

Y para implantar el miedo, qué cosa mejor que el terrorismo, como su propio nombre indica. El terrorismo usado de forma inteligente como inductor del miedo es de gran efectividad. Al terrorista le interesa sembrar el terror y para ello lo ejerce, pero la sociedad no gestiona adecuadamente estos actos y, mediante el trato y la alarma social, lo eleva aún más. Determinadas tendencias políticas, gobiernos o intereses de poder, se acaban aprovechando para, en un clima social de demanda de protección, consolidar y modificar las normas y leyes en beneficio propio o de un ejercicio del poder más absoluto.

Lo curioso es que en EE. UU. mueren al año más de 11.000 personas por el uso de armas de fuego, mientras que por el terrorismo el promedio es de 31 fallecidos (excluyendo el 11S). Con estos datos lo lógico sería que el pueblo americano votara a quien propusiera eliminar el uso de estas armas, pero, curiosamente, se vota a un señor que hace de la lucha contra ese eximio terrorismo, su bandera. No hablemos ya de accidentes de tráfico, laborales, etc. a cuya previsión se le dedican presupuestos económicos ridículos, proporcionalmente muy inferiores, y no nos causa terror salir a la carretera, cuando tenemos mil veces más posibilidades de morir en ella que en un acto terrorista.

Ciertamente el problema del terrorismo se da, sobre todo, en los países en guerra donde se combate por su dominio. Allí se vive el terror en las calles, en el día a día, y son cientos de miles los muertos que se han llevado, y siguen llevándose, por delante esos conflictos de intereses espurios difícilmente identificables. El cultivo del miedo siembra el odio y el cultivo del odio lleva a la guerra, a la confrontación y la muerte, denigrando a los seres humanos y elevándolos a sus más altas cotas de perversión, de egoísmo codicioso insolidario. Es terrible ver cómo los países que se rasgan las vestiduras cuando hay un acto terrorista en su territorio, muestran una absoluta pasividad ante el terror que se vive en esas guerras y cómo cierran sus puertas a los que huyen de ellas, muchas veces con la excusa de que entre los refugiados pueden venir terroristas. Todo esto se traduce en una desconfianza absoluta, en inseguridad manifiesta, en desasosiego… en suma en miedo.

Pero hay otros factores más que consolidad ese miedo, como son el miedo a quedarse parado, miedo a no poder pagar la hipoteca, miedo a la pobreza, la miseria y la imposibilidad de dar techo, alimento y cuidados a los hijos, miedo a perder esa dignidad que nos arrebata la pobreza. Contra el miedo, y algunos poderosos lo saben cultivar, puede aparecer la receta de una elevación de la autoestima, de una manifestación de poder y el convencimiento subjetivo de nuestra superioridad grupal, lo que lleva a una dependencia y asunción de las estructuras de poder que conforman ese grupo ideológico, país o cultura, capaz de acabar con el enemigo sin piedad ni escrúpulos. Todo ello echa por tierra los valores y derechos humanos que tanto han costado instaurar en las sociedades libres… en aras de la seguridad entregamos los derechos, para que el miedo no vaya a más nos acabamos sometiendo al poder de quien dice defendernos, a nuestro mesías particular.


Hasta ahora parecía que teníamos un contrato social firme, que el Estado del Bienestar estaba garantizado y que el sistema democrático nos permitiría elegir a aquellos gobernantes adecuados para enfrentarse a las crisis y sacar adelante a la sociedad. Pero de golpe se presentificó el terrorismo, después la crisis, con ella el paro, los sueldos de miseria, los desahucios, el incremento de la pobreza de los pobres y de la riqueza de los ricos… en suma, el caos. Pero un caos controlado y enfocado para el cambio, para que ganaran los de siempre.

En este contexto, los muy ladinos, supieron jugar con la teoría de las expectativas de la gente. Ante una caída libre al abismo sabían que afloraría el temor a perderlo todo y se conformaría con perder solo parte, esa parte que ellos tomarían para enriquecerse más, creando un nuevo marco que modificaría el teatro de operaciones. Miedo, más miedo, miedo hasta que pidan a gritos que vengan un Trump, un Hitler o un mesías que les conduzca a la salvación, eso sí, a la suya aunque dejen el camino lleno de cadáveres, pero en otro lugar, fuera de su casa. Solo oyeron palabras, promesas de soluciones inviables, de acciones que embrollarían más las cosas. Se creyeron que los 11.000 muertos por armas de fuego las producían los inmigrantes, que todos los musulmanes eran terroristas, que había razas inferiores que eran un impedimento para el buen funcionamiento del país, que el mundo empresarial estaba corrompido e instalado en el establishment enriqueciéndose a manos llenas, que lo era en buena medida en ese mundo de los gatos que gobernaban a los ratones, pero, lo curioso es que quien decía eso también era un gato redomadamente rico, con una vida sospechosamente infecta, con infinidad de recursos comunicacionales a su servicio para modificar y crear opiniones, para manipular y falsear las verdades relativas que existen en esto mundo, con un discurso agresivo, prepotente, descalificador. Tomaron cuerpo los manifiestos y actos histriónicos, con gran parafernalia, en discursos infantiloides sin contenido racional, aunque sí emocional. Y la gente, como en los años 20 y 30 del pasado siglo, se aferró al clavo ardiendo, se entregó ante los mesías que los harían más grandes, más ricos, y protegería sus intereses aunque fuera mediante una guerra que los llevaría a dominar el mundo, a eliminar el terrorismo, a volver a ser los más poderosos, como si ya no lo fueran.



En ese interdicho fueron apareciendo confrontaciones con los viejos aliados, se instauró el descontento, la falta de respeto a la libertad de los demás, se cambió la diplomacia por las bravuconadas, la negociación por las amenazas y el chantaje; y el pueblo llano, confundido, empezó a ver a sus amigos y aliados como enemigos potenciales, y perdieron la confianza y afloró el desencuentro. Lo que antes era bello y gratificante ahora se cuestionaba y el valor de la amistad se confundió con la lealtad a intereses comunes del grupo, acabando sometido a sus normas impositivas, cosa preferible antes que terminar segregado y arrojado a la gélida sombra de la marginación y la indiferencia. Ahora el nuevo y mesiánico líder, al sembrar la desconfianza, los hizo más suspicaces, hasta llevarlos a la paranoia que cultiva el odio y desencuentro. Se convirtieron en dogmáticos para aglutinar sus filas, en integristas intransigentes e irracionales para defender sus principios inalienables y solo veían por los medios que hablaba el líder, la otras televisiones eran corruptas, regentadas por periodistas venales, que solo pretendían denostar al adalid del proyecto para hacerlo fracasar y seguir ellos controlando el mundo.

Y se fue cerrando el círculo. Ya no debías fiarte de tu vecino porque podía ser un infiltrado. Tenías que acudir a las reuniones del partido para no levantar sospecha de que fueras un traidor, acudir a sus actos, vestir según sus normas, mostrar las conductas e ideas adecuadas en defensa del grupo sin fisuras, incluso ejercer la violencia contra aquellos que no apoyaran la ideología del grupo, acusándolos de traidores a la patria y al orden, para darles el escarmiento merecido. Entonces, inmersos en una espiral de locura, se abolió la conciencia individual y se supeditó a la colectiva, ya no eras responsable de tus actos pues el líder era el que asumía la responsabilidad de las decisiones, tú solo eras un mero ejecutor para sostener el buen funcionamiento del sistema y veías con muy buenos ojos todo lo que fuera establecer controles, usar la más alta tecnología y procesos formativos para conseguir ciudadanos ejemplares como el modelo definido.


Ya puestos, pidamos que se identifique a la gente con un chip para evitar que nadie atente contra nadie, y de camino conocer lo que hacen y piensan esos locos que se aprestan a romper el sistema, los que siembran ideologías del caos, los enemigos del orden establecido y la convivencia… Es fácil, pongamos cámaras en las calles para vigilar, lectores de códigos de barras o chip para saber en cada momento dónde está y qué hace cada cual, eso facilitará el tránsito de la gente de bien, el pase por los aeropuertos, las compra en los supermercados, los viajes, la identificación para cualquier trámite… todo será para preservar la seguridad, el beneficio y progreso de esta sociedad enferma de paranoia y desconfianza que se va cultivando desde la propia escuela, la familia o la tele con su selección de noticias tendenciosas. Queremos un sujeto que solo confíe en el Gran Hermano y ya hay conocimientos científicos que permiten influir en el pensamiento, las actitudes y conductas de la gente, la ciencias nos avala y la ciencia es de la empresas porque se la hemos robado a la universidad. Además, el Gran Hermano, tiene de su parte a los medios de comunicación, que son suyos y puestos astutamente a su servicio…

Este mundo, que yo planteo como imaginario, aún no existe, amigo lector, pero si no nos espabilamos acabarán imponiéndolo y nosotros, o nuestros hijos o nietos, defendiéndolo. Hemos subido la escalera y se nos ha situado arriba del tobogán que, con velocidad de vértigo, puede llevarnos al barro de esa miseria humana de la mano de la tecnología y la  manipulación interesada, donde la sumisión sea un hecho incuestionable, el orden el estado superior, el idealismo un anatema, el ser humano un mero instrumento de producción y consumo, la tierra una masa a explotar hasta acabar con todos sus recursos, la ciencia un instrumento que tutele la fuga hacia adelante encontrando medios de resolver hasta los desastres más grandes mediante cambios de vida, producir y comercializar oxígeno para combatir la contaminación, crear alimentación sintética, medicinas selectivas para cada enfermedad según el genoma (eso sí caras y solo al alcance de unos pocos) que, además, depurará la raza, etc. etc. etc.

Y ahora, finalmente, si la función de la tierra es la nutrición de la vida, tanto humana como animal, lo coherente sería procurar el desarrollo de las personas sin excepción dentro de un ecosistema facilitador del mismo, buscando su creatividad y su elevación intelectual o espiritual, acercándolos al conocimiento y a la autorrealización. Pero, por lo dicho, parece que no van por ahí los tiros, sino por crear herramientas o instrumentos de la mayor perfección que les vayan sustituyendo en sus labores (robótica), lo cual sería magnífico siempre que se liberara al ser humano para centrarse en esa autorrealización. Aunque parece que tampoco vayamos por ahí, y ciertas tendencias de futuro se orienten más a considerarlo un mero elemento más del mercado, consumidor irracional que satisface la codicia del sistema capitalista consumista. Si el sujeto entra, o cabe en el juego, les sirve, pero si no, les sobra… o sea, si es productivo vale y si no lo es ya le pueden ir dando muchos por donde amargan los pepinos…

Por tanto, si se andan potenciando los valores humanos negativos, como la codicia, la insolidaridad, el desencuentro, el desprecio a lo diferente, la intolerancia, la avaricia, el dogmatismo y los credos que encapsulan el pensamiento, etc. tal vez “solo nos salvará el amor”, pero ese es otro tema para reflexionar.





6 comentarios:

Mª Ángeles Cantalapiedra dijo...

Buenos días Antonio...Es curioso que de tu cúmulo de reflexiones(más de un peiodista desearía haberlas expuesto como tú lo has hecho) me pasé ayer leyendo divagaciones parecidas hasta vi videos ilustrativos y cuando apagué el ordenador estaba un poco encogida. Hace tiempo que mi palpito me dice que el mundo camina perdido, que el hombre perdió el control y que los movimientos a favor de situaciones dignas, respetables, con valores sólidos, todo se ha ido al carajo...Y que de nuevo emergen los dictadores que permanecían adormecidos. No sigo pq mi visión es demasiado catastrofista. Tal vez por eso me empeñe en crear mi mundo y viva a espaldas de lo que sucede y no me gusta.
Buen día!!!

Antonio dijo...

Gracias por tu comentario, amiga Mª Ángeles, que comparto, aunque tal vez el mundo no ande tan perdido, sino caminando hacia unos horizontes de valores menos humanos y más beneficiosos para un colectivo de poder en la sombra.
Se pierden valores humanos como la solidaridad, el respeto, la tolerancia, la libertad, el cultivo del librepensar, la empatía, la universalidad, etc. y se cultiva el egoísmo, la codicia, el tribalismo, la sumusión, el dogma, etc.
Esto tiene mala pinta. Creo que, siendo un reducto del librepensar, tenemos la obligación de clamar al cielo, aunque sea un grito en el desierto, para denunciar esa posible deriva de las cosas: No podemos callar.
Un abrazo

Prudencio dijo...

Tienes toda la razón. Yo soy pesimista en cuanto al futuro. Un caos nos está esperando consecuencia del estado actual de las cosas. Menos lo temo por nosotros que por nuestros hijos y nietos. Un abrazo, Antonio.

Antonio dijo...

Amigo Prudencio, gracias por tu comentario.
Dado que el hombre tiene una alta capacidad de adaptación, puede que nuestros hijos y nietos se adapten a esa otra realidad que a nosotros, por la trayectoria y valores que tenemos, nos resulta tan hostil.
Ya está pasando nuestra etapa como guerreros y pasamos a ser consejeros, dejando que ellos sean los que se enfrenten a su futuro con sus vivencias, conocimientos y principios, mientras nosotros podemos ser el Pepito grillo de sus conciencias... el futuro es de ellos y ellos han de fraguarlo, lo que no obvia que nosotros les abramos los ojos a otras dimensiones más realistas y humanistas.
Un abrazo

sergio dijo...

Amén.
No puedo si no expresar, como es habitual, mi absoluto acuerdo con tus palabras.

Antonio dijo...

Celebro que sigamos compartiendo ideas y análisis de la situación.
Un abrazo, Sergio

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