miércoles, 1 de julio de 2009

La Gamuza


Bien, dado que el asunto de la empatía ha dado tema para el debate, querría comentar, de modo general, una técnica a emplear para evitar lo que Shanty refiere, en su aportación comentario, como el riesgo de empatizar hasta tal punto que nos hagamos más vulnerables.
Convendremos todos en que cuando un enfermo llega a un hospital o consulta, por un problema de salud, no anda precisamente sobrado de alegrías y felicidad. En todo caso va cargado de angustias, preocupaciones, inseguridades, miedos, ansiedades, etc. Todo ello enmarcado en un prejuicio sobre la institución a la que acude y su funcionamiento, lo que generará unas expectativas más o menos reconfortantes o, en otro caso, alarmantes. Ciertamente necesita volcar en otra persona todas esas emociones, pensamientos e inquietudes que porta, para conseguir una situación más propicia para su curación. Lógicamente, el personal sanitario, por propia naturaleza, es el receptor y canalizador de esa demanda, si bien no queda exento cualquier otro sujeto que aparezca por el lugar, sea familiar, amigo y el propio compañero de habitación.
Esta circunstancia no es exclusiva de situaciones claramente asistenciales, sino que se da en la propia relación personal de los sujetos. Cuántas veces nos hemos encontrado con un amigo que vuelca sus problemas en nosotros, cuando la intención era pasar un rato agradable, y nos deja tocados del ala, preocupados, con el peso de su carga, que aligeró, colocándola en nuestro lomo.
En todo caso, tanto en un escenario como en otro, la cuestión es que se nos plantea la necesidad de comprender la situación del sujeto y ayudarle, como profesional o amigo, a descargarse de esa angustia que le acompaña. Por tanto, cogemos sus problemas los montamos en nuestra espalda y nos los llevamos a casa dándole vueltas al coco para ver como se pueden solucionar. Quedamos con problemas de sueño y, de camino, implicamos a nuestra pareja o familia en la situación, puesto que nos hemos traído a casa la porquería que portaba el amigo o el paciente, liberándole de parte de su carga. Posiblemente nos hemos metido en su piel tan profundamente que hemos vivenciado esa situación en nosotros mismos, hemos hipotetizado esa vivencia como propia y despertado emociones y angustias que no se corresponden con nuestra propia realidad, que es otra muy distinta a la del sujeto emisor (el otro), que ya está más ligero de equipaje después de contar o plantear su problemática. El hecho es que no aportamos nada positivo a la solución del caso, pues estaremos más bloqueados por las emociones que se han despertado y la solución será más complicada de ver. La mente clara es la base de un buen razonamiento y las emociones la suelen enturbiar a menudo, sobre todo cuando existe una implicación emocional importante.
Lógicamente, deberíamos saber desprendernos de ese lastre mórbido para estar en disposición de ayudar, de dar salud a la persona que lo necesita. Damos lo que tenemos y si no tenemos salud, cordura, realismo, etc. no podremos darlo a los demás. Pero, claro, ¿cual es la estrategia para que una vez recogidas las miserias del otro pueda desprenderme de ellas sin quedar afectado hasta el punto de contaminarme y bloquearme?
Fidel Delgado es un psicólogo que se define como cuidador de cuidadores; es decir, se preocupa de cuidar, desde un punto de vista emocional, a las personas que cuidan a otros, sobre todo a las enfermeras y personal sanitario que andan tratando con las miserias y sufrimientos de los demás.
Él propone un ejemplo simbólico bastante interesante. Comentaba que la función de la enfermera (o en nuestro caso amigo) era hacer de gamuza o bayeta, para lo que ponía como ejemplo la Vileda que “Recoge la suciedad más difícil, incluso grasa y partículas, y no se acartona”. Siguiendo el símil, la gamuza se pasa por la encimera, el fregadero o dónde se quiera limpiar y después, cuando está saturada por el agua o los restos que pretendemos retirar, se estruja en el vertedero y se deja allí las miserias recogidas, se lava la gamuza y las manos y se acaba el trabajo. Todo queda limpio y listo para ser usada de nuevo con las mismas garantías.
Pues bien, las angustias, los miedos, las miserias de los demás los podemos recoger mediante la escucha activa y el apoyo psicológico, pero una vez recogidos los llevamos al vertedero y los soltamos allí, no nos los llevamos a casa. A veces nos pensamos omnipotentes, capaces de resolver los problemas de los demás y obligados a ello, pero olvidamos que lo único que podemos hacer es encauzar su solución para que ellos, digna y autónomamente, tomen sus decisiones con mayor conocimiento de causa que nosotros. De esta forma les ayudaremos a ser más libres más independientes, menos subordinados, más capaces de enfrentarse a su propia vida y afrontar sus circunstancias… le damos la mano y le ayudamos y enseñamos a caminar todo el tiempo que sea necesario, pero no los echamos a la espalda y cargamos con ellos.
El problema de los demás es el problema de los demás y solo podré ayudar si no me pongo en su lugar con tanta intensidad que me ahogue en sus propias emociones y sentimientos. Tendré que comprender que se está ahogando en la piscina, sus limitaciones, sus fortalezas y debilidades, sus potencialidades y posibilidades de nadar o qué tipo de ayuda es la adecuada para hacerle salir sano y salvo, pero yo no puedo tirarme a ella sin más para ahogarme con él, deberé darle la mano o ayudarle a salir del ahogo sin que me hunda con él. A veces la gente nos arrastra con ellos hacia su vacío e inoperancia pensando que podríamos ayudarle a salir de allí.

Recurro a esta canción para acompañar mi pensamiento sobre el tema:

16 comentarios:

Marian dijo...

Yo que suelo dejarme arrastrar por problemas de otros, se cuelan en mi estado de ánimo y cambian el color del día, me pregunto si entre la manera en que nos afectan los problemas de los otros y la relacion que mantenemos con ellos, no existe una cierta ecuación de intensidad. Me explico, me pregunto si cuanto más estrecha es la relacion, cuanto mas quieres a la persona mayor afecta a nuestro animo su problema. Es obvio que guarda relacion.
Con los años se aprende a ver con cierta distancia los problemas ajenos, e impedir que se te metan en los bolsillos del alma, sus piedras, sus lastres y sus desánimos. Espero que esto no signifique que con los años tambien perdemos la intensidad de amar;mas bien creo que con los años, nos damos cuanta de nuestras limitaciones, de que no podemos solucionar todo lo que nos gustaria, que no podemos devolver la sonrisa a esa persona que nos inunda de lagrimas.
Supongo que con los años, uno tambien, se vuelve mas suyo, y a base de sufrir por los demas sin obtener mas que dolor "al cuadrado" desarrolla una estrategia de supervivencia afectiva, en la cual es mas observador que actor...por que ¿quien puede con el dolor de un enfermo, por ejemplo? ¿y si ademas es un familiar, tu madre? no es necesaria la supervivencia en tales casos para no correr al borde del abismo de la desesperacion???

Antonio dijo...

Hola marian. Ciertamente cuanto más intensa es la relación más implicación se da, puesto que el aspecto emocional se potencia, lo que hace aparecer y compartir miedos y preocupaciones en base a la implicación que cultural y emotivamente tenemos con el otro. No es lo mismo que se trate de tu hijo que de un desconocido.
Por otro lado, yo pienso que la madurez lleva a conocer mejor tus limitaciones y la gestión y localización de los recursos que se tienen para resolver el caso. El ímpetu juvenil pasa a ser un moderado razonamiento, pensando quienes son los mejores agentes para solucionar el problema y en ellos confiamos, salvo experiencias y expectativas negativas.
De todas formas, podemos hablar de generalidades, luego llega la cruda realidad de cada uno basada en sus experiencias vitales y la introyección de esas vivencias, dando como resultado una forma singular de afrontar las circunstancias, todo ello en un abanico de posibilidades tan diversas que se ha de tratar caso a caso… es decir, cada cual se forja una personalidad que condiciona estas reacciones y conductas.

Gracias por tu aportación tan interesante como siempre.
Por cierto, ¿has descolgado mensajeenunabotella?

JUAN PAN GARCÍA dijo...

Muchas gracias, Antonio, por sacar un tema tan común como interesante de una forma tan brillante.
Estoy de acuerdo en lo que decías que la edad limita nuestras actuaciones y que éstas son tanto más dedicadas como son el grado de cercanía del enfermo.
Es un placer visitarte: se aprende muchísimo contigo.
Un abrazo

Antonio dijo...

Gracias Juan, tus palabras confirman mis intenciones de compartir el pensamiento con los amigos.
Un abrazo

Ana Márquez dijo...

Ahora q hablas de este tema me ha venido a la cabeza lo q experimenté la última vez q estuve ingresada q fue el año pasado, para una intervención leve, pero q dados mis problemas nerviosos para mí era un mundo. Me di cuenta de q las cosas han cambiado para mejor en lo q se refiere a las relaciones de los profesionales santiarios con los pacientes. Cuando hace treinta años estuve también ingresada por una cuestión mucho más grave, recuerdo q entre los médicos y enfermeras (con excepciones q resultaban precisamente llamativas por eso, porque eran "excepciones") y los enfermos había una barrera tácita e infranqueable. Las enferemeras tenían muy claro q estaban allí trabajando y nada más, no tenían ninguna obligación de consolar a nadie. Y de los médicos prefiero no hablar que me embalo ):-/ Eran dioses, poco menos, y así había q tratarlos, desde el "don" obligatorio q había q unir a su nombre por coj... hasta la poco menos q adoración debida q ellos, con su frialdad hacia el paciente, no hacían más q corroborar. Si algo tuvo de bueno mi regreso al hosptial el año pasado fue comprobar cómo, por fortuna, todo eso ha cambiado, y tanto médicos como enfermeros son más cálidos, más cercanos, más amigos. De hecho, a mi médica de cabecera, q debe ser poco más joven q yo, la llamo por su nombre de pila "Cristina", cosa que, hace 30 años sería algo así como llamarle "cabrito" al rey en su jeta.

Yo comprendo q si cada profesional se llevara a su casa cada drama q trata en el trabajo no podrían vivir, pero una cosa es permitir q el drama ajeno nos angustie hasta inmovilizarnos y otra, muy diferente, es permitir q te traten como a un divinidad y cultivar esa actitud sólo porque eres médico o enfermero. Y no exagero una pizca, recuerdo como en en sueño, que cuando los médicos hacían su aparición por un pasillo todos, enfermos, enfermeros, acompañantes, bajaban la voz como cuando se entra en una iglesia.

Sea obvio o no, vamos evolucionando.
Perdón por extenderme tanto, Antonio. Un besazo fuerte.

Ana Márquez dijo...

(Al final sí he hablado de los médicos... Sabía yo q me embalaría. Ya sabes, Antonio, por donde van mis resentidos tiros :-((( )

Antonio dijo...

Gracias amiga Ana por tu aportación, a la que hay que reverenciar por tu trayectoria en relación a la enfermedad. Comparto casi todo lo que dices y me siento muy alagado de que así sea. Yo que ejercí la enfermería de base muchos años, que después pase a la gestión y al final a la docencia, he vivido ese tránsito en primera persona, pero en el otro lado de la relación, en el sistema sanitario y el docente.
La primera carrera que hice fue ATS en Barcelona. Éramos los ayudantes del médico y nuestra conducta solía ser un reflejo de la suya… en algunos casos se hablaba de “minimédico”. Veníamos del practicante en medicina y cirugía y se nos fusionó con la enfermera que salía de la sumisión y dedicación asimétrica de las monjas, aquellas que atendían al enfermo desde su vocación religiosa prioritariamente, con lo que ello conlleva en el aspecto de la caridad y el adoctrinamiento. Eran servidoras de Dios antes que de los hombres… no digo más.
En los años 80 se produce el gran cambio que, poco a poco, se va introduciendo con mucha resistencia, por algún sector de la enfermería, que prefería seguir de minimédico antes que pasar a cuidador de enfermos. Esto crea conflictos de rol y colisión con las enfermeras noveles, que requiere reciclaje de los profesionales clásicos.
¿Qué había pasado? Sencillamente que la filosofía y el paradigma profesional de la enfermería ha cambiado con la adaptación al planteamiento europeo y universal, prevaleciendo la filosofía y los modelos anglosajones.
La universidad y el sistema de formación hacen el resto. Contamos con un pueblo más culto, menos sumiso, más entendido y con conocimientos más asequibles a través de diversas vías, entre ellas Internet, que planta cara al profesional que sigue pensando, en su endiosamiento, que su autoridad está por encima de la asistencia justa. La asistencia sanitaria no se hace por caridad, sino que es un derecho que se recoge y desarrolla en la Ley General de Sanidad, donde se especifican derechos y deberes de los usuarios. Contamos con profesionales jóvenes que ven al paciente desde una perspectiva biopsicosocial, que han sido formados desde otro prisma considerando que la relación interpersonal es un instrumento terapéutico. Yo oposité a mi plaza de profesor universitario con la asignatura “Cuidados de Enfermería y Relaciones Interpersonales”. ¡Qué bonito poder hablar de la empatía, de la escucha activa, de sistemas de afrontamiento,del apoyo psicológico, de la pérdida y el duelo…!

Antonio dijo...

Ana, dado que no me acepta un texto tan largo como comentario te pongo la segunda parte de esa historia vivida en primera persona que inicié en el comentario anterior:
Siempre mantuve que lo primero que ha de hacer una enfermera o cualquier profesional de la salud, cuando recibe un paciente, es saludar (SALUD-DAR) que a eso viene el enfermo a que le demos salud, pero… ¿Cómo podemos dar salud psicológica si no la tenemos? Si no estamos profesionalmente preparados para afrontar las angustias y miedos de los demás ¿cómo podremos dar respuesta a esa demanda? Posiblemente huyendo, poniendo barreras infranqueables que no permitan la trasmisión del problema que genera esa angustia propia del que no sabe que hacer ante la angustia de los demás, endiosándose para que la problemática del otro no pueda saltar tan alto que nos roce, toque o noquee.
Pero ¿hay algo más satisfactorio que el reconocimiento de un paciente por el trabajo bien hecho? Herzberg, en su teoría de la motivación, dice que el dinero es higienizante, mientras que el reconocimiento es motivante. El dinero te ayuda a mantener una calidad de vida, pero profesionalmente es más importante el reconocimiento por tu labor bien hecha… eso no lo saben o practican todos los gestores.
Hemos descubierto, muchos profesionales, y no solo yo porque además sea psicólogo, que el éxito reconforta, que la consecución de objetivos estimula y que la autorrealización personal lleva inherente el desarrollo de la actividad profesional óptimamente. Tu salud es tuya, yo te puedo ayudar a restablecerla racionalmente, con sus limitaciones, aceptando hasta dónde podemos llegar, entendiendo que el último responsable de ella eres tú y que recurres a mí para ayudarte en esa pequeña o gran parte que yo pueda saber más que tú por mi preparación, pero que tú eres un sujeto integral donde se conjugan infinidad de vivencias, de sentimientos y emociones con relación a esa salud que te hace singular, peculiar, con una idiosincrasia que no se puede obviar en ningún caso. O nos aliamos para lograrlo o fracasaremos, las dos visiones son forzosamente complementarias.
Queda mucho por decir, pero esta vía bloguera es limitada. De todas formas tienes motivos para ese resentimiento que refieres, pero eso se palia viendo que las cosas van cambiando y que esas conductas, aunque persistan en algunos casos, son rémoras del pasado que ejercen sujetos pequeños desde la perspectiva humana, psicológica y profesional.
Mil besos y gracias de nuevo por permitirme explayarme en este “microensayo” reflexivo sobre el caso.

MRB dijo...

Antonio:
Parece que suscité una polémica con mi argumento y me alegra. De esta manera podemos entrar más profundo en el tema, desglosarlo y analizarlo.

Me queda clara tu exposición. No creo que podríamos vivir con tanto dolor ajeno, sin embargo, con personas que son muy cercanas a nosotros, es difícil (al menos para mí) no caer en la frágil respuesta a las tormentas de mis seres amados.

También he podido vivenciar que cuando el problema persiste y queda sin solución, a largo plazo, nuestro equipo mental responde naturalmente a defensas naturales que permiten seguir viviendo sana y felizmente, "a pesar de".

Gracias por tu aportación. Tu página me parece muy interesante: tocas problemas de la vida diaria, con una capacidad brillante para el análisis.

Un fuerte abrazo.

Antonio dijo...

Amiga Shanty, abriste una ventana para ver mejor las cosas de la vida, para aportar y desarrollar otras visiones enriquecedoras, para pensar y analizar mejor estos asuntos. Eso es el debate y la polémica constructiva. Gracias por ello. Esa es una de las pretensiones de mi blog, que se satisface contando con gente como tú y el resto de participantes en esa disputa y los comentarios.

Otro abrazo fuerte para ti

Elisa dijo...

Como trabajadora social, este es un tema que me interesa mucho. Recuerdo cuando empecé a realizar prácticas y cuando empecé a trabajar, como me dejaba llevar por el sufrimiento de los demás, cargada de una falsa empatía que me llenaba de dolor. Trabajaba con toxicómanos y enfermos de sida, en un recurso para personas que ya están muy deterioradas, y cada vez que alguien fallecía a causa del sida, para mi suponía un verdadero drama personal. Si conseguí superarlo fue gracias a la directora de ese recurso, a quien considero una gran maestra y amiga. Y me ayudó porque cada vez que me veía llorar se enfadaba conmigo por dar más importancia a mis sentimientos que a los sentimientos de los demás; conseguí comprenderlo cuando entendí que no podía vivir esa situación desde mi, porque yo no era la protagonista. Yo no sabía, y sigo sin saber, lo que es vivir en la calle, o depender de una sustancia para sobrevivir, o no tener a nadie. Esas personas, a pesar de todo, eran mucho más fuertes que yo, y creo que cuando me di cuenta de esto comprendí todo lo que podía aprender de ellas. Yo no me puedo poner en su lugar; puedo entender sus sentimientos, pero no puedo, es imposible que los comparta. Realmente yo sufría pensando en como viviría yo su situación, no en como la vivían ellos.
Creo que esta reflexión podría volver a hilarse con la de ¿qu harías tu en mi lugar? Tengo una amiga que cada vez que le hago esta pregunta me responde: haz lo que te haga sentir mejor. Simple, pero difícil.

Antonio dijo...

Gracias Elisa por tu aportación. La experiencia y opinión de una trabajadora social son interesantísimas en este asunto. Yo tuve la oportunidad de trabajar, codo con codo, con aistentes sociales (como se llamaban en los años 70-80) en la reforma psiquiátrica de andalucía y compartimos experiencias muy parecidas a las que tú planteas.
Un afectuoso saludo

Anónimo dijo...

Muy interesante su artículo. Yo tengo un problema que creo tiene que ver con todo esto.

Padezco de depresión severa y encuentro pocas personas que me escuchen y se pongan un poco en mi lugar. Sólo tengo una persona de confianza a la que aprecio y, en lo que puede, me ayuda. Pero en ocasiones siento que me carga demasiado con sus problemas y hasta me siento abrumado. No obstante, siempre vuelvo a ella.

A veces me transmite la sensación de que, si cuenta conmigo para salir a pasear una tarde, por ejemplo, lo hace como una especie de favor. Ya no sé si lo hace como un verdadero amigo, simplemente porque me aprecia y me valora, o porque me tiene un poco de lástima. Sus otras relaciones son, en general, algo conflictivas, así que pienso que en cierto modo también está un poco sola, de manera que no sabría decir quién se "aferra" a quién.

¿Es posible que yo haya desarrollado cierta clase de dependencia afectiva?. ¿Debería ser más valiente y poner coto a esta amistad?.

Antonio dijo...

Gracias, Anónimo, por tu aportación. La desgracia también une, pero no siempre sirve esa unión para salir de la depresión. Dos personas con la misma problemática pueden entenderse y comprenderse mejor, pero si los dos tienen bloqueado el camino de salida o no saben como hacerlo, la cosa se complica. A veces no es el mejor aliado aquel que tiene los mismos problemas que nosotros, sino el que sabe cómo salir de ellos o está en disposiíón de aprender a hacerlo, a darnos la mano y buscar el pensamiento positivo que nos ayude a vislumbrar la salida, juntos, razonando y buscando los elementos que nos saquen del atolladero.
Mientras tanto, uno se agarra a lo que tiene a mano para sobrevivir, pero hay un momento en que hemos de decidir cual es el verdadero camino que hemos de tomar, dar una patada a todo lo que nos estorba en ese camino y empezar a andar solos, buscando alianzas que no atrape y condicionen y madurando, creciendo mentalmente hasta encontrarnos a nosotros mismos, buscando en el interior todas nuestras potencialidades y sintiéndonos orgullosos de ese encuentro. Al menos, querido anónimo, esa es mi opinión.
Un afectuoso saludo.

Ana Márquez dijo...

Antonio, me guardo tu "microensayo" con tu permiso, lo copio a world y le pongo tu nombre al archivo para encontrarlo pronto. Un millón de gracias.

Por cierto, me temo q en algunos paìses sudamericanos aún no ha llegado esa filosofía, me he encontrado últimamente con médicos argentinos (curiosamente sólo los argentinos, tres, en pocos meses) más secos que un espárrago triguero. En cambio los cubanos son majísimos.

También tengo q decir en honor a la verdad q en aquellos terribles momentos de mi infancia, sí hubo algunas enfermeras q llegaron a tomarme cariño y se portaron muy bien, aunque de entrada eran frías, pero supongo q tratar durante meses con una niña q no puede moverse de la cama ni de la habitación las movió a compasión. Entre mi equipo de médicos de entonces había uno, uno solo, que era querido por todos los enfermos. ¿Por qué? porque era el "simpático" del grupo, es decir, "llamaba la atención" precisamente por eso, porque lo habitual era q el médico fuera frío y distante. En fin, perdona mi pesadez, es q has tocado una fibra sensible, ya tú sabes :-)

Recomiendo a todos una película magnífica que trata este asunto. Su título, "El doctor", con un insuperable William Hurt.

Besazos, y gracias otra vez por tu caballerosidad y paciencia, Antonio.

Antonio dijo...

Gracias por tu comentario. Conozco la película a que te refieres, la usamos en alguna ocasión para los seminarios. Es muy interesante.

Mil besos para ti

Me embarga el estupor ante los hechos

  Opinión | TRIBUNA Antonio Porras Cabrera Profesor jubilado de la UMA Publicado en La Opinión de Málaga el 10 FEB 2024 7:00  ======...