Esta afirmación, planteada en mis reflexiones anteriores, sobre la razón de la sangre… merece una explicación, sobre todo para mis amigos y amigas religiosos/as. Por tanto, vengo a mantener que, a través de sus hechos, Dios ha demostrado que defiende el planteamiento laico de las estructuras sociales como marco de encuentro y convivencia de los seres humanos.
Dios no crea ninguna religión; en todo caso, dota al hombre del intelecto para gestionar principios y valores, con los que le adorna, que le permitan su supervivencia y desarrollo en un marco social determinado y creado por el propio sujeto. Estos principios y valores son las motivaciones básicas que hacen que éste actúe enfocando sus conductas hacia la conservación y desarrollo del grupo y de la especie. La ética y moral de cada pueblo se forja con el tiempo, pero siempre marcada por la convivencia y los sistemas de relación y principios que se han ido fraguando y consolidando. Depende, pues, de los intereses del grupo que ostenta el poder, puesto que ellos establecen las reglas y forma de coexistencia en función de sus propios beneficios.
En un principio, el hombre, que no comprende la magia de la creación, piensa que debe existir un ser superior, omnipotente, que lo ha creado todo; o dioses para cada uno de los eventos enigmáticos que observa (lluvia, viento, fuego, sol, etc.). Con el tiempo fue consolidándose el convencimiento de la interrelación entre todos los elementos de la vida y la naturaleza, una visión holística o totalizadora, que le permitió asignar la creación a una sola divinidad (de aquí el monoteísmo). Al mismo tiempo, los ostentadores del poder, siempre con mayor inteligencia y osadía que el resto de su entorno social, debieron pensar que si contaban con el apoyo de ese Ser Superior, podían ejercer el poder de forma incuestionable. De aquí aparece la idea de encarnación de los dioses en los mandatarios (faraones, emperadores, etc.) o, en su defecto, nombrados “por la gracia de Dios”. Hago una llamada a esa especie de moda sobre los cátaros, merovingios y el linaje de Cristo, como un intento de retrotraernos a justificaciones divinas sobre poderes y reinos en el caso de Francia.
Es evidente que el poderoso se percata de que, a través de los principios éticos y morales, puede imponer una serie de conductas que le perpetúen en el poder y que, a su vez, vertebren una estructura social. Para ello debe contar con la autoridad y el conocimiento; o sea, el dominio y el saber. El dominio se lo dará la delegación divina y en último caso las armas, mientras que el saber lo controlará mediante el grupo de servidores que gestionarán la desinformación y desorientación del pueblo, conformando súbditos sumisos y obedientes que tendrán su premio en otra vida. Aparece, pues, la religión como un elemento de estructuración social, con principios y valores manipulados para perpetuar la situación y mantener el equilibrio y la convivencia en función de los intereses de la clase dirigente. Los grandes imperios se fraguaron en nombre de Dios y la religión. Mientras tanto, la religiosidad o necesidad de entender la vida espiritual como algo personal desaparece e, incluso, se persigue como herejía. Se entiende como un “no sometimiento” a esos valores que dan el poder, por lo que se han de eliminar los sujetos insumisos que cuestionan el sistema. Por tanto, cualquier desviación de los principios religiosos establecidos será peligrosa, se identificará con el demonio y la maldad, a la vez que se perseguirá y eliminará mediante todos los medios al alcance de la autoridad. Por otro lado, aquellos principios que puedan ser cuestionables se ampararán en el dogma de la fe, dejando “fuera de servicio” el razonamiento personal o discernimiento y el libre albedrío. Todo esto crea verdaderos conflictos internos al sujeto, pues esa disonancia cognitiva entre lo que le dicen que es bueno y lo que cree como bueno, no es soportable, llevándole, en último caso, a la alienación. Su espiritualidad queda secuestrada hasta tal punto que, el poder religioso, se arroga la facultad de perdonarle sus errores mediante alguna contribución o penitencia. Esto permite un mayor control de sus actos y pensamientos por parte del sistema.
Mientras tanto, si Dios nos creó, lo hizo en un mundo diverso, facilitándonos el entorno donde, mediante la interacción, fuéramos creciendo. Nos dotó de principios y valores universales para que, en la convivencia diaria, nos entendiéramos y relacionáramos para hacer un mundo mejor e igualitario. Nos dio libertad para pensar y actuar buscando la forma de desarrollarnos, crecer en sabiduría mediante el afrontamiento de circunstancias y situaciones estimulantes. No nos habló de religiones, puesto que nos habla a través de la naturaleza y del análisis de nuestros propios hechos, mediante la razón con la que nos dota. Sabemos y debemos discernir entre lo bueno y lo malo como sujetos libres e independientes. Somos conscientes de que nuestra supervivencia depende de nuestro entendimiento y buena voluntad, que la diversidad es enriquecedora y la imposición es castrante. La convivencia es un problema de actitud, de receptividad y apertura, de tolerancia y respeto, cuyo objetivo es desarrollar esos principios y valores innatos en el ser humano, donde se dan la mano la bonhomía y la interacción social con el fin último de perfeccionarnos.
De habernos creado Dios a su imagen y semejanza ¿por qué tenemos miedo de los otros? Si en cada uno de nosotros hay una proyección divina, lo lógico es que busquemos en los demás el complemento para dotarnos de la totalidad del Ser Superior, para enriquecernos. Ser gregario y sectario excluyente es apartarse del principio de desarrollo personal que ese Dios nos ha impuesto como objetivo. Por lo cual, debemos aproximarnos a otras formas de espiritualidad, evitando la religiosidad férrea, integrista, y saludando la diversidad para sacar cada uno sus propias conclusiones, por las que deberá, de existir Dios, dar las explicaciones oportunas en su juicio final. Podemos concluir que la forma de vivir la espiritualidad es personal y la religión estructurada es impositiva y se contrapone al espíritu de la propia creación.
El marco de desarrollo de estas posiciones, creencias, convicciones y principios, solo se puede dar en un estado de derecho donde se respete y desarrolle la diversidad y la individualidad integradora. Donde la religión sea vivida como algo personal, basada en la espiritualidad. Este marco solo lo da el laicismo, entendido como: “Doctrina que defiende la independencia del hombre o de la sociedad, y más particularmente del Estado, de toda influencia eclesiástica o religiosa”. Lo complejo es establecer el proceso para laicizar la sociedad, puesto que implica el desmontar poderes y prebendas establecidos a lo largo de la historia y crear nuevas estructuras donde cada uno esté donde debe estar, sin interferir en el desarrollo de la diversidad constructiva.
Por tanto, al Cesar lo que del Cesar… El Estado no gobierna para una sola religión, sino para toda una sociedad diversa y rica. La estructura social y las leyes que la sustentan deben garantizar el libre ejercicio de la libertad, el discernimiento y albedrío de la gente en un marco de convivencia pacífico de desarrollo personal íntegro. Eso es lo que entiendo yo que quiere Dios, de existir, porque todo lo ha creado enfocado para ello. La excelencia del ser humano de forma individual, cultivando los valores a que ya me he referido, engrandece al conjunto de la humanidad y por ende al propio Dios.
Lo que hay que cambiar es la idea de Dios, puesto que el concepto determinará la forma de actuar y, hasta ahora, esa idea que se nos ha transmitido en la mayoría de las religiones y civilizaciones, parece que no ayuda al entendimiento de los hombres y mujeres. Las religiones y los religiosos deberían replantearse su actuación en esta nueva sociedad globalizada, en la que las fronteras ideológicas no son posibles; donde el desarrollo del conocimiento y de la cultura de los pueblos es cada vez mayor y el individuo no es un instrumento, sino un sujeto pensante y rico, cargado de potencialidades, que debe hacer su mejor aportación al sistema desde su libertad y buen juicio, bajo el paraguas y respeto a unas normas universales de convivencia. Queridos amigos y lectores, pensad que Dios, de haber sido el creador del mundo, nos oferta el marco laico para entendernos en el mundo civil.
Finalmente, también cabe recordar la propuesta de Nietzsche: Dios no existe, lo que existe es la idea de Dios. En nuestro caso las ideas de dioses a lo largo y ancho del mundo para fundamentar la espiritualidad del ser humano. Pero… ese es otro tema, el tema de la realidad y las ideas que os propongo para otra reflexión.
Antonio Porras Cabrera
1 comentario:
Si lo que existe es la idea de Dios, podemos decir que Dios es cambiante según lo aprecien los hombres. Luego Dios es una creación del hombre según sus interes y fantasía. En este sentido solo cabe ser ateo y dejar que los demás especulen y creen según su conveniencia, pero que respeten a los demás.
Publicar un comentario