Opinión | Tribuna
Publicado
en el diario La Opinión de Málaga el día 05 DIC 2024 7:01
En los años
70 España estaba en una terrible diatriba. El tardofranquismo agonizaba y sabía
que solo con un importante trasplante quirúrgico para desfalcar el pasado
podría sobrevivir.
Los diputados, en pie, aplauden la aprobación de la Constitución en el Congreso el 31 de octubre de 1978. A la izquierda, en primer término, Leopoldo Calvo Sotelo; tras él, Felipe González. / EPE
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Ya hace 46 años… ¡Dios, como pasa
el tiempo! Aquella mañana me levanté con otra cara, con otro humor, entonces yo
tenía 27 años. Parece que al fin íbamos a poder decidir los españoles sobre
nuestro futuro, aceptando el compromiso de convivencia de una Constitución
Democrática, que permitiera cerrar el pasado y mirar al futuro. Digo cerrar,
porque se admitió dejar el ayer en el cuarto oscuro, como si se olvidara el
cubo de la basura que se debió tirar en su momento, con todas sus miserias e
injusticias, pero sabiendo que allí seguía esa inmundicia. Tal vez, alguien,
cuando viniera después queriendo limpiar la casa, se enfrentaría a esa mugre
del pasado. Ahora no era conveniente despertar la ira y volver a las andadas,
ahora había que permitir que la vieja generación se fuera extinguiendo para dar
paso a otra que pudiera mirar atrás sin miedo ni culpa. Ya se buscaría la verdad
con la maduración futura y pondría las cosas en su sitio, sin acritud pero con
justicia; craso error, porque el pasado se proyecta siempre en el presente, y
más si no fue bien cerrado.
Pasar página
A pesar de todo, la mayoría
estábamos convencidos de que había que pasar página, aun a riesgo de volver a
releer, más adelante, el libro de la historia. La historia la escribe el
vencedor y luego deberán reescribirla los expertos, los doctos que la
investigan sin apasionamiento partidista, sino con la sensatez y la
racionalidad que permite aventarla para soltar el lastre y el polvo que fue
acumulando, para que aflore la verdad por muy cruda que sea. Los pueblos, la
gente, la ciencia, tienen derecho a conocer y vivir en la verdad de los hechos
sin que nadie se la hurte.
El resultado de la Segunda Guerra
Mundial había descolocado al régimen. En una “falsa” paz, quedaron dos bloques
enfrentados, el mundo capitalista y el mundo comunista y, en medio, una España
descolgada en tierra de nadie, pues habían sucumbido sus valedores. El general,
fue hábil… ya lo creo que lo fue. Sabiendo que era un recalcitrante enemigo del
comunismo y que la guerra fría le ofrecía la oportunidad de aliarse con el Tío
Sam, todo poderoso, en contra de la tiranía estalinista, se ofreció como
bastión de la lucha y le otorgó el poder de usar, y sufrir en nuestras carnes,
las bases militares para intimidar al oso ruso. La cuestión era clara, y la
condición precisa: que Zaragoza, Torrejón, Morón y Rota, junto a Gibraltar,
fueran las bases donde occidente dispondría parte de sus huestes. Ya teníamos
cinco “gibraltares”, uno inexpugnable inglés y los otros por acuerdo de
sumisión a la potencia colonizadora, para que, a cambio, permitiera la
supervivencia del régimen convertido en su lacayo.
En los años 70 España estaba en una
terrible diatriba. El tardofranquismo agonizaba y sabía que solo con un
importante trasplante quirúrgico para desfalcar el pasado podría sobrevivir.
Ahora, las cosas estaban nítidas, volver atrás era imposible, una aventura involutiva
de imposición militar semejante a la anterior, pero sin Hitler ni Mussolini, no
tenía viabilidad alguna. Las fuerzas democráticas habían aguantado la
descomposición del régimen esperando ver caer la fruta madura, apoyadas por
Europa, las democracias de corte occidental y los movimientos sociales de
oposición al régimen.
Trasplante
Entonces decidieron el gran
trasplante, pero como no era posible, simularían la inserción de un corazón
demócrata cambiándose la chaqueta; mas en el fondo persistiría en los adeptos
al régimen el valor enraizado, troquelado por el pasado y la lealtad a su líder
ya fallecido. Habían intentado la jugada del cambio sin cambiar, pero fue tan
clara que no tragó nadie, ni de fuera ni de dentro. La jugada de Arias Navarro
fue llamada “Espíritu del 12 de febrero”... ¿lo recuerdan?, pero no coló; el
rey ya estaba adoctrinado y sabía lo que había si no quería perder el favor de
occidente (sobre todo de USA), por tanto, abur a Arias Navarro que tanto nos
impresionó con su doloroso llanto, y bienvenido a Suarez surgido del Glorioso
Movimiento, pero consciente de que había que cambiar para seguir en el poder.
Hábil sujeto que llevó a las Cortes del Régimen al harakiri en una trepidante
sesión que acabó imponiendo la razón, pero preservando los derechos e
influencias del pasado en el nuevo Estado… Cambia, camarada, para seguir
ejerciendo el poder bajo otra camisa, dejando en el desván de los recuerdos la
vieja camisa azul. Todavía colea…
En contraprestación, los otros,
dejarían su bandera tricolor, su himno de Riego, sus muertos traicionados en
las cunetas y su republicanismo para poder compartir ese poder de la nueva era
en una monarquía parlamentaria. ¿Por qué no? En la vieja y pérfida Albión hacía
siglos que funcionaba y en otros lugares de Europa también. De lo contrario, el
fantasma de una nueva guerra, volvería a perturbar la vieja piel de toro; vale
la pena renunciar a determinadas cosas antes de llevar a un pueblo a la muerte…
Hubo que vencer muchas resistencias de la oligarquía, de los adeptos
irreductibles en su lealtad al líder fallecido, de los militares y del
catolicismo anacrónico que ya no podría llevar bajo palio al adalid de la
cruzada.
La banca, con su dinero, y los
políticos, sabiendo que el futuro estaba en Europa, comprendieron que había que
saltar los Pirineos, integrarse en la CEE, insertarse en la OTAN, abrir las
fronteras para subirse al carro del progreso y de la riqueza económica. Por
tanto, había que pactar, neutralizar las pueriles y trasnochadas ideologías del
ayer, sucumbir, controladamente, al empuje de las masas populares que, un día
sí y otro también, clamaban en las calles por el cambio, por la libertad, por
la justicia e igualdad entre los seres humanos, por el libre debate de las
ideas, por la democracia y la soberanía popular idealizada… Hasta un amplio
elenco de próceres religiosos, con el cardenal Tarancón a la cabeza, empujados,
en buena medida, por aquellos llamados curas obreros, o curas comunistas para
el régimen, apostaron claramente por el cambio en contraposición a los obispos
amarrados al pasado del nacional-catolicismo (“Tarancón al paredón”, clamaban
algunos nostálgicos de la incombustible fe católica).
Acuerdo
Había, pues, que llegar a un gran
acuerdo, sí o sí, en un arreglo convergente para evitar males mayores. Entonces
se gestó la Constitución a base de debate. Para mí, incluso visto ahora, fue
una magnífica obra de consenso cargado de tensión, donde se echaban pulsos, se
amenazaba con malos augurios y se negociaban puntos y comas, sentados en una
mesa gente tan dispar como Gabriel Cisneros, Manuel Fraga, Miguel Herrero de
Miñón, Jordi Solé Tura, José Pedro Pérez-Llorca, Miquel Roca y Gregorio
Peces-Barba, los llamados padres de la Constitución, aunque fueron otros muchos
los que directamente o entre bastidores marcaron el rumbo final. Pasar del
Fuero de los españoles a una Constitución sólida, acordada y respetada por
todos era complejo. No todos la votaron, algunos del viejo régimen la
desecharon, la denostaron, creando tensión en Alianza Popular, la madre de
nuestro actual PP tan constitucional, que estaba dividida respecto a apoyarla o
no. Al final, salió el compromiso marcado por el interés del pasado, en un
equilibrio casi inestable hasta que se consolidó tras el intento de Golpe de
Estado de Tejero y la entrada en la CEE y la OTAN.
Ahora ya tiene 46 años y sigue
prácticamente igual. Creo que habrá que llevarla al médico para tratar sus
achaques. Tal vez tengamos que retocarla un poco para que se adapte a los
nuevos tiempos, cambiarle la imagen, el ropaje y reconocer que su fisiología ya
no es la misma, que a los 46 años y en otro contexto no se puede tener la misma
mentalidad. Tiene que aprender a adaptarse a las nuevas tecnologías, al manejo
de los nuevos instrumentos, responder a las nuevas necesidades y, sobre todo,
darse cuenta de que sus hijos han crecido y que ya no puede hacer con ellos lo
que le venga en gana, sino que debe tratar con ellos y consensuar cosas para
seguir manteniendo la familia unida desde el respeto mutuo entre todos los
miembros. Hablemos, pues, sin miedo y sin querer imponer, sino negociar
cediendo para acercarse al consenso que justifica toda negociación.
Recuerdos
Hoy, en mi memoria, afloran los
recuerdos de un ayer donde se fraguó el tránsito al futuro, al hoy, y se
aprendió, por mi generación, que para entenderse no se ha de hablar con
imposiciones, sino con el uso de argumentos que emanan del pensamiento
racional, hasta convencerse de que “París bien vale una misa” siempre que no
signifique la sumisión a alguien, la pérdida de la soberanía popular y los
derechos que, como ciudadano, tiene todo ser humano… a veces hay que ceder algo
para ganar uno y los demás. Valió la pena, sin duda valió la pena… y hoy, la
pena, sería perder el sentido del encuentro, de la articulación de la
interdependencia respetando esas diferencias que tanto enriquecen cuando se
entienden como sinergias y no como elementos divergentes. Lo importante es no
claudicar ante el absolutismo de los intransigentes, por mucho que alcen su
VOX.
Por tanto, yo me atrevo a decir sin
tapujos: ¡VIVA LA CONSTITUCIÓN! Pero, entendiendo, que una forma de cuidarla es
no permitir que se haga vieja, renovándola y adecuándola a la realidad de cada
momento, de lo contrario morirá de vejez y le faltará energía para dar
respuestas de progreso a la vida social de nuestros pueblos… el espejo lo
tenemos en otras constituciones de los países desarrollados y democráticos.
No se trata, pues, de articular la
dependencia o independencia, sino la interdependencia. Esa es la palabra, el
concepto, que hay que articular: INTERDEPENDENCIA, porque el mundo hace tiempo
que dejó de ser una aldea para globalizar su interacción.
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