El 21 de diciembre, tiene lugar el
solsticio de invierno. Es el día más corto de sol con la noche más largo del
año. A partir de ahora, cada día tendremos más tiempo de luz y menos de
oscuridad. Empieza la esperanza en una nueva primavera, en un renacer la vida,
en brotar las plantas y volver las flores dentro de un tiempo. Se reforzará el
árbol, se reconstituirá y, dentro de nada, volverá a circular con fuerza la
savia para alimentarlo hasta su eclosión final, brotarán las hojas, y después
las flores inundando el éter de fragancias a azahar para luego dar el tentador fruto
que el árbol nos ofrece.
También nace el niño en Navidad, o
lo que es lo mismo, nace el sol que empieza a crecer en la expansión en su
dominio, el dios Ra de los antiguos egipcios. El ciclo de vida se reinicia,
como cada año, con sus avatares, su bonanza y malicia, su felicidad y su dolor,
su incierto futuro inmediato que escapa a nuestra voluntad. Por eso es momento
de expresar deseos, de conjurarse para evitar el mal, de procurar la amistad y
la alianza para recorrer el camino cogidos de la mano. Todo son parabienes y
buenos votos expresados en postales, emails, WhatsApp y llamadas. Compartir
viandas con mesa y mantel, cantos de alegría y besos y abrazos de felicidad…
entramos en una etapa de esperanza y buena voluntad
Esta primavera, como siempre, crecerá
la flor, los campos se inundarán de colorido y de fragancias, pero también nacerá
la mala hierba. Se busca la paz, pero prevalece la guerra, se pretende el amor
pero perdura el odio, se desea la convivencia pero persiste la confrontación.
El ser humano guarda en su interior la absoluta bondad en conflicto con la
cruel maldad. Somos bipolares, un polo positivo y otro negativo mueven nuestros
impulsos y conductas en una sociedad dominada por ególatras carentes de
empatía, megalómanos soberbios e histriónicos que potencian el caos en la gente
para mayor ganancia en su propio interés. Crecerá la riqueza y la pobreza
potenciando el desequilibrio entre ambas. Todos deseamos un buen año… el pobre
para que no le falte pan y con qué cubrir sus necesidades básicas, pagar su
casa, la luz, el agua y sostener su hogar alimentando a sus hijos; el buen año
del rico será si incrementa su capital, sus dominios, su poder y sus ganancias,
poder seguir disfrutando de lujos sin restricciones incrementando el flujo de
dinero. Mientras tanto seguimos expresando buenas voluntades pero en ámbitos distintos.
No creo que esas buenas voluntades
que hoy se expresan sirvan de mucho. En estas fechas estamos obligados por buenas
intenciones. Es una cuestión de índole cultural, de tradición. ¡Feliz Navidad!
se oye por doquier, pero es un formalismo que nos hace pensar que somos buenos
que todo irá mejor, que la paz reinará en el mundo. Es un espejismo que sirve
para limpiar conciencias, para autosatisfacción y reparación de la culpa
acumulada a lo largo del año. Tal vez la Navidad sea una lavadora de
conciencias que centrifuga, de momento, la maldad que forja nuestra mente, haciendo
aparecer la bondad escondida en nuestras almas, pero que una vez concluida la
colada, volverá a rezumar esa malicia, como lo hizo siempre.
En estas fechas se huele a limpio,
a hipotética bondad, y eso es muy reconstituyente. Pero, entonces no veas la
tele, porque en Alemania un sujeto acaba de arrollar a numerosas personas con
su coche en un mercadillo de Navidad, dejando 5 muertos y decenas de heridos. No
te enteres de la desgarradora historia de la señora Gisèle Pélicot a quien
drogaba su monstruoso esposo para entregarla a otros desalmados… y otras muchas
desalentadoras noticias más. Te advierto de que en Gaza sigue la hecatombe,
muriendo todos los días decenas de inocentes a manos de un endiosado Israel, el
pueblo elegido por Dios, que sigue pertinaz en su irracional venganza vicaria
por los hechos terroristas de los asesinos de Hamás, tras lo que oculta su
expansionismo sionista. Mientras, en Ucrania, lo que parecía una estrella que
conduce a Belén con su cola luminosa y centelleante induce al error a todo el
pueblo. No es una estrella que viene a anunciarnos la buena nueva, sino un
misil hipersónico cuyo destino es destruir tu casa, tus bienes y tu vida. No lo
envía el bondadoso Dios de los creyentes, sino el dios del mal encarnado en un
sátrapa artero carente de empatía, que habita en su palacio rodeado de
oligarcas aduladores, a quienes les importa un bledo tus bienes y tu vida.
La Feliz Navidad, o sea los buenos
deseos, solo los cultivará la gente de bien, la gente sencilla, que no pretende
el poder, sino la convivencia, que su lucha no es en el frente militar de
batalla, sino en el desarrollo de la bonhomía, de la bondad y concordia entre
los seres humanos.
Los otros, los arteros y ladinos,
que nos pretenden manipular, seguirán a lo suyo, porque nosotros no les
importamos, lo que les importa es su propio interés. ¿Ganarán ellos? Para ganar
la bondad tiene que ser activa, la bondad pasiva no genera bondad, la activa la
cultiva a través de la enseñanza, del ejemplo de actitudes y conductas que la
nutren. La bondad en una sociedad empieza por ejercerla uno mismo, porque esa
bondad social es el resultado de la interacción entre todas las bondades de los
sujetos que la integran. Hemos de seguir sembrando la esperanza…
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