Vaya día que llevo. Hoy me he levantado y tras el arreglo, el poco que tengo, tomo la medicación y me marcho al médico. No porque esté malo, es de acompañante. Luego voy a rayos, que es lo cabreante. Espero un buen rato como el Santo Job, y al hacer la placa, no anda bien uno de esos trastos y nos dice el tío que tardará un rato. Vuelvo para casa y en comprando el pan ya me voy pasando… es que se hace tarde para que la abuela ahora se levante. En cuanto la llamo, hago el desayuno ¡Ay, cómo pasa el tiempo! Lo sirvo en la mesa y en un periquete lo tomo sin arte, sin ni siquiera poder ni sentarme. Lola me acompaña a regañadientes, pues no tiene hambre. La abuela lo toma, como siempre hace, con su parsimonia y sin inmutarse. Mientras tanto Lola, mantiene su arrastre de los virus locos, de esos gripeantes, que le dan la fiebre y la dejan luego fuera de combate. Tras comer la abuela retiro las cosas, friego habitaciones, cocina y aseo con mucho cuidado y especial esmero, pensando que luego, en la revisión, si no lo he hecho bien, me mande a paseo. Y con la lejía me quemé los dedos, ¡no me puse guante! y es tanto el efluvio que vuela en el aire que sientes por dentro como de quemarte.
Tengo que ir corriendo, como he dicho antes, a coger la placa y dársela al médico, para que me diga qué le pasa a ella, por qué está tan mal y qué hacer para repararle. La mira con su vista aviesa y en escudriñando con todo su arte, me dice el sujeto que siga adelante, que no pasa nada, que es cuestión de días que todo le pase, que guarde reposo y para evitarle alguna que otra cosa más desagradable, le manda que empiece de forma inmediata a medicarse.
Al volver a casa me encuentro con Carlos, que todo el camino me da su compaña. Y me va contando sus penas y males, sus preocupaciones y todas las cosas que el médico manda, las que ya le hicieron y las que ahora le hacen… y marcha conmigo hasta la farmacia. Maria y Antonia me llenan la bolsa y, bromas aparte, les comento a ellas: “Llegado esta edad no va uno al mercado a buscar nutrientes sin antes pasar por estos lugares, que te den pastillas para controlar lo que no funciona, para repararte y poder tirar siempre hacia delante”. Y ya me despido y vuelvo a la carga. ¡Es que ya es la una y se me hace tarde! ¡Dios mío, no llevo dinero! Paso por la caja y el supermercado, a comprar algunas cosillas que nos hacen falta. En llagando a casa espeto en la entrada: ¿Qué queréis comer? Y ella me responde: “Yo no tengo hambre, yo no tengo gana ya he desayunado en esta mañana”. Entonces calculo y, ante las reservas que quedan en casa, pongo en marcha un plan cuyo resultado resuelva la causa.
Con un poco de esto y de más allá comemos y todos contentos. Hice una tortilla, con todo mi arte, dándole la vuelta en el mismo aire. Le puse de todo, con jamón picado, verdura a la plancha que dejara antes, un poco de queso con su huevo, claro, que no se me olvide que es para cuajarle. Me salió tan buena que me fui al espejo y dije a mi cara: ¡Qué buen tortillero! Más pensando en esa expresión, me dije: ¡Cuidado, a ver la acepción que al verbo le damos! Pero al ser varón me paso por el mismo forro la propia acepción, dado que siento toda la atracción por el sexo opuesto, con toda razón.
¿Ya has hecho las camas? ¿Comieron los gatos? ¿Fregaste los suelos? ¿Y el lavavajillas? ¿Comió bien la abuela? ¿Le diste las bragas?… ¡Qué agobio Dios mío! ¡Anda, come y calla! Por cierto, que se me olvidaba, en todo este trance, reviso el diseño, que ya casi estaba, de la web que tengo encargada, y leo los correos desde mi “ordenata” y paso respuestas, según fuera el caso, a cada sujeto que lo precisara; repaso la prensa, con fondo de música, y dejo de hacerlo al ver como están las cosas fuera de mi casa. Tengo yo bastante con lo que hay dentro, nada más me falta, que arregle el gobierno tanta problemática.
Y ahora, cansado, sin haber contado aquellos detalles que el amigo Alzheimer no me recordara, me pongo en la mesa a contarte esto, como si a ti este asunto mucho te importara. Seguro que dices: “¿Pero qué me cuentas? Yo tengo bastante con el día que llevo, y por si no cuela, te diré: que cada palo aguante su vela”.
Lo cierto es mi amigo/a, que después de todo me he sentido bien. Ha sido un día de trabajo y estrés, de cuidar y cuidarse, de limpiar, comprar, cocinar, etc. Normalmente, estos trabajillos se comparten, pero en estas circunstancias se ha de asumir en su totalidad. Y llega uno a pensar que no le da miedo estar solo, no tienes tanta dependencia de otros, eres más autosuficiente que antes… y ves un peligro que contaré luego, más adelante, en escrito aparte, sin la prosa rítmica que vengo ahora usando para deleitarte. Si lo he conseguido y por un instante te ves distraído, con este relato, de todo el agobio que te da el currelo, te diré, mí amigo/a, que con ello ya me das bastante.
Hoy 4 de febrero. Mi 58 cumpleaños.
3 comentarios:
Felicidades, Antonio. Y a cumplir por lo menos otros 58, con las mismas ganas de hacer cosas, que es lo importante.
Phelicidades, conspicuo Antonio. Eres una maravillosa caja de sorpresas, repartiendo trozos tuyos en cada uno de los artículos que escribes.
Me siento afortunado por la oportunidad de compartir tu blog.
Recibe dos ósculos pomulares, de momento. Cuando cumplas 59 años, ya pensaremos otra cosa.
Felicidades, Antonio, aunque sean atrasadas. Me he reído mucho con tu escrito, pero ya ves! eso siempre lo hace Lola. Recapacita, porque creo que a ella eso no la hace más independiente...las cosas de la casa son una "p...ejiguera" (je, je) por no utilizar otra palabra.
Un abrazo,
Inma
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